Comencemos
por algo más que una anécdota. Es común, cada vez más y lo será más todavía de
seguir por estos derroteros, que en esos consejos, comisiones, entes creados
para aparentar vías de participación a la ciudadanía, cuando se entabla alguna
disputa dialéctica, quien ostenta la presidencia zanja de inmediato la polémica
acudiendo a la siguiente muletilla: “aquí no estamos para hacer filosofía… no
entremos en política”. Aparte de denotar ignorancia y una muy escasa voluntad
democrática, esta forma de proceder está emparentada con algo que es muy propio
ya de la sociedad poscontemporánea: en palabras del que fuera Ministro de
Educación, Ángel Gabilondo, la filosofía “no resulta cómoda para los amigos de
lo convencional”.
Convencionalismo,
ése es otro de los grandes modelos no-ideológicos de esta época. Curiosamente,
a ello se consagran buena parte de las tareas de las factorías del pensamiento
de la derecha (universidades americanas principalmente, de donde proceden 7 de
cada 10 conceptos de las ciencias sociales y tecno-ciencias, pero también
fundaciones muy señaladas), con el evidente objetivo de sustituir ideas por
convenciones, pensamientos por tópicos y discursos por titulares. Internet y
los medios de comunicación son sus principales herramientas, aunque, no
satisfechos con ello, han caído sobre la educación con ademanes depredadores. Y
así, confesionalidades aparte, no de otro modo pueden interpretarse en España
algunas de las medidas recogidas en la más reciente reforma educativa, la del
ilustre Wert. Es el caso del viaje a mejor vida de la Educación para la
ciudadanía y, sobre todo, del ostracismo al que ha sido condenada la Filosofía
y todo lo que tenga que ver con la historia de las ideas o que sea “determinante
para impulsar el camino hacia un pensamiento crítico, racional y razonable”,
también según Gabilondo.
Todos
nos rasgamos las vestiduras porque en Pakistán se cercene el derecho a la
educación hasta el extremo de atentar contra las alumnas que desafían a su
destino. Parece evidente la crueldad, pero también el dominio que de ese modo
se ejerce sobre una parte importante de la población. No hace falta llegar a
tanto para alienar a las nuevas generaciones; basta con manipular el currículum
de algunas asignaturas, la Historia por ejemplo, o imponer la obligatoriedad de
ese dúo trágico que conformarán desde ahora la opción obligatoria Religión /
Valores éticos. Son maneras, menos salvajes por supuesto, de asegurar que “las
estructuras del alma [sigan siendo del] Estado y del Dinero”, como sentenciaba
el bueno de Agustín García Calvo. Y, en fin, qué mejor para tal fin que el
secuestro de la Filosofía en las enseñanzas generales.
Por
otra parte, volviendo al principio, a nadie extrañe el emparejamiento convencional
entre filosofía y política que tan propio es de los necios. Al fin y al cabo,
se trata de un matrimonio que por distintos cauces ilustra el desprestigio de
ambas disciplinas en el pensamiento colectivo y la imparable sustitución de las
ideas que una y otra representan por simples convenciones. La simulación y la
apariencia serán, pues, los ejes de la actividad pública, si no lo son ya, en
la medida en que las nuevas hornadas de estudiantes no se verán obligados a
ejercer el sentido crítico ni recibirán la pedagogía que habría de exigirse a
los actores políticos. De modo que sí, por motivos varios, la edad
poscontemporánea será también un tiempo de acentuado recorte intelectual.
Publicado en Tam Tam Press,
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