Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 14 de noviembre de 2013

Los trenes de Disney


La estación olvidada

     Mucho es el daño que han causado los trenes eléctricos de nuestra infancia. Más o menos como las piezas de Lego, los Exin Castillos o aquellas arquitecturas de madera coloreada que nos permitían recrear el mundo. Porque en eso consistía el peligro precisamente: en levantar mundos a medida de nuestras ilusiones y de nuestros bolsillos, que siempre solían quedarse cortos a la hora de adquirir modelos superiores para facilitarnos ir más allá en nuestros delirios lúdicos.

     Los trenes constituían un apartado especial, que en muchos casos acababa derivando hacia el coleccionismo o hacia el campo de las maquetas, hasta dar lugar a muestrarios magníficos como los que pueden contemplarse, sin ir más lejos, en la estación madrileña de Delicias, en verdad recomendable. El contratiempo de todo ello es que, como en otras tantas expresiones donde se produce la intersección entre lo real y lo fabulado, puede ocurrir que no se distinga el límite entre lo uno y lo otro, ni siquiera con el peso de la edad o del saber. Y si, por un casual, uno se sitúa en posición de gobernar los destinos de los países, entonces se corre el grave riesgo de convertir la construcción de infraestructuras en una especie de parque temático y los ferrocarriles, en trenecitos de la factoría Disney.

El fondo de saco
     En buena medida, eso nos ocurre por estos páramos. El anuncio de que un día nos llegaría la alta velocidad iba a permitir a la ciudad de León y a su entorno afrontar dos problemas fundamentales (y digo únicamente dos porque lo demás venía sobrando): la solución al paso a nivel del barrio del Crucero y el traslado de los talleres ferroviarios a Torneros para asegurar su futuro y los 150 puestos de trabajo a ellos ligados. Como digo, el resto del decorado era perfectamente aprovechable, con las intervenciones pertinentes, sin megalomanías ni grandilocuencias, y posiblemente, con la cautela oportuna, a estas alturas tendríamos menos inconvenientes encima que los que al final han generado y siguen generando los constructores de mundos desmesurados. Ni era necesaria una estación tipo guerra de las galaxias ni lo era un soterramiento excesivo ni otros aditamentos que se nos fueron ocurriendo como cuando andábamos metidos entre juguetes. Cierto es que ya no tenemos paso a nivel, pero del traslado y porvenir de los talleres envejecidos nada se sabe y poco se espera. La inquietud ahora parece ser otra, una vez más fruto de las fantasías infantiles: la construcción de un apeadero. Es decir, que ni tenemos tren veloz ni hay constancia de cuándo se nos aparecerá, pero, mientras se eliminan simultáneamente servicios convencionales, es muy probable que a corto plazo esta ciudad cuente con tres enclaves para el tráfico ferroviario: una antigua estación tristemente abandonada, una estación provisional que llaman de fondo de saco y un apeadero. ¿Puede haber mayor disparate?

¿El apeadero?
     Sobre lo último, lo del apeadero al final de la calle Orozco, se argumenta su necesidad para evitar que los servicios entre Madrid y Asturias pasen de largo sin detenerse a orillas del Bernesga. Pues bien, vuelve a ser un planteamiento irreal porque se ignoran elementos muy relevantes, de los que citaremos al menos dos. Por un lado, semejante iniciativa obligaría al desdoblamiento del by-pass construido al sur de la ciudad y la subsiguiente prolongación sin resolver la salida norte a través de San Andrés. Y, por otro, se olvida que los trenes que pasan de largo seguirán pasando de largo, tal y como sucede en la actualidad con la única composición que así lo hace, la que une los fines de semana Madrid con Asturias y viceversa, que ya nace completa en origen y que, por no detenerse, no lo hace ni en Palencia ni en Valladolid; y en esas ciudades, evidentemente, nadie habla de apeaderos. En suma, la llamada alta velocidad, si ha de tener continuidad algún día (primero tiene que llegar), la tendrá por el canal previsto, esto es, gracias al soterramiento. Y, para ser sensatos, éste habrá de ser limitado en un principio y servirse del edificio de la abandonada estación sin mayores excesos.

     Así pues, sin relegar lo relativo a los talleres, no otra debe ser la prioridad. Ni es correcto confundir a la ciudadanía con nuevas disneylandias urbanas ni, además, son ya posibles. Tampoco parecen oportunas polémicas estériles sobre soterramientos por aquí o por allá cuando, probablemente, no van a ser ejecutables en esta fase. Los justos términos del proyecto original son con toda seguridad la única alternativa al alcance y en ella deberían concentrarse todas las energías. De lo contrario, acabaremos disputando la miseria, tal y como quieren que suceda con los aeropuertos regionales, perdidos en un marasmo de palabras y de intereses locales sin que casi nadie se inquiete por dotarlos de vida: la que haya de ser. Son cosas que suceden por no haber superado bien esa etapa cándida y feliz de los juegos de la infancia.

Publicado en Diario de León, 21 noviembre 2013

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