Escalera
hacia el cielo y Sobre
las colinas y muy lejos
son los títulos de dos canciones sublimes de Led Zeppelin. Por eso mismo, por
su excelencia y por la firma, son también dos acontecimientos en nuestra
existencia; al menos en una época de nuestra existencia en que el consumo de
música no tenía nada que ver con las fórmulas actuales, donde todo parece estar
al alcance de un simple clic. Eran los tiempos gloriosos del vinilo y de
ciertos artilugios que permitían socializar la audición en los bares y en las
salas de juego: los jukebox. En aquella prehistoria, década de los setenta del
siglo pasado, escuchar música de este modo era casi un acto heroico, suponía
invertir un pico de la propina semanal en un par de buenas canciones que
duraban lo que duran un par de canciones; claro que la vida en pandilla
permitía compartir sacrificios y, sumando los de unos a los de otros, decorar
las tardes con unas melodías que nos hicieron crecer y fortalecernos como
grupo. Puesto que había un precio de por medio y un cierto prurito ante la
compañía, era preciso ser muy exquisitos en la selección y atinar en la
combinación de teclas como verdaderos ingenieros de sonido.
Así
aprendimos. Los unos nutríamos a los otros y a la inversa. A falta de métodos
pedagógicos hoy mucho más generalizados, nos obligábamos a afinar el oído no
sólo frente a las sonoridades del ambiente cuando era otra tribu la que se
adueñaba del altar, sino también al lado de quienes por las razones que fueran
se convertían en vanguardia del gusto colectivo. Es verdad que las maquinitas
en cuestión daban para todo, pues no en balde se trataba de un negocio en el
que no se reservaba el derecho de admisión, y siempre había alguien que
desbarraba por el lado más comercial de la oferta; pero, en general, solía
producirse una especie de comunión de intereses y de necesidades que aseguraba
buenas tardes de rock and roll. Todo ello con el valor añadido de que éramos
nosotros los protagonistas totales de la fiesta ocupando todos los roles
posibles, desde el pincha discos hasta el distante oyente en apariencia.
Ése
fue el guión de muchos viernes y sábados y domingos. Salíamos de la Laboral
zamorana a media tarde en dirección al antiguo Bar El Abuelo y allí, junto a
unas cervezas y unos pinchos, tres eran los dioses que se sucedían en el
púlpito: Neil Young, Don Mclean y Led Zeppelin. Cierto es que ni las colinas ni las escaleras cabían en el repertorio, su larga duración lo
impedía, aunque ésas hayan sido, por otras vías, las canciones que a mí se me
quedaron grabadas en el genoma musical de aquellos tiempos. Pero nunca nos
faltó, repetida hasta el delirio, Whole lotta love, el muchísimo amor con que nos entregábamos a la camaradería y a la
construcción de nuestras vidas: “Has estado aprendiendo, / nena, yo he estado
aprendiendo. / Esos buenos tiempos, / nena, los he echado de menos. / Muy
dentro de mi…”
Whole lotta love se editó en single en 1969 y formó parte también del álbum «Led Zeppelín II». Sobre ella han escrito los eruditos: “Canciones como ésta han entrado y vuelto a entrar en el canon del rock tantas veces que han sobrepasado la barrera del cliché para transformarse en elementos del vocabulario musical”. Añadamos que también para nosotros son un elemento fundamental de nuestras devociones. http://www.youtube.com/watch?v=2eOx3MBUS6k
Whole lotta love se editó en single en 1969 y formó parte también del álbum «Led Zeppelín II». Sobre ella han escrito los eruditos: “Canciones como ésta han entrado y vuelto a entrar en el canon del rock tantas veces que han sobrepasado la barrera del cliché para transformarse en elementos del vocabulario musical”. Añadamos que también para nosotros son un elemento fundamental de nuestras devociones. http://www.youtube.com/watch?v=2eOx3MBUS6k
Publicado en genetikarockradio.com, diciembre 2012
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