A
veces coleccionábamos canciones. No de forma aleatoria, sino a partir de una
idea que alguno de nosotros sugería. Acumulamos de este modo varios
contenedores sonoros que lucíamos según procediera y depende en qué compañía y
situación. De entre todos ellos, para nosotros que habíamos crecido en un
barrio ferroviario y llevábamos sus sonidos incorporados al código genético,
los cantables que hablaban de trenes eran uno de nuestros principales
devocionarios. Teníamos varios cromos vistosos que intercambiábamos en el
jukebox, casi todos ellos de los primeros años de la década de los setenta: Train
to nowhere de Savoy
Brown, Peace train de Cat Stevens, Iron horse de Christie y la magnífica Long
train runnin’ de
Doobie Brothers. Pero la alta velocidad no nos llegó ciertamente hasta el final
de aquella década, cuando Leño publicó su primer disco, con el mismo título que
el nombre del grupo, y en él una canción emblemática que lo resumía todo: El
tren.
En
efecto, con los trenes convivíamos, de trenes hablábamos y sobre trenes
cantábamos. Era un objeto poético reconocible y motivo de ensoñación no sólo
literaria, también materia para el viaje mítico y tesoro para el juego.
Entristece levemente pensar que ya son pocos los niños y niñas que suben a él,
que son muchos en cambio los que prefieren coches de fórmula 1 y que su imagen
majestuosa desaparece de nuestros paisajes porque hay que soterrarlo -¡terrible
palabra!-, como si quisieran los ingenieros y los alcaldes que lo perdiéramos
definitivamente de vista. A nosotros no nos ofendía ni nos molestaban sus
ritmos que encajaban a la perfección con los compases de las canciones. Ni
siquiera nos deleitábamos en trenes veloces o de modernos diseños. Al hilo de
letras de canciones mucho más costumbristas, íbamos dando forma a otro mundo
más familiar e inmediato, tan elemental como nuestras vidas y el entorno que
las envolvía. Nos ayudaron en ese aprendizaje grupos como Asfalto, Topo, Morís
y sobre todo Leño.
Acerca
de El tren, ni
siquiera nos entretuvimos discutiendo sobre su autoría incierta ni sobre su
implícita apología del LSD (“si controlas tu viaje, serás feliz”). No, más bien
nos interesaba como fanfarria para la aventura cuando los domingos nos íbamos
(en tren, por supuesto) a las playas del norte o como himno para el grupo que
pasaba las tardes sentado en los andenes viendo discurrir la vida. Más o menos
como vimos pasar la existencia fugaz de Leño y su continuación en la
trayectoria dilatada de Rosendo. Con esa misma cadencia, algunos mantuvimos la
costumbre de avivar nuestra colección, a pesar del paso de los años, y a ella
hemos ido sumando, entre otras, Zion train de Bob Marley, Cuatreros de Deicidas, Expreso
de Bengala de Los
Cardiacos, Los trenes de Tozeur de Franco Battiato y, tan inigualable como la de
Leño, El tren azul de Esclarecidos.
El
tren formó parte del
primer álbum de Leño y se editó como single en 1980. Ya para entonces los
jukebox agonizaban y cada vez eran más raros en los bares, sustituidos por
otros reproductores menos aparatosos y por la explosión de la frecuencia
modulada en las emisoras de radio. http://www.youtube.com/watch?v=BsaH4BsFuFc
Publicado en genetikarockradio.com, 6 febrero 2013
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