Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 23 de abril de 2009

2009: Frente a la crisis

    El aire festivo del 1º de mayo se atenúa en este año 2009 y refuerza todavía más el tono reivindicativo de una jornada que, como ha sucedido a lo largo de los ya muchos años de su historia, persigue sobre todo clamar por los valores de paz, libertad y justicia social, por la defensa de los derechos humanos y por la extensión de los derechos sociales y sindicales en todo el mundo.

    Sin embargo, la sombra de la crisis económica, que nos persigue como un invierno severo y de incierto final, se proyecta necesariamente sobre los lemas del Día del Trabajo, que al cabo son reflejo de la realidad y de nuestro empeño por transformarla, para hacer de esta fecha un momento importante de denuncia, de lucha y de propuesta. Frente a la crisis: empleo, inversión pública y protección social, ésas son las claves que en opinión de los dos sindicatos mayoritarios en la provincia, en la región y en el conjunto del Estado definen sobre todo el sentir de los trabajadores y trabajadoras en estos momentos. No nos corresponde a nosotros hacer sangre de las responsabilidades, por otra parte perfectamente identificadas y denunciadas; más bien ése es el deber de los gobiernos y de la justicia, perseguir y liquidar a los usureros y a los cegados por la codicia, siempre y cuando gobiernos y justicia estén limpios de polvo y paja, que más nos vale. Lo nuestro –lo hemos demostrado así sin desmayo durante todo el periodo democrático– es construir sociedad desde la perspectiva laboral y también desde la sociopolítica, asegurando mayores niveles de igualdad y de justicia social para conquistar un futuro de progreso. Por ese motivo, en nuestras pancartas no luciremos los nombres ni los rostros de los culpables del desastre, aunque tengamos razones sobradas para ello, ni gritaremos consignas desairadas, por más que sepamos de dónde nos vienen los malos aires, ni será la masa obrera quien hagan tambalearse en esta ocasión las columnas del sistema, pues ya se encargan de ello los neoliberales y los profesionales del capitalismo. Ni siquiera se escuchará de nosotros una proclama a favor de la huelga general, tal y como desearían muchos empresarios, en particular la cúpula de la CEOE, para favorecer su nuevo papel de lobby frente al Gobierno y de opositor al espacio clásico de la negociación.
   Por el contrario, una vez más desde la responsabilidad y desde la unidad de acción, lo que CCOO y UGT planteamos en este día es el itinerario posible y, desde luego, el único admisible para que nada más salte por los aires. No es un planteamiento de máximos, al estilo de las viejas recetas fracasadas que escuchamos desde el flanco patronal, ni es complaciente con las simples medidas paliativas que en muchos casos es lo único que recibimos desde las administraciones públicas. Si existe salida del laberinto, habrá de llegar indudablemente desde un nuevo empleo, en un nuevo contexto productivo bien alejado del formato de casino de la última década; habrá de transitar por la inversión pública procedente tanto del Estado como de las Comunidades Autónomas, lo que significa romper con el tabú del déficit e impulsar políticas fiscales menos graciosas con los más favorecidos; y habrá de contemplar necesariamente la protección social de cuantos en mayor grado padecen las consecuencias de la crisis y de los colectivos menos privilegiados.

    En progresión creciente, las más de 34.000 personas desempleadas en la provincia leonesa son las primeras que deberían beneficiarse de este programa de acción. Pero a su lado, evidentemente, se situaría el conjunto de pequeñas y medianas empresas, la legión de falsos autónomos y todos los afectados por expedientes, concursos y demás situaciones de incertidumbre; es decir, la mayor parte de nuestro sistema productivo provincial. Después de más de un siglo esperando una revolución industrial que nunca ha llegado a estas latitudes, sensato es reconocer que los viejos modelos están agotados y que es necesario alumbrar un nuevo patrón de crecimiento. Por desgracia, el derrumbe financiero y otros pecados han limitado el desarrollo de algunos embriones que habían empezado a crecer en nuestra geografía, pero no nos cabe duda de que el futuro deberá perseverar en esa línea. Nos referimos a los proyectos tecnológicos y energéticos, a las infraestructuras logísticas y del transporte, a la renovada fe por la innovación y por la ciencia lanzada desde el mundo universitario. Junto a todo ello, urge insistir en el desarrollo rural, en las estrategias de sostenimiento de la población, en el impulso de la formación y en las redes de atención social que deben ser construidas sobre todo desde lo público. A nuestro modo de ver, todo ello aconseja más que nunca la ampliación del formato del diálogo social hasta un tercer nivel, el provincial, donde implicar a las administraciones locales con competencias y presupuesto en esas materias y coordinar sus resultados con el que pueda derivarse de otros foros más generales. En ese sentido, un pacto de Estado por el empleo y por la economía productiva, con implicación del Gobierno central pero también de los gobiernos de las 17 Comunidades Autónomas, se revela absolutamente imprescindible.

    Los datos con los que hoy contamos nos indican que no otro es el camino para salir de este invierno económico. Probablemente eso no signifique entrar de nuevo en la primavera, para lo cual todavía habrá que salvar otras dificultades, pero nos situaría en condiciones de conseguirlo. Frente a ello, repetir moldes, nombres y fórmulas que se han descubierto como ruinosas sería un suicidio social colectivo.

