Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

martes, 29 de junio de 2010

Hoy por ti, mañana por mí

    La relación de mis colegas y de sus aventuras en el noble ejercicio de la picardía es hartamente conocida: Guzmán de Alfarache, el Buscón Don Pablos, la pícara Justina, Rinconete y Cortadillo, Marcos de Obregón, el bachiller Trapaza, etc. A su difusión ha contribuido sin duda ese gremio sádico que se dice a sí mismo profesores de literatura, empeñados en explicarnos el género y en obligarnos, durante la edad temprana, a su lectura. Y no está mal que así haya sido, pues al cabo a ello debemos, entre otros beneficios, el sabernos manejar con cierta solvencia en lo que denominamos cultura general, de tan leve lustre en los tiempos presentes.

    Digo esto por lo interesante y didáctico que podría resultar que fuesen los tales profesores de letras quienes nos vinieran a explicar el acontecer de la economía moderna. Sólo así, quizá, podríamos alcanzar a entender qué demonios es eso de la prima de riesgo de la deuda española o aquello de la liquidez para afrontar depreciaciones súbitas de activos. Si no fuera porque suena a gato encerrado, no me digan que no parece pura lírica. Claro que, de paso, no nos vendría nada mal que levantaran acta novelada de los personajes y peripecias que en los entresijos de la crisis han sido. Porque díganme ustedes si a estas alturas son capaces de enumerar, como sí pueden hacer con el catálogo de mis compañeros de ficción, algún nombre de esos jetas del mercado y de las finanzas que no sea el del tontamente abatido Bernard Madoff o el de los intangibles hermanos Lehman.

    Es más, ¿cuántos de esos canallas padecen cárcel o galera? ¿cuántos han paladeado el suave honor del suicidio? ¿cuántos han sido sometidos a ley y justicia acá o allá? ¿cuántos políticos griegos, cuántos gobernantes húngaros, cuántos ediles autóctonos han respondido por trampear los más elementales ejercicios de la aritmética presupuestaria? Lo que impera es la consigna del silencio, no vaya a ser que nos salpique el jolgorio o que no podamos repetir la verbena con otros actores. E incluso el vulgo, sometido a padecimientos que no han hecho más que empezar, parece impasible al quebranto y no deja de admirar al transgresor como si fuera uno mismo. Lástima que haya mermado tanto la calidad del mercado de antihéroes y que en el olvido se pudran, no ya los ñoños ejemplos del XVI y el XVII con un servidor a la cabeza, sino también los muy venerados en tiempos Bonnie & Clyde, Edward Teach, Doc Holliday, T.E.Lawrence o aquel anarquista pacífico llamado Henry Thoreau, que nos enseñó que “la ley nunca liberará a los hombres; son los hombres los que deben liberar a la ley”.

Publicado en Notas Sindicales Digital, julio 2010

viernes, 18 de junio de 2010

La plaza pública

Plaza Santo Domingo (León) in illo tempore
   En las plazas de nuestras ciudades y de nuestros pueblos se ve la vida de sus habitantes de forma casi tan nítida como si entrásemos en sus cocinas y abriésemos los frigoríficos. Cómo es la geometría y disposición de esos espacios públicos, qué gentes o máquinas deambulan por ellos, cuáles son sus actividades de referencia, de qué modo combaten los elementos… son aspectos que dicen mucho o lo dicen todo de quiénes somos o cómo nos comportamos cuando convivimos con los otros en un territorio familiar.

