Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

viernes, 27 de noviembre de 2009

CARLA FIBLA y NICOLÁS CASTELLANO: Mi nombre es nadie

LOS AUTORES.

     Carla Fibla García-Sala (Valencia, 1973) es la corresponsal de La Vanguardia y de la Cadena SER en el Magreb, con base en Marruecos desde septiembre de 2001. Nicolás Castellano Flores (Las Palmas de Gran Canaria, 1977) desarrolla su carrera profesional desde julio de 2000 en la Cadena SER. Durante los últimos ocho años se ha especializado en el fenómeno de la inmigración, siguiéndolo en el archipiélago canario y en las costas de la salida de los inmigrantes o en sus países de origen. Su rigor profesional y su humanidad a la hora de informar de este fenómeno le han valido el IX Premio Derechos Humanos del Consejo General de la Abogacía Española en 2007.

EL LIBRO.
     Icaria Editorial publicó este trabajo en 2008. En la edición colaboraron el Instituto Europeo del Mediterráneo, la Casa África y la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo. La peculiaridad de este proyecto es que cede la palabra a los propios inmigrantes para permitirnos comprender las razones y dificultades que hay detrás de cada historia personal. Agrupa en cuatro CD los 30 testimonios recogidos por los dos periodistas en su recorrido por las actuales rutas de la inmigración desde África hasta Europa.
     El audiolibro está prologado por Sami Naïr. Además de la transcripción completa de las grabaciones, incluye cuatro textos de expertos internacionales del fenómeno de la inmigración: Javier de Lucas (Valencia), Mireia Estrada (Barcelona), Amadu Ndoye (Dakar-Senegal) y Jean Pierre Cassarino (Florencia-Italia), que ayudan a comprender el fenómeno enmarcado en sus causas y circunstancias concretas. Así mismo, incluye una amplia introducción para conocer África, el origen de la emigración que nos está llegando. El apoyo visual a los reportajes lo aportan 24 fotografías en color del fotógrafo Juan Medina, ganador del premio World Press Photo por su cobertura de la inmigración en Fuerteventura.
Presentación en León, noviembre 2009

viernes, 20 de noviembre de 2009

Aspecto humanista de los hospitales


    Me cabe el honor de dirigirme a ustedes en este acto inaugural de las IV Jornadas Sectoriales, que organiza la Federación de Sanidad y Sectores Sociosanitarios de CCOO de Castilla y León, y hacerlo con el propósito de observar el hecho hospitalario con una perspectiva menos técnica de lo que las propias Jornadas se proponen; pero a la vez –quiero suponer- sin desmerecer el rigor ni la seriedad que caracteriza al conjunto de ponencias recogidas en el programa. Procuraré que así sea y que este papel de privilegiado telonero que se me ha asignado no les decepcione.

    Les confesaré, en principio, que la denominación genérica con que se bautizó mi intervención, el aspecto humanista del hospital, me resultó un verdadero desafío; me imagino que al igual que a ustedes. ¿Quién soy yo, de profesión comentarista de textos para muchachos y muchachas de la Secundaria y de dedicación sindicalista, para atreverme con semejante asunto? Desde la organización, se me garantizó libertad de cátedra y ello supuso tanto un alivio como un nuevo laberinto, dada la vastedad del paisaje que así se iluminaba. En fin, pensé para mis adentros, si uno ha sido capaz de desentrañar el ritmo interno de un verso endecasílabo, pongamos por caso el conocido “tiritas pa este corazón partío”,  y que esos jóvenes enamoradizos lleguen a comprenderlo, mal se nos tiene que dar para no tener un éxito mediano si nos metemos a fondo en el gran botiquín de urgencias, que al cabo no otra cosa es de entrada un hospital. Por otro lado, cabe considerar que un servidor, seguramente como cualquiera de los presentes, aunque haya honrosas excepciones, acumula ya una acrisolada experiencia como enfermo crónico, que quizá sea el mejor de los salvoconductos para transitar por la siniestra materia sobre la que vamos a tratar. Vayamos a ello, pues.

    En nuestros tiempos mozos, cuando formábamos parte también de la tropa enamoradiza y tanto sufríamos por esa causa, que alguien de nuestro entorno se atreviera a sugerirnos que la salud es lo más importante era interpretado por lo menos bien como una memez, bien como un eco paternal abominable. Por eso, porque éramos ingenuamente dichosos entre otras cosas, rechazábamos así mismo con vehemencia el designio conservador y tradicionalista del refranero, y entre la salud, el dinero o el amor, elegíamos el amor, por dios, el amor, faltaría más. Es decir, sin saberlo nos entregábamos al mal de amores que, como sí es sabido, comparte con el dios Jano, tan vinculado a la obstetricia, ese rostro bifronte que mira por igual a los comienzos y a los finales, al remedio y a la enfermedad. Quizá por esa razón nuestra primera experiencia hospitalaria fue la de la sobredosis, la del intento de suicidio, la del amor desesperado: una llamada a media tarde, unas pastillas, el claxon y un pañuelo blanco asomando por la ventanilla del 127, la incertidumbre y la ansiedad en una sala de espera al lado de un padre-adversario, el lavado de estómago y el cristal blanquecino a través del que se podía observar al fin el cuerpo recuperado de la víctima. ¡Ah! y el capellán, que inevitablemente acudía presto a reconvenirnos a todos por semejante infamia. Meno mal que de todo aquello nos dieron el alta.

    O nos la dimos, que no es lo mismo, tal vez porque crecimos o tal vez porque leímos a tiempo a Jaime Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / -como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante. / Dejar huella quería / y marcharme entre aplausos / -envejecer, morir, eran tan sólo / las dimensiones del teatro. / Pero ha pasado el tiempo / y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, / es el único argumento de la obra”. Esto es así,  qué le vamos a hacer… De modo que de las tiritas y del corazón partío hemos tenido que saltar vertiginosamente a otra dimensión mucho más severa de la existencia, y de forma paralela las visitas a los hospitales se han incorporado también a nuestros itinerarios más comunes. Aunque no se inquieten, hay por fortuna quien piensa de otra manera y nos sugiere revoluciones todavía pendientes, incluso en esto del sanar y del enfermar. Boris Groys, por ejemplo.

    En estas fechas de celebraciones mediáticas por el vigésimo aniversario de la caída del muro, el amigo Boris nos aporta un soplo del Berlín Oriental, donde nació en 1947, si bien ejerce desde hace años como profesor de Filosofía y Teoría de los Medios de Comunicación en la Universidad de Karlsruhe, en la muy occidental y única Alemania. Según su docta opinión, “el valor fundamental de las sociedades capitalistas es la salud. Si se ve hoy el amor con bueno ojos, y ya no es esa tragedia que contaban los románticos, es porque han comprobado que practicarlo es saludable, que hacer el amor reduce el estrés o cosas por el estilo. También en Estados Unidos se considera que es bueno pensar una media hora al día porque ha habido estudios que han demostrado que se trata de una actividad que, siempre que no se abuse, genera unos procesos químicos que son provechosos para la buena salud. No hay otra opción para disentir que reivindicar la infelicidad, la enfermedad, el fracaso, la ruina”. Dejo aquí esta vía abierta y casi inexplorada para cuantos de ustedes quieran aventurarse en el pensamiento de la neomodernidad. No se crean, para cuantos en 1989 fuimos trastornados es todo un consuelo.

    Porque yo, a lo que venía era más bien a hablar del aspecto humanista de los hospitales y va siendo el momento de ajustarse un poco más al prospecto. Miren ustedes, desde este salón de actos que nos contempla, desde este complejo hospitalario, como pretenciosamente lo llaman ahora, heredero de lo que los habitantes de la provincia de León conocían como “la residencia”, merece la pena entretenerse un poco en la geografía hospitalaria de la ciudad. Porque esta ciudad, todas nuestras ciudades al fin y al cabo, se reconoce a sí misma por lugares emblemáticos que son sus verdaderas señas de identidad. Entre ellos, junto a iglesias, casonas y edificios civiles insignes, se deben situar los recintos de salud que a lo largo de la historia han pespunteado la trama urbana y social.

