Blog de Ignacio Fernández

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miércoles, 1 de septiembre de 2004

Patrimonio de la humanidad

    En medio de la gigantesca regresión social que vive esta parte del mundo, por no entrar en otro género de reacciones más globalizadas obrantes en la mente de todos, una vez más es Alemania el paradigma de un discurrir histórico donde muchos, para bien o para mal, se miran. Y según la pose que se adopte ante tal espejo la imagen reflejada es, por supuesto, cóncava o convexa, real o irreal, atinada o errónea. Pero lo cierto es que nadie puede dudar de la gravedad de los signos a través de los que se expresa esa regresión en el ámbito laboral, a saber: reducción de vacaciones, de salarios, de pagas extraordinarias y de los seguros de desempleo; mayor horario de trabajo; copago de la sanidad pública; eliminación de festivos, etcétera.
 
    Ahora bien, una visión objetiva nos revelará que el reflejo, es decir, el efecto producido, resulta cóncavo en el caso de los trabajadores, quienes vuelven a ser sometidos a la depresión, a la cavidad o al vacío, mientras que el reflejo convexo, esto es, redondeado, vuelve a corresponder al cuerpo empresarial, público o privado, por lo general más éste último. La realidad o irrealidad de la figura es en todo caso cambiante, pues el ser y el estar de la economía en un medio especulativo como el actual es con toda seguridad lo menos aprehensible que existe. Finalmente, el tino o el error dependen del punto de vista adoptado, es siempre subjetivo, resulta del interés previo del ojo que mira; y en este sentido nada puede extrañarnos que para algunos depredadores, no precisamente alemanes, el panorama venga a servir a su propósito de negar progresos sociales en otras latitudes que jamás habían llegado a las cotas alcanzadas en Alemania: café amargo para todos.
 
    En ese contexto, el de la regresión social y su pluriperspectivismo,  es donde se produce algo curioso, y seguramente en virtud de ello podamos entenderlo mejor. A principios del pasado mes de julio, dentro del Fórum de Barcelona, tuvo lugar un diálogo sobre Las culturas del trabajo, que fue aprovechado por las dos grandes centrales sindicales internacionales para anunciar su fusión, con lo que pasarán a representar conjuntamente a 150 millones de trabajadores. Todavía independientes, no obstante, la CIOSL (Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres) y la CMT (Confederación Mundial de Trabajo) promovieron en ese mismo momento la Declaración de Barcelona para solicitar a la UNESCO que el trabajo sea declarado “patrimonio de la humanidad”.
 
    Acomodados como estamos a que esta etiqueta se adjudique a bienes culturales y naturales de interés, que requieren su conservación como elementos esenciales del acervo universal de la humanidad, atendiendo a la creciente amenaza de deterioro o desaparición que pende sobre ellos, el hecho de que convirtamos en objeto de la misma nada menos que al trabajo parece, al menos, chocante y provoca razones para el análisis.  No estamos ya ante ciudad, paraje o monumento amenazados, sino delante de una acción social recogida como principio básico en las constituciones y proclamada en el artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Hasta aquí hemos llegado en la degradación.
 
    Así que todo resulta cada vez más relativo y delirante. Por ejemplo, mientras en esta provincia nuestra se mantiene la expectativa sobre lo que habrá de dar de sí el llamado Plan Oeste, impulsado por el Gobierno como motor para la reanimación económica, los acuerdos firmados recientemente en España para evitar la deslocalización en el sector automovilístico rozan, en algunos casos, la legalidad marcada por el Estatuto de los Trabajadores. Como se puede observar, las infraestructuras, materia básica del citado Plan y tan necesarias por otra parte, son o pueden ser de ida y de vuelta.

    Por todas esas razones, en sintonía con el significado de la Declaración de Barcelona, estamos llamados a adoptar ante todo una actitud conservacionista y, por lo que a León se refiere, defender como prioridad el mantenimiento de los puestos de trabajo que su endeble tejido productivo genera, así en los sectores más emblemáticos como en las pequeñas y medianas empresas, no siempre bien regularizadas desde el ángulo de la negociación colectiva. Hemos sabido recientemente que esta provincia se encuentra a la cabeza de Castilla y León en cuanto a expedientes de regulación de empleo. Hemos denunciado así mismo que es la provincia que figura en la cola de la Comunidad Autónoma a la hora de poner al día sus convenios colectivos. Son datos que llaman a la preocupación y seguramente también a la movilización. Sólo resuelta esa amenaza de deterioro o desaparición, podremos posteriormente fiar en expectativas de futuro que, pendientes todavía de su expresión práctica en los Presupuestos Generales del Estado, son de momento una simple –e importante- declaración política de intenciones.

Publicado en Diario de León, 6 septiembre 2004