Blog de Ignacio Fernández

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miércoles, 24 de octubre de 2012

Las barbas en remojo


En realidad, si hiciésemos uso de una memoria un poco menos perecedera de lo que acostumbramos, nos daríamos cuenta enseguida de que no hace tanto tiempo que tenemos barba. Apenas treinta años, pues sólo en 1980 el Fondo Monetario Internacional incluyó a España entre los países industrializados, momento en que dejó de ser un país receptor de ayuda internacional para convertirse en un país donante. Dos años después, en 1982, el Banco Mundial dejó de calificar a España como un país en desarrollo. Sólo treinta años de madurez, por lo tanto, si se nos acepta la imagen del vello facial para referirnos al crecimiento del país sin desprecios genéricos.

Por otra parte, tampoco hace tanto que nuestros datos de población remontaron el vuelo de forma positiva. Primero levemente en los años 80 y 90 y luego de un modo más vertiginoso por efecto de la inmigración en la primera década del siglo. Sin embargo, el Instituto Nacional de Estadística acaba de advertirnos de que en los últimos doce meses la población española se ha reducido en 45.245 habitantes, como consecuencia de que han vuelto a salir del país más personas de las que entran en él. Por eso, si nuestra memoria no fuese tan selectiva y de tan corto recorrido, en ello reconoceríamos de inmediato cierto estigma del ayer barbilampiño que parecía casi superado por completo.

Por último, como tercer aldabonazo de gloria, pensemos que el poder adquisitivo de los salarios se ha reducido dramáticamente al compás de las revisiones de los convenios y de la continua subida de la inflación, lo que nos devuelve también a tiempos pretéritos: desde 1985, el poder adquisitivo en general no había conocido una caída como la de 2012. A nadie extrañará, pues, que ya sean más de 12 millones y medio las personas que en España viven en la pobreza y en riesgo de exclusión, como en los años imberbes.

Y es que dura poco la alegría en la casa del pobre, sobre todo si se olvida con facilidad la condición de uno y la de sus iguales, cosa que suele ocurrir de forma harto ilusoria en esta sociedad de escaparates y oropeles. Cierto que la movilidad social es un hecho y que no nos regimos en apariencia por un sistema de castas, lo cual ha permitido un crecimiento económico y social notable a lo largo de los últimos cincuenta años. Cierto también que esa dinámica crea inercias y que sobre ellas acomodamos los cálculos de futuro para concluir, como solíamos hacer, que cada generación mejoraría el status de la precedente sin solución de continuidad. Sin embargo, los acontecimientos del último cuatrienio demuestran que esto ya no es ni va a ser así, posiblemente por largo tiempo; y el sobresalto nos ha pillado sin asideros, es decir, sin referencias: escasos de memoria, desclasados y con dudosos deseos de reconocernos en cuanto viene ocurriéndoles a otros como nosotros a nuestro alrededor. Por eso nos cuenta tanto poner las barbas a remojo y actuar en consecuencia.

Por eso y porque duele. De hecho, pelarse las barbas era un indicio de sentir y mostrar dolor. Y, antiguamente, incluso se consideraba una gran afrenta cortarle la barba a alguien, por no hablar de mesarle la barba o el cabello, lo que suponía una grave injuria obligada a reparación. Así es como, desde el siglo XV al menos, venimos repitiendo el dicho consabido sobre las barbas del vecino cuando sucede alguna desgracia a quienes son de nuestra condición y trato, ya que hemos de temer que lo mismo pueda sucedernos y, por tanto, estar prevenidos para que el golpe no sea tan fuerte. Todo ello, claro, si nuestra memoria y nuestra conciencia nos permitieran sabernos de la misma condición y trato que otros, en lugar de eludir orígenes y clase por el simple prurito individualista de distinción.