    Los antecedentes de este lugar donde hoy nos encontramos se situaban no en el extrarradio, como ahora, sino en el mismo núcleo de la ciudad. Como nos ha enseñado el muy erudito Juan Carlos Ponga en su libro León perdido, que me permito recomendarles tanto a indígenas como a forasteros, nuestro origen hospitalario “se remonta a las diversas fundaciones que hacen los obispos de León desde el traslado de la sede real de Oviedo a León. La primera se debe al obispo Pelagio en 1084, que funda un hospital para pobres, débiles y enfermos bajo la advocación de la Virgen de Regla. Posteriormente, en 1101 el obispo Pedro funda un hospital con la titularidad de San Marcelo”, y así sucesivamente hasta llegar a nuestro caso, en 1531, cuando se crea el Hospital de San Antonio Abad, puesto bajo la tutela de ese santo y bajo ella llega nada menos que hasta el siglo XX. “Se levantaba entre la cerca medieval (hoy calle Independencia), la iglesia de San Marcelo y el Ayuntamiento”, es decir, como hemos señalado antes, en el presente centro urbano de la ciudad. Tal y como relata Policarpo Mingote y Tarazona, “tenía en su origen la misión de socorrer a los pobres, imposibilitados y peregrinos de otras provincias que a él acudiesen en demanda de hospitalidad, encargándoseles rogaran a Dios por el Rey, el Obispo y el Cabildo. El considerable aumento de la población indigente, la afluencia de trabajadores llegados para ocuparse en las obras del ferrocarril del noroeste, el general estado de nuestra provincia y varias causas más, hicieron que en 1862 la administración de este centro benéfico acudiese a la Diputación Provincial”. Así, por un Decreto de 8 de mayo de 1863 la Diputación quedó obligada a sufragar el déficit y mantener el hospital. Mucho después, en 1919, a causa de la aprobación del ensanche, que incluía la remodelación de la plaza de Santo Domingo, se trasladarían sus servicios a los Altos de Nava, donde hoy estamos, a un nuevo y moderno edificio que no es ya éste, sino el que queda a nuestras espaldas, dedicado en la actualidad a tareas administrativas y a otras cuestiones.

    Quiero resaltar aquí que nuestra ciudad, posiblemente como tantas otras, dispuso en el pasado siglo de una bonita colección de edificios sanitarios, que fue devorada por el hambre depredadora de ediles y constructores en la década de los setenta. Como verán, burbujas inmobiliarias hubo siempre aunque seguramente nunca tan graves como la que ahora padecemos. No eran hospitales, esto es, en origen establecimientos de asistencia gratuita, sino establecimientos de pago que vinieron a denominarse de una manera mucho más amable, sanatorios, un término hoy casi archivado, como aquellos edificios que se comió la especulación y el mal gusto arquitectónico. Resulta oportuno, pues, honrar la memoria de lo que hemos perdido y que también glosa en su libro Juan Carlos Ponga: en la calle Lope de Vega, el Sanatorio Hurtado; en el Paseo de la Condesa de Sagasta, el Sanatorio Eguiagaray y el Sanatorio Néstor Alonso; y en la plaza de las Cortes Leonesas, el Sanatorio Mata. Como su nombre indica y María Moliner define, fueron “establecimientos convenientemente dispuestos para la estancia de enfermos que necesitan someterse a tratamientos médicos, quirúrgicos o climatológicos”.

    ¡Qué tiempos aquellos! Desde que la televisión emitiera la serie Centro médico, a principios de los años setenta, y el doctor Ganon arrebatara el corazón de un sinfín de jovencitas, hasta las actuales peripecias del doctor House y de Urgencias, con George Clooney haciendo lo propio, hay que reconocer que la medicina y los hospitales han avanzado bastante. Incluso las farmacias simulan hoy luminosos supermercados a diferencia de las oscuras boticas. También es verdad, sin embargo, que la fiebre hormonal mantiene sus constantes a pesar del paso del tiempo, lo cual explica –pienso yo- la persistencia del rol del atractivo médico internista. Sea por los estragos que estos personajes han producido entre la población, sea porque uno fue educado en la cultura del antihéroe como mejor terapia, debo confesarles que, de entre toda esa larga serie de series más o menos clónica, mi preferida fue y sigue siendo Doctor en Alaska. Todavía me despierto algunas noches paseando entre alces por las calles heladas de Cicely.

    Y es que hay muchos tópicos y lugares comunes en esto de la trama hospitalaria, y a desenmascararlos contribuirán sin duda los debates que puedan suscitarse en estas Jornadas. Uno de ellos, quizá el más preocupante a nuestro juicio, es el orquestado desprestigio de la sanidad pública, de lo público en general. Ya en la época de estudiantes, un pintoresco profesor de francés, el inolvidable para muchas generaciones y por muchos motivos don Waldo Merino, solía advertirnos del poco respeto que se tenía por los bienes mostrencos, aquéllos que no tienen dueño conocido. De entonces acá la marea ha arrasado numerosas bahías y la tempestad neoliberal, cuyos abusos está provocando abundantes naufragios, no cesa en ese trabajo de zapa para apropiarse de todos los servicios públicos, con la complicidad en numerosos casos de las propias administraciones que, ellas sí, son los auténticos titulares de lo mostrenco por delegación de la voluntad popular. A ello contribuye así mismo un sentimiento funcionario que se ha apoderado de nosotros en el peor sentido de la palabra y una trivialización de las relaciones humanas, a partir de la cual todos o casi todos nos hemos ensoberbecido, a la vez que de un tiempo a esta parte nos hemos convertido indistintamente en profesionales de la justicia, de la sanidad, de la enseñanza o en seleccionadores nacionales de fútbol. De ahí a dar lecciones sólo hay un pequeño paso para el hombre pero un paso gigantesco, de retroceso diría yo, para la humanidad.

    Vivimos cada vez más en una sociedad-basura y parece importarnos cada vez menos. Comida-basura, televisión-basura, bonos-basura, contratos-basura, vuelos low-cost, bazares chinos, hipotecas subprime… Da la impresión de que no existe escapatoria. Incluso, como remacha el periodista Vicente Verdú en su ensayo El capitalismo funeral, “en esta actualidad, los artefactos son planos, las pantallas, las tarifas, las compresas son planas, y hasta el planeta se ha descubierto que también responde a la estampa de lo más plano, transitable e igual. Los cuerpos tienden a la delgadez, la arquitectura o el arte acogen el minimal y las ideologías son sintagmas de tres palabras: «Yes, we can»”.

    De acuerdo con esa línea de pensamiento y teniendo en cuenta los augurios más pesimistas sobre la crisis general que nos ahoga, quienes aseguran que este país será mucho más pobre dentro de una década de lo que lo era diez años atrás, la pregunta que debe inquietarnos a todos aquí es muy simple: ¿podríamos soportar también una sanidad-plana y unos hospitales-basura?

    La respuesta, a mi juicio, es evidentemente que no. Ahora bien, no estamos ni para declaraciones ni para retórica. En nuestra condición de usuarios de los hospitales públicos o de empleados públicos que en ellos prestamos servicio no cabe otra alternativa que la defensa de éste que llaman uno de los pilares del estado de bienestar, la sanidad, que, junto a la enseñanza, el sistema de pensiones y, todavía de modo balbuciente, el sistema de la dependencia constituyen las principales conquistas de nuestro país a lo largo de los últimos decenios. Y para su salvaguarda es preciso reclamar, ahora como siempre, la reconsideración del conjunto del sistema fiscal español, para hacerlo más equitativo, progresivo y suficiente para financiar las políticas que necesitamos; entre otras, acelerar la construcción de centros educativos y sanitarios públicos como contribución al cambio de patrón de crecimiento.

