Blog de Ignacio Fernández

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lunes, 30 de septiembre de 2013

Onomástica


     Como ustedes bien comprenderán, mi percepción de los nombres propios es muy diferente a la suya. Será porque un servidor vivió en una época donde todavía la onomástica era una ciencia en pañales, mientras que para ustedes es un asunto tan corriente que ni siquiera se entretienen en pensar en ello. Por ejemplo, no se les escapará, creo yo, que me apellido de Tormes precisamente por mis orígenes geográficos, pero no me llamo Lázaro por ser criado de ciegos, sino que el tiempo quiso que fuese así llamado ese oficio merced a mi ejemplo, el de lazarillo. De todos modos, supongo que para eso han estudiado, nadie ignorará que tuvieron un antepasado en una herrería todos aquellos que se apellidan Herrero o que alguien hubo en el linaje de los Fernández que debió ser conocido como Fernando. Y así sucesivamente.

     Por eso, no sé a ustedes, me choca tanto que se apellide Mato su actual Ministra de Sanidad, que lo haga de Guindos el de Economía o que su principal banquero responda como Botín. Al menos en el siglo XVI aquellos que escribían sobre su propia deshonra, como fue mi caso, acabábamos publicando esas obras de forma anónima para darles verosimilitud, pues nadie hubiese admitido una realidad tan adversa contada en primera persona. En cambio ustedes parecen no tener empacho alguno en convivir con una ministra que no sólo no cura sino que ajusticia, con un ministro que se dedica a hurtar o con un banquero que presume del beneficio obtenido con el robo, el atraco o la estafa. En fin, allá cada cual con sus artificios literarios.

     El caso es que, hablando de usuras, lo que ya me saca de quicio con solemnidad es lo de ese ente especulativo llamado CEISS: quien lo entienda, que lo compre. O quizá se trate de eso precisamente, de que nadie entienda lo que se compra, como ocurre con toda la economía moderna. Tan amigos como son ustedes de las marcas, etiquetas y otros distintivos vistosos, hete aquí que han sacrificado mi España y mi Duero, nombres tan nobles ellos como bien identificados, por una sucesión críptica de letras que nada dicen ni al bachiller más estudiado. Con que –marzo era de 2010 por entonces- ya advertimos aquí que ese asunto de las cajas de caudales arrojaría curiosos resultados y éste del nombre del entuerto no es seguramente ni el menor ni el más inocente. Mas, como bien es conocido por estos páramos, nadie dude de que también en esto hay algún gato encerrado, que más de un listo vendrá a vendernos como sabrosa liebre.

Publicado en Notas Sindicales Digital, septiembre 2013

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