Blog de Ignacio Fernández

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viernes, 24 de agosto de 2012

Los empresarios


     Con su retórica habitual, a medio camino entre el llanto y la ofensa, es decir, con la prosa propia de los que sólo reconocen la paja en el ojo ajeno, la Federación Leonesa de Empresarios ha vuelto a hacer público unos días atrás otro comunicado hiriente. En él, la FELE reclama «de forma apremiante» y ante la «extrema gravedad de la situación», una rebaja «mucho mas contundente en los gastos improductivos de las distintas administraciones para que sea posible el fomento de la inversión, la recuperación de la actividad económica y la generación de empleo». Estas afirmaciones groseras podrían hacernos pensar que en el otro lado, en el lado privado y en el de sus estructuras dirigentes, la productividad es santo y seña, cuestión que evidentemente no es tal. Y para que no se molesten, citaré sólo una muestra estadística de los Estados Unidos, país al que seguramente admiran estos individuos de la viga en el ojo propio: allí, en el paraíso del capitalismo, de la desregulación y del rifle, el 43% de la superélite son ejecutivos de empresas; de ellos, el 18% trabaja en las finanzas y otro 12% son abogados; por lo tanto, no son profesiones en las que exista precisamente una clara relación entre los ingresos de alguien y su aportación a la economía real. Quizá por eso ocurre lo que ocurre, entre otras cosas que hoy las transacciones financieras equivalgan a 70 veces la economía real o economía productiva y que las diferencias de renta, según la OCDE, estén en el nivel más alto en 30 años; de hecho, en España, el 10% mejor situado gana 12 veces más que el peor pagado. No sé si estas cuestiones serán tenidas en cuenta por los empresarios leoneses en sus análisis de la situación, me temo que no. Confío, pues, en que les resulten útiles para ser un poco menos tendenciosos. Aunque tengo la impresión de que nada les iría mejor que una buena consulta en un servicio de oftalmología. Público, por supuesto.

Publicado en La Crónica de León, 24 agosto 2012

viernes, 17 de agosto de 2012

Perder el tren


     Más allá de su significado referencial evidente, perdemos el tren cada vez que dejamos pasar el momento oportuno, la situación propicia para hacer algo. Luego, como también suele decirse, lo que ocurre es que quien deja pasar un tren debe subirse a otro que, quizá, ya no llegue a tiempo.

     Lo curioso de este juego metafórico es que en ocasiones se solapa la literalidad con lo figurado, lo cual duplica y refuerza el mensaje de tal manera que nadie puede ya extraviarse en los supuestos contenidos literarios del artilugio, y entonces la realidad nos golpea rotunda como un caballo de hierro. Así ha sucedido, a nuestro entender, con las informaciones recientes acerca de este medio de transporte y la ciudad (o provincia, que en este caso, si se permite la licencia, viene a ser casi lo mismo) de León. En medio del bochorno estival, hemos sabido que el Ayuntamiento leonés ha solicitado la desaparición de la Sociedad León Alta Velocidad, que hasta la fecha gestionaba las labores de integración del ferrocarril en la ciudad con motivo de la llegada del nuevo sistema ferroviario; también se han producido denuncias reiteradas sobre la paralización sine die de las obras del AVE en su trazado provincial y hasta el Partido Popular de Asturias avanza que nunca antes de 2015 se pondrá en marcha el proyecto para el tramo León-La Robla; finalmente, por si todo esto fuese poco, se ha anunciado también que FEVE suprimirá la conexión entre León y Bilbao cinco días a la semana. Son señales más que notables de cómo vamos poco a poco perdiendo el tren; o, mejor dicho, de cómo el tren nos pierde a nosotros, pues no sucede igual en otros recorridos o en otros lugares, donde el ferrocarril sigue siendo una prioridad e incluso un signo de modernidad. Naturalmente, todas esas señales se insertan en un plan deliberado del Gobierno español, para quien la noción de servicio público, así en el transporte de viajeros como en muchas otras áreas de cuanto nos es común, debe dejar paso al aprovechamiento privado sin importar las consecuencias.