Conviene, a nuestro juicio, ampliar el foco para que la visión abarque la realidad en toda su magnitud. Descubriremos entonces, si no lo hubiésemos hecho hasta ahora, que más allá de nuestros ombligos y dolores hay quienes recorren con nosotros un itinerario semejante o que nos llevan en algunos casos varias estaciones de ventaja. Y puesto que el recorrido es evidente porque se repite a sí mismo como en una espiral, sin pensar tampoco que cualquier tiempo pasado fue mejor, empleemos la inteligencia para adelantarnos a los acontecimientos y dispongámonos a una acción más colectiva. Ése es el contexto preciso en el que debe valorarse, por ejemplo, la convocatoria de una nueva huelga general y de otras acciones que expresen nuestra voluntad de no resignarnos. No se trata ya de demostrar indignación, algo que todos de una forma u otra venimos haciendo, sino de expresar públicamente y con firmeza una postura opuesta a la resignación. Desde luego, la inversión del proceso histórico que envuelve los datos arriba explicados no vendrá de la mano de aquellos que lo provocaron; y tampoco será en este caso un grupo de barbudos el que mande parar.


Publicado en Diario de León, 23 octubre 2012

jueves, 18 de octubre de 2012

Los poderes


     Hemos conocido por datos aportados desde la Federación de Asociaciones de la Prensa Española que, desde 2008, 57 medios impresos han cerrado en España y 8.000 periodistas han perdido su puesto de trabajo. Si éste es el estado lamentable del llamado cuarto poder, podemos hacernos una idea de cómo se encuentran aquellos que no tocan poder alguno ni por asomo. Pero también, de paso, podemos examinar la situación de los otros poderes, fácticos o reales, y descubrir que ninguno soporta una evaluación positiva, si se exceptúan el financiero y el eclesiástico. En efecto, el poder político, según dicen las encuestas, languidece entre desconfianzas, amputaciones en apariencia indeseadas y otras gaitas gallegas. El legislativo vive preso desde hace años entre los barrotes oxidados de sus reglamentos y sistemas electorales. El judicial, poco permeable a las reformas democráticas, permanece encastillado en sus almenas medievales sin apenas conexión con el mundo real. Mas, frente a ese panorama arruinado, el poder financiero, como si nada fuese con él, prosigue su vida de éxitos con la aniquilación de las cajas de ahorro y es el único que, según datos del INE, aumentó de forma espectacular su renta disponible casi un 90% entre los meses de abril y junio respecto al mismo periodo del año anterior. Pensemos que las empresas, aunque nos resulte paradójico, lo hicieron en un 6,4%, mientras que las familias vieron disminuir esas rentas en un 3,2%. Y, como colofón, ahí se perpetúan sin tacha alguna las ayudas a la iglesia católica en los Presupuestos Generales del Estado para el año 2013, lo que demuestra que el poder de Dios no es, desde luego, de este mundo y bien se encargan los césares de que así sea por los siglos de los siglos. En fin, no todos los muros de la patria mía parecen desmoronarse por igual y para todos. Más o menos, como en tiempos de Quevedo, donde en muchos sentidos todavía habitamos.

Publicado en La Crónica de León, 19 octubre 2012

lunes, 15 de octubre de 2012

De las crisis y la globalización



Nueva Edad Poscontemporánea, decíamos, acerca de lo cual conviene argumentar para no caer en el nominalismo gratuito o en ese océano de etiquetas tan característico de este mundo superficial. Examinemos, para continuar el razonamiento, un par de elementos que se sitúan, a nuestro juicio, en la raíz de esta evolución histórica.

La mundialización es, desde luego, uno de los signos de la nueva era. Lo de menos son las migraciones, que siempre existieron a lo largo de la historia, a pesar de que en algunos países el fenómeno se haya expresado como una auténtica novedad a causa de su velocidad, como en el caso de España. Lo de más es lo que ese ritmo acelerado produce, unido sobre todo a la explosión definitiva de los sistemas de comunicación que vencen fronteras y todo lo modifican: comercio, finanzas, trabajo, salud, turismo, información, conocimiento, etc. También es verdad que queda aún por perfilar la articulación entre lo global y lo local –dicotomía que habrá de resolverse en algunas ocasiones incluso con violencia-, cuyo mapa, una vez salidos de la transición, dibujará un mundo radicalmente distinto que ya se intuye.

