Blog de Ignacio Fernández

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martes, 12 de octubre de 2004

A favor de la memoria

“Ellos no están muertos sino desaparecidos, no acorralados sino infinitamente ausentes”
Vicente Verdú

    Más acá de los sentimientos convulsos, cuya suspensión resulta aconsejable, tal vez no posible, en ciertos trances del existir, las pérdidas personales abren en la memoria común un agujero irreparable. Cierto es que en otro sentido, el manriqueño, finalmente sólo la memoria nos consuela, pero ésta es la privada, la íntima, la que cada uno ha ido alimentando con el acompañamiento del otro, de quien no está pero permanece en ella. Me refiero más bien al acervo compartido, a esa memoria colectiva imprescindible que se nos aparece de repente como una casilla vacía e irrellenable. Y es en ese ámbito público, abierto, donde, a nuestro entender, más se acusa la orfandad consecuente: no en la ausencia en sí, que también, sino en el ya imposible aporte a la construcción general.

    Este año de 2004 la Universidad de León ha celebrado su vigésimo quinto aniversario. Hemos tenido ocasión con ello para remontarnos hasta su origen, para analizar su evolución, para juzgar su presente y para aventurar un futuro. Pues bien, si exceptuamos esto último, y la verdad es que no podemos estar seguros de ello, en toda esa otra trayectoria puede ubicarse la figura plural del profesor Joaquín González Vecín: plural, no exageramos, por cuanto su expresión personal se manifestó en una importante diversidad de formas. Y ése es precisamente el contexto en el que nos interesa hurgar al hilo de lo apuntado arriba, es decir, poner en cuestión la realidad del dibujo tal como lo conocemos o lo podemos conocer todavía frente a los trazos que ya no van a ser dibujados a causa de ausencias, según nuestro parecer, no suficientemente aprovechadas.

    Del origen de la Universidad leonesa, de sus momentos seminales y de su inicial andadura, permanecen sin duda los testimonios documentales que resultan de obligado cumplimiento. Los boletines oficiales conservan la prosa de las disposiciones legales; los balances de cuentas atesoran los índices financieros y presupuestarios; los libros de actas almidonan las decisiones primarias; las hemerotecas, en fin, guardan las crónicas escritas y los repertorios gráficos de aquel entonces . Y así, del mismo modo, todo el aderezo muerto que ocurrírsenos pueda acerca de éste o de cualquier otro acontecimiento de parecida índole. Esto es lo que podríamos llamar memoria pasiva, una colección de papel más o menos inerte, oportuna en efecto, necesaria como casi todo lo escrito con un sentido histórico, mas parca a la postre y poco útil desde el punto de vista que aquí defendemos. Porque la historia no la conforman sólo los hechos relatados en los anales; a su lado florecen otras miradas y otras voces que dan aliento y alma a los sucesos, de tal manera que esa otra intrahistoria deviene tan o más importante que la propiamente documentada. Es la memoria viva, susceptible por supuesto de ser así mismo almacenada en los soportes al uso, puesto que también es finita y además perecedera. De la suma de una y otra podremos extraer con toda seguridad los contornos de un mapa mucho más ajustado al territorio.

    Así pues, cabe preguntarse si en lo que aquí nos ocupa hemos sido o estamos siendo diligentes, esto es, si transcurridos veinticinco años de vida de la Universidad de León disponemos de todos los materiales que la retratan o si, por el contrario, desperdiciamos elementos capitales para esa mecánica. A nuestro entender, la respuesta es decepcionante. Conocemos más de la intrahistoria salmantina o de Alcalá de Henares, aunque debamos viajar para ello a los siglos XIII o XVI, que del más cercano origen de nuestra Universidad. La comunidad universitaria podrá opinar sobre las razones múltiples que explican, no justifican, esta circunstancia, pero no debe ignorar que ese déficit es cada vez más difícil de saldar. Desaparecen o enmudecen por causa de enfermedad personas que mucho podrían aportar a la descripción de aquellos años; junto al fallecimiento del profesor Vecín, se me ocurre citar, por cercanía sentimental, los también recientes de los profesores Bonifacio Rodríguez y Julia Miranda; pero en esa nómina de quienes ven mermadas sus facultades se inscriben también la calidad humana de quien fuera el primer Rector de la Universidad de León, Andrés Suárez, o, también por complicidad emocional, la figura capital de Justino Burgos. Y esto sólo atendiendo al sector del personal docente e investigador, que no agota ni mucho menos el cartel. En tal sentido, podemos afirmar que el aniversario y sus fastos han sido una oportunidad desaprovechada.

    El compañero Joaquín González Vecín fue, además, un sindicalista. Con todas las cautelas sobre el rigor amarillento de los archivos, consta en el del Sindicato de Enseñanza de Comisiones Obreras de León su afiliación al mismo en las primeras fechas del año 1980. Por lo tanto, junto al ángulo docente o político, ésa debiera haber sido otra de las perspectivas que él podría haber sumado a la explicación del germen y desarrollo universitario leonés. Porque su trabajo en la sección sindical correspondiente se prolongó ininterrumpidamente desde entonces hasta que, ya en situación delicada, quiso aparecer todavía en la candidatura que presentamos en el año 2003 dentro del proceso de las últimas elecciones sindicales. Observador discreto a pesar de su compromiso notorio y evidente, nadie como él para haber glosado la arquitectura sindical universitaria, vertiente a la que Comisiones Obreras en general y sus afiliados y afiliadas en particular han contribuido de forma notable. Desde esta organización podemos naturalmente participar en la confección de la memoria pasiva, sumando a su corpus actas propias, resultados electorales dinámicos y todo género de resoluciones; pero volvemos a lo mismo: nos faltarían la palabra y la mirada, dos ejes trascendentales para alumbrar elementos aún escondidos de los últimos veinticinco años.

    Lo cual que en estos tiempos en que se persigue recuperar por fin la memoria histórica de este país, no estaría de más que se tomara nota de cuanto aquí modestamente se apunta. La institución universitaria, por su naturaleza y objetivos, debería comprometerse más en ese empeño, máxime cuando de su propia intrahistoria hablamos, pues, en caso contrario, lo que se vendría a hacer además de honrar a los muertos sería, parafraseando a Vicente Verdú, desaparecerlos.

Publicado en el libro editado por la Universidad de León
en homenaje al profesor Joaquín González Vecín, 2004