     Es curioso, así mismo, que si bien el plan general, que incluye la desaparición de FEVE y la desmembración de RENFE y ADIF, viene siendo respondido por los trabajadores con paros y manifestaciones, ninguna expresión de rechazó ciudadano se produce en León ante lo que representa la cancelación de muchas expectativas y potencialidades. Por el contrario, conforme a una cualidad muy leonesa, muy conservadora por otra parte, el conformismo lo disculpa todo y todo lo digiere con mansedumbre. Incluso el Partido Popular local, tan quejoso años atrás con el Gobierno central por los retrasos y otras indecisiones poco justificables, se convierte hoy, cuando debería tener a su favor a ese Gobierno, en el principal defensor del retroceso. Ya lo fue, de hecho, con su oposición al tranvía –otro tren perdido, no lo olvidemos– . Podrá alegarse como excusa la amputación de las inversiones en infraestructuras, pero basta ampliar el foco hacia el corredor gallego para constatar la debilidad del pretexto, lo que nos obliga a interrogarnos por el diálogo oculto de hace unos meses entre la Ministra de Fomento y el Alcalde de la ciudad y la Presidenta de la Diputación. Todo indica que en lugar de garantizar el futuro lo que se hizo en esa conversación fue certificar el pasado.

     El tren y su pérdida se convierten, ahora sí, en metáfora de cuanto nos ocurre. Las oportunidades no del todo aprovechadas en los años pasados están siendo poco a poco enterradas o simplemente amortiguadas en sus efectos, como parte de una política de revancha que pretende hacer desaparecer de la historia las huellas de un Gobierno de diferente signo. En lo general, así viene ocurriendo con leyes y proyectos que pudieron suponer mejoras sociales notables: el aborto, la igualdad, la dependencia… En lo local, se trata de que ese rastro conserve las mínimas señas físicas: la CIUDÉN, el ferrocarril, el aeropuerto… El genoma cainita leonés, que se hizo presente como nunca en los procesos electorales del año 2011, ha decidido reencarnarse en las nuevas generaciones de los mismos poderes locales de siempre para asegurarse de que la historia no cambie su rumbo, menos aún en una provincia y en una ciudad tan celosamente guardianas de las más rancias costumbres.

     De modo que hemos perdido el tren. Literalmente: una de las conexiones entre Asturias y Madrid ha dejado ya de entrar en el apeadero leonés. Le seguirán otras de ese mismo trayecto y de otros. Muy posiblemente, insistiendo en la misma política de tierra quemada y de privatizaciones, no tardaremos en tener que acudir a otras provincias para realizar algunos de nuestros viajes. Dirán entonces que es culpa de Valladolid y se quedarán tan frescos. Por cierto, para ese entonces la famosa autovía hacia la capital vallisoletana seguirá en el limbo, más o menos como las que deberían habernos conducido a Braganza, a Orense y así sucesivamente. Porque en nuestro caso, con una provincia pensionada y en barbecho, de lo que va habiendo constancia es de que otro tren no llegará nunca a tiempo.


Publicado en Diario de León, 22 agosto 2012

jueves, 9 de agosto de 2012

La bolsa


     Hace tiempo que la disyuntiva entre la bolsa o la vida permanece fosilizada en apariencia y es muy difícil imaginar que ni siquiera los atracadores más casposos, como el Dioni o el Solitario, se sirvieran de esa fórmula en sus andanzas criminales. Sin embargo, la relación entre uno y otro término sigue manteniendo frescura aunque para ello sea necesario que habiten otros contextos. Así, la vida sigue siendo para una mayoría la dura vida, eso que se va en un suspiro y que goza de tan escaso valor en los mercados. Por el contrario, la bolsa no es ya aquel sinónimo de cartera, monedero o sencillamente el saco donde guardar los billetes de un botín. No, cuando hoy nos referimos a la bolsa todos sabemos que hablamos de la institución donde se realizan transacciones de esos valores que, por oposición a lo anterior, sí son del favor del mercado. Ese es el plano donde la disyunción recobra actualidad y se convierte en una expresión elocuente de los males que nos azotan. Obsérvese a modo de ejemplo lo que ha ocurrido con las últimas cotizaciones alcistas de la bolsa española: tres han sido sus subidas más notables en las últimas semanas, cada una de ellas coincidente en fechas con la cotización a la baja de lo que podríamos estimar condiciones de vida. El dichoso Íbex ha conocido el gozo sucesivo de su elevación mientras los datos de la Encuesta de Población Activa confirmaban el dolor de las cifras de desempleo; a la par que el Índice de Precios de Consumo se disparaba a causa del pago de los medicamentos; o cuando el Gobierno decidía ignorar la prórroga de la ayuda de 400 euros para los parados de larga duración. De este modo, mientras la vida se retorcía una y otra vez más sobre sí misma, la bolsa se regocijaba sin más consideraciones que  las del mero ensimismamiento especulativo. Por si quedase alguna duda, da la impresión de que la bolsa ha decidido cargarse a la vida. Muy al estilo, por cierto, de los atracadores más casposos.

Publicado en La Crónica de León, 10 agosto 2012