Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

martes, 26 de febrero de 2013

Gloria


     “Hace 30 años, el Patti Smith Group llegaba a España, trayendo la buena nueva de un rock elemental y arrebatado”. Eso escribe Diego A. Manrique en su libro de reciente publicación Jinetes en la tormenta al referirse a sus primeros encuentros con Patti Smith. Hace 30 años nosotros no teníamos la fortuna de asistir a conciertos como aquellos en los que la cantante se meaba encima a causa de tanta intensidad, es cierto, pero nos ayudábamos del jukebox y de otros reproductores para tratar de seguir el hilo de la progresión musical, que al cabo no era sino nuestro propio progreso vital.

     Que el rock de garaje sobre el que se apoyaban sus canciones nos enganchara de inmediato no fue algo extraño. Que una voz femenina se erigiera en protagonista de un escenario casi totalmente tomado por hombres tampoco es raro que nos conmoviera. Pero sin duda hubo un tercer elemento trascendental en aquel impulso notable: el valor de los textos. Llegó un momento en que la evolución de que hablamos nos obligó a atender a asuntos que antes no tenían la misma importancia, por ejemplo lo que contaban cuando cantaban aquellas criaturas a las que tanto llegamos a admirar. En ese terreno Patti Smith fue el eje sobre el que se produjo nuestra revolución (también Leonard Cohen, ciertamente, aunque éste en versión melopea). Y no hizo falta rebuscar mucho, la verdad, bastó abrir aquel disco inaugural y una frase nos impactó como una bofetada: “Jesucristo murió por los pecados de alguien, pero no por los míos”.

     Fue mucho después cuando empezamos a interesarnos y a saber algo más de ella, de su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, de su matrimonio con el exMC5 Fred Smith, de su retiro en Detroit y sobre todo de su devoción por Rimbaud. Ésa sí que fue una auténtica revelación: nada menos que Rimbaud el protopunk. También había cosas que nos molestaban, por supuesto, como lo que contaban las revistas sobre que los miembros de su grupo se partían el culo con los teloneros de sus giras en España (naturalmente grupos locales que a nosotros nos parecían magníficos) o aquella imagen andrógina que no casaba bien con nuestra juvenilidad más epidérmica. Mas todo se disolvía en el descubrimiento de sus letras, que venían a sugerirnos sobre todo otros caminos fértiles por explorar: “La gente me dice ¡ten cuidado!, / pero no me importa, / sus palabras son tan sólo / más normas y reglamentos para mí”.

     Y sí, fue mucho más tarde todavía cuando conocimos que aquella canción, Gloria, había sido firmada por el músico irlandés Van Morrison, publicada junto al grupo Them en 1964, y que acabaría incorporada al repertorio de numerosas bandas de rock. Tal y como sucedió con Patti, que en su versión mantuvo la melodía y modificó totalmente la letra. Ella la incluyó en su álbum de debut, Horses, en 1975, producido por John Cale, que fue ensalzado por la crítica aunque gozó de un moderado éxito comercial. Lo cierto es que reescribió las reglas del pop y del rock femenino y abrió vías para cantantes como Chrissie Hynde y grupos como REM. Por aquel entonces solía decir: “Todas las noches quería recordar… quería transportar a la gente… es un honor mostrar mi valía”. http://www.zappinternet.com/video/ZoNrHifMis/Patti-Smith-Gloria

