Blog de Ignacio Fernández

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viernes, 29 de abril de 2011

2011: Contra los recortes sociales

    Este 1º de Mayo celebramos el Día Internacional del Trabajo inmersos en un contexto de continuas tensiones financieras, económicas y políticas, que provocan, en los países más vulnerables como el nuestro, mayor destrucción de empleo, disminución de las rentas salariales, deterioro de las condiciones de trabajo y recortes significativos de las prestaciones sociales  y de los servicios públicos. A todo ello urge hacer frente con la movilización social para reclamar –porque son posibles- otras políticas de mayor equidad y equilibrio en el reparto de los ajustes. Tal es el significado del estandarte que encabezará las manifestaciones de este día al proclamar: “Empleo con derechos. Contra los recortes sociales”.

    Ahora bien, ese mismo contexto está siendo aprovechado, aquí y allá, por quienes buscan todavía más beneficios en el río revuelto y lo hacen precisamente tergiversando conceptos de forma bien interesada.

    Así, por ejemplo, venimos escuchando que es necesario desvincular la evolución salarial de índices objetivos y ligarla en cambio a algo tan etéreo como la productividad, que nadie o casi nadie se atreve a definir. No cuentan esas mismas voces que, tomando como base 100 la productividad del año 2000 y analizando los datos de productividad por hora trabajada del año 2008 (último del que se disponen datos, según fuentes del INE, Ministerio de Trabajo, INSS e Hispabarómetro), la productividad media en la Unión Europea era de 111,7 y en España de 107,3 (Alemania 109,5 y Dinamarca 102,6). Con la misma frivolidad –Díaz Ferrán dixit- se habla así mismo de la jornada de trabajo y de la oportunidad de incrementarla, desconociendo el reciente informe de la OCDE, Society at a glance, que asegura que los españoles trabajan más horas que los alemanes y sólo tres países europeos, tan diferentes entre sí como Austria, Portugal y Suecia, superan a España en ese ranking. No se trata, entonces, de echarle muchas horas al trabajo, sino de trabajar bien. Para regular uno y otro asunto, productividad y jornada, pero también muchos otros de similar trascendencia, la herramienta más útil no es otra que el convenio colectivo, que debiera merecer algo más de consideración por parte de nuestros empresarios, en particular los de esta provincia, donde tan difícil resultó su negociación el pasado año por causa, curiosamente, de los salarios y de su cláusula de descuelgue, únicas materias en las que se baten el cobre los empresarios de cortos vuelos.

    Más empeño deberían emplear, ellos y todos, desde luego, la sociedad en su conjunto, en combatir el que es uno de nuestros mayores males en lo laboral y en lo social: la economía sumergida. Según Cuadernos de Información Económica de la Fundación de las Cajas de Ahorros, más de una quinta parte de la economía nacional entre los años 2005 y 2008 (el 21,5% del PIB) fue sumergida, con un coste recaudatorio del 7% del PIB y un número de empleos sumergidos de unos 4,23 millones de personas. Ése es, junto al desempleo, el auténtico pozo negro de nuestra economía y de nuestros derechos.

    Y, en fin, cómo no clamar contra los recortes sociales si, como bien sabemos trabajadores y trabajadoras, su merma supone además renunciar a la idea de lo público como elemento fundamental del avance de las sociedades. Por ese motivo creemos que son un grave error, y nos oponemos a ellas, las prescripciones europeas sobre competitividad y estabilidad financiera, orientadas inequívocamente a la reducción de las prestaciones sociales  y de la calidad de los servicios públicos fundamentales y a la reducción del empleo en estos últimos. De tal modo que, en contestación a quienes otorgan toda su confianza al mercado, nosotros decimos que lo que se necesita es más y mejor Estado para asegurar un modelo social justo y equilibrado.

    En definitiva, CCOO y UGT volvemos a reclamar en este 1º de mayo que la salida de la crisis debe traducirse en un modelo de crecimiento sostenible, sostenido y duradero basado en la formación, la innovación y la industria, con creación de empleo estable y con derechos, con protección para las personas desempleadas, con igualdad entre mujeres y hombres, entre inmigrantes y autóctonos, con garantías en la seguridad y salud en el trabajo, y con unas condiciones de vida dignas, en las que las pensiones, la educación, la sanidad o la atención a las personas dependientes sean auténticos derechos consolidados.