    Permítanme, para acabar, un par de licencias más, que enlazan con el sentido humanista con el que hemos querido nutrir esta intervención.

    La primera de ellas se refiere al reconocimiento de los profesionales que desempeñan su trabajo en centros como éste, que no siempre consiguen el respaldo y ser valorados en su justa medida ni por los gobiernos ni por la sociedad en general. De forma paralela, habrá que romper también una lanza por los ciudadanos y ciudadanas que peregrinan por este edificio mastodóntico, obligados por listas de espera y otros intríngulis a una paciencia digna del santo Job –que, contra lo que algunos afirman, parece ser que sí que hay muchos- y que depositan en ustedes, trabajadores y trabajadoras de la salud, los pasajes más dramáticos de su existencia, desde el buen nacer al buen morir. Así que, si atendemos al significado más literal del término humanista, el que lo emparienta con lo humano, quiero personificar este homenaje en un médico oftalmólogo, ya desaparecido, merced a cuya humanidad y buen oficio uno puede todavía medianamente verles desde esta tribuna y leerles estas palabras. Fue el doctor Fernando Salgado, que en la antigua Residencia Virgen Blanca –el otro precedente de este cuasisantuario- dejó su impronta entre colegas y pacientes.

    Y, por otro lado, si lo que preferimos es echar mano de la acepción que une lo humanista a las personas de gran cultura, justo es y merecido también rendir pleitesía en una Jornada de este tipo, que lleva el sello de Comisiones Obreras, a nuestro anterior Secretario General, José María Fidalgo, médico traumatólogo, leonés y sindicalista ejemplar, con quien tanto y de tanto hemos aprendido. También de sanidad, también de hospitales.

    Muchas gracias.

Ponencia de apertura de las IV Jornadas Sectoriales. Los hospitales públicos de Castilla y León: calidad, servicios y recursos.
León, noviembre 2009

lunes, 2 de noviembre de 2009

LEONARD COHEN: I'm your man

    En ciudades de provincias como las nuestras, los acontecimientos culturales se convierten con facilidad en verdaderos acontecimientos históricos, que quedan grabados en la memoria ciudadana como auténticas conquistas de modernidad. No importa que estos sucesos se produzcan en el ocaso de sus protagonistas o que todo forme parte de un entramado comercial gobernado no se sabe bien con qué intenciones. El caso es que, aunque tarde, nuestras ciudades reciben a veces la visita de los dioses. Nadie olvida, por ejemplo, el concierto de Bob Dylan aquel 15 de julio de 2004 en la provinciana ciudad leonesa, por más que el de Minnesota se marcara una actuación cruda y sin concesiones. Y nadie olvidará tampoco el advenimiento de Leonard Cohen el pasado 31 de julio en el mismo escenario. Como apuntó un crítico agudo –y vale para ambos artistas- es como “contemplar Venecia antes de su hundimiento”.

    Por ese motivo traemos aquí en esta ocasión un disco de Leonard Cohen, I’m your man, que no es ni el último ni el más señalado de su carrera; ni siquiera se corresponde con el grabado en Londres en 2008 con motivo de la gira que le trajo por provincias un año después, titulado precisamente Live in London. No, lo que proponemos es la revisión de la obra del canadiense a través de otras voces y otros arreglos menos erosionados por la decadencia, que aprovechan sus registros, sus melodías y sus textos para demostrar, incluso a quienes no soportaron nunca el tono original del cantante, que la fuente de sus canciones fue y sigue siendo tan nutritiva como refrescante. Porque de lo que se trata en este caso es de la banda sonora de la película del mismo título, firmada por Lian Lunson, que recoge conciertos de homenaje a Cohen, llevados a cabo en el Brighton Festival en 2004 y en el Opera House de Sydney en enero de 2005.

    Probablemente no sea la misma Suzanne la que se vierte desde las gargantas de Nick Cave, Julie Christensen y Perla Batalla. Es posible que parezca otro el Hotel Chelsea donde se aloja Rufus Wainwright. Quizá tengamos la sensación de que es diferente la torre de canciones por la que asciende Martha Wainwright. No importa, la colección es magistral y aparece coronada, nada más y nada menos, que por el propio Leonard Cohen cantando al lado de U2, poniendo de manifiesto una vez más que los clásicos, por serlo, soportan casi todo tipo de lenguajes. El disco reúne además la cualidad de motivar al oyente para retornar al caudal primitivo, es decir, a aquellas canciones grabadas a finales de los años sesenta y primeros setenta, cuando su autor no usaba sombrero, que permanecían escondidas al fondo de nuestra colección de discos de vinilo o en envejecidas casetes. El rito se consumará entonces y comprobaremos que las emociones que fueron en aquellos tiempos siguen surcando no obstante los canales venecianos por donde hoy derivan nuestras existencias.

Publicado en Notas Sindicales, diciembre 2009

lunes, 12 de octubre de 2009

¿Desarrollas o sostienes?

    Una lógica borrosa se desliza desde el pensamiento hacia el lenguaje y provoca matrimonios semánticos en apariencia nada convenientes. Existen ejemplos líricos de gran sonoridad y sugerencia, como las heladas negras o las tormentas secas. Del mismo modo, descubrimos también parejas paradójicas en las descripciones de la épica moderna cuando se habla de guerras humanitarias o del fuego amigo. Y, claro, tampoco faltan ejemplos en la prosa analítica del porvenir económico mundial, para el que entre otras fórmulas opacas se dice que ha de apoyarse en el desarrollo sostenible.
 
    Lo cierto es que a lo largo de la historia de la humanidad el progreso ha seguido rumbos que en muchos sentidos han puesto en jaque su propia continuidad. Ello se ha hecho especialmente perceptible  y casi insoportable en estos tiempos salvajes, cuando el planeta parece al borde de la asfixia y, sin embargo, todos, cada vez más, seguimos aspirando a un mayor desarrollo: los países de la élite para mantener su posición de privilegio, los emergentes para consolidar su despegue y los condenados para animar una mínima esperanza. Crecer es el objetivo así en las grandes magnitudes como en las cortas distancias; más aún cuando el capitalismo, o lo que sea, se ha convertido por fin en la ideología dominante, o lo que sea, si no en la única.
 
    En ese contexto, conocidas por otra parte las orgías y perversiones que han estado a punto de conducir al sistema a su propia inmolación, pensar que desarrollo y sostenibilidad son conceptos compatibles resulta casi una ingenuidad. Posiblemente una ingenuidad obligatoria porque, a pesar de que en numerosas ocasiones el lema del desarrollo sostenible no sea más que un eufemismo cosmético, no queda otro remedio que agarrarse a él como a un clavo ardiente. Ahora bien, si ha de ser así, será mejor que definamos los términos con la mayor de las precisiones y que valoremos en ese instante si estamos dispuestos a asumir el peaje no sólo lingüístico.
 
    Por ejemplo, todo progreso social lleva consigo un importante coste energético, el cual, para ser verdaderamente sostenible, ha de atender a tres ámbitos: el económico, el social y el medioambiental. Y no vale acentuar el interés sobre alguno de ellos para orillar a los otros, pues el equilibrio entre los tres es condición necesaria para sostener el conjunto sin hacerse trampas. La cuestión no es si se debe cerrar o no Garoña sólo por razones de pura militancia u oportunidad política, si los parques eólicos deben elevarse al cielo a toda costa con independencia de los vericuetos en la tramitación de sus licencias o si el carbón debe seguir quemándose por motivos de subsistencia de las cuencas… En cualquiera de estas materias, como en lo solar o en el petróleo, la clave está en discernir si los pilares económico, social y medioambiental se sujetan en adecuada armonía, porque de lo contrario no hay arbotante que lo soporte. Y aún más: ¿hasta dónde estamos dispuestos a afrontar el coste que ello conlleva, ya sea a título individual o colectivo?
 
