Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 19 de mayo de 2013

Entre redes e individuos


     Se mire como se mire, el binomio red e individuo es ya una pareja inseparable en estos tiempos nuevos y salvajes (más nuevos y salvajes que los de aquellos chicos Ilegales). Como otras tantas relaciones entre opuestos, sus pugnas se acentuarán y generarán tensiones en la misma progresión que se nos irá polarizando la vida, pero pervivirán y se complementarán porque esa dialéctica será uno de los diálogos más sonoros en la edad poscontemporánea.

     Anotemos dos referencias autorizadas y complementarias para explicar algo en tal sentido. De un lado, para Zygmunt Bauman la superindividualidad [de la modernidad líquida] “crea miedos, desvalimientos, una capacidad empobrecida para hacer frente a las adversidades”. De otro, es Vicente Verdú quien considera que “no es posible concebir un futuro de supervivencia sin cooperación, no hay progreso sin redes”.

     Así pues, la queja que repetidamente escuchamos sobre el profundo individualismo que nos invade, en oposición a otras épocas caracterizadas en apariencia por un mayor compromiso social, tiene sus contrapesos igual de poderosos en la colaboración. Es verdad que numerosos elementos de esta sociedad aún embrionaria nos empujan al yo y al sálvese quien pueda. Y es verdad también que en numerosas expresiones la tecnología creciente que nos domina convierte en onanistas muchos de nuestros comportamientos. Sin embargo, la progresión de esa tendencia dispara simultáneamente la necesidad de establecer algún tipo de red, ya sea virtual, ya sea tan física y presencial como nosotros mismos. Sobre las primeras, qué decir si este mismo soporte y sus periféricos son una buena muestra. Sobre las segundas, baste recordar los bancos de tiempo y de alimentos, las organizaciones para el trueque o las desinteresadas adhesiones en la donación de órganos. Incluso junto al creador individual y aislado crecen los proyectos colectivos y las firmas compartidas. Y al lado del teletrabajador en su burbuja, supuestamente decidida y no impuesta (que ya es suponer), se impulsan así mismo las fórmulas del coworking y del crowdfounding, supongamos también que en estado puro.

     De ahí que si nos permitimos trasladar este modelo dual al ámbito más ideológico podremos convenir en lo que bien explica Carlos Carnicero Urabayen: “La exigencia ética de la protesta no debe ocultar la necesidad de recurrir a la política para cambiar las cosas”. Es decir, que la vivencia individual o en pandilla, típicas de la actual expresión indignada, no puede dejar de lado el compromiso político. Por ese motivo, en nuestra opinión, hay que estar dispuestos a converger con cuantos tienen objetivos compatibles con los nuestros, tanto en lo político como en lo social, sin complejos ni estrechas lecturas, y asumir así el papel principal que hoy nos corresponde a todos, a solas o en red, que no es otro que el de resistir y luchar hasta invertir la correlación de fuerzas y vencer las políticas neoliberales que nos angustian la existencia.

     Los vericuetos de lo poscontemporáneo son insondables, como vemos, y conjugan casi siempre haz y envés en una imagen jánica que es nuestra propia imagen. Por ese mismo motivo, si hay un pensamiento único, habrá que llevarle la contraria casi por imperativo categórico, y si hay quien profesa en el individualismo a ultranza, habrá que recordarle que son cosas que nos nacieron de algunas aberraciones hippies del siglo pasado, cuando se exaltaba la libertad individual incluso por encima de los campos de flores, que eran colectivos.
Publicado en Tam-Tam Press, 19 mayo 2013

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