Publicado en Genetikarockradio.com, 27 febrero 2013

sábado, 23 de febrero de 2013

El concejal


Dice el concejal de ello que el Premio de Poesía González de Lama está “obsoleto”. Se une así a la tropa de Berlusconi, uno de cuyos ministros riñó a los periodistas que le hablaban de cultura con el argumento de que la Divina Comedia no servía para comer, pues con ella no podían hacerse bocadillos. Uno y otro emparientan al fin con el ministro franquista José Solís Ruiz, que hizo famoso el lema “menos latín y más deporte”. En suma, que el concejal dijo obsoleto queriendo indicar, se supone, que el tal premio está anticuado o que resulta inadecuado a las circunstancias actuales. Se supone así mismo que el tal concejal ultramoderno tiene en su mano la vara de medir lo antiguo o lo adecuado, lo cual no deja de ser una percepción bastante subjetiva, aunque, para curarse en salud, añade que se está trabajando en “darle un giro” y añadir un carácter tecnológico. He ahí, pues, la clave de la antiobsolescencia en materia cultural, la misma que aplicada al concejal podría llevarnos a valorar la oportunidad de sustituirlo por un replicante, un modelo nexus 6 pongo por caso, similar al que en los momentos finales de la película Blade Runner (o de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, no sé qué le parecerá más idóneo al concejal) demuestra ser bastante lírico a pesar de carecer de alma, es decir, de ser un desalmado, más o menos como el concejal de ello. Eso sí, el epitafio de Roy el replicante, por ser en exceso poético, dudosamente podrá aplicárselo un día, que dios quiera que tarde, el concejal. A no ser que le demos también otro giro y acabemos mareados, en cuyo caso seguro que encontramos la solución al premio de poesía, a la tecnología y a la cultura en general. Hay concejales que en verdad no son conscientes de su valía ni de lo mucho que están haciendo por la humanidad. De hecho, un servidor, hasta esta revelación, a veces escribía versos sin saber que se estaba volviendo obsoleto.

Publicado en La Crónica de León, 22 febrero 2013

viernes, 15 de febrero de 2013

Starman


     A mi modo de ver, lo mejor de aquellas fallas fue el glam, y lo mejor del glam, David Bowie: “Hay un hombre de las estrellas, esperando en el cielo. / Quiere venir y conocernos”.

     Sucedió en Carcagente un mes de marzo de cualquiera de aquellos años seminales. Sonaba y olía la pólvora, también llovía. Había que ir a los casales, que es donde se reunían falleros y falleras no se sabía bien para qué, en torno a los cuales las bandas de música repetían una y otra vez pasodobles y ritmillos similares. En las calles se levantaban lo que llamaban monumentos falleros, unos artefactos de escaso gusto, en mi opinión, y llenos de colorines, destinados a ser quemados con ritmo de otro pasodoble y más olor y sonido de pólvora. Cuatro o cinco días de rondas, paella, falleras y otros folclores. Pero afortunadamente llovía, así que el segundo día tocó reclusión en la casa que nos albergaba. Entonces Ernesto conectó su tocadiscos -¡menudo lujo!-  y colocó en el plato lo mejor de aquellas fiestas: The rise and fall of Ziggy Stardust and the spiders from Mars, el disco capital de David Bowie en esos años. No hubo ya más fallas ni más bandas de música, sólo aquellas canciones repetidas una y otra vez hasta la total abducción: “Me recosté escuchando la radio. / Un tipo estaba tocando rock and roll muy emotivamente”.

     Fue el más colorido castillo de fuegos de artificio, la más estremecedora mascletá, la hoguera donde ardió un antes y un después en nuestra percepción musical. Porque, frente a la devoción por las canciones sueltas que digeríamos en los jukebox, nos dimos cuenta de que había formatos que no cabían en aquellas cajas sonoras y que había discos que formaban una obra cerrada imposible de abarcarla en fragmentos. Fue la primera vez; luego le sucedieron otros episodios parecidos: A night at the Opera de Queen, Tubular Bells de Mike Olfield, Journey to the centre of the Heart de Rick Wakeman, Too old to rock n’roll, to young to die de Jethro Tull…, creaciones todas que excedían del límite de las 45 revoluciones por minuto y que nos obligaron a evolucionar en nuestros modos de escuchar y consumir música. Ello, es verdad, no era obstáculo para extraer singles que por sí mismos eran piezas valiosas. De hecho, cualquiera de las canciones del disco grande de Bowie merecía también ser degustada por separado, pues en todas había hallazgos narrativos diferentes y melodías identificables: “No eran DJs. Era un confuso jazz cósmico”.

     La más esperanzadora de las canciones de aquel álbum era precisamente Starman. En medio de la desolación, parecía como si David Bowie fuese un alienígena enviado a la Tierra para traernos el rock and roll. Incluso en ella la voz es divertida, casi tanto como el atrezzo que el artista y su banda lucían por entonces, perfectamente adaptable a aquellos entornos falleros donde lo descubrimos.