    Bajo ese planteamiento y en medio de los temporales que sacuden al mundo, muy en particular a España y a los españoles, este país requiere con urgencia determinar tres escenarios: el mix, la política y la dieta energética. Es decir, la combinación de fuentes de energía, su planificación y los límites con los que puede gestionarse hoy y en el futuro el derecho esencial a la energía, conforme sobre todo a su ahorro y eficiencia. Naturalmente, ello tiene también mucho que ver con el modelo productivo por el que vayamos a apostar, una vez agotado el monopoly en que se había convertido nuestro patrón de crecimiento por antonomasia. La Ley de Economía Sostenible que a tal fin prepara el Gobierno debería por ello coordinarse con el contexto señalado antes y con los principios enunciados más arriba, ya que de no ser así se estaría alumbrando –nunca mejor dicho- una nueva decepción. Además, tanto la Ley como los escenarios pendientes deberían contar con la participación de los agentes sociales al lado de todas las administraciones como garantía para su máxima cohesión. Sin ir más lejos, el tipo de empleo que vaya a determinarse en función de este nuevo mapa constituye, a nuestro modo de ver, el núcleo social que, como hemos dicho, conforma al lado del económico y medioambiental un verdadero desarrollo sostenible.
 
    Por todo ello, una sola ojeada al Proyecto de Ley basta para producir desasosiego. Se echan en falta en él, junto a otros aspectos que no vienen ahora al caso, líneas de actuación estratégicas como la gestión forestal, depuración y reutilización de aguas; no contiene tampoco medidas para el fomento de una política sectorial activa que venga a incrementar el peso de la industria en nuestra economía, reforzando de paso el tejido productivo y promoviendo nuevos procesos industriales; y no incorpora ni las medidas necesarias para reactivar la economía, ni un marco regulador de la política energética unido a la revisión del modelo tarifario y de primas a la producción, ni la variación en la intensidad de las reformas del sector turístico para asegurar su pervivencia en condiciones sanas.
 
    Esto es lo que hay, parece ser. Los textos legales se escriben con una lógica que generalmente no es ni cartesiana ni borrosa, y su redacción, a la inversa de lo que cabría esperarse, no va del pensamiento al lenguaje sino al revés; por eso resultan vacíos en demasiadas ocasiones hasta que los reglamentos y desarrollos posteriores los andamian debidamente. A tiempo estamos, pues, para que los legisladores se formulen al menos la pregunta que da título a esta tribuna y hurguen con ella en el meollo del articulado para modificarlo. Porque puede ocurrir que, en caso contrario, ni siquiera tenga sentido la disyuntiva y aquí no desarrolle ni sostenga ni dios.

Publicado en El Mundo de León, 13 octubre 2009

martes, 23 de junio de 2009

Pensar la Ciudad 2009 (Conclusiones)


    ¿Reflexionar sobre el entorno ciudadano, con el iluso y platónico propósito de “salvar la polis”, es pertinente con el quehacer de un ateneo cultural fundado por un sindicato de trabajadores y trabajadoras?

    A nuestro entender, es de lo más oportuno. Porque los trabajadores y trabajadoras somos asimismo vecinos y vecinas que hemos de padecer las consecuencias de la dejación que algunos electos hacen de su obligación de defender el interés público: en los últimos veinte años, muchas ciudades españolas se están desarrollando siguiendo el modelo urbanístico anglosajón de edificación dispersa, cuyas consecuencias indeseadas son los excesos en cuanto a exigencia de territorio, dimensión de las redes de transporte y uso masivo de vehículos, despilfarro de energía y elevada contaminación. Además, este modelo separa a las poblaciones por sus niveles de renta y conduce por lo tanto a una pérdida de la cohesión social de los habitantes de las ciudades.

    ¿Son conscientes los políticos locales de las consecuencias del modelo al que nos arrastran? Posiblemente no: muchos de ellos no leen, no se informan, no acuden a conferencias sobre estos temas. No son verdaderos políticos, son acomodados contables de la gestión pública, tan cómodos que cada vez la vacían más a favor de alguna empresa privada.

    El modelo de urbanizaciones dispersas, controvertido ya hasta para el Gobierno (Ministerio de Medio Ambiente, Fiscalías), está sin embargo de moda entre algunos políticos a los que parece no preocupar sus consecuencias. En su mundo de dirigentes, los arrogantes beneficiarios del poder cuatrienal se ven más próximos a los grandes empresarios que a la base de los trabajadores y trabajadoras que constituyen la ciudad como hecho social. Si la urbanización dispersa es el modelo del constructor ávido de beneficios, automáticamente pasa a serlo del político acomodaticio: los supuestos pares hacen frente común.

    El hecho urbano necesita, pues, de la implicación de los ciudadanos y ciudadanas que sientan como posible un mundo más justo, humano, solidario, tolerante y sostenible, frente a quienes sitúan su particular beneficio económico por encima del bienestar de la mayoría y frente a los dóciles que regalan a terceros algo que les fue confiado a ellos: el voto para que hicieran de nuestras ciudades un lugar más habitable.

    Pensar la ciudad es un proyecto suscrito por el Ateneo Cultural “Jesús Pereda” de Comisiones Obreras y en el que colaboran la Obra Social de Caja España, el Ayuntamiento de León y la Fundación “Sierra Pambley”. Con él, tratamos de sentar las bases para abordar la tarea de definir el modelo de ciudad que queremos los y las habitantes de León. Antes de que sea tarde, porque en esta ciudad aún estamos a tiempo de pensar y redefinir el modelo urbano.

    Durante 2009 estamos desarrollando un ciclo de conferencias desde dos ejes imaginarios: el global, con el filósofo Francisco Jarauta, el geógrafo Emmanuel Rodríguez y la arquitecta Almudena Sánchez Moya -ambos del Observatorio Metropolitano de Madrid (OMM)- t el juez José Manuel Buján; y el local, con la periodista Ana Gaitero y el abogado urbanista y arquitecto Nicolás Astiárraga.

    De lo escuchado resumimos que el debate del futuro de la ciudad se plantea en tres aspectos, relativos a su forma, función y cohesión social, cada uno de los cuales plantea un dilema para la ciudad: el primero si ha de ser compacta o dispersa; el segundo si compleja o especializada; y el tercero si ha de integrar o segregar a los grupos sociales urbanos.

    Aludiendo a las charlas, los representantes del OMM nos anticiparon su intervención con un titular de prensa esperanzador: “León puede ser sostenible si hay intención política y demanda ciudadana” y expusieron después, con profusión de detalles, el cúmulo de inconvenientes que acarrea el sobredimensionamiento de la ciudad dispersa, con el ejemplo de lo que está sucediendo actualmente en la capital española.

    Entre tales efectos de la dispersión urbana, expuso después la periodista Ana Gaitero refiriéndose a la primacía del coche en la ciudad, ésta “se muestra hostil a todas las personas frágiles o sobrecargadas; a quienes tienen alguna discapacidad o enfermedad, a las personas mayores, a los niños y a las niñas y a las mujeres; es decir, a la gran mayoría de la población”. Añadió que “se pierde la esencia de la ciudad tradicional: el contacto, el intercambio y la comunicación proyectados en el espacio público son sustituidos por la casa y los espacios privados de ocio, compra, transporte, etc.”, y propuso “herramientas para el cambio”, tales como “evitar que el centro histórico se convierta en ciudad de turistas ajena a la ciudadanía local”, “utilizar la calle como lugar de encuentro y no sólo de paso... un espacio de socialización positivo” o “recuperar la memoria de la ciudad... y generar apego al barrio”.

    El profesor Jarauta incidió en que el tiempo de los proyectos aislados y grandiosos, los llamados “edificios marca”, ha pasado. Y en su lugar propuso proyectos a la medida de las necesidades de la ciudad, lo que suponía hacer políticas favorables a la gente joven, los inmigrantes, las personas mayores, las mujeres... para construir una ciudad solidaria y que produzca efectos de vida. En ese contexto “es tan importante una escuela como un gran museo”, añadió, reivindicando la “utopía del barrio”.

