Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 20 de septiembre de 2012

La enseñanza


     Todos los meses tienen su asunto particular de cabecera, y septiembre, con el regreso a la vida de todas las actividades amortiguadas por los estíos varios, se reconoce sobre todo en la enseñanza. Este año más aún si tenemos en cuenta la generación de noticias que se han producido en su entorno, la mayoría de ellas adversas: subida de precios en el material escolar, pago de los servicios de madrugadores y centros abiertos, reducción del número de docentes y aumento de ratios de alumnado en las aulas, avance de una nueva revisión de las leyes educativas, etc. También informes de última hora han venido a ampliar el eco de todas estas materias, desde los que advierten sobre el alarmante número de jóvenes situados hoy al margen del sistema educativo y del laboral, hasta el más reciente de la Comisión Europea que sitúa a España a la cabeza de los países con menos formación y mayores diferencias regionales en ello. Estas tendencias negativas demuestran, pues, que no estamos ante situaciones coyunturales, como podría suponerse de las informaciones primeras, sino que la enfermedad es crónica y, al menos, de pronóstico reservado. Mucho más si atendemos a algunos otros datos sobre los que no se suele hablar y que revelan que el diálogo entre nuestra enseñanza y el mundo del trabajo es poco satisfactorio. Por ejemplo, que sólo el 24% de los españoles ha cursado o cursa formación profesional, frente al 47% de la media de la Unión Europea. O que España, con datos de 2008 según Eurostat, es el país de la UE con más trabajadores sobrecualificados, es decir, aquellos que tienen un título universitario o de FP de grado superior, pero ocupan un empleo por debajo de ese nivel: son un 31% frente a un 19% de media europea; claro que, entre los extranjeros que trabajan en nuestro país, la tasa se dispara hasta el 58%. Que nadie piense que esto tiene que ver con la crisis, como quizá tampoco otros males de este nuevo septiembre.

Publicado en La Crónica de León, 21 septiembre 2012

martes, 18 de septiembre de 2012

En el inicio del canto



Moderato Cantábile decimos, sí. Acudimos entonces a la fuente de fuentes y aparecen nada menos que 494.000 entradas (aproximadamente, apuntan), 22.300 en lengua española, aunque solamente 10.900 procedentes de territorio hispano. Las primeras de todas esas páginas –he ahí, por tanto, nuestra célula madre- hacen referencia a una novela de la escritora francesa Marguerite Duras, publicada en 1958 [www.tusquetseditores.com/titulos/andanzas-moderato-cantabile], y se alternan con su adaptación cinematográfica, realizada en 1960 por Peter Brook, con Jeanne Moreau y Jean Paul Belmondo como protagonistas [www.claqueta.es/1960/moderato-cantabile.html]. Una y otra son el relato de una fascinación, más o menos como la que nos nace –a veces irracional, a vece ilógica también- al entregarnos sin prejuicio al mundo de la literatura y de la música.

De la trama nos quedamos con la figura de una mujer, Anne, que acompaña a su hijo a clase de piano. La profesora le instruye de forma reiterada en una misma partitura, una sonatina de Diabelli que debe tocarse en moderato cantábile, es decir, en un ritmo moderado y cantante, como si viniera a tratarse de una canción [www.sheetmusic2print.com/Media/Diabelli/Sonatina-168-1-III.mid]. Y esto, lo del ritmo, sin olvidar lo literario, nos lleva al que será nuestro segundo gen, sobre el que también podemos rastrear otros ejemplos en la red: sin ir más lejos, Frédéric Chopin [www.youtube.com/watch?v=o9m8kZuBG5A].

Recapitulemos, pues. Moderato: término musical que prescribe una ejecución discreta y moderada, alejada de excesos expresivos. Aplicado a otras voces, añade la idea de moderación al movimiento. Cantábile: Voz italiana que indica que un pasaje musical debe interpretarse dando relieve a la melodía principal.

Así somos, así seremos en este paraje digital, desde donde proclamaremos nuestra propuesta musical. No una proposición cualquiera, evidentemente. Acabamos de indicar, de hecho, los que serán dos de sus denominadores comunes: lo literario y lo musical. Pero hay más, al menos otro dúo que presentamos a continuación: la canción y la palabra.

De forma inevitable, siendo como somos, topamos con la canción. Nos gustan las canciones, es así, las melodías cantables, el cancionero en general siempre y cuando lo guíe el buen gusto y cierto afán de estilo. Canciones clásicas y jóvenes, eternas y efímeras como la vida misma, canciones de amor y de muerte –casi todas, deberíamos señalar-, canciones que hablan del mundo y de sus sombras, de los misterios y de las claridades… mediante las que penetrar la realidad con ojos líricos.

