Blog de Ignacio Fernández

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viernes, 1 de febrero de 2013

Un trabajo con lastre cero


     Al interrogarnos por el futuro, ya sea en su conjunto o atendiendo a alguno de los elementos que habrán de componerlo, una de las claves que debe ayudarnos en la respuesta es reconocer sencillamente que el porvenir ya es presente. Esto no nos libra de incertidumbres ni de los efectos de otras evoluciones económicas y sociales más o menos inciertas, pero sirve para alejar del juicio todo contaminante con origen en los dominios de la ilusión o en los de la retórica política. Incertidumbres hay, naturalmente; baste recordar que allá por 1970, cuando el Departamento de Estado de los Estados Unidos redactó un primer informe sobre cómo sería el mundo en el cambio de siglo, no hacía ninguna mención en él ni a Internet ni a la oveja Dolly, por poner dos ejemplos hoy más que corrientes. Y algo, en fin, nos sorprenderán también los mecanismos evolutivos más o menos reglados; sin ir más lejos, las previsiones de la Unión Europea siguen apuntando a que en 2020 la mitad de todos los empleos en su territorio requerirá, al menos, una formación secundaria postobligatoria, lo que debería conllevar un descenso notable en los empleos de baja cualificación.

     Sin embargo, a pesar del alivio que pueden proporcionarnos estas vías de escape, lo que sabemos es que el empleo será como poco escaso, volátil, inestable e imprevisible. Nos lo advierten ya algunas transformaciones evidentes en el entorno laboral, tales como el teletrabajo, la subcontratación, las micro-empresas, la flexibilidad, los pactos individuales, las tasas de temporalidad y de contratos a tiempo parcial, etc. Pero es que además, después de una crisis sistémica como la que atravesamos, lo que no se puede esperar de ningún modo es que todo siga como fue en el capítulo anterior. Al menos, como sentencia Santiago Niño en su obra Más allá del crash, lo que conocemos es que frente a “aquel modelo [que] trajo el sueño de que siempre era posible que todos fueran a más, éste ya nos está contando que, en algunas ocasiones, algunas personas podrán ir a más, y el resto, con esfuerzo, quedarse como están”. En el mejor de los casos.

     Porque los vientos que soplan no son limpios precisamente ni confortantes, así en lo social como en lo laboral. La intersección entre lo uno y lo otro la expresa el modelo que también desde los Estados Unidos se extiende y generaliza en el mundo de tendencia occidental. Se llama el lastre cero y hace referencia a aquellas personas que no tienen raíces, que tienen pareja pero no están enamoradas, que no tienen hijos o los tienen distanciados, que tienen formación pero no es una formación muy vocacional… Son los habitantes de un mundo líquido y mudable, tendente a desvanecerse. Un mundo que ya es el nuestro, siquiera en parte. Esto no significa que renunciemos a nuestro compromiso de transformar la realidad laboral para mejorarla, pero siempre sobre la base de lo que es, nos guste o no, y alejados de toda melancolía. Evidentemente, también de toda resignación.

     Por eso siguen siendo oportunas todas las propuestas de pactos políticos por el empleo y todas las apuestas para el acuerdo de las alternativas sindicales. Hay que seguir pensando en colaboración, en cooperativa, en red. Y puesto que aún no hay nada del todo definido, lo importante será ante todo actuar, avanzando necesariamente a través del ensayo y el error hasta ajustar los límites de lo posible. Eso sí, lo posible no será el todo ni satisfactorio.


Publicado en Tam-Tam Press, 1 febrero 2013

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