Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 16 de mayo de 2013

El garrafón


     Inciertos mercaderes de garrafón con sede en abrevaderos del Barrio Húmedo se han mostrado indignados -¡hay que ver con cuánta facilidad para lo que es de su exclusivo interés!- por haberse vuelto a celebrar el Día del Trabajo en la plaza pública por antonomasia, la Plaza Mayor de León. Acostumbrados a la comunión que les es propia entre el agua y el vino, han mezclado también sin pudor en su escrito noticias y valoraciones bastante pintorescas. Muy curiosa es la que les atribuye poder para valorar lo que denominan directrices de la celebración, como si fuera suya, que evidentemente parecen disgustarles. Así mismo, en tono patrimonialista, se dicen ofendidos por tomar ese espacio de todos como punto de exaltación (a saber lo que esto quiere decir en el pensamiento vinatero). Finalmente, como colofón a su monserga, citan algo sobre precios desleales y medidas sanitarias y de seguridad. De modo que la cuestión es simple: aparte de que los actos contasen con todas las bendiciones administrativas, ¿de qué se quejan estos mesoneros, generalmente llorosos, si la fiesta les llevó a sus entornos quince mil personas que consumieron en sus tascas en mayor medida que cualquier otro día festivo? Quince mil personas que, por otro lado, no vomitaron en sus aceras, no exhibieron navajas, no impidieron el sueño de nadie ni provocaron altercados. Eran quince mil trabajadores y trabajadoras corrientes, bien aseados, bien vestidos, educados y sanos. Eso sí, probablemente tuvieron necesidad de evacuar sus vejigas y pudo descubrirse entonces que no orinaban colonia, como ocurre tal vez con los que asisten a las procesiones, los que itineran con pinta de guiris, los que celebran despedidas de solteros y de solteras, los tunos o los que se emborrachan por San Juan. Gentes dignas de respeto, naturalmente. ¿Por qué será, pues, que el garrafón sigue siendo en esta tierra el modelo de emprendedor y que no pasa nada?

Publicado en La Crónica de León, 17 mayo 2013

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