Blog de Ignacio Fernández

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sábado, 21 de marzo de 2009

Esplendor y decadencia de los museos

    Durante los últimos veinte años, coincidiendo con ese estado gaseoso en el que se acomodó la sociedad occidental, se crearon en Europa más museos que nunca en su historia. El urbanismo global erigió un nuevo icono imprescindible como elemento tractor de masas, movidas en este caso por el afán de consumo con vitola intelectual. En España, a rebufo de lo ocurrido con el Guggenheim bilbaíno, a lo largo de la última década del pasado siglo y primeros años del actual, se estableció una notable competencia entre las comunidades autónomas y sus ciudades para albergar sedes museísticas y establecimientos culturales singulares, como auténticas catedrales de la neomodernidad. El Gobierno de Castilla y León se sumó a esta carrera con la puesta en marcha de tres museos propios de referencia, más un cuarto en ciernes: el Museo Etnográfico de Castilla y León en Zamora, el Museo de Arte Contemporáneo (MUSAC) en León, el Museo de la Siderurgia y de la Minería en Sabero y, próximamente, el Museo de la Evolución Humana en Burgos. Y, cómo no, la provincia leonesa, tan rezagada en otras materias, copió el modelo y amplió su álbum con algunos cromos bastante vistosos, que culminará en estos días con la inauguración del muy sorprendente para estos pagos Museo Bíblico y Oriental: Fundación Vela Zanetti, Centro Leonés de Arte (CLA), Museo de la Radio en Ponferrada, Museo Etnográfico de León en Mansilla de las Mulas, Casa-Museo Sierra Pambley, etc.

    A pesar de que en 1994 la Junta de Castilla y León promulgó su Ley de Museos como un loable intento de ordenar la política museística en la región y coordinar tanta diversidad en un momento de esplendor, lo cierto es que nada o casi nada en esa intención se llevó a la práctica. Por el contrario, la amplia y variopinta relación de titulares públicos, privados, eclesiásticos… y la ausencia de nexos de colaboración han acabado convirtiéndolos en islas a la deriva y, en ocasiones, al borde de la colisión. Así, lo que pudo ser una marea cultural provechosa desembocó en un enjambre sin concierto, en evidentes desequilibrios entre presupuestos y ofertas, en trato injustificadamente desigual desde sus entidades matrices y, a veces, en situaciones administrativas complicadas. Eso sucede, por ejemplo, con el Museo de León, cuya gestión corresponde a la Junta, pero la titularidad del edificio y de la mayor parte de las piezas es estatal. Como tampoco parece fácil de explicar , por citar otro ejemplo elocuente, que los presupuestos del año 2009 prevean para los veintisiete centros de que dispone la Junta (9 museos provinciales, 9 bibliotecas y 9 archivos) una cantidad global de 600.000 € en el capítulo de actividades, mientras que el Museo de Sabero vaya a recibir él solo 900.000 € para el mismo fin; eso sí, vía Fundación Siglo.

    Porque ésa es, probablemente, una de las claves del desconcierto: las fundaciones. A nuestro entender, son la Fundación Siglo, gestora de los museos, y la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León el verdadero cerebro y mano ejecutora de la Consejería de Cultura, a quien suplantan en teoría por razones de eficacia, pero que al cabo resultan entes nada transparentes y con políticas a la carta. Tanto es así que el recién dimitido director del MUSAC, Rafael Doctor, no era tal, sino Jefe de la División de Arte Contemporáneo de la Fundación Siglo. La misma que ahora ha decidido emplear sus recursos en su nueva niña bonita, el Museo de la Evolución Humana, y abandonar a su suerte la apuesta estrella anterior, el MUSAC. Nada nuevo, pues del mismo modo obró con éste respecto a su precedente, el Museo Etnográfico de Zamora. Claro que no es lo mismo dejar a la intemperie museos clásicos, con obra de valor contrastado y por tanto perdurable, que a otros de arte contemporáneo, que mueren por inanición al no poder adquirir obra nueva de relevancia. Un problema todavía mayor si atendemos a los entresijos tóxicos del mercado del arte contemporáneo, condicionado por vaivenes más financieros que propiamente artísticos, lo que hace que en muchos casos las colecciones de esos museos estén sometidas a valoraciones relativas y por tanto efímeras.

    Precisamente por todo ello nos preguntamos ahora cuál va a ser el futuro del MUSAC. Su irrupción en el mundo cultural no estuvo exenta de controversias y, a pesar de que contó con barra libre desde la administración regional, necesitó también de andamiaje externo para sostenerse frente a los prejuicios. De hecho, CCOO hizo público su respaldo en las fechas de su exposición inaugural, “Emergencias”, abril de 2005. Siguieron luego derroches, propuestas sugestivas, innovación, exposiciones de calidad irregular aunque siempre al menos con un eje extraordinario… hasta el punto de que en la actualidad nadie, ni crítica ni público, discute su éxito y su importancia. Ahora bien, después de tanta abundancia, ¿sabrá nadar en la estrechez? Es ya evidente que su anterior director ha demostrado que no, superado al parecer por un stress que para sí hubieran querido muchos de sus empleados. Y yendo más allá todavía, ¿se puede admitir sin castigo y sin sonrojo el giro de la política cultural de la Fundación Siglo o, lo que es lo mismo, de su subsidiaria Consejería de Cultura? ¿Quién y por qué ha decidido romper juguete tan valioso, en el que tanto dinero público se ha invertido?

   En fin, el invierno económico que todo lo asuela y que nos hace más pobres de día en día arroja sus borrascas también sobre las lápidas, los lienzos preciosos, los bichos disecados y cuanto habita en nuestros museos. Corto es el camino que va del fulgor a la decadencia. ¿Habrá llegado entonces el momento de que alguno de ellos cierre sus puertas y que sus piezas busquen acomodo en los supervivientes? Parece duro pensar así, pero tampoco es descabellado llegar a la conclusión de que, después de una época de desenfrenada reproducción, la nueva realidad imponga la selección en la especie. En ese caso, el debate necesario pasa por acordar de modo racional el baremo con que haya de producirse semejante decantación: ¿la calidad de lo expuesto? ¿el número de visitantes? ¿el anclaje en itinerarios culturales más ambiciosos?… En definitiva, lo que el Ateneo Cultural “Jesús Pereda” pretende desde esta tribuna no es más que arrojar una mirada preventiva sobre el futuro inmediato y avanzar la polémica. Sea como fuere, siempre nos quedarán las palabras consoladoras del poeta inglés William Woordsworth: «Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no os apenéis, porque siempre perdurará la belleza en el recuerdo».

Publicado en El Mundo de León, 21 marzo 2009