    De sus intervenciones nos queda la idea de que la ciudad no tiene por qué convertirse en un parque temático exánime cuyo fin es el turismo y el negocio sino en un espacio vivo y favorecedor de vínculos, intercambios e interdependencias entre sus habitantes, la “ciudad de las personas” (A. Gaitero).

    Pero ha habido otra idea relevante. Ante el reto de si “otra ciudad de León es posible”, tanto Gaitero como Astiárraga, dos profesionales reconocidos, ajenos al quehacer político, subrayaron lo determinante de la implicación ciudadana para lograrlo. La primera hizo un repaso de las numerosas experiencias municipales de participación ciudadana (promovidas o mantenidas por gobiernos locales de distintas formaciones políticas) y el segundo incidió en la misma necesidad y llegó a proponer la constitución en León de un “Foro de la ciudad”.

    Aún nos resta escuchar las ideas del juez Buján que se centrará en el respeto a la legalidad y la ética de los responsables del desarrollo urbano. No obstante, ya podemos adelantar nuestro apoyo a la propuesta de creación de una plataforma ciudadana que se plantee el reto de pensar el modelo urbano: un foro abierto, más proactivo que reactivo, multitemático, respetuoso de normas e instituciones... y no partidista pero sí político, porque de “salvar la polis” se trata.

Firmado junto a Carlos Pérez-Alfaro y publicado en El Mundo de León,
julio 2009

martes, 2 de junio de 2009

PACO IBÁÑEZ: Paco Ibáñez canta a los poetas andaluces

    Entre otros acontecimientos singulares, el año 2008 se cerró con una banda sonora imperecedera. Paco Ibáñez publicó el que es hasta la fecha su último disco, que viene a ser algo así como el mismo disco de siempre pero sin ser nunca el mismo disco de siempre: Paco Ibáñez canta a los poetas andaluces. Del catálogo de cantautores españoles, Paco Ibáñez es sin duda alguna el que mejor se conserva y el que mejor pervive de todos ellos. No necesita servirse de giras entre amigos ni iluminar sus actuaciones con miles de vatios y un coro de señoritas reforzando su voz para mantenerse en la mejor de las formas. Quizá sea porque ya era viejo desde el principio y su voz cavernosa no ha requerido, como la de otros, ajustes en los tonos. Quizá su repertorio sea el que menos reclame adaptaciones a los nuevos tiempos, precisamente porque es clásico y eterno como la literatura misma. Quizá todo se deba, sin más, a que siempre fue un hombre austero pegado a una guitarra, como los auténticos juglares. Todo ello vuelve a ponerse de relieve en este disco.
   
    Precisamente, el cancionero de Paco Ibáñez se inauguró allá por la década de los 50 con un texto de un poeta andaluz: “La más bella niña” de Luis de Góngora. Desde entonces, a lo largo de más de medio siglo, su contribución a la difusión popular de la poesía española ha sido decisiva, sólo equiparable, en nuestra opinión, a la alcanzada por Joan Manuel Serrat en los casos de Antonio Machado y Miguel Hernández. Sin embargo, en el primero la raíz poética resultó mucho más sustancial y constante hasta nuestros días, posiblemente a causa de la ausencia de una veta textual propia, que para el segundo fue todavía tanto o más importante. Así las cosas, el repertorio de Ibáñez se nutrió de una lírica ya contrastada en los libros, para la que, no obstante, demostró conocimiento, sensibilidad y altura musical para adaptarla al nuevo medio con respeto escrupuloso y sin la más mínima concesión comercial.

    Por lo tanto, nada mejor que reafirmar nuestra militancia en el cantante y en su obra, parte de la cual se nos presenta ahora de un modo más unitario, con nuevos aires y en una versión que puede ser la definitiva. Se agrupan en el disco veinte canciones reconocibles y cuatro nunca grabadas antes, todas ellas con la firma de poetas andaluces (Góngora, García Lorca, Machado, Bécquer, Alberti, Cernuda y Fanny Rubio), más los “Andaluces de Jaén” de Miguel Hernández. Viene a unirse así a un afán compilatorio que produjo otra gran entrega hace ahora siete años, cuando el juglar retomó otros poemas dispersos para dar a luz su disco Paco Ibáñez canta a José Agustín Goytisolo. Pareciera, pues, que a los 75 años nos obsequia con algo así como sus memorias artísticas, por más que como él mismo indica aún está en el camino. Y, en fin, con su audición se demuestra de nuevo que no hubo golpe más bajo que aquella sentencia que proclamaba que eran los nuestros malos tiempos para la lírica.

Publicado en Notas Sindicales, julio 2009

sábado, 16 de mayo de 2009

Para Blas Capilla

    La vida cotidiana de un Sindicato se teje con palabras y con muy abundantes reuniones. Nos pasamos las horas, los días, los meses de cita en cita, intercambiando pareceres, debatiendo con nosotros y con nuestros contrarios, exhortando a la acción a nuestros compañeros y compañeras, redactando plataformas, defendiendo propuestas, conspirando incluso. No es común, sin embargo, que expresemos nuestro lado sentimental ni que nos convoquemos para actos en los que prevalezca la camaradería en el sentido más lírico, pues en apariencia no resulta propio de aguerridos sindicalistas. Pero es verdad que entre nosotros, a fuerza de complicidades y del mucho tiempo en común, acaban trazándose lazos de amistad o de enemistad muy profundos. Decía nuestro anterior Secretario General, José María Fidalgo, que no es casual que sea entre los cuadros sindicales, en particular cuando se comparten tareas de dirección en los niveles que corresponda, donde uno hace los mejores amigos y también los más duros enemigos.
 
    De lo primero fue buena muestra el almuerzo que mantuvimos el pasado dos de mayo junto a Isaac Maurín, Antonio Bas y Edilberto López, una sencilla comida de amigos junto a los que nos precedieron en las responsabilidades que hoy nos toca soportar a otros en las Comisiones Obreras de León. Blas Capilla seguramente se hubiese sumado dichoso a ese cocido maragato y lo habría sazonado con su bonhomía y con más de un chascarrillo. No solía él pasar desapercibido ni en los momentos de acción ni en los festivos. Quizá por esa razón este acto de hoy, salvando las distancias evidentes con el de quince días atrás, sea todavía un mejor ejemplo de justicia emotiva y de comunión en los ideales. Precisamente porque su protagonista en este caso está ausente. Sin duda contra su voluntad.
 
    No obstante lo anterior, Blas eligió conscientemente abandonarnos de una manera callada, sin memoriales ni otros teatros propios de los ritos funerarios. Eso quiso y así fue. Pero también es verdad que en cuantos le convivimos nos quedó algo así como una deuda pendiente, la sensación de que era necesario, a pesar de su deseo, poner de relieve con todos los estandartes que había portado en vida tan importante pérdida. Fueron sus compañeros más cercanos los primeros en advertir esa necesidad; su familia lo comprendió de inmediato y únicamente solicitó un plazo de respeto; por último, el Sindicato lo asumió con unanimidad y se aprestó para llevarlo a cabo. De este modo hemos llegado al día de hoy con este acto tan inusual como inexcusable, tal y como hemos ido comprobando a medida que le íbamos dando forma y contenido.
 
    Así que aquí estamos, amigo Blas, más o menos los de siempre, los que te echamos de menos y los que nos consolamos con tu memoria, como cantaban las coplas medievales, sabedores en fin de que nadie es imprescindible, salvo aquellos que como tú luchan toda la vida. Por ese motivo nos hemos adueñado de la cita de Bertolt Brecht, que siempre tuvimos en la cabeza pero que nunca supimos encarnar en nadie concreto hasta que tú nos diste la oportunidad. Y por eso también te hemos preparado esta reunión, creemos que de tu gusto, casi como una asamblea, con los oradores justos y con un vino de colofón porque seguramente no nos los hubieras perdonado si lo llegamos a olvidar.
 
    A mí, por otro lado, me correspondería en este turno realizar el panegírico sindical, pero me vais a permitir un ejercicio de deformación profesional que confío en que me sepáis disculpar, sobre todo porque con ello voy a ir concluyendo.
 