Del mismo modo, son expresión de mudanza las crisis, no una –la financiera o económica- como quieren que creamos, sino todas las que coinciden no casualmente en estos momentos de zozobra general. Es verdad que existe una crisis económica y una crisis financiera agudas y persistentes, pero también una crisis política, una crisis de liderazgo, una crisis demográfica, una crisis alimentaria, una crisis medioambiental, una crisis energética y, en fin, una crisis ética. Por lo menos. Conviene en tales circunstancias no olvidar el parentesco que los griegos clásicos otorgaron al término crisis con crítica, que significa análisis o estudio de algo para emitir un juicio, y también con criterio, que es razonamiento adecuado. La crisis nos obliga a pensar y, en consecuencia, produce análisis y reflexión para poder cambiar el mundo, nunca para repetirlo miméticamente considerando que cualquier tiempo pasado fue mejor. Craso error el de aquellos que simplifican ese amplio contexto crítico y craso también el de quienes nos siguen hablando de monótonos ciclos que se suceden como una noria. Aunque más imperdonable es todavía, por su repercusión social, el papel de aquellos gobernantes e intelectuales que se niegan a la evolución y dictan leyes o preceptos que huelen a moho y suenan a evasiva. El compromiso sólo es inherente a quienes quieren ver; lo opuesto se llama necedad.

Y, frente a la necedad, el conocimiento. Cerremos, pues el argumentario acudiendo al de autoridad, que es cosa sensata. Juan Luis Cebrián: “…en realidad no nos encontramos ante una crisis, sino ante un cambio de paradigma en los procesos de crecimiento económico y en la definición de los intereses geopolíticos que condicionan la escena internacional. Dicho cambio viene conformado por los fenómenos que la globalización ha producido, impulsados por el desarrollo de las nuevas tecnologías y alimentados por la creciente desregulación de los mercados financieros”. Vicente Verdú: “La crisis no es todo lo peor. Lo peor es la insistencia en los mismos métodos de antes para superar la crisis (…) Pensar y actuar, como ahora se hace, repitiendo las claves médico-económicas de hace más de medio siglo, es, en el mejor de los casos, administrar placebos al paciente. Y, en el peor de los supuestos, dada la alta caducidad de algunos fármacos, inculcar venenos al enfermo”. Y por fin Rafael Argullol: “En el desconcierto de nuestros días siempre resurge la misma duda: ¿estamos ante un nuevo Renacimiento o ante una nueva Edad Oscura?”. Pues bien, de todo eso hablaremos.


Publicado en Tam-Tam Press, 15 octubre 2012

jueves, 11 de octubre de 2012

CRISTINA LLISO: Si alguna vez


     Eran los tiempos en que bastaba con un par de acordes y un poco de ironía o de mala baba para hacer música y pasárselo bien. Sin más pretensiones. Sin embargo, de aquel mismo paisaje despreocupado e iconoclasta surgió, andando el tiempo, un catálogo de nombres y de canciones imprescindibles en la historia de la música pop española. De entre todos ellos, con especial sonoridad y convertidos rápidamente en eso que llaman grupo de culto, traemos a colación a Esclarecidos, al frente del cual destacaba la voz espléndida y sutil de Cristina Lliso. “Arponera” (1984) fue seguramente su canción de referencia, la que acabó por alumbrar un estilo singular, si bien en un medio sindical tampoco conviene olvidar su contribución a nuestro decorado con “Música para convenios colectivos” (1982). Seis álbumes, cuatro recopilatorios y un montón de sencillos integraron su discografía hasta su disolución en 1997. Más tarde, junto a Suso Saiz y Alfonso Pérez, la voz de Cristina reapareció fugazmente bajo la marca Lliso con una apuesta más electrónica y con menor eco.

     Ahora, treinta años después de aquellos convenios colectivos, vuelve Cristina Lliso con todas las letras y con todo su esplendor, de nuevo al lado de Suso Saiz, con un disco inusual para los presentes estilismos: Si alguna vez. Sus claves vuelven a ser las que fueron, ajadas inevitablemente por el tiempo como todos nosotros; sus bases sonoras, las de los últimos trabajos de Esclarecidos, pero aún más íntimas si cabe, como una mirada profunda hacia los adentros; su oferta, un puñado de buenas canciones, construidas conforme a un formato clásico que nunca falla, textos sugerentes, arreglos bien elaborados y sencillez en el remate final. Y, naturalmente, presidiendo todo el conjunto, esa voz para la que fue necesario algún ajuste: “Desafinaba tanto –ha declarado- que Suso me dijo que tomará unas clases de canto. Después, bien. Estoy muy contenta”.

