Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 29 de diciembre de 2011

El fonema


     Nos enseñaron que un fonema es la unidad mínima de la lengua con valor distintivo, que no cuenta con significado por sí solo, pero que distingue palabras. Lo cual, alcanzado ese otro nivel superior no fonológico, nos lleva a resaltar la importancia de esa unidad para hacer que una palabra sea la que es y no otra o que, en un contexto más pragmático, su articulación concreta incorpore significaciones reveladoras. Es lo que ocurre con el fonema oclusivo, dental, sonoro /d/ cuando escuchamos con atención el discurso de investidura del recién elegido Presidente del Gobierno. Advertimos entonces que Rajoy se refiere unas veces al estado y otras al estao, pero no indistintamente y me temo que no por casualidad. Así, si tienen ocasión de repasar su grabación sonora, notarán que nos habla del Estado con mayúsculas, con énfasis, masticando la palabra para que resuene en el auditorio, cuando la liga casi en exclusiva a presupuestos o boletines y se envuelve en conceptos como déficit, austeridad o reformas. Sin embargo, no ocurre lo mismo en otros contextos digamos más corrientes o genéricos del término, donde el orador relaja la entonación de modo que el sonido tiende a su desaparición casi completa, en lo que podría considerarse un claro vulgarismo si la caída del fonema es total; así ocurre (aunque no de forma absolutamente general, todo hay que decirlo) cuando se refiere, por ejemplo, al estao social, al estao de bienestar e incluso a los cuerpos de seguridad del estao. Podría tratarse tal vez de un galleguismo, de la misma forma que el anterior Ministro de Fomento hablaba de conceto y efeto, pero me parece que no es ésa la explicación. Sabido es que por la boca muere el pez y que el lenguaje oculta un comportamiento. Tomado en tal sentido, no cabe duda ya de que estamos ante una evidencia y no frente a una simple relajación del fonema /d/ en posición intervocálica. Habrá que estar atentos, pues, a la fonética del actual Gobierno para saber a qué atenernos.

Publicado en La Crónica de León, 30 diciembre 2011

viernes, 16 de diciembre de 2011

Lo contrario


     Puesto que los discursos, a fuerza de lugares comunes y suplantaciones de ideologías, han acabado convertidos en entes vacíos, más vale apartar por esta vez las palabras y atender a los hechos para entender mejor cuanto sucede. Y lo que sucede, sencillamente, es un retorno al siglo XVI merced a la reiterada actitud del pueblo español y de sus gobernantes, aunque no solos, por mantenerla y no enmendarla; es decir, por marcar una postura y sostenerla a toda costa a pesar de que sus efectos sean contrarios a lo pregonado. Por ejemplo, se impone la etiqueta de la austeridad y -¡ale!- todos a ser austeros sin importar que la austeridad sea, como bien sabemos y lo recuerda el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, “una receta para menor crecimiento, para una recesión y para más desempleo. Una receta para el suicidio”. Así mismo, con grandes palabras nos quiso convencer sobre sus reformas el extinto Zapatero (y lo repite ahora, mutatis mutandis, la bisoña Cospedal con sus ajustes) proclamando que “los sacrificios de hoy serán la puerta del bienestar de mañana” y ya vamos viendo el resultado de la profecía, lo cual no obsta para que el electo Rajoy se apunte a aplicar otra vuelta de tuerca sobre el mismo clavo. Es lo que ocurre también con las expectativas de futuro que todos identificamos y que se centran, entre otras materias, en una mejor formación y en un modelo productivo con alto valor añadido. Pues bien, mientras todo eso se dice, ocurre que las comunidades autónomas han invertido en educación durante el último curso 2.300 millones de euros menos que el ejercicio presupuestario anterior, reduciendo en 15.000 las plazas docentes y la oferta de servicios educativos complementarios; y, por su parte, las empresas españolas redujeron un 0’8% su gasto en investigación y desarrollo en el año 2010, con lo cual ya solo financian el 43% en I+D+i cuando el objetivo de la Unión Europea era que financiasen el 66’7%.

Publicado en La Crónica de León, 16 diciembre 2011

sábado, 3 de diciembre de 2011

La corrupción


¿Qué pensarán de nosotros nuestros más ilustres antepasados? Me refiero a los Lázaro de Tormes, Rinconete, Cortadillo, Marcos de Obregón, la Pícara Justina, el bachiller Trapaza, Guzmán de Alfarache, el Buscón Don Pablos y otros, en cuyas fuentes tanto y con tan gran tesón ha bebido el ser nacional. Corregidos y muy aumentados se reconocerán sin duda en los entresijos de los casos Gürtel, Babel, Campeón, Brugal, Malaya o Palma Arena. Admirados habrán de sentirse de lo mucho aprendido y adecuadamente progresado por directivos, presidentes, consejeros y otros adláteres de la cosa bancaria y su álbum de cajas. Identificados así mismo en el trapicheo de dietas, haberes, estipendios, pluses y honorarios de algunas administraciones públicas o poco públicas. Asombrados tal vez de que incluso por los pasillos de la actual monarquía, como en los mejores momentos de la suya en los siglos llamados de oro, se deslice turbia la sombra de la estafa y el olor del abuso. Cómo no iban ellos, maestros de maestros, a emitir facturas falsas, a frecuentar la economía irregular o sumergida y a solazarse en la amplia piratería, que hace de este país nuestro un referente mundial con un 77’3% de contenidos digitales esquilmados (casi 11.000 millones de euros en el último año). ¡Ay de aquellos pícaros ingenuos! Dudosamente sus trampas y añagazas pueriles estarían a la altura de lo que se lleva en estos tiempos engañosos, donde la corrupción es la principal seña de identidad general y el que no la practica es o un tonto de capirote o un traidor a la patria. Total, que fuéronse las campañas electorales, sus mítines y sus urnas y nada o casi nada se dijo de todo esto, aunque materia hubiera para más de una novela y para la perpetuación de todo un género.  De ello y de ese silencio proceden buena parte de nuestros males; así que cualquiera se atreve a imaginar lo que pueda dar de sí la literatura de los próximos cuatro años.

Publicado en La Crónica de León, 2 diciembre 2011