    En el capítulo LVIII de la segunda parte del Quijote, el ingenioso hidalgo da algunos consejos a su escudero y le dice lo siguiente: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Que Blas Capilla aventuró su vida por la libertad y por otros derechos no nos cabe ninguna duda. En cuanto a la honra, un concepto que ha envejecido bastante mal, creo que esta convocatoria demuestra que así fue en efecto, pues basta con releer la tercera acepción que el Diccionario de la RAE indica al respecto para reconocerlo: Demostración de aprecio que se hace de alguien por su virtud y mérito.
 
    Sinceramente, ése ha sido nuestro ánimo al preparar este acto, con el que hemos querido sobre todo expresar la estima, el respeto y el aprecio que nuestro compañero despertó siempre en todos nosotros. Le honramos y nos honramos.

Acto de homenaje al compañero Blas Capilla, León 16 mayo 2009

jueves, 23 de abril de 2009

2009: Frente a la crisis

    El aire festivo del 1º de mayo se atenúa en este año 2009 y refuerza todavía más el tono reivindicativo de una jornada que, como ha sucedido a lo largo de los ya muchos años de su historia, persigue sobre todo clamar por los valores de paz, libertad y justicia social, por la defensa de los derechos humanos y por la extensión de los derechos sociales y sindicales en todo el mundo.

    Sin embargo, la sombra de la crisis económica, que nos persigue como un invierno severo y de incierto final, se proyecta necesariamente sobre los lemas del Día del Trabajo, que al cabo son reflejo de la realidad y de nuestro empeño por transformarla, para hacer de esta fecha un momento importante de denuncia, de lucha y de propuesta. Frente a la crisis: empleo, inversión pública y protección social, ésas son las claves que en opinión de los dos sindicatos mayoritarios en la provincia, en la región y en el conjunto del Estado definen sobre todo el sentir de los trabajadores y trabajadoras en estos momentos. No nos corresponde a nosotros hacer sangre de las responsabilidades, por otra parte perfectamente identificadas y denunciadas; más bien ése es el deber de los gobiernos y de la justicia, perseguir y liquidar a los usureros y a los cegados por la codicia, siempre y cuando gobiernos y justicia estén limpios de polvo y paja, que más nos vale. Lo nuestro –lo hemos demostrado así sin desmayo durante todo el periodo democrático– es construir sociedad desde la perspectiva laboral y también desde la sociopolítica, asegurando mayores niveles de igualdad y de justicia social para conquistar un futuro de progreso. Por ese motivo, en nuestras pancartas no luciremos los nombres ni los rostros de los culpables del desastre, aunque tengamos razones sobradas para ello, ni gritaremos consignas desairadas, por más que sepamos de dónde nos vienen los malos aires, ni será la masa obrera quien hagan tambalearse en esta ocasión las columnas del sistema, pues ya se encargan de ello los neoliberales y los profesionales del capitalismo. Ni siquiera se escuchará de nosotros una proclama a favor de la huelga general, tal y como desearían muchos empresarios, en particular la cúpula de la CEOE, para favorecer su nuevo papel de lobby frente al Gobierno y de opositor al espacio clásico de la negociación.
   Por el contrario, una vez más desde la responsabilidad y desde la unidad de acción, lo que CCOO y UGT planteamos en este día es el itinerario posible y, desde luego, el único admisible para que nada más salte por los aires. No es un planteamiento de máximos, al estilo de las viejas recetas fracasadas que escuchamos desde el flanco patronal, ni es complaciente con las simples medidas paliativas que en muchos casos es lo único que recibimos desde las administraciones públicas. Si existe salida del laberinto, habrá de llegar indudablemente desde un nuevo empleo, en un nuevo contexto productivo bien alejado del formato de casino de la última década; habrá de transitar por la inversión pública procedente tanto del Estado como de las Comunidades Autónomas, lo que significa romper con el tabú del déficit e impulsar políticas fiscales menos graciosas con los más favorecidos; y habrá de contemplar necesariamente la protección social de cuantos en mayor grado padecen las consecuencias de la crisis y de los colectivos menos privilegiados.

    En progresión creciente, las más de 34.000 personas desempleadas en la provincia leonesa son las primeras que deberían beneficiarse de este programa de acción. Pero a su lado, evidentemente, se situaría el conjunto de pequeñas y medianas empresas, la legión de falsos autónomos y todos los afectados por expedientes, concursos y demás situaciones de incertidumbre; es decir, la mayor parte de nuestro sistema productivo provincial. Después de más de un siglo esperando una revolución industrial que nunca ha llegado a estas latitudes, sensato es reconocer que los viejos modelos están agotados y que es necesario alumbrar un nuevo patrón de crecimiento. Por desgracia, el derrumbe financiero y otros pecados han limitado el desarrollo de algunos embriones que habían empezado a crecer en nuestra geografía, pero no nos cabe duda de que el futuro deberá perseverar en esa línea. Nos referimos a los proyectos tecnológicos y energéticos, a las infraestructuras logísticas y del transporte, a la renovada fe por la innovación y por la ciencia lanzada desde el mundo universitario. Junto a todo ello, urge insistir en el desarrollo rural, en las estrategias de sostenimiento de la población, en el impulso de la formación y en las redes de atención social que deben ser construidas sobre todo desde lo público. A nuestro modo de ver, todo ello aconseja más que nunca la ampliación del formato del diálogo social hasta un tercer nivel, el provincial, donde implicar a las administraciones locales con competencias y presupuesto en esas materias y coordinar sus resultados con el que pueda derivarse de otros foros más generales. En ese sentido, un pacto de Estado por el empleo y por la economía productiva, con implicación del Gobierno central pero también de los gobiernos de las 17 Comunidades Autónomas, se revela absolutamente imprescindible.

    Los datos con los que hoy contamos nos indican que no otro es el camino para salir de este invierno económico. Probablemente eso no signifique entrar de nuevo en la primavera, para lo cual todavía habrá que salvar otras dificultades, pero nos situaría en condiciones de conseguirlo. Frente a ello, repetir moldes, nombres y fórmulas que se han descubierto como ruinosas sería un suicidio social colectivo.

Publicado en Diario de León, 1 mayo 2009

martes, 21 de abril de 2009

VÍCTOR PEÑA: Hora décima


     Sobre el escenario del gran teatro del mundo los personajes deambulan y anhelan compartir con los espectadores su peripecia personal. Aunque, si bien se mira, tal vez no sea tanto suya como de unos autores que escriben teatro para sentirse hacedores de algo, demiurgos, más o menos como cualquier ser humano, sea éste agricultor, prestamista o policía municipal. El caso es que todo en la vida discurre sobre un escenario y cada cual encarna el papel del que en apariencia se es merecedor; a veces incluso por encima de las propias posibilidades, lo cual en el género dramático acostumbra a considerarse sobreactuación y no suele despertar buena crítica; a veces, tristemente, por debajo de las posibilidades, y en ese caso surge la tragedia.

     De modo que el catálogo es extenso, al menos tanto como los siglos de historia del acontecimiento teatral, es decir, de la vida misma. Así, ocurre que pudimos haber sido reyes de Tebas o hijos ciegos por el destino, en cuyo caso habríamos ocupado un lugar insigne en los altares del psicoanálisis y en toda biblioteca que se precie. De haber sido donjuán o burlador, que parece lo mismo pero no es igual, se nos venerarían en las bibliotecas escolares y retornaríamos eternamente a la escena cada mes de noviembre. Y, en fin, nos cabría haber sido un tal Godot, con lo cual, además de resultar tediosos, hubiéramos generado un número importante de tesis doctorales. Pero no, nada más lejos: nuestro autor, ese nombrado Víctor Peña, ha querido que seamos simplemente hombre y mujer, si bien en un acto de generosidad que él sabrá a qué atribuir ha osado apellidarnos y escribirnos como mujer-bufanda y hombre-hambre.