Posiblemente, si hubiera que seleccionar una canción, una sola canción para resumir el espíritu que nos animará en ésta y en sucesivas entregas, no habría ninguna duda, una de las más hermosas: Te doy una canción, del cantante cubano Silvio Rodríguez [www.youtube.com/watch?v=IzAaQDf1Oxg&feature=related]. Cuidado que es amplio el cancionero y en él bucearemos como arqueólogos marinos para ofreceros ánforas valiosas y tesoros sumergidos. Sin embargo, nuestras señas de identidad están tan claras que la respuesta no conoce titubeos.

Pero esto es sólo una presentación y, como tal, susceptible también de matizarse. Al fin y al cabo, canciones hay para todas las edades y para todos los tiempos, incluso para estos tan turbios en los que habitamos hoy. Ya lo dejó escrito el poeta Bertolt Brecht: “Y en los tiempos oscuros, ¿habrá canto? Sí, habrá el canto sobre los tiempos oscuros” [https://sites.google.com/site/bertoltbrechtpoemasycanciones/].

Así pues, la palabra por fin, el haz o el envés de la música, según se mire, cuando se produce el maridaje de la canción. Como sentenciaba Sigmund Freud: “la ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas”. Y es que, si en el principio fue el verbo, o eso cuentan al menos, lo que sí podemos afirmar los ilusos mortales es que en todo el recorrido restante hasta el fin siempre nos quedan las palabras, ya sea según versión de Blas de Otero, de Paco Ibáñez o del grupo Aguaviva [http://antologiapoeticamultimedia.blogspot.com.es/2006/08/me-queda-la-palabra.html].

De modo que música, literatura, palabra y canción. Una elaboración de repertorios y una exploración del cancionero en el sentido más amplio, para concluir en lo que hoy nombran como playlist y que siempre conocimos como una lista de reproducción o de escucha. Con una particularidad: lo que fue en su día, a lo largo de ocho cursos de emisiones en la Radio Universitaria, una expresión sonora que todavía puede rastrearse en la red [www.ivoox.com/escuchar-radio-universitaria-leon_nq_9212_1.html], se abre ahora al mundo en este nuevo formato que quiere apurar también todas sus posibilidades de comunicación. Eso sí, siempre con una misma intención lírica y política. Modestamente, lo que canta Bruce Springsteen en We are alive [www.youtube.com/watch?v=mVxc-tubIyE]: “Estamos vivos, / y aunque nuestros cuerpos yacen abandonados / aquí en la oscuridad, / nuestros espíritus se elevan / para llevar fuego y encender la chispa / para pelear hombro con hombro / y corazón con corazón”. No otra es, en suma, la inspiración y el programa de Moderato Cantábile.

Publicado en Conecta León 1, septiembre 2012

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El cocinero y el fraile


     Explican los diccionarios de dichos y de frases hechas que antiguamente era normal que muchos legos, que entraban en los conventos como cocineros, acabaran tomando los hábitos. Ya sabemos que hoy, por extensión, se aplica este emparejamiento para hablar de alguien que, antes de ocupar determinado puesto, ha desempeñado otra actividad que le permite al menos opinar sobre ella. O, yendo más allá, ejercerla con el respaldo de un supuesto argumento de experiencia.

     Por lo tanto, si invirtiéramos el sentido de la expresión y echásemos una mirada sobre las cocinas en las que se aprende y ejerce cuando todavía se es seglar, obtendríamos a veces tanta claridad acerca de los comportamientos como esos descensos a las simas íntimas a que nos someten psicólogos o psiquiatras, pero sin tanta patología. De este modo, si conocemos que una buena parte de los gestores de la economía europea, entre ellos los españoles naturalmente, crecieron entre las marmitas y los fogones de los más señalados piratas financieros globales y locales, a nadie puede extrañar el tipo de decisiones que adoptan, los enredos a los que nos arrastran y al servicio último de quién sitúan las liturgias ahora, cuando ya han logrado profesar. Por supuesto que en toda religión hay conversos y apóstatas, pero no es muy común que quien hizo fe de los vicios privados se comporte después como un adalid de lo público, salvo para acomodarlo a aquellas doctrinas, que es lo que en realidad sucede.

     Lo mismo ocurre con otro género de políticos en boga, abogados del estado sobre todo o muy altos funcionarios de las administraciones, que hoy nos gobiernan a golpe de decreto, como quien maneja un manual de Derecho sin más contemplaciones políticas, es decir, sin el componente mínimo del espíritu político, que no es otro que el del acuerdo. También los hay que antes fueron registradores de la propiedad, en cuyo caso no cabe esperar de ellos más que un estoicismo mal entendido con los ademanes propios de quien viene acostumbrado a ser un asentador de actos, por más que muy bien pagado. Todo ello, sin olvidar otras escuelas gastronómicas, especialmente las más piadosas, donde palabras como austeridad, sacrificio o contención han sido siempre un condimento tradicional, salvo bula en contrario.