     Más o menos lo mismo que cuantos hemos sido sus incondicionales desde el principio de los tiempos o que quienes, al descubrirla ahora, tengan por delante el placer ya irrepetible para otros de asomarse por vez primera a las canciones memorables de entonces. Y en cuanto a las que en esta ocasión se nos ofrecen, una sobresale y merece ser saboreada como compendio de todo el producto: “La Duna de Pyla”. Cuanto en ella se dice, junto a las fotografías que en el librito retratan este espectáculo del litoral aquitano, acaba dibujando el escenario más adecuado para esta música, que quiso ser como la nueva ola en el origen, pero que pronto mudó a algo más personal: pop que fantaseaba con ser jazz. Es lo mismo que ocurre con esas dunas fascinantes que nunca son iguales a como las hemos contemplado en otras visitas ni serán las mismas cuando regresemos a ellas, pero que indefectiblemente conservan un atractivo perenne del que es imposible apartar la mirada. Más todavía si, como es el caso, al frente se extiende el Atlántico y a las espaldas queda el bosque de las Landas. Sinfonía de color, en suma, como la voz de esta mujer.

Publicado en Notas Sindicales, noviembre 2012

lunes, 8 de octubre de 2012

En la Edad Poscontemporánea II


     Aprendimos en la escuela que se llamaba edad a cada uno de los periodos de tiempo en que convencionalmente se divide la historia de la humanidad desde una perspectiva occidental. Así supimos de la Edad Antigua, de la Media, de la Moderna y de la Contemporánea, y conocimos que ésta última había tenido su inicio con la Revolución Francesa y que se extendía hasta nuestros días; no importaba que esos días fueran los de nuestros abuelos, los de nuestros padres, los nuestros propiamente dichos o los de nuestros hijos e hijas, pues al cabo la fórmula se ha repetido a sí misma por generaciones sin que nada ni nadie al parecer haya osado alterarla.

     Ahora bien, ¿es posible que tengamos que reescribir pronto los libros de texto para anotar que hemos entrado en una nueva edad? Probablemente sí, probablemente estemos viviendo desde hace unos años el tránsito hacia esa nueva edad aún sin nombre, aún sin definición ni contenidos exactos que la identifiquen; y pasarán más años todavía hasta que exista el convencimiento compartido de que nos hemos instalado en otro tiempo. De hecho, una herramienta muy de moda a la hora de determinar la relevancia de ciertas materias o tendencias, el buscador Google, apenas recoge hoy aproximadamente 6.000 entradas para la fórmula Edad Poscontemporánea, aunque crecen de día en día y acabarán por invadirlo con tal etiqueta u otra similar. Sin embargo, lo que sí es más evidente es que ya hemos abandonado sin duda la vieja Edad Contemporánea. Reconocerlo es por lo tanto un elemento capital para conquistar la época que se abre ante nosotros. No hacerlo y seguir valiéndonos del pensamiento viejo, de patrones caducos y de horizontes apagados significará nuestra derrota ante la evolución imparable de la historia.

     El Muro de Berlín cayó en 1989 y las Torres Gemelas en 2001. Uno y otro derrumbamiento, a pesar de sus notables diferencias, son la imagen del final de una larga etapa, la de las construcciones y el crecimiento. Poco importa si fracasó el comunismo o si triunfó el capitalismo, los dos pueden darse por desaparecidos. Y con ellos casi toda la simbología, la política, la economía y las ideas que fuimos levantando desde 1789 conducidos por el lema de la igualdad, la libertad y la fraternidad; evidentemente con interpretaciones y aplicaciones distintas según la orientación ideológica de un mundo bipolar. Por ese motivo la primera lección que ha de inaugurar la nueva enciclopedia es que nada es ni será ya igual y que, por lo tanto, cualquier discurso, cualquier propuesta de futuro que se acomode aún sobre aquel antiguo molde no tiene porvenir, es pura melancolía.