    De repente alguien tocado por no se sabe bien qué don o desgracia ha tenido la ocurrencia de que la Plaza de Santo Domingo de la ciudad leonesa sea declarada bien de interés cultural. Según parece con el fin de preservarla para la posteridad, dados sus supuestos valores históricos, arquitectónicos o vaya usted a saber. Lo cual nos revela, si no fuera porque siempre hay gato encerrado en estas piruetas urbanísticas, el concepto que del interés cultural tiene ese alguien; incluso el concepto de bien, que ya es decir. Se mire como se mire, es ésta una plaza contaminada desde todos sus ángulos: desigual en su fisonomía, con algún edificio notable, es verdad, pero con un par de ellos que ofenden la mirada; irrespirable en conjunto, preñada de vehículos, especialmente autobuses, que devoran todo bienestar; peligrosa por lo mismo, con seis pasos de peatones y otros tantos juegos de semáforos para regular el riesgo; ruidosa pero no por la algarabía humana, sino por motores y sonidos anejos; intransitable tanto por lo anterior como por la colección de mobiliario urbano dispuesto al efecto para una bonita gymkhana; e inhabitable, en fin, porque cualquiera se detiene allí para solazarse en el pulso ciudadano… He ahí el significado de lo que algunos entienden por bien de interés cultural, poco menos que la barbarie. Eso sí, se cita una fuente ornamental como seña emblemática a salvar, como si estuviésemos hablando poco menos que de la Fontana de Trevi o la de la edad de Luis Mateo Díez.

   Pero no nos equivoquemos. La aventura del diseño reciente de las plazas públicas arroja en nuestra ciudad y en nuestra provincia un balance penoso. La aparente modernidad con la que se ha querido actuar sobre muchas de ellas ha acabado convirtiéndolas en su mayoría en lugares inhóspitos, desangelados, exactamente lo contrario que cabría esperarse de un espacio público tan propicio para el intercambio y la convivencia. Si uno piensa, por ejemplo, en lo que fue y en lo que es la llamada Plaza de las Palomas o del Ayuntamiento lo comprenderá de inmediato: un enclave muerto, si se exceptúa el mínimo jardincillo, lo que dice mucho de lo que es y no es. Por lo general, las plazas se desnudan y se focalizan hacia una actividad y un público que excluye al resto, se las abre en canal para que a su través penetren los fríos y los soles según épocas, y se limpian sus horizontes para que queden vistosos los monumentos en las postales y en las fotografías de los viajeros. Ésos parecen ser los criterios, a los que inevitablemente se une una estética llamémosle fascista de espacios amplios dispuestos para colosales demostraciones de masas.

   Quizá haya todavía quien recuerde que hace algo más de una década se convocó un concurso de ideas para remodelar la Plaza del Ayuntamiento de la ciudad de Ponferrada con motivo de la construcción bajo ella de un aparcamiento. Aquel concurso se declaró desierto, debió ser que no había ideas, y los técnicos y políticos del municipio se encargaron por su cuenta de levantar una superficie vacía, plana, yerma, opuesta de raíz a cuanto una plaza pública pueda tener de acogedora. La conclusión es evidente: lo que realmente importaba era el reino subterráneo de los vehículos; la vida de las personas en superficie era subsidiaria. Menos mal que durante este tiempo la Ponferradina ha ascendido de división en dos ocasiones, lo cual debe justificar seguramente los baños de multitudes  para los que al cabo se condenan estos lugares a mayor gloria de los que oran desde el balcón municipal.

    Algo parecido podríamos decir, al referirnos a la ciudad de León, respecto a su Plaza Mayor, la de Regla o la de San Marcos. La primera es un perfecto ejemplo de un pésimo aprovechamiento y de una lastimosa acción política; a pesar de sus cualidades naturales y consuetudinarias, lo que fue una encrucijada para el comercio se limita hoy al mercado de miércoles y sábados, mientras triunfan en ella los botellones nocturnos legales e ilegales que condenan cualquier otro uso, incluso el puramente residencial, certificando su perpetua degradación. La de Regla es el típico modelo de reserva para turistas y ceremonias de presos perdonados, ajena a la realidad diversa y cotidiana del resto de la ciudad y por lo tanto irreal; como ese árbol artificial de navidad que le colocan año tras año a modo de reminiscencia hortera de lo que pudo ser y no fue. Y la de San Marcos es el clásico decorado para imágenes cursis de boda cursi, pequeñas paradas militares y, últimamente, exaltaciones del padel, donde sólo son felices las palomas que beben en sus peculiares bañeras y los que fuman a la puerta del Parador porque dentro ya no se lo permiten. En resumen: si en las plazas, como hemos dicho, se muestra la vida de los habitantes de una ciudad, los leoneses y leonesas debemos ser básicamente borrachos, teatralmente religiosos y esencialmente aparentes.

