Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

jueves, 22 de febrero de 2007

La isla de los museos

Obra de Juan Manuel Díaz Caneja
    Con el eco todavía fresco de la última edición de FITUR y sus polémicas locales sobre la conveniencia de mantener el actual Patronato Provincial de Turismo o sustituirlo por una sociedad mixta para el impulso turístico, merece la pena poner en común una reflexión en materia de turismo y cultura como ejes incuestionables para un desarrollo económico y social necesarios.
Fundación Casa-Museo Sierra Pambley
    Dos años después de la apertura del MUSAC, otras tres iniciativas museísticas de altura han venido a sumarse al catálogo de referencias imprescindibles en la ciudad de León: la Casa Museo de los Sierra-Pambley, que descubre a la vera de la catedral la vida doméstica de una familia ilustrada del siglo XIX; el Museo de León, que reanima con su despliegue histórico el controvertido edificio Pallarés; y el Centro Leonés de Arte, que acoge en el palacete de la calle Independencia una notable muestra de la obra del pintor Juan Manuel Díaz Caneja. Así pues, nunca dispuso esta ciudad de una oferta de tal entidad en esta materia, que ha venido a sumarse a los escasos espacios relevantes en que se ha resumido durante años nuestro repertorio de museos: catedral, San Isidoro y quizá el corral de Vela Zanetti.
Centro Leonés de Arte
    Con todo, este esplendor dista mucho de otros trazados urbanos de grandes ciudades, que han convertido sus núcleos museísticos en elemento tractor del turismo. Así Madrid, con el paseo del arte (Thyssen, Prado, Reina Sofía), así Berlín, con la isla de los museos (con el Pergamon, y el busto de Nefertiti a la cabeza), por citar dos ejemplos. Naturalmente, no se persigue entrar en competencia con semejante cartel, pero sí tomarlos como índice de referencia para el impulso y aprovechamiento ordenado del potencial de enclaves de este tipo. Eso significa políticas culturales y turísticas coherentes y coordinadas, sobre todo porque implica a varias administraciones e iniciativas privadas, que no pueden convertirse en competidoras las unas con las otras; así mismo, equilibrio y suficiencia presupuestaria, pues no se trata de permitir barra libre para unos y ajustes de cinturón para otros, circunstancia esta que actualmente está ocurriendo ya; y, por último, sentido global del fenómeno turístico-cultural, atendiendo al entorno inmediato en que sucede, no sea que vayamos a estrangular a la criatura con una programación inconexa o saturarla con nuevas ofertas museísticas ideadas a su sombra a tontas y a locas. Con estos ingredientes bien atendidos, ya importa menos, a nuestro juicio, si la fórmula para el guiso ha de ser la de patronato o la de sociedad mixta, polémica en la que no debiéramos gastar demasiada energía, pues lo enunciado anteriormente es lo prioritario en verdad.
    De todos modos, empieza por ser alentador el hecho de que por fin la ciudad de León tenga también su propia isla de museos, expresión afortunada no por ser remedo de la berlinesa sino por un significado peculiar que no puede pasar desapercibido. Si nos fijamos en la titularidad de los museos reseñados, veremos que la del MUSAC es la Junta de Castilla y León; la del Museo de León, el Ministerio de Cultura; la del Centro Leonés de Arte, la Diputación Provincial; y la de Sierra-Pambley, una fundación privada. En un panorama de disputa exacerbada entre administraciones, que suele abocar al fracaso de numerosas iniciativas en el terreno económico, no deja de ser una auténtica isla que en la materia que tratamos el resultado haya sido tan distinto. Al menos, ejemplar para esas otras competencias entre institutos de tecnología y parques tecnológicos, entre polígonos industriales y plataformas logísticas, entre primera piedra y piedra primera, que tantos titulares ocupan y tan limitado producto aportan. Será la pátina cultural o vaya usted a saber, pero lo cierto es que el desenlace ha sido feliz.
    Para acabar y si de felicidad se trata, nos permitiremos resaltar una cualidad de los nuevos continentes expositivos que no debiera quedar en el olvido: la propia intrahistoria de esos edificios recuperados. El espectador debiera conocer que algunos no fueron concebidos en origen con el actual destino, sino que han vivido una peripecia por cuya memoria se debería velar. La casa de los Sierra-Pambley ya cumple ese propósito, pues al cabo uno de sus objetivos, posiblemente el principal, sea mostrar la vida de la casa y de la familia que medio la habitó. Pero sería justo también que alguien cuidara del espíritu de la vieja ferretería, de los Almacenes Culturales Pallarés o del Salón de las Artes, como se conoció en tiempos al singular enclave de la Plaza de Santo Domingo. Fue una historia que seguramente no merezca los honores de las lápidas que hoy allí se depositan, pero que para una ciudad mojigata y burguesa como la nuestra constituyó todo un capítulo revolucionario. Como una isla entre el Bernesga y el Torío.

Publicado en El Pregonero Digital, febrero 2007