Blog de Ignacio Fernández

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miércoles, 20 de abril de 2011

La deuda

    De modo que, guste o no a los siniestros, la nuestra es una sociedad de consumo y parece que para durar. Lo cual quiere decir que su engranaje se asienta sobre cuatro elementos básicos: qué producimos, cómo lo producimos, qué consumimos y cómo lo consumimos. Su delicado equilibrio resulta indispensable, de ahí que algunos de nuestros dolores presentes deriven también de esa partitura desafinada. Bajos salarios y precios cada vez más altos, en gran medida por el sostenimiento a toda costa de márgenes y beneficios empresariales, ha provocado un volumen de deuda privada insostenible. Mucho se dice sobre la deuda pública y a ella se entregan los tiburones para justificar sus planes sociales involucionistas, pero hay que recordar que en 1996 el nivel de deuda privada en España era del 65% del PIB, mientras que en 2008 llegó al 220%: ése es el pecado de los bancos, los de acá y los de allá, todos aquéllos que ven la paja de la deuda pública ajena pero ignoran la viga de la deuda privada propia generada por sus malas artes con permiso de sus supervisores. Esto es, los mismos que ahora nos dan recetas para asegurar su supervivencia sobre los cadáveres de las clases medias y humildes endeudadas y alienadas por el dios del consumo. Conviene insistir en que por cada euro extra de deuda pública existe un euro de deuda privada que ha sido sostenido o asumido por las cuentas públicas; de ahí su déficit y de ahí también que, contra lo que se cacarea, el principal problema de la deuda de España no sea la soberana. La dificultad es el enorme endeudamiento general de la sociedad. Al finalizar el año 2009, la deuda conjunta de las administraciones públicas (estado central, comunidades autónomas y ayuntamientos), las empresas, los hogares y el sector bancario ascendió a casi cuatro billones de euros, el 390% del PIB. Las empresas no financieras debían el 143% del PIB; los bancos y cajas, el 107%, y los hogares, el 89%. Éste es parte del asunto.

Publicado en La Crónica de León, 22 abril 2011

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