     Sepa pues el lector (o el espectador, que ya veremos si llegamos a ser materiales en alguna ocasión) que este Peña es un simbolista de mucho cuidado, porque además de servirse de tan vistosos patronímicos, nos coloca en medio de un decorado con barrotes metálicos, una ventana con imágenes, alambradas y muñecos de peluche. Y si todo ello no fuera suficiente para tras un primer vistazo situarse en alerta ante la representación, hete aquí que el texto progresa aderezado por voces en of, sonidos de bombonas de oxígeno o relojes insensibles para los que no existe otra hora que la décima. De esta forma se plantea, por lo tanto, nuestro argumento, una historia deprimente en la que realidad y memoria se persiguen y confunden a sí mismas, en la que ella y yo pretendemos una mínima dosis de ternura pero acabamos siendo patéticos, y donde casi no hay espacio para la esperanza si no fuera porque nos emocionan todavía las canciones de Rubén Blades, por más que sea Maná quien las interprete en este caso.

     Cuentan de nuestro autor que practica un realismo esquizofrénico –que ya les vale a los críticos a la hora de inventar etiquetas– y que la condición del ser humano constituye el objetivo de sus miradas. Debe ser así, en efecto, porque nuestra obra es evidentemente realista, aunque no de ese realismo sucio que gusta a los adolescentes; porque es altamente esquizofrénica como medio de exploración y no hasta el punto de convertirse en patología; y porque la condición humana, la mía, la de la mujer, esto es, la de cualquiera, sea traficante de armas o funcionario, se expone ante la platea como un verdadero animal en el momento de su disección. Y en ese instante lo que ven los ojos del que mira no es precisamente complaciente.

     Pero, en fin, qué es lo complaciente cuando se pierden guerras, desparecen hijos o la desnudez de los cuerpos sólo permite descubrir cicatrices. En esos casos, dicen, uno sólo se complace en la memoria torcida y en la reescritura de los renglones desviados. Ella y yo lo sabemos bien. O nos los ha hecho saber ese Víctor que nos golpea con nombre tan ostentoso. Ese Víctor escritor que muestra un pulso literario de tal calibre que es capaz de filtrar géneros para elegir en cada caso el formato más adecuado a sus fábulas. No es extraño que en este caso haya elegido el teatral, tan alejado de la afectación, de las digresiones y de otros vicios de la literatura triunfante. Aquí solamente hay palabra seca, acción explícita y movimiento tosco. Todo lo demás viene sobrando. O casi todo, porque al cabo la ornamentación le corresponde al espectador/lector que nos acomoda a sí mismo y nos reinterpreta. Cuando esto sucede, casi como si se tratara de un místico arrebato, del patio de butacas o del sillón orejero emerge la figura curiosa del espectador/lector/actor, ese ser estudiado por la entomología que delira de leer. Y ya en el colmo de la insensatez, si la abducción que todo escritor persigue llega a su extremo, lo que semejante éxtasis genera es la eclosión del espectador/lector/actor/autor. Exactamente aquello que pretende provocar en su alambique literario nuestro Peña para ser absolutamente esquizofrénico.

     Si lo dijo Borges, que es el supremos bibliotecario, qué no vamos a mal decir nosotros: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido”. Por eso, a pesar del delirio de la trama, la obsesión principal que venimos a expresar es la pervivencia del recuerdo, el último reducto de la existencia. “Busquemos, busquemos. ¡No olvidar! ¡No olvidar!”, gritamos en el desenlace cuando ya de la mujer y del hombre sobreviven únicamente las voces, ecos sombríos en un escenario sin luz. Más o menos lo que podría ocurrirle a cualquiera, fuese uno sindicalista, editor o alcalde, que tanto da.
Presentación del libro en Valladolid, junio 2009
Prólogo a la obra del mismo título, de la que fue autor Víctor Peña,
publicada por Eje Producciones Culturales, mayo 2009

sábado, 21 de marzo de 2009

Esplendor y decadencia de los museos

    Durante los últimos veinte años, coincidiendo con ese estado gaseoso en el que se acomodó la sociedad occidental, se crearon en Europa más museos que nunca en su historia. El urbanismo global erigió un nuevo icono imprescindible como elemento tractor de masas, movidas en este caso por el afán de consumo con vitola intelectual. En España, a rebufo de lo ocurrido con el Guggenheim bilbaíno, a lo largo de la última década del pasado siglo y primeros años del actual, se estableció una notable competencia entre las comunidades autónomas y sus ciudades para albergar sedes museísticas y establecimientos culturales singulares, como auténticas catedrales de la neomodernidad. El Gobierno de Castilla y León se sumó a esta carrera con la puesta en marcha de tres museos propios de referencia, más un cuarto en ciernes: el Museo Etnográfico de Castilla y León en Zamora, el Museo de Arte Contemporáneo (MUSAC) en León, el Museo de la Siderurgia y de la Minería en Sabero y, próximamente, el Museo de la Evolución Humana en Burgos. Y, cómo no, la provincia leonesa, tan rezagada en otras materias, copió el modelo y amplió su álbum con algunos cromos bastante vistosos, que culminará en estos días con la inauguración del muy sorprendente para estos pagos Museo Bíblico y Oriental: Fundación Vela Zanetti, Centro Leonés de Arte (CLA), Museo de la Radio en Ponferrada, Museo Etnográfico de León en Mansilla de las Mulas, Casa-Museo Sierra Pambley, etc.

    A pesar de que en 1994 la Junta de Castilla y León promulgó su Ley de Museos como un loable intento de ordenar la política museística en la región y coordinar tanta diversidad en un momento de esplendor, lo cierto es que nada o casi nada en esa intención se llevó a la práctica. Por el contrario, la amplia y variopinta relación de titulares públicos, privados, eclesiásticos… y la ausencia de nexos de colaboración han acabado convirtiéndolos en islas a la deriva y, en ocasiones, al borde de la colisión. Así, lo que pudo ser una marea cultural provechosa desembocó en un enjambre sin concierto, en evidentes desequilibrios entre presupuestos y ofertas, en trato injustificadamente desigual desde sus entidades matrices y, a veces, en situaciones administrativas complicadas. Eso sucede, por ejemplo, con el Museo de León, cuya gestión corresponde a la Junta, pero la titularidad del edificio y de la mayor parte de las piezas es estatal. Como tampoco parece fácil de explicar , por citar otro ejemplo elocuente, que los presupuestos del año 2009 prevean para los veintisiete centros de que dispone la Junta (9 museos provinciales, 9 bibliotecas y 9 archivos) una cantidad global de 600.000 € en el capítulo de actividades, mientras que el Museo de Sabero vaya a recibir él solo 900.000 € para el mismo fin; eso sí, vía Fundación Siglo.

    Porque ésa es, probablemente, una de las claves del desconcierto: las fundaciones. A nuestro entender, son la Fundación Siglo, gestora de los museos, y la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León el verdadero cerebro y mano ejecutora de la Consejería de Cultura, a quien suplantan en teoría por razones de eficacia, pero que al cabo resultan entes nada transparentes y con políticas a la carta. Tanto es así que el recién dimitido director del MUSAC, Rafael Doctor, no era tal, sino Jefe de la División de Arte Contemporáneo de la Fundación Siglo. La misma que ahora ha decidido emplear sus recursos en su nueva niña bonita, el Museo de la Evolución Humana, y abandonar a su suerte la apuesta estrella anterior, el MUSAC. Nada nuevo, pues del mismo modo obró con éste respecto a su precedente, el Museo Etnográfico de Zamora. Claro que no es lo mismo dejar a la intemperie museos clásicos, con obra de valor contrastado y por tanto perdurable, que a otros de arte contemporáneo, que mueren por inanición al no poder adquirir obra nueva de relevancia. Un problema todavía mayor si atendemos a los entresijos tóxicos del mercado del arte contemporáneo, condicionado por vaivenes más financieros que propiamente artísticos, lo que hace que en muchos casos las colecciones de esos museos estén sometidas a valoraciones relativas y por tanto efímeras.