    Lo cual que hemos escuchado a una concejala del Partido Popular remachar lo de la Plaza de Santo Domingo, afirmando sin rubor que “constituye un entorno clave para el paisaje urbano de León”. Pues estamos arreglados; si a lo antes indicado acerca de nuestras cualidades tenemos que añadir ahora que ése es el paradigma de nuestro paisaje urbano, está claro que merecemos estar fuera de Castilla, fuera de Europa y fuera del planeta, porque demostramos ser auténticos extraterrestres. Y entiéndaseme: no digo que la solución que promueve en estos momentos el equipo de Gobierno del Ayuntamiento de León sea la más aceptable, pero todo lo que pueda contribuir a hacer de ese entorno clave un lugar más humano, agradable y dicharachero debiera ser saludado con satisfacción al menos por las gentes de bien.

Publicado en El Mundo de León, 28 junio 2010 

miércoles, 2 de junio de 2010

MARIANNE FAITHFULL: A secret life

    Seguramente no sea éste el mejor disco de Marianne Faithfull. Probablemente tampoco estemos ante las melodías más inquietantes de Angelo Badalamenti. Pero la suma de talentos, salvo imperdonables errores de producción que no se dan en este caso, suele arrojar resultados más que interesantes.

    Por un lado, a pesar de que el disco tenga ya una edad (se editó en 1995); a pesar de que no estemos ya ni mucho menos ante la muestra más manida y juvenil de aquel Londres de sexo, droga y rock & roll; y a pesar de que hace décadas que su voz se rompió y desgarró para siempre, sea por su halo legendario, sea por cuanto es capaz de evocarnos, siempre es recomendable volver sobre este icono de la cultura popular, sobre la Faithfull, paradigma de autodestrucción y supervivencia. Por otro lado, en aquellos tiempos Badalamenti ya había adquirido prestigio y popularidad, sobre todo gracias a sus colaboraciones en bandas sonoras con David Lynch, así en la serie de televisión Twin Peaks como en las películas Blue velvet y Corazón salvaje; además de haber compuesto, curiosamente, varias fanfarrias de los Juegos Olímpicos de 1992. Estábamos, pues, ante dos artistas maduros y en clave de aventura estilística, el uno en progresión y la otra de vuelta de casi todo, que se reunieron para explorar juntos la vida secreta.

    Y lo que descubren, lo que nos descubren a los oyentes, es un disco oscuro, diez canciones envueltas en una atmósfera teatral, por cuyas grietas en el decorado melódico se cuela rotunda una voz cavernosa y agria, por más que ya sólo la contamine su única adicción activa a la nicotina. Y se cuela, cómo no, la vena doblemente dramática de esta mujer, la de la vida y la de las bambalinas, su otra vocación: “no dejo de volver una y otra vez a Shakespeare”, declaró en 2008. Así que nos regala aquí como testimonio previo de esa fe su recitación conmovedora de un texto del poeta inglés y de otro traducido a esa lengua del omnipresente Petrarca, en una construcción literario-musical que concluiría con sus dos discos posteriores en los que adapta nada menos que a Kurt Weill y a Bertolt Brecht. Nada que ver ya con la cantante virginal de los años sesenta, nada de la musa de los Stones; pero sí mucho del espíritu de cierto cabaret berlinés, que siempre vuelve encarnado en mujeres que dejaron atrás los tacones altos, y de la actriz que encontró su cima en la película Irina Palm (2007), de Sam Garbarski, interpretando a una intrépida abuela convertida en estrella del sexo manual para pagar el tratamiento médico de su nieto. Como se podrá deducir, hay múltiples vidas secretas en el entorno de Marianne Faithfull (Celeste publicó su autobiografía en 1995), de tal manera que su música al fin y al cabo es casi un artículo para el sosiego.

Publicado en Notas Sindicales, julio 2010