Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 29 de abril de 2010

Gürtel

    El caso es que mi señor, el rey Carlos, se habría mostrado complacido de haber tenido la oportunidad de asistir como espectador a eso que han dado en llamar asunto Gürtel. Digo esto por dos razones que sin duda no se les escaparán a ustedes, pero que con su licencia paso a glosar.

    De un lado, sabido es que mi señor fue, además de rey de España, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que apellidaba de Austria o de Habsburgo –tanto da- y que, por ende, reconocería que Gürtel no es otra cosa que cinturón en lengua alemana. Es decir, correa, tal y como se conoce al cabecilla de esa trama de chorizos. Claro que si hablamos de chorizo en sentido no figurado, tal vez hubiese sido mejor nombrar al expediente como Kette, cadena o serie de cosas unidas, que es lo que vendría a ser más o menos en Alemania una auténtica corra, no correa, de chorizos. Creo que me entienden.

    Por otra parte, de pocas corras pero de muchos chorizos estaba nuestra España llena en tiempos del gran Emperador, que fueron también los míos. Se dice que proliferaban los vagos y que, de cinco millones de habitantes, nada menos que ciento cincuenta mil eran vagabundos. También sabemos que no otra causa hubo para ello que la equivocada política económica, donde contrastaba con total desvergüenza la vida lujosa y culta de la corte con la ruina general del país, lo que ha llevado a algunos ilustrados a afirmar que la España de Carlos I era un gigante con pies de barro. Me atrevo a pensar que a muchos de ustedes les suena esta melodía casi como si de la actualidad hispana se tratase.

    Por todo ello creo que sería conveniente una relectura de mi propia historia novelada por Don Diego Hurtado de Mendoza, pues en ella encontrarían, modestamente, la escala de valores de un país que tampoco se ha modificado en gran manera en los últimos casi 500 años. De aquellos polvos estos lodos, me atrevería yo a decir sin miedo a que me tachen de deslenguado. Ahí continúan, por ejemplo, el desarraigo, la soledad, la pobreza, la honra como apariencia externa y el comportamiento nada ejemplar de los órganos rectores de la sociedad. Aunque, eso sí, si en algo hemos progresado ha sido en movilidad social y en democratizar los embutidos, especialmente el confeccionado con mucho pimentón en tripa cular o de otra clase. Para mi desgracia, yo no pude más que cumplir la profecía de mi primer amo: “yo te digo que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tú”. Efectivamente, como humilde pregonero de vinos en la ciudad de Toledo acabé mis días.

Publicado en Notas Sindicales Digital, mayo 2010

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