Bueno es saber, según mis
entendederas, que los males que nos aquejan no son solamente nuestros males,
sino que tienen una historia que en algo los explica o los hace más relativos.
Sin ir más lejos, eso de la deuda con lo que llenan sermones, decretos y
reformas sus gobernantes no es más que la eterna copla de este país desde
tiempos remotos. Mi señor, el emperador Carlos, por ejemplo, fue un gran
experto en esa materia desde que vino a empeñarse con el dinero de la banca
alemana Fugger, que sirvió para pagar los excesos de sus coronas, y que les fue
devuelto a duras penas y con elevados intereses mediante el oro y la plata de
la burbuja imperial americana. Eso sí, sin que dejara de haber por el medio sus
correspondientes quiebras e impagos.
Y no ocurrió nada, ya ven:
hasta aquí hemos llegado con la misma cantinela, aunque eso no sea más que un
liviano consuelo para pobres de solemnidad como un servidor y como algunos de
ustedes. Pero al menos aprendemos que esa ficción que llaman finanzas puede
perfectamente desmontarse también con la ficción del impago sin que salten por
los aires las columnas de ningún imperio. Salvo el dolor y el hambre, casi todo
es pura fábula y les aseguro que el género picaresco es con toda probabilidad
el menos fabuloso. De hecho, gracias a mi peripecia y a la de otros de mis
semejantes descubrirán que no hay tanta distancia entre mi ambiente social y el
de todos ustedes, a pesar de los siglos transcurridos: desarraigo, soledad,
pobreza, honra como apariencia externa o comportamiento antisocial de quienes
rigen nuestras sociedades fueron y son moneda en curso en esta tierra de
conejos.
Y ello es así, amigos míos,
porque la historia, como la morcilla, se repite, pues las dos están hechas de
sangre. O al menos eso pensaba un poeta contemporáneo suyo, Ángel González,
cuya lectura es también un feliz consuelo para esta época turbia que, a fuer de
reincidir sobre sí misma, dura ya tanto tiempo. Si un pícaro como yo poco puede
enseñarles, y lejos de mí semejante quimera, fíense no obstante de quienes, por
el contrario, merezcan autoridad ilustrada. Solo de ese modo llegarán a algo
más que a servidores de los pícaros de alta escuela, que con eso del déficit,
la deuda, el crédito y la hipoteca sólo consiguen asegurar sus mendrugos a
costa de la penuria de las gentes. Y les aseguro que no tienen empacho.
Publicado en Notas Sindicales Digital, octubre 2013
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