Nueva Edad
Poscontemporánea, decíamos, acerca de lo
cual conviene argumentar para no caer en el nominalismo gratuito o en ese
océano de etiquetas tan característico de este mundo superficial. Examinemos,
para continuar el razonamiento, un par de elementos que se sitúan, a nuestro
juicio, en la raíz de esta evolución histórica.
La
mundialización es, desde luego, uno de los signos de la nueva era. Lo de menos
son las migraciones, que siempre existieron a lo largo de la historia, a pesar
de que en algunos países el fenómeno se haya expresado como una auténtica
novedad a causa de su velocidad, como en el caso de España. Lo de más es lo que
ese ritmo acelerado produce, unido sobre todo a la explosión definitiva de los
sistemas de comunicación que vencen fronteras y todo lo modifican: comercio,
finanzas, trabajo, salud, turismo, información, conocimiento, etc. También es
verdad que queda aún por perfilar la articulación entre lo global y lo local
–dicotomía que habrá de resolverse en algunas ocasiones incluso con violencia-,
cuyo mapa, una vez salidos de la transición, dibujará un mundo radicalmente
distinto que ya se intuye.
Del
mismo modo, son expresión de mudanza las crisis, no una –la financiera o
económica- como quieren que creamos, sino todas las que coinciden no
casualmente en estos momentos de zozobra general. Es verdad que existe una
crisis económica y una crisis financiera agudas y persistentes, pero también
una crisis política, una crisis de liderazgo, una crisis demográfica, una
crisis alimentaria, una crisis medioambiental, una crisis energética y, en fin,
una crisis ética. Por lo menos. Conviene en tales circunstancias no olvidar el
parentesco que los griegos clásicos otorgaron al término crisis con crítica, que significa análisis o estudio de algo para emitir un juicio, y
también con criterio, que es
razonamiento adecuado. La crisis nos obliga a pensar y, en consecuencia,
produce análisis y reflexión para poder cambiar el mundo, nunca para repetirlo
miméticamente considerando que cualquier tiempo pasado fue mejor. Craso error
el de aquellos que simplifican ese amplio contexto crítico y craso también el
de quienes nos siguen hablando de monótonos ciclos que se suceden como una
noria. Aunque más imperdonable es todavía, por su repercusión social, el papel
de aquellos gobernantes e intelectuales que se niegan a la evolución y dictan
leyes o preceptos que huelen a moho y suenan a evasiva. El compromiso sólo es
inherente a quienes quieren ver; lo opuesto se llama necedad.
Y,
frente a la necedad, el conocimiento. Cerremos, pues el argumentario acudiendo
al de autoridad, que es cosa sensata. Juan Luis Cebrián: “…en realidad no nos encontramos ante una crisis, sino ante
un cambio de paradigma en los procesos de crecimiento económico y en la
definición de los intereses geopolíticos que condicionan la escena
internacional. Dicho cambio viene conformado por los fenómenos que la
globalización ha producido, impulsados por el desarrollo de las nuevas
tecnologías y alimentados por la creciente desregulación de los mercados
financieros”. Vicente Verdú: “La crisis no es todo lo peor. Lo peor es la
insistencia en los mismos métodos de antes para superar la crisis (…) Pensar y
actuar, como ahora se hace, repitiendo las claves médico-económicas de hace más
de medio siglo, es, en el mejor de los casos, administrar placebos al paciente.
Y, en el peor de los supuestos, dada la alta caducidad de algunos fármacos,
inculcar venenos al enfermo”. Y por fin Rafael Argullol: “En el desconcierto de
nuestros días siempre resurge la misma duda: ¿estamos ante un nuevo
Renacimiento o ante una nueva Edad Oscura?”. Pues bien, de todo eso hablaremos.
Publicado en Tam-Tam Press, 15 octubre 2012
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