     Starman se publicó como sencillo en abril de 1972 y se añadió al LP The rise and fall of Ziggy Stardust and the spiders from Mars por insistencia de Dennis Katz, miembro de la discográfica RCA Records. Tal y como Bowie declara, canción y disco son el más claro testimonio de que “…los años 70 fueron el inicio del siglo XXI”. http://www.youtube.com/watchv=muMcWMKPEWQ&noredirect=1

Publicado en Gentikarockradio.com, 16 febrero 2013

viernes, 8 de febrero de 2013

Los precios


Conocida la evolución opuesta de precios y salarios a lo largo de 2012, los primeros al alza y los segundos a la baja, nadie podrá argumentar ya que sobre los sueldos se asienta el exceso de inflación. Pueden colaborar a ello en un momento dado, no en éste precisamente, pero hay otros elementos tan o más decisivos en la evolución negativa de los precios. La especulación, desde luego, que llega a todos los ámbitos, tal y como se observa con los productos agroalimentarios; los márgenes de beneficio, generalmente incontrolados sobre todo en grandes superficies; las artimañas de despiste y los pactos oscuros, muy evidentes en el caso de gasolinas y otros combustibles; y, en fin, los favores de naturaleza política que, lejos de contribuir al control de precios en productos básicos para asegurar el mantenimiento de un mínimo poder adquisitivo, atienden a intereses muy concretos distantes de lo que podemos considerar el bien común. Dos ejemplos de esto hemos conocido la semana pasada. De un lado, la Ministra de Fomento anuncia de forma caritativa que, aparte  de otras ofertas, se bajará un 11% el precio del billete general del AVE a partir del 8 de febrero; es decir que, gracias a la subida de tarifas que a principio de año se realizaron en los trayectos de cercanías y de media distancia, los usados por una gran mayoría de ciudadanos, sufragaremos la bajada de los trayectos que benefician a las élites viajeras. De otro lado, supimos también que decenas de fármacos excluidos de la financiación pública han disparado sus precios desde que hace cinco meses se ejecutó el medicamentazo; es decir, que era posible influir sobre el precio de estos productos cuando estaban bajo el paraguas del Estado, pero ahora se da carta blanca a las multinacionales farmacéuticas para que regulen el mercado como a bien tengan, sin importar la relevancia de su consumo. Una vez más la liberalización no supone abaratamiento.

Publicado en La Crónica de León, 8 febrero 2013

martes, 5 de febrero de 2013

El tren


    A veces coleccionábamos canciones. No de forma aleatoria, sino a partir de una idea que alguno de nosotros sugería. Acumulamos de este modo varios contenedores sonoros que lucíamos según procediera y depende en qué compañía y situación. De entre todos ellos, para nosotros que habíamos crecido en un barrio ferroviario y llevábamos sus sonidos incorporados al código genético, los cantables que hablaban de trenes eran uno de nuestros principales devocionarios. Teníamos varios cromos vistosos que intercambiábamos en el jukebox, casi todos ellos de los primeros años de la década de los setenta: Train to nowhere de Savoy Brown, Peace train de Cat Stevens, Iron horse de Christie y la magnífica Long train runnin’ de Doobie Brothers. Pero la alta velocidad no nos llegó ciertamente hasta el final de aquella década, cuando Leño publicó su primer disco, con el mismo título que el nombre del grupo, y en él una canción emblemática que lo resumía todo: El tren.

     En efecto, con los trenes convivíamos, de trenes hablábamos y sobre trenes cantábamos. Era un objeto poético reconocible y motivo de ensoñación no sólo literaria, también materia para el viaje mítico y tesoro para el juego. Entristece levemente pensar que ya son pocos los niños y niñas que suben a él, que son muchos en cambio los que prefieren coches de fórmula 1 y que su imagen majestuosa desaparece de nuestros paisajes porque hay que soterrarlo -¡terrible palabra!-, como si quisieran los ingenieros y los alcaldes que lo perdiéramos definitivamente de vista. A nosotros no nos ofendía ni nos molestaban sus ritmos que encajaban a la perfección con los compases de las canciones. Ni siquiera nos deleitábamos en trenes veloces o de modernos diseños. Al hilo de letras de canciones mucho más costumbristas, íbamos dando forma a otro mundo más familiar e inmediato, tan elemental como nuestras vidas y el entorno que las envolvía. Nos ayudaron en ese aprendizaje grupos como Asfalto, Topo, Morís y sobre todo Leño.

