En
el camino que conduce hacia una sanidad menos pública, menos universal, menos
gratuita y de menos calidad, varias son las fórmulas de que se sirven nuestros
maquiavélicos gestores. No importan ni su eco ni su apariencia, todas son
agresivas por igual y letales. Se resalta sobre todo las iniciativas
privatizadoras, el copago y el cierre de urgencias en áreas rurales; a un
segundo plano se relega el abandono de determinados colectivos al borde de la
exclusión y la reducción de plantillas; por último, como un elemento natural
para la resignación individual, quedan las listas de espera quirúrgicas, que no
dan lugar a respuestas colectivas visibles como todo lo anterior. Sin embargo,
los afectados por esta enfermedad política del sistema sanitario no dejan de
aumentar en nuestra provincia, y a lo largo del último año han pasado de 1.696
a 2.292 en el Hospital del Bierzo y de 2.238 a 4.235 en el Complejo Asistencial
de León. Esto es así no porque enfermemos más en estos tiempos oscuros, aunque
la crisis tenga inevitables efectos patológicos, sino porque quien dirige
nuestro sistema sanitario, la Junta de Castilla y León, como sus hermanos del
Gobierno central, han apostado por la reducción del gasto a toda costa sin
importar el precio. Pues bien, esa cuenta es mareante no sólo en el número de
enfermos desatendidos, sino en su expresión en cifras: desde 2008, las
inversiones de la Junta y otras administraciones, más las reducciones en gasto
de personal y transferencias corrientes, acumulan un recorte de 2.600 millones
de euros, lo que, para hacernos una idea, es el equivalente a un tercio de la
capacidad real de gasto de la Administración regional. Traducido al ámbito del
que venimos hablando, la sanidad, lo que resulta es que la Consejería del ramo
ha reducido su presupuesto en los últimos tres años en 365 millones de euros.
Si hacemos cuentas, sabremos lo que vale la salud hacinada en las listas de
espera.
Publicado en La Crónica de León, 25 enero 2013
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