Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 26 de mayo de 2013

¡Andá, el móvil!


     Hace muchos años, esta expresión del título triunfó en el mundo de la publicidad asociada a los donuts y a las carteras. Aunque se circunscribía al espacio y a la edad escolar, acabó conquistando otros ámbitos y se convirtió en un soniquete para parodiar los olvidos cotidianos. De tal manera que, trasladada a nuestra actualidad digital, cuando ya nadie va al colegio con cartera sino con otros artilugios menos nobles, y cuando ya nadie lleva donuts porque las campañas contra la obesidad los satanizan, otra situación habitual viene de nuevo a rejuvenecer la exclamación, añadiéndole, eso sí, mayores dosis de pánico: ¡andá, el móvil!

     En aquellos rancios anuncios de la televisión el susto se lo llevaba, claro está, un jovenzuelo imberbe con pinta de ser alumno de la privada. Hoy el susto no haría distingos, tal es la simbiosis alcanzada entre todo tipo de personal y todo tipo de teléfonos andantes. El ejemplo más simple de la dominación que ha alcanzado este artilugio, cuyas bondades no vamos a discutir aquí, nos lo ofreció hace unos días el cantante Manu Chao en una entrevista. Decía, al referirse a sus conciertos en los bares: “Sí, ahora hay móviles. Me fastidia ver a la gente grabando, es algo desesperante, terrible para la fiesta. Hay una mesa de cinco y no gritan o bailan, graban. Y no uno para los demás, ¡graban los cinco! Tengo que escribir una canción sobre ello”. Nadie puede dudar, pues, de que los móviles nos han cambiado la vida hasta límites inaguantables y bueno sería no sólo hacer canciones, como apunta Chao, sino un auténtico examen de conciencia y propósito de la enmienda al respecto. Para quien requiera de ayuda a tal efecto le recomendamos el siguiente artículo de la psicóloga Patricia Ramírez: http://www.huffingtonpost.es/patricia-ramirez/como-ha-cambiado-el-telef_b_2954427.html

     Pero lo que aquí nos interesa, en este blog sobre señas de identidad y otros complementos, es el rasgo de personalidad que aportan los tales móviles y sus circunstancias. No son pocos, como veremos, y resultan ser tan definidores del individuo como un pin en la solapa u otros aditamentos.

     Su uso es, en efecto, muestra de educación o no, señal de obsesión o no, testimonio de ansiedad o no, y así sucesivamente. Con casi absoluta seguridad, todos podríamos elaborar un catálogo de comportamientos y encontraríamos numerosas semejanzas para que la clasificación fuese certera. Pero es que al lado de estas maneras de actuar se expresa toda otra gama de signos e instrumentos no menos identificables con los que podríamos coronar la casuística en rangos casi objetivos: lo más socorrido son los modelos y los sonidos de alarma, pero también fundas, carcasas, soportes, cintas y brazaletes, auriculares bluetooth, kits de carga o para coche, películas protectoras de pantalla, adaptadores USB, dispositivos para manos libres, líquidos para pulir pantallas táctiles, altavoces, etcétera, etcétera. Así hasta un sinfín de elementos más o menos prescindibles que colaboran para que nuestras ataduras al teléfono (que es mucho más que un teléfono) sean firmes y sin solución.

     Por lo tanto, seamos esclavos o no del artefacto, nadie escapa de su influjo ni de toda la panoplia que lo completa. De este modo, su pérdida produce un dolor casi humano, un auténtico duelo y una necesidad de reponerse y reponer lo que se nos ha ido con él: datos, imágenes, canciones, agendas… casi toda nuestra identidad personal. Y su olvido es, evidentemente, tan grave o más que el padecido por aquellos muchachos que no reparaban en sus carteras al ir al colegio ante la tentación sabrosa de un donut. Por último, su ostentación supone el colmo artificial del exhibicionismo que siempre ha caracterizado a nuestro ser social.

Publicado en www.tepongounpin.blogspot.com, 27 mayo 2013

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