Publicado en Diario de León, 1 mayo 2009

martes, 21 de abril de 2009

VÍCTOR PEÑA: Hora décima


     Sobre el escenario del gran teatro del mundo los personajes deambulan y anhelan compartir con los espectadores su peripecia personal. Aunque, si bien se mira, tal vez no sea tanto suya como de unos autores que escriben teatro para sentirse hacedores de algo, demiurgos, más o menos como cualquier ser humano, sea éste agricultor, prestamista o policía municipal. El caso es que todo en la vida discurre sobre un escenario y cada cual encarna el papel del que en apariencia se es merecedor; a veces incluso por encima de las propias posibilidades, lo cual en el género dramático acostumbra a considerarse sobreactuación y no suele despertar buena crítica; a veces, tristemente, por debajo de las posibilidades, y en ese caso surge la tragedia.

     De modo que el catálogo es extenso, al menos tanto como los siglos de historia del acontecimiento teatral, es decir, de la vida misma. Así, ocurre que pudimos haber sido reyes de Tebas o hijos ciegos por el destino, en cuyo caso habríamos ocupado un lugar insigne en los altares del psicoanálisis y en toda biblioteca que se precie. De haber sido donjuán o burlador, que parece lo mismo pero no es igual, se nos venerarían en las bibliotecas escolares y retornaríamos eternamente a la escena cada mes de noviembre. Y, en fin, nos cabría haber sido un tal Godot, con lo cual, además de resultar tediosos, hubiéramos generado un número importante de tesis doctorales. Pero no, nada más lejos: nuestro autor, ese nombrado Víctor Peña, ha querido que seamos simplemente hombre y mujer, si bien en un acto de generosidad que él sabrá a qué atribuir ha osado apellidarnos y escribirnos como mujer-bufanda y hombre-hambre.

     Sepa pues el lector (o el espectador, que ya veremos si llegamos a ser materiales en alguna ocasión) que este Peña es un simbolista de mucho cuidado, porque además de servirse de tan vistosos patronímicos, nos coloca en medio de un decorado con barrotes metálicos, una ventana con imágenes, alambradas y muñecos de peluche. Y si todo ello no fuera suficiente para tras un primer vistazo situarse en alerta ante la representación, hete aquí que el texto progresa aderezado por voces en of, sonidos de bombonas de oxígeno o relojes insensibles para los que no existe otra hora que la décima. De esta forma se plantea, por lo tanto, nuestro argumento, una historia deprimente en la que realidad y memoria se persiguen y confunden a sí mismas, en la que ella y yo pretendemos una mínima dosis de ternura pero acabamos siendo patéticos, y donde casi no hay espacio para la esperanza si no fuera porque nos emocionan todavía las canciones de Rubén Blades, por más que sea Maná quien las interprete en este caso.

     Cuentan de nuestro autor que practica un realismo esquizofrénico –que ya les vale a los críticos a la hora de inventar etiquetas– y que la condición del ser humano constituye el objetivo de sus miradas. Debe ser así, en efecto, porque nuestra obra es evidentemente realista, aunque no de ese realismo sucio que gusta a los adolescentes; porque es altamente esquizofrénica como medio de exploración y no hasta el punto de convertirse en patología; y porque la condición humana, la mía, la de la mujer, esto es, la de cualquiera, sea traficante de armas o funcionario, se expone ante la platea como un verdadero animal en el momento de su disección. Y en ese instante lo que ven los ojos del que mira no es precisamente complaciente.

     Pero, en fin, qué es lo complaciente cuando se pierden guerras, desparecen hijos o la desnudez de los cuerpos sólo permite descubrir cicatrices. En esos casos, dicen, uno sólo se complace en la memoria torcida y en la reescritura de los renglones desviados. Ella y yo lo sabemos bien. O nos los ha hecho saber ese Víctor que nos golpea con nombre tan ostentoso. Ese Víctor escritor que muestra un pulso literario de tal calibre que es capaz de filtrar géneros para elegir en cada caso el formato más adecuado a sus fábulas. No es extraño que en este caso haya elegido el teatral, tan alejado de la afectación, de las digresiones y de otros vicios de la literatura triunfante. Aquí solamente hay palabra seca, acción explícita y movimiento tosco. Todo lo demás viene sobrando. O casi todo, porque al cabo la ornamentación le corresponde al espectador/lector que nos acomoda a sí mismo y nos reinterpreta. Cuando esto sucede, casi como si se tratara de un místico arrebato, del patio de butacas o del sillón orejero emerge la figura curiosa del espectador/lector/actor, ese ser estudiado por la entomología que delira de leer. Y ya en el colmo de la insensatez, si la abducción que todo escritor persigue llega a su extremo, lo que semejante éxtasis genera es la eclosión del espectador/lector/actor/autor. Exactamente aquello que pretende provocar en su alambique literario nuestro Peña para ser absolutamente esquizofrénico.

     Si lo dijo Borges, que es el supremos bibliotecario, qué no vamos a mal decir nosotros: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido”. Por eso, a pesar del delirio de la trama, la obsesión principal que venimos a expresar es la pervivencia del recuerdo, el último reducto de la existencia. “Busquemos, busquemos. ¡No olvidar! ¡No olvidar!”, gritamos en el desenlace cuando ya de la mujer y del hombre sobreviven únicamente las voces, ecos sombríos en un escenario sin luz. Más o menos lo que podría ocurrirle a cualquiera, fuese uno sindicalista, editor o alcalde, que tanto da.
Presentación del libro en Valladolid, junio 2009
Prólogo a la obra del mismo título, de la que fue autor Víctor Peña,
publicada por Eje Producciones Culturales, mayo 2009