Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 26 de enero de 2012

El emigrante


     Durante la segunda mitad de la década de los setenta, una especie de cantautor leonés, felizmente retirado a tiempo, recitaba en sus contadas actuaciones una canción dedicada a la figura del emigrante. Méritos artísticos aparte, quiere ello decir que por aquel entonces –no hace tanto- el asunto de la emigración seguía estando muy presente en nuestro imaginario laboral y social, tanto que llegaba a servir todavía como inspiración para los presuntos poetas. Vinieron luego los años de la silicona y el país se hizo varios implantes hasta el punto de que el fenómeno se invirtió en inmigración y nuestras cortas memorias se encargaron del resto, es decir, de borrar la huella de nuestro pasado inmediato y de nuestra condición errante. Mas hete aquí que el polímero en cuestión resultó ser del género PIP y con el tiempo, como ocurrió con todas nuestras otras burbujas artificiales, acabó por provocarnos males severos y se hizo necesaria su retirada de nuestros cuerpos enfermos. Esta nueva política nos devolvió a nuestro ser austero y pobre tradicional y reabrió, como no podía ser de otro modo, las rutas de los emigrantes: hasta siete diarios se contaron en nuestra provincia durante el año 2010 y un total de 500.000 personas abandonaron el país a lo largo de 2011. Pero a diferencia de aquellos del siglo pasado, que se iban con lo puesto y una maleta de cartón a limpiar letrinas en las fábricas alemanas, pero que soñaban con regresar un día, nuestros emigrantes del siglo XXI no retornarán nunca. Son gente bien formada en su mayoría, con todo el mundo por delante, con expectativas de explotación o de realización personal bien distintas a las que les ofrece el mercado nacional y, no lo dudemos, con otro reconocimiento. Al menos, que se sepa, más allá de nuestra frontera no se oye hablar de recortes (¿o son reformas?) en materia de educación e investigación. Parece ser que hemos vuelto al futuro.

Publicado en La Crónica de León, 27 enero 2012

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