     Aprendizajes de este tipo son los que llevan luego a que el Presidente Rajoy nos confiese que quien le ha impedido cumplir su programa electoral es la realidad. ¿Dónde estaba el Presidente Rajoy entonces cuando redactaba ese programa? ¿En qué realidad habitaba? ¿Le ocurre tal vez al Presidente Rajoy como le sucedió antes al Presidente Zapatero, que también renunció a su último programa electoral, quien no veía crisis real por ningún lado hasta que cayó del caballo para decirnos que iba a seguir otro camino costase lo que costase? ¿Cuál era la realidad del Presidente Zapatero? ¿En qué hornos se formó antes de tomar los hábitos neoliberales? Son dudas que conviene resolver, y más que nada despejar, para entender y poder dar solución a mucho de cuanto nos ocurre.

     Una forma de hacerlo, por ejemplo, es volver a definir la realidad entre todos para que nadie se llame a engaño. Y al colaborar juntos en esa definición, lo que conseguiremos, de paso, es condicionar un poco los influjos de esas cocinas donde nuestros frailes de hoy en día adquirieron unos estilos culinarios tan sesgados y tan distantes del mundo de los hambrientos. Es lo que algunos pretendemos al proponer un referéndum sobre las decisiones gubernamentales de los últimos meses, que han constituido un auténtico fraude electoral, básicamente porque quién ganó la mayoría absoluta el pasado noviembre no sabía en qué realidad vivía. Claro que posiblemente tampoco lo supieran sus muchos votantes, la mayoría de ellos hoy evaporados después de un buen hervido. Y con ese fin, precisamente, un amplio grupo de organizaciones sociales marcharemos en la ciudad de Madrid el próximo día 15 de septiembre, porque otra cocina y otros frailes son también posibles.

     Quizá ese objetivo no se alcance con sólo esta iniciativa, pero mostraremos que sigue viva una escuela democrática, otro arte culinario en suma, donde algunos aprendimos y, en consecuencia, ejercemos todavía. Porque nos asusta observar algunos comportamientos de nuestra gente pública que nos hacen temer por el tipo de guisos donde se adiestraron. Me refiero a esos que nos proponen las tragaperras o las montañas rusas para remediar la anorexia de nuestra economía; a esos otros que arrojan de territorio español a unos seres vivos, exhaustos e inocentes como si fuesen fardos; a esos que argumentan la existencia de mosquitos para despreciar las playas extranjeras, como si éste no fuera un país de moscas; a esos que vuelven a programar corridas de toros en la televisión pública mientras encarecen por la vía de los impuestos el acceso a la cultura; a esos que dicen regenerar la política y los políticos privándoles de sueldo porque ellos viven de las rentas. En fin, el convento no pinta bien y se hace necesaria una actitud de rebeldía persistente y tenaz, porque nada sería peor frente a esta congregación que lo gobierna que la resignación hasta ser cocinados a fuego lento.


Publicado en Diario de León, 13 septiembre 2012

jueves, 6 de septiembre de 2012

La espiral


     En tiempos de siglas, acrónimos, marcas, logos y demás señas sintéticas de identidad, a nadie debe extrañarle que también las crisis se expliquen con símbolos visuales, en este caso tomados del alfabeto: tienen forma de V cuando la caída y la recuperación son rápidas y en un corto espacio de tiempo; de U cuando entre ambas fases se produce un estancamiento temporalmente limitado; de W cuando a la recuperación le sucede otra recaída; y de L cuando el periodo de estancamiento es notablemente largo. Cuentan los que de ello saben que éste último es nuestro modelo. Sin embargo, limitándonos a las fronteras alfabéticas, bien podríamos decir que cuanto nos ocurre tiene forma de X, en tanto enfrentamos una crisis sistémica para la que nadie se atreve a aventurar horizontes claros, mientras la clase política, desde el conservadurismo que la caracteriza, no hace más que dar palos de ciego suponiendo que los fundamentos sociales, políticos y económicos son eternos y que algún día volverán como por encanto a su sitio natural. Mas, suponiendo que eso no vaya a ser así, otra figura geométrica define mejor que cualquier signo este proceso sin rumbo: la espiral. Efectivamente, desde que la crisis explotara y en particular desde mayo de 2010, damos vueltas sobre el mismo punto incrementando no obstante el radio de nuestros giros para no llegar a ninguna parte, sufrir más y repetir siempre el mismo tipo de acciones. Sin importar la serie de medidas dolorosas y calcadas de sí mismas, el paro siempre es el paro pero dispara sus cifras en cada rotación, el índice de riesgo es siempre el mismo aunque crezca por centenas en cada viraje y un rescate sucede a otro conforme a la sucesión de rodeos. Nada más elocuente en este sentido que las reformas financieras. Cinco llevamos en los últimos años, sin rematar nada, para concluir en esta última con un sublime pleonasmo: el banco malo. ¡La consagración de la redundancia!

Publicado en La Crónica de León, 7 septiembre 2012