También
nosotros teníamos un lado hortera, hay que confesarlo, aunque procurábamos
llevarlo con dignidad. Esto es, podíamos hundirnos en los abismos más vulgares
sin por ello abandonar nuestro afán de ser sublimes sin interrupción, tal y
como nos había enseñado Baudelaire. La música daba para eso y para más. Incluso
existían vasos comunicantes que trasladaban las canciones desde lugares
cerrados hasta espacios abiertos, según fuese necesaria una mayor intimidad o
un exhibicionismo atolondrado y según también si las acciones eran puramente
lúdicas o con ambición venatoria. Para todo había en el catálogo y casi todo
era intercambiable desde la caja de discos, el jukebox, hasta los coches de
choque.
Quien
al final nos redimía siempre era Marc Bolan. Poco importaba que el pecado
hubiese consistido en una partida de futbolín a ritmo del Cum on feel the
noize de Slade, que
se hubiese tratado de una excursión dominguera a los coches de choque para
perderse en el Can the can de Suzi Quatro, o que concluyésemos con un vacile
discotequero a base del Ballroom Blitz de Sweet; incluso tampoco era
mortal comulgar en un determinado momento con aquello que se llamó glam-rock
comercial y que tenía acomodo en el jukebox a través del No more Mr.
Nice Guy de Alice
Cooper o el Rock and Roll de Gary Glitter. Nada era lo bastante grave. Cuando la
conciencia nos advertía de que estábamos desbarrando por el lado más festivo y
arrabalero, nos refugiábamos de inmediato en Bolan y todo volvía a su sitio.
Porque si algo estaba claro era que de toda aquella pléyade carnavalesca si
alguien nos iba a perpetuar en la historia no serían otros que los T. Rex.
“Entrégate”,
repetía, “entrégate”, y nosotros nos entregábamos de un modo casi incondicional
para liberarnos de aquellas tentaciones lujuriosas poco edificantes, igual que
lo hacíamos con otros mitos elevados de nuestro santoral, desde el propio
Baudelaire hasta Lord Byron, con el que se estableció algún lejano parecido.
Sería quizá un cierto romanticismo, serían tal vez sus canciones refinadas,
serían sus letras perversas, el caso es que cuando en 1977 perdió la vida en un
accidente de coche, la casilla de lo indomable se nos quedó medio vacía y así
sigue a la espera de la última redención. “Bueno, eres como el viento y
salvaje”, le decía a su chica, y como el viento y salvaje se nos aparece él,
inmaculado, sin envejecer, lo cual, con toda seguridad, le hubiera complacido.
Bang
a gong (Get it on),
posiblemente su sencillo de mayor éxito, se editó en 1971 a partir del álbum
«Electric warrior», en cuya cubierta aparecía Marc Bolan blandiendo una
guitarra en medio de un arsenal de amplificadores. Era su imagen. Su propósito,
en cambio, se declaraba menos aparatoso: “Lo único que quiero es contactar con
los jóvenes. De eso va el asunto, el contacto entre el público y yo”. http://www.youtube.com/watch?v=TVEhDrJzM8E
Publicado en genetikarockradio.com, 28 enero 2013