     Lo que sucedió después fue la globalización y las crisis. Lo primero nos sirve para explicar uno de los rasgos radicalmente distintos a lo precedente y las segundas nos confirman que el proceso está en marcha y que, atendiendo a su etimología, estamos obligados a tomar decisiones,  pues, de no hacerlo, nos arrastrará la marea hacia un fondo sin fin.

     Por ahora, lo que se puede ver, a corto plazo al menos, es que el tiempo que alumbra caminará en principio por la senda de la deconstrucción y el decrecimiento, las nuevas claves para, no se sabe cuándo, poder recuperar el pulso de otra economía, de otra política y de otras ideas. Quienes no se liguen a esos dos conceptos se mentirán a sí mismos y nos engañarán a todos. Igualmente, conviene tener presente que durante esa transición merecerá la pena implicarse en dos asuntos pendientes que van a resultar capitales: el de la lucha de clases nunca resuelta y la defensa de la condición de ciudadanía como último eslabón de una sociedad que pretendemos todavía medianamente justa.


Publicado en Tam-Tam Press, 8 octubre 2012

NOTA: Este artículo es una reescritura del que se publicó en Diario de León el 24 de julio de 2010, recogido en el blog bajo la etiqueta Sindical.

viernes, 5 de octubre de 2012

La liquidez


     Cuando oímos hablar de liquidez, lo primero en que se nos ocurre pensar, dadas las patologías financieras convertidas en pan nuestro de cada día, es en los activos de un banco que pueden transformarse sencillamente en dinero efectivo. Eso dice al menos la Academia. Pero, si nos remontásemos un poco más allá de lo prosaico que define nuestro estar actual, podríamos descubrir otra acepción, la de esa cualidad que identifica a un tipo de pensamiento muy de hoy en día, según terminología del ensayista polaco Zygmunt Bauman, y que se refiere a un pensamiento inconsistente, evanescente. Con él se genera una vida líquida, caracterizada por una cultura de la discontinuidad y del olvido; que no anima la reflexión con profundidad ni la actitud de búsqueda, sino la ojeada fugaz; donde no hay convicciones firmes, sólo opiniones diletantes que pueden cambiar enseguida en la política y en el debate intelectual. La globalización sería entonces el gran escenario y el gran motor de la modernidad líquida; y el último ejemplo de su campo semántico, es decir, de un léxico que expresa ideas fácilmente disolubles, lo conforma una creciente alusión a cualidades sensibles o sentimentales para explicar la realidad que nos envuelve, la cual, precisamente por dichas cualidades, resulta muy difícil o muy fácil de gobernar, según se mire. Tanto a los políticos como a la propia ciudadanía. Nos referimos al desafecto, a la fatiga, al desencanto, a la desconfianza, a todas esas expresiones que sirven lo mismo para justificar una independencia nacional que un cerco al Congreso. Pero lo más terrible de la liquidez no es la delgadez de la conciencia, sino que sobre esa nada se construyan banderas y dogmas a los que, en medio de la irresponsabilidad general, son cada vez más los que se adhieren como a un clavo ardiendo. O como a una nueva/vieja religión que no necesita de otro ritual que no sea la emoción sin pensamiento.

Publicado en La Crónica de León, 5 octubre 2012

lunes, 1 de octubre de 2012

Salirse de madre


     Salirse de madre no es ninguna parida, ni mucho menos. Más bien todo lo contrario, tal y como advertimos cada vez que se repite en el litoral mediterráneo ese desastre de la gota fría, que acaba arrojando un saldo de destrozos e incluso de víctimas como si se tratara de un castigo natural. Porque la madre es el cauce del río o del arroyo, y en esa acepción es donde se sitúa el origen de la frase hecha, en las crecidas de los ríos que se desbordan por el exceso de precipitación. Por cierto, probablemente también de esa misma raíz derive el localismo leonés madrices, con el que se nombraba en algunas zonas de la provincia a aquellos regueros que  se hacían para evacuar el agua desde una finca inundada con el fin de verterla hacia los arroyos.

