Pongamos
por caso que la casa es azul, que está adosada a una colina y que la ciudad se
llama San Francisco. Advirtamos de paso que la envuelve un ambiente propio de
la literatura beat o de la cultura hippie. Supongamos que escribimos una
canción a propósito de todo ello y para ensalzar a la vez una más que
nostálgica felicidad. Probablemente entonces la mayor parte de la audiencia
diría que se trata de San Francisco, una almibarada canción de Scott Mckenzie, que triunfó a
partir de 1967 y que también llegó hasta nosotros previa introducción de las
monedas y la correcta selección en las teclas del jukebox. Pero no, la casa
azul, la colina, la niebla y Liza y Luc y Sylvia, sus habitantes, deambulan por
la letra de otro cantable de idéntico título, San Francisco, escrita también a mayor gloria
de esta ciudad tan evocadora, pero compuesta e interpretada por el músico
francés Maxime Le Forestier. Y como la de Mckenzie, también sirve para dar
testimonio de gentes amables y de vida bohemia, aunque con muchas menos flores
en el pelo.
Le
Forestier no sonaba entonces en nuestras cajas de música ni en los programas
musicales de televisión, que los había y los hemos perdido para siempre. Otros
artistas franceses, lo cual tampoco sucede hoy en día, se habían hecho
populares entre nosotros: unos más comerciales, como Adamo, Sacha Distel o
Silvie Vartan; otros con cierto halo de existencialismo o de revuelta, como
Françoise Hardy, Georges Moustaki o Serge Gainsbourg. Maxime Le Forestier nos
llegó en realidad mucho más tarde, a principios de los ochenta, a través de una
lectora que vino desde Burdeos a la Escuela de Magisterio para coronar nuestra
relación apasionada con la lengua francesa. Esa relación se había iniciado con
once años, en el primer curso del muy antiguo bachillerato, cuando el francés
se nos presentó por primera vez como asignatura. Para unos muchachos que no
habían salido prácticamente del contorno de su barrio y que tenían en la
televisión una referencia todavía muy básica, de repente un mundo más allá
estalló ante sus ojos y ante sus orejas. Y se hizo el amor. Esto seguramente no
es algo fácil de sentir en la actualidad cuando, a fuerza de consumir series y
películas, los mismos muchachos de once años conocen hoy mejor las calles y los
edificios de Nueva York o de San Francisco que los de las ciudades donde viven.
Fue
así como nuestro repertorio de melodías francesas incorporó más nombres y
personajes en la misma proporción en que, curiosamente, decrecía hasta su casi
total desaparición de la escena española. Cierto es que Internet y otros cultos
paganos han recuperado a lo largo de los últimos años algunas nuevas
referencias del norte, tal vez con Benjamin Biolay o Dominique A en cabeza,
incluso con Carla Bruni por razones del corazón. Pero el agujero general es ya
enorme y difícilmente lo podrá llenar este breve comentario menor.
El
caso es que Maxime Le Forestier grabó San Francisco en 1972 y la incluyó en su primer
álbum, titulado «Mon frère». En 2011, un equipo de televisión buscó y encontró
aquellas casa azul, situada al parecer en 3.841 18th Street. Para entonces
estaba pintada en verde claro. http://www.youtube.com/watch?v=q61cFrsB9Gw
Publicado en genetikarockradio.com, 12 marzo 2003
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