Del
seguimiento de esta hilera de artículos poscontemporáneos podrá extraerse tal
vez una atmósfera cenicienta. Y tal vez sea cierto, sí, porque ya hemos escrito
que está aún por determinarse si esta época será sombría, como una nueva Edad
Media, o luminosa, como un nuevo Renacimiento. La apariencia es que todo apunta
al primer resultado, y de ahí posiblemente esa constante en el análisis que nos
lleva por ahora a describir estos tiempos como oscuros. Mas, en fin, a modo de
contrapeso, no se olvide en tal tesitura la retórica de Bertolt Brecht: “Y en
los tiempos oscuros, ¿habrá canto? Sí, habrá el canto sobre los tiempos
oscuros”.
El caso es que para hacer frente a todas las
tensiones que venimos describiendo, también los mecanismos de compensación
figuran ya escritos en el guión de la historia. Sin despreciar otros, como el
tono espectacular con que se envuelven las crónicas o el marcado aire infantil
que preside el entretenimiento, tres pilares se levantan, bien por sí mismos,
bien promovidos, para sujetar a los individuos desesperados y narcotizarlos,
alguno de ellos de un modo bastante literal.
Los dioses renacen y nadie puede dudar de la
pujanza de las religiones, sean éstas las clásicas o sus derivados más o menos
sacrílegos, si se permite la expresión. Por más que pareciera que caminábamos
hacia el laicismo, la ruta ha vuelto a quebrarse y más bien regresamos a las
cavernas de la mano, no se puede ignorar, de políticas más que conservadoras.
Resulta que el Papa Francisco cae simpático y reaviva fervores de cristiandad,
mientras las diversas familias musulmanas se han encargado de liquidar las
primaveras árabes y el estado judío no cesa de expandirse en los territorios
ocupados. A veces no se trata tanto de que crezcan los cultos como de que se
extienden las expresiones de religiosidad bajo el soporte de la cultura y de la
tradición; y en eso no hay país más adelantado que la vieja España con sus
procesiones, sus asignaturas, su calendario festivo y sus leyes retrógradas.
Junto a la huida mística, el filósofo Manuel
Cruz nos cuenta que “en tiempos de incertidumbre como los actuales regresa la
idea de suerte” (…) “Nada tiene de casual ni, menos aún, de contradictoria la
proliferación actual —cuando la crisis castiga con mayor dureza a un número
creciente de ciudadanos— de juegos de azar, loterías, sorteos y otras formas de
esperar que nos venga de fuera la solución a nuestros problemas”. Súmense a
ello los ídolos del deporte, ese otro olimpo de fervores y devociones, que no
se distancia mucho de las fes antes comentadas, para coronar el triunfo de la
irracionalidad así en lo divino como en lo humano.
Finalmente, no deja de ser sospechosa la tendencia creciente hacia
la legalización de determinadas drogas, la marihuana en particular, y el
repunte que se viene produciendo en el consumo de heroína. Siempre la droga
cumplió al fin y al cabo una función evasora por encima de otras
consideraciones, y cuando los opios tradicionales –llámense dios o el juego- no
cumplen con las expectativas para las que han sido urdidos, entonces nada mejor
que retornar sobre el humo e irse en él. Ya lo cantaban los buenos chicos de
Topo: “Vivir en Vallecas es todo un problema en 1996, / sobrevivimos a
base de drogas / que nos da el Ministerio del Bienestar…” No tardará Ana Mato
en recetárnoslas, aunque haya que someterse al copago.
Publicado en Tam Tam Press, 21 febrero 2014
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