Así pues, ese desbordamiento es lo mismo que ocurre, ahora ya en sentido figurado, cuando se exceden los límites de lo aceptable. Por ejemplo, en sentido amplio, lo que nos viene sucediendo a lo largo de los últimos cuatro o cinco años de temporales, con todo su catálogo de destrozos y de víctimas, las más notables los casi seis millones de personas desempleadas, una riada sin pinta de contenerse. Porque, en sentido mucho más limitado e inmediato, de madre se salen también, por inaceptables, los Presupuestos del Estado para 2013 y confirman que los meteoros van a continuar azotándonos sin duda alguna. No hay en ellos casi ninguna medida que pudiera servir de dique para frenar las avenidas ni estímulos que vinieran a contrarrestar el efecto devastador de las borrascas. Por el contrario, da la impresión de que sean unos presupuestos adecuados a un país que anduviese sobrado de empleo, de salud o de educación, por citar algunas partidas concretas. Sólo de este modo podría entenderse que las prestaciones por desempleo caigan un 6,3%, que las dotaciones del Ministerio de Sanidad se reduzcan un 22,6% y que las del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes lo hagan en un 17,2%, donde destaca que el dinero destinado a becas merma en 45 millones de euros. Es decir: cuanto menores sean los gastos en infraestructuras protectoras, mayores serán las consecuencias devastadoras.

¿Se equivocan entonces los meteorólogos que nos gobiernan? Evidentemente, no. Sus políticas responden a otros intereses, digamos que poco comunes, y saben muy bien que del río revuelto se extraen ganancias. Las gotas frías, como otros fenómenos meteorológicos, son hoy perfectamente previsibles y prevenibles en lo que hace a algunas de sus secuelas más negativas. Sin ir más lejos, evitando la urbanización de los cauces y de las ramblas, por donde, aunque sólo sea una vez al año, el agua recupera su costumbre de discurrir por ellos de forma torrencial. El Levante español es la muestra de una mala práctica a estos efectos, pero también lo es de cómo sus meteorólogos regionales atienden a otros provechos menos generales. Pues bien, lo mismo sucede en materia económica. Salvando las distancias, que son amplias, un día después de que nuestro Gobierno presentará en el Congreso sus Presupuestos, el ministro de Asuntos Exteriores y Comercio Exterior de Islandia, Össur Skarpheoinsson, ha sostenido en su comparecencia ante la Asamblea General de Naciones Unidas que "la austeridad, por sí sola, no funciona" para salir de la crisis. Islandia también decretó fuertes recortes, aunque al mismo tiempo incrementó los impuestos a los más ricos. "Usamos el beneficio para estimular el crecimiento y garantizar que el estado del bienestar quedara intacto", ha ensalzado. "Hoy tenemos una de las tasas de desempleo más bajas en Europa y un sólido crecimiento económico”. Todo esto, recuérdese, en un país donde la crisis financiera se salió de madre en 2008 tras quebrar sus tres principales bancos, a lo que siguió un inusitado aumento de la tasa de paro y una caída estrepitosa del crecimiento, con cifras que bien pudieran asimilarse a las nuestras.

Pero volvamos a nuestras madrices para una última ojeada sobre los tales Presupuestos. Relevante es para esta provincia anegada hasta la asfixia por los males de las aguas revueltas que a la CIUDÉN se le otorguen 41 millones de euros o casi 13 al INTECO. Frente a lo que en su momento quisieron los descreídos ante uno y otro proyecto, su consolidación asegura un cierto porvenir para eso que llaman nuevo modelo productivo, que en realidad ya habitaba entre nosotros. Pero difícilmente sólo con esto o con el escaparate del AVE aliviaremos el saldo adverso de una provincia que, en el último mes, abonó en concepto de pensiones o análogos 40 millones de euros más de los que llegó a recaudar con toda su menguada actividad productiva. Para que las aguas vuelvan de verdad a su cauce, aquí y en el resto del país, sobra retórica suicida y falta inversión. En ese aspecto, el paraguas presupuestario no nos va a librar de los aguaceros; más bien nos confirma que tardará mucho en escampar y que el paisaje final puede ser desolador. A menos que la riada se lleve consigo también a los meteorólogos.


Publicado en Diario de León, 5 octubre 2012