Publicado en Diario de León, 29 abril 2011

miércoles, 20 de abril de 2011

La deuda

    De modo que, guste o no a los siniestros, la nuestra es una sociedad de consumo y parece que para durar. Lo cual quiere decir que su engranaje se asienta sobre cuatro elementos básicos: qué producimos, cómo lo producimos, qué consumimos y cómo lo consumimos. Su delicado equilibrio resulta indispensable, de ahí que algunos de nuestros dolores presentes deriven también de esa partitura desafinada. Bajos salarios y precios cada vez más altos, en gran medida por el sostenimiento a toda costa de márgenes y beneficios empresariales, ha provocado un volumen de deuda privada insostenible. Mucho se dice sobre la deuda pública y a ella se entregan los tiburones para justificar sus planes sociales involucionistas, pero hay que recordar que en 1996 el nivel de deuda privada en España era del 65% del PIB, mientras que en 2008 llegó al 220%: ése es el pecado de los bancos, los de acá y los de allá, todos aquéllos que ven la paja de la deuda pública ajena pero ignoran la viga de la deuda privada propia generada por sus malas artes con permiso de sus supervisores. Esto es, los mismos que ahora nos dan recetas para asegurar su supervivencia sobre los cadáveres de las clases medias y humildes endeudadas y alienadas por el dios del consumo. Conviene insistir en que por cada euro extra de deuda pública existe un euro de deuda privada que ha sido sostenido o asumido por las cuentas públicas; de ahí su déficit y de ahí también que, contra lo que se cacarea, el principal problema de la deuda de España no sea la soberana. La dificultad es el enorme endeudamiento general de la sociedad. Al finalizar el año 2009, la deuda conjunta de las administraciones públicas (estado central, comunidades autónomas y ayuntamientos), las empresas, los hogares y el sector bancario ascendió a casi cuatro billones de euros, el 390% del PIB. Las empresas no financieras debían el 143% del PIB; los bancos y cajas, el 107%, y los hogares, el 89%. Éste es parte del asunto.

Publicado en La Crónica de León, 22 abril 2011

jueves, 7 de abril de 2011

El consumo

    La disputa entre consumo y ahorro se cita como una expresión más del pulso económico. Así, un mayor consumo equivale a mayor actividad, mientras que el incremento del ahorro significa por lo general retracción y desconfianza. Eso siempre y cuando los conceptos sean puros, porque lo que no está claro, al menos en el caso español, es que el tal consumo desbocado de años precedentes no fuese más que otra ilusión del espejismo en que vivíamos. Desde un punto de vista siniestro, los años de esplendor no fueron años de reparto de riqueza, sino más bien de gula crediticia, lo que ha redundado, como bien se sabe y se padece, en el exagerado endeudamiento privado. Responsables fueron, desde luego, las entidades financieras y su fracasado supervisor, el Banco de España. Pero también, no de forma subliminal, algunos mensajes venenosos que calaron con facilidad en el inconsciente colectivo. Me refiero a la consigna de consumir y de enriquecerse no importaba de qué modo. Pero también al ideal de los ultraliberales, con Esperanza Aguirre a la cabeza, de promulgar la sociedad de los propietarios. El daño que ello ha producido lo explica el psicoanalista Fabián Appel de la siguiente forma: “es el consumo, no comprar algo que uno necesita, sino lo contrario, esta devoración caníbal que los mercados obligan a realizar y que después se transmite a los vínculos humanos. Porque no solamente se consumen objetos, se consumen también personas: mujeres, hombres. Solamente por el hecho de la pura apropiación, porque la apropiación da ese rasgo de prestigio, eso que no sirve para nada, eso que nunca produjo nada”. El puro prestigio, lo nombró Hegel. Como empieza a suceder, por ejemplo, en países emergentes, herederos de nuestros peores vicios. En la India, en el año 2010, había 564 millones de abonados con teléfono móvil frente a 366 millones de inodoros con agua corriente. Es adonde nos conduce el consumo adolescente.

Publicado en La Crónica de León, 8 abril 2011