Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 26 de julio de 2012

La apariencia y el engaño


     Uno de los signos que identifican a esta época de confusión es la tensión creciente entre lo que es y lo que parece ser. Cuanto mayor resulta el esfuerzo para señalar lo que realmente es, tanto mayor es el ahínco de quienes se empeñan en la imitación. Frente a la abundancia de denominadores de origen, indicaciones geográficas protegidas, sellos de autenticidad y otros mecanismos para la verificación de lo que se pretende único y original, se opone todo un ejército de sucedáneos, copias, plagios y  reproducciones de todo tipo, cuyas diferencias respecto al referente son en muchos casos difíciles de verificar. De ahí que la apariencia se haya convertido, si no lo ha sido siempre, en elemento trascendental de toda actividad humana en su esfera social. Mientras el individuo es dueño de optar, o de acomodar su opción conforme a sus circunstancias, la disputa entre lo real y lo figurado se mantiene dentro del plano de la desleal competencia en un supuesto mercado de objetos o de ideas; pero cuando desaparece la posibilidad de elección entre el modelo y su imagen, de modo que la apariencia aparenta ser más de lo que es, entonces nace el problema y se genera un desorden todavía mayor. Es el engaño.

     Naturalmente, un caos semejante se ha apoderado también del espacio político, añadiendo desorientación a la desorientación generada por estos tiempos desnortados. En otras épocas más maniqueas la presión surgía del choque, nunca del alboroto: al Este se oponía el Oeste, lo mismo que sus respectivas formalizaciones ideológicas. Nadie hubiera imaginado entonces que un país comunista liderara una economía capitalista como sucede hoy con China, donde la planificación totalitaria convive en aparente armonía con la filosofía más mercantil. Así mismo, por situarnos en el extremo opuesto, ni los más aberrantes de entre los nuestros hubieran sospechado que un día empresas de automóviles y grandes bancos y aseguradoras estadounidenses serían nacionalizados. Claro que, en el plano de la aberración, quien se lleva la palma es el Partido Socialista francés, que tuvo en Dominique Strauss-Kahn un Presidente in pectore, para lo que nada importaba ser Director Gerente del Fondo Monetario Internacional, posiblemente el mayor agresor de las políticas sociales. ¿Cómo sorprendernos, por lo tanto, de que poblaciones obreras tradicionalmente de izquierdas hayan abrazado en ese país la opción electoral del Frente Nacional?

     Viniendo al plano corto, el de lo doméstico, España tiene en apariencia un Gobierno, aunque en realidad confiesa ser un mandado que no gobierna. No de otra forma puede interpretarse que su Presidente asegure que hace lo que no quiere, lo que no le gusta, porque no tiene elección. También Europa tiene un Banco Central aparente, que no funciona como tal porque no llega a existir una unión fiscal y bancaria, sino que está para controlar la inflación, que es una vieja manía alemana pero no del todo europea. Por otro lado, a veces se producen rescates que no lo son, o se dice que no lo son porque se trata de créditos preferentes que no entrañan condiciones, aunque acto seguido se aprueben ajustes por valor de 65.000 millones de euros. También hay un Parlamento que discute y aprueba leyes, si bien durante los últimos siete meses se ha dedicado preferentemente a convalidar decretos leyes, que no se debaten ni pactan porque al fin y al cabo han entrado en vigor al día siguiente de ser redactados por un Gobierno que hace lo que no quiere hacer. Y dice el Presidente de ese no Gobierno que él sube impuestos, pero que en realidad lo que querría es bajarlos, tal y como apuntó en un programa electoral que no llegó a nacer y así sucesivamente.

     Lo que sucede entonces es que este país procura guardar las apariencias pero se engaña a sí mismo. De hecho, por más que tratemos de sostener el ánimo social y político de un ente moderno de corte occidental, los pilares sobre los que se apoya ese tipo de comunidades se nos están haciendo pedazos de día en día. Entre medidas engañosas y eufemismos aparentes, sería bueno que alguien nos explicase qué será de una sociedad de consumo sin consumo, cuánto dura una democracia burguesa sin pequeña y mediana burguesía (las clases medias), en qué deriva un Estado sin Estado, dirigido por terceros y sin soporte público. Son cuestiones básicas a las que convendría atender tanto o más que a lo inmediato que tan grandemente nos perturba, pues los fenómenos inmediatos son también apariencias con las que nos engañan y ocultan el destino que nos tienen reservado. Explicaba en un artículo Juan Goytisolo hace unos días que “estamos al cabo de un ciclo histórico y una crisis de civilización”. Ésa es la verdadera clave que debiera centrar nuestro pensamiento, nuestro lenguaje y nuestra actitud como país o comunidad política. Es lo que merece la pena considerar con el fin de encontrar una salida a nuestro enredo actual y valorar con mayor certeza los sacrificios que estamos dispuestos a soportar. Es la base teórica al menos sobre la que poder reconstruirnos, pero para ello nos son muy necesarios unos gobiernos que gobiernen no sólo en apariencia y que no nos engañen.


Publicado en Diario de León, 26 de julio de 2012

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