Blog de Ignacio Fernández

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martes, 11 de febrero de 2014

Morir de fracaso


     Un tiempo hubo, no hace tanto, en que nos alertaron para no morir de éxito. Algunos no soportaron la tentación y cayeron por pura soberbia o por simple codicia, y gracias a que la justicia es lenta o torcida no hay más nombres todavía en las sentencias sobre tan exagerada epidemia.

     Ahora lo que se lleva es morir de fracaso, una condena no como cualquier otra. Pero no son banqueros ni especuladores desesperados los que se arrojan por las ventanas ni senadores los que se cortan las venas en un acto teatral de redención. Es gente corriente la que se quita la vida, lo cual nos advierte sobre el componente moral de esta dichosa y eterna crisis. Un 11% cuentan las estadísticas que han aumentado los suicidios en el último año, y aunque los actores no revelen las causas no es exagerado especular con un motivo social. Todos los índices se disparan en esta barahúnda: un 30% crecieron los infartos en Grecia durante los dos últimos años, otro ejemplo de esa pobreza que carcome nuestra salud hasta consecuencias letales. Y eso que según los médicos los recortes no han llegado aún a los pacientes.

     Pero las muertes de fracaso no son muertes individuales. Todos morimos un poco en esos arrebatos contra la vida o en esa dejación institucional. Lo mismo que somos nosotros quienes caemos en los bombardeos de Siria o en las hambres de África. Es decir, en todas y cada una de las muertes terribles que se suceden en lo cotidiano sin ninguna razón de ser. Claro que hay responsabilidades identificables en los gobiernos, pero no somos ajenos a ese destino quienes ponemos a esos gobiernos. Claro que el fracaso es personal en algunos casos, pero el común denominador en estos tiempos no es otro que el sálvese quien pueda.

     Un sano ejercicio ético sería que los periódicos colocasen en sus portadas a todos esos muertos de fracaso, los de aquí y los de allá. Con el conjunto acabaríamos diseñando la orla de héroes modernos, para su honra y para el escarnio de los desalmados que nos han traído hasta aquí.

Publicado en La Nueva Crónica, 11 febrero 2014

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