     Acerca de El tren, ni siquiera nos entretuvimos discutiendo sobre su autoría incierta ni sobre su implícita apología del LSD (“si controlas tu viaje, serás feliz”). No, más bien nos interesaba como fanfarria para la aventura cuando los domingos nos íbamos (en tren, por supuesto) a las playas del norte o como himno para el grupo que pasaba las tardes sentado en los andenes viendo discurrir la vida. Más o menos como vimos pasar la existencia fugaz de Leño y su continuación en la trayectoria dilatada de Rosendo. Con esa misma cadencia, algunos mantuvimos la costumbre de avivar nuestra colección, a pesar del paso de los años, y a ella hemos ido sumando, entre otras, Zion train de Bob Marley, Cuatreros de Deicidas, Expreso de Bengala de Los Cardiacos, Los trenes de Tozeur de Franco Battiato y, tan inigualable como la de Leño, El tren azul de Esclarecidos.

     El tren formó parte del primer álbum de Leño y se editó como single en 1980. Ya para entonces los jukebox agonizaban y cada vez eran más raros en los bares, sustituidos por otros reproductores menos aparatosos y por la explosión de la frecuencia modulada en las emisoras de radio. http://www.youtube.com/watch?v=BsaH4BsFuFc

Publicado en genetikarockradio.com, 6 febrero 2013

viernes, 1 de febrero de 2013

Un trabajo con lastre cero


     Al interrogarnos por el futuro, ya sea en su conjunto o atendiendo a alguno de los elementos que habrán de componerlo, una de las claves que debe ayudarnos en la respuesta es reconocer sencillamente que el porvenir ya es presente. Esto no nos libra de incertidumbres ni de los efectos de otras evoluciones económicas y sociales más o menos inciertas, pero sirve para alejar del juicio todo contaminante con origen en los dominios de la ilusión o en los de la retórica política. Incertidumbres hay, naturalmente; baste recordar que allá por 1970, cuando el Departamento de Estado de los Estados Unidos redactó un primer informe sobre cómo sería el mundo en el cambio de siglo, no hacía ninguna mención en él ni a Internet ni a la oveja Dolly, por poner dos ejemplos hoy más que corrientes. Y algo, en fin, nos sorprenderán también los mecanismos evolutivos más o menos reglados; sin ir más lejos, las previsiones de la Unión Europea siguen apuntando a que en 2020 la mitad de todos los empleos en su territorio requerirá, al menos, una formación secundaria postobligatoria, lo que debería conllevar un descenso notable en los empleos de baja cualificación.

     Sin embargo, a pesar del alivio que pueden proporcionarnos estas vías de escape, lo que sabemos es que el empleo será como poco escaso, volátil, inestable e imprevisible. Nos lo advierten ya algunas transformaciones evidentes en el entorno laboral, tales como el teletrabajo, la subcontratación, las micro-empresas, la flexibilidad, los pactos individuales, las tasas de temporalidad y de contratos a tiempo parcial, etc. Pero es que además, después de una crisis sistémica como la que atravesamos, lo que no se puede esperar de ningún modo es que todo siga como fue en el capítulo anterior. Al menos, como sentencia Santiago Niño en su obra Más allá del crash, lo que conocemos es que frente a “aquel modelo [que] trajo el sueño de que siempre era posible que todos fueran a más, éste ya nos está contando que, en algunas ocasiones, algunas personas podrán ir a más, y el resto, con esfuerzo, quedarse como están”. En el mejor de los casos.

     Porque los vientos que soplan no son limpios precisamente ni confortantes, así en lo social como en lo laboral. La intersección entre lo uno y lo otro la expresa el modelo que también desde los Estados Unidos se extiende y generaliza en el mundo de tendencia occidental. Se llama el lastre cero y hace referencia a aquellas personas que no tienen raíces, que tienen pareja pero no están enamoradas, que no tienen hijos o los tienen distanciados, que tienen formación pero no es una formación muy vocacional… Son los habitantes de un mundo líquido y mudable, tendente a desvanecerse. Un mundo que ya es el nuestro, siquiera en parte. Esto no significa que renunciemos a nuestro compromiso de transformar la realidad laboral para mejorarla, pero siempre sobre la base de lo que es, nos guste o no, y alejados de toda melancolía. Evidentemente, también de toda resignación.

     Por eso siguen siendo oportunas todas las propuestas de pactos políticos por el empleo y todas las apuestas para el acuerdo de las alternativas sindicales. Hay que seguir pensando en colaboración, en cooperativa, en red. Y puesto que aún no hay nada del todo definido, lo importante será ante todo actuar, avanzando necesariamente a través del ensayo y el error hasta ajustar los límites de lo posible. Eso sí, lo posible no será el todo ni satisfactorio.


Publicado en Tam-Tam Press, 1 febrero 2013