    Precisamente por todo ello nos preguntamos ahora cuál va a ser el futuro del MUSAC. Su irrupción en el mundo cultural no estuvo exenta de controversias y, a pesar de que contó con barra libre desde la administración regional, necesitó también de andamiaje externo para sostenerse frente a los prejuicios. De hecho, CCOO hizo público su respaldo en las fechas de su exposición inaugural, “Emergencias”, abril de 2005. Siguieron luego derroches, propuestas sugestivas, innovación, exposiciones de calidad irregular aunque siempre al menos con un eje extraordinario… hasta el punto de que en la actualidad nadie, ni crítica ni público, discute su éxito y su importancia. Ahora bien, después de tanta abundancia, ¿sabrá nadar en la estrechez? Es ya evidente que su anterior director ha demostrado que no, superado al parecer por un stress que para sí hubieran querido muchos de sus empleados. Y yendo más allá todavía, ¿se puede admitir sin castigo y sin sonrojo el giro de la política cultural de la Fundación Siglo o, lo que es lo mismo, de su subsidiaria Consejería de Cultura? ¿Quién y por qué ha decidido romper juguete tan valioso, en el que tanto dinero público se ha invertido?

   En fin, el invierno económico que todo lo asuela y que nos hace más pobres de día en día arroja sus borrascas también sobre las lápidas, los lienzos preciosos, los bichos disecados y cuanto habita en nuestros museos. Corto es el camino que va del fulgor a la decadencia. ¿Habrá llegado entonces el momento de que alguno de ellos cierre sus puertas y que sus piezas busquen acomodo en los supervivientes? Parece duro pensar así, pero tampoco es descabellado llegar a la conclusión de que, después de una época de desenfrenada reproducción, la nueva realidad imponga la selección en la especie. En ese caso, el debate necesario pasa por acordar de modo racional el baremo con que haya de producirse semejante decantación: ¿la calidad de lo expuesto? ¿el número de visitantes? ¿el anclaje en itinerarios culturales más ambiciosos?… En definitiva, lo que el Ateneo Cultural “Jesús Pereda” pretende desde esta tribuna no es más que arrojar una mirada preventiva sobre el futuro inmediato y avanzar la polémica. Sea como fuere, siempre nos quedarán las palabras consoladoras del poeta inglés William Woordsworth: «Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no os apenéis, porque siempre perdurará la belleza en el recuerdo».

Publicado en El Mundo de León, 21 marzo 2009

domingo, 22 de febrero de 2009

Contra las privatizaciones

    Uno de los dogmas que con mayor fuerza castiga a nuestra sociedad a lo largo de los últimos tiempos es la idea neoliberal de la presunta superioridad de la empresa privada sobre la pública, desde el punto de vista de la eficiencia, de la eficacia y del control. Esta idea, que poco a poco se ha ido extendiendo desde los sectores políticos y económicos más conservadores hasta algunas de las organizaciones sociales y políticas más progresistas, ha hecho posible la creciente privatización de los servicios públicos de todo tipo, sin distinción alguna.

    Curiosamente, en el momento actual de desconcierto por el que atraviesa el mundo, esa tendencia se expresa de forma muy contradictoria. Mientras que el Estado acude al rescate de las iniciativas privadas tóxicas para salvar el sistema, las administraciones públicas aprietan el acelerador de la privatización, a veces por razones puramente financieras, a veces por simple complicidad con los sectores de la construcción a la deriva. En el caso español cohabitan una y otra faceta, sobre todo por lo que se refiere a los ayuntamientos endeudados y a las grandes constructoras, a la vez auténticas multinacionales de los servicios. En parte, estas razones explican también el azote privatizador que está sacudiendo a la provincia leonesa desde todos los sectores y para todos los colores, tal y como veremos a continuación.
    Desde la Junta de Castilla y León, en el marco del llamado Pacto Local, se va a proceder al traspaso de diversos centros a las entidades locales, entre ellos las escuelas de educación infantil (guarderías), que en nuestra provincia serían las de Ponferrada, Astorga y Fabero. El citado Pacto deja abierta la puerta a la privatización del servicio, puesto que si el ayuntamiento en cuestión tiene ese servicio privatizado con anterioridad, le permite optar por la forma de gestión que consideren más adecuada. Por eso los trabajadores y trabajadoras de las escuelas infantiles se han movilizado para reclamar que se mantengan en el ámbito de la Junta de Castilla y León y que no se lleven a cabo unas transferencias que suponen, a buen seguro, una privatización de un servicio público como es la educación de los niños entre 0 y 3 años, con el correspondiente deterioro en la calidad de dicha educación y un importante encarecimiento. Por ello reclaman a la Junta el reconocimiento de la Educación Infantil como un tramo más del sistema educativo y, por lo tanto, su integración en la Consejería de Educación, al igual que el resto de ciclos educativos. Así mismo, piden que se potencie, consolide y amplíe la red de centros educativos de titularidad y gestión pública y la creación de un Programa de Formación Continua para los educadores de esos centros.
    
    La Diputación Provincial ha decidido seguir también esa senda y, a través del Diputado de Servicios Sociales, ha confirmado la pretensión de privatizar el servicio de cocina del centro asistencial COSAMAI, en Astorga, y el servicio de lavandería en los cuatro centros asistenciales de la provincia: el ya mencionado en Astorga,  dos en León y otro en La Bañeza. Esta iniciativa no es sino la punta del iceberg, ya que la acción privatizadora podría incluir, además de estos servicios reseñados, otros de limpieza, enfermería y alquiler de esquíes, entre otros, de centros asistenciales y estaciones de esquí. Una medida que afectaría a un número significativo de trabajadores en asuntos tan transcendentales como retribución salarial y condiciones de trabajo.
    En menor escala, lo mismo está ocurriendo en la Mancomunidad de Aguas de la Comarca de Ponferrada ante la segregación de la misma de las entidades locales pertenecientes al municipio ponferradino. En la única reunión mantenida al efecto, el Presidente de la Mancomunidad manifestó la intención de que Ponferrada se segregaba y que  sobraban doce trabajadores, solicitando que los voluntarios que desearan irse pasarían a prestar sus servicios en la empresa concesionaria del Ayuntamiento de Ponferrada sin más especificaciones. Es decir, tanto en este caso como en el de la Diputación se está actuando con ocultamiento, sin cumplir con la obligada información y negociación con la representación laboral por la posible modificación de condiciones de trabajo o salariales de los afectados, que están siendo tratados como mercancía o como moneda de cambio.
    Finalmente, el Ayuntamiento de León encarna el paradigma de la demencia privatizadora y del absurdo político. Su proceder general y algunas de sus actuaciones en esta materia han merecido ya el siguiente juicio unánime de todas las secciones sindicales presentes en la entidad: uno de los mayores atentados a la legalidad cometidos en la historia reciente de esta provincia, una demostración palmaria de la incapacidad para gestionar los intereses públicos y un descomunal error político de inciertas consecuencias, únicamente imputable al actual equipo de gobierno PSOE-UPL. Claro que para despropósitos merece la pena también contemplar el comportamiento táctico de la oposición, el grupo del PP, que se traviste aquí de paladín del agua pública, como si no se tratara del mismo partido depredador que esquilma los servicios públicos en todos los casos anteriormente expuestos.
    Así pues, a juicio de CCOO, la defensa de lo público ha de ser una defensa trasversal y global, puesto que no estamos ante fenómenos aislados que deban combatirse caso a caso. Por el contrario, se trata de una auténtica estrategia general protagonizada por políticos deficientes, que fueron elegidos para gestionar, entre otras cosas, los servicios públicos, pero que han decidido abdicar de esa función en provecho de los grandes monopolios constructores y financieros. Exactamente los mismos que son responsables de la crisis que perturba y destroza todo el mercado laboral.

Publicado en Diario de León, 27 febrero 2009