Blog de Ignacio Fernández

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viernes, 31 de mayo de 2013

El tren


     Lo normal es que los paisajes no sean inmutables. Sus cambios se producen por intervención del ser humano o bien por propia evolución, y el resultado de esas acciones, en el peor de los casos, puede provocar la degradación. Por eso, cuando de nuestros paisajes desaparece un elemento tan simbólico como el ferrocarril, lo que cabe preguntarse es por qué sucede y a qué conduce. Parece evidente que ese eclipse viene animado por interés político y por discutible rentabilidad mercantil; es decir, por una intervención que al menos merece cuestionarse para plantear otras posibles políticas de transporte y otras posibles rentabilidades. Si la evolución es o no natural constituye un capítulo aparte. Algunos pensarán que estos tiempos reclaman otros sistemas, otras redes y otros canales: son los que reniegan del servicio público, al que consideran un lujo y prefieren trabajar a favor de lujos particulares. Otros pensarán que sobre el tren y sus trazados se sigue articulando el territorio, que es un eje de potencial actividad económica y que, por si fuera poco, dota a nuestros paisajes, cada vez más vacíos, de una estela de vitalidad. En este sentido, la pérdida del tren, ya sean trayectos, ya sean líneas -tanto da-, nos conduce inevitablemente hacia la degradación del entorno, que es tanto como nuestra propia degeneración. Junto a otros sectores que fueron motor del ligero dinamismo provincial a lo largo de las últimas décadas, el ferroviario no jugó un papel menor. Por ello, el desprecio con el que viene siendo tratado por los planificadores del subdesarrollo, la frivolidad con la que ha sido atendido por parte de los constructores de disneylandias urbanas y el desapego final de los individuos ensimismados en sus locos cacharros, suman esfuerzos entre sí para dar al traste con buena parte de nuestro ser, del poco ser que nos va quedando. Así hasta construir un nuevo paisaje apenas habitado por la pobreza.

Publicado en La Crónica de León, 31 mayo 2013

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