Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 30 de marzo de 2014

Roses / James


     Decíamos que la música y las canciones van y vienen. Normalmente, vienen; lo raro es que vayan. Pero la ruta de las versiones tienes caminos de ida y de vuelta. Por lo general, viajan desde un ayer indeterminado hacia un presente constante; pero también, aunque resulte extraño, retornan desde el hoy hasta encontrarse con artistas del ayer. No es un galimatías, es los que les ha ocurrido a Etta James y a Guns N’ Roses.

     Welcome to the Jungle fue una insignia de Guns N’ Roses allá por 1987 en su época de esplendor, cuando fue extraída como sencillo del disco grande «Appetite for Destruction», y podemos afirmar que a la postre ha acabado convertida en una auténtico estándar del rock & roll. Bandas sonoras de películas, documentales, vídeo-juegos y hasta los Simpson dan testimonio de ello. Y lo normal, lo mismo que Axl Rose se sirvió en ella de algún ripio de AC/DC para hacerlo progresar, es que se convirtiera en campo para versiones de futuro, es decir, de continuadores cronológicos de la estirpe de los Roses. Pero no, resulta que la que podemos considerar hoy versión más completa y meritoria la ha acabado firmando Etta James en 2011 al incluirla en su disco «The Dreamer».

     Porque Etta James tenía sobre sí en ese 2011 nada menos que 73 años y una larga carrera en el soul y en el rhythm and blues que había arrancado mediada la década de los cincuenta del pasado siglo. Es decir, que cuando el bueno de Axl abrió sus ojitos por vez primera, en 1962, esta señora llevaba ya cantando una larga temporada y lo había vivido todo en el mundillo musical. Eso sí, no se sabe muy bien el porqué pero hacia 1975 vivió un ligero acercamiento al rock, precisamente en su etapa como cantante menos vistosa. Quizá en ese giro oscuro de su trayectoria haya que buscar las raíces de lo que acabaría coronándose con su visión particular de Welcome to the Jungle.

     La verdad es que la canción merece, y así como este dúo que hoy glosamos es la antítesis evolutiva de Louis Armstrong a Joey Ramone que comentábamos en el capítulo anterior, también lo que el cantable ofrece se sitúa en las antípodas del What a Wonderful World. Así, si ésta era una melodía optimista destinada a olvidar un entorno amargo, aquélla lo aborda sin recato: “Bienvenido a la jungla, / cada día esto se pone peor, / aprendes a vivir como un animal,
/ en la jungla en la que jugamos,
/ si te encaprichas de algo de lo que ves,
/ al final lo cogerás,
/ puedes tener cualquier cosa que quieras,
/ pero mejor que no me lo quites a mí,
/ en la jungla.
/ Bienvenido a la jungla,
/ mira como hace que te arrodilles, / quiero verte sangrar”.

     Curiosidades de las versiones, pues, estos recovecos cronológicos y temáticos que lo mismo van o vienen. Sucede con los grandes artistas y con las grandes canciones. Lo demás es prescindible.

Publicado en genetikarockradio.com, 30 marzo 2014

lunes, 24 de marzo de 2014

Sobre los impuestos


     Lo raro a estas alturas de la desigualdad es que en este país haya todavía impuestos directos. A no ser, claro, porque con ellos se continúa aniquilando las rentas del trabajo frente al buen trato que se concede a las del capital. ¿Por qué, si no, la renta media del empresario medio es en España menor que la renta media del trabajador medio?

     Pongamos un ejemplo sencillo. El de un trabajador o trabajadora que gana un sueldo de 1.000 euros al mes y que, como puede comprenderse, no tiene ninguna capacidad de ahorro. Es decir, mil gana, mil gasta, no hay alternativa según está el patio. Pues bien, supongamos que sobre su nómina se aplica un descuento en razón del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas de un 15%. Y supongamos que al gasto que lleva a cabo sin ningún exceso se le aplica, en término medio, un Impuesto sobre el Valor Añadido de otro 15%. El resultado, siendo generosos con las cifras, es que la carga impositiva de esa persona equivale al 30% de sus ingresos mensuales. Nada que ver, evidentemente, con lo que puede recaer sobre quienes, con sueldos más altos y hasta el delirio en ciertos casos, tiene unas posibilidades de ahorro crecientes conforme a sus emolumentos superiores. Y nada que ver, por supuesto, con el Impuesto de Sociedades del que algunos se sirven o con otros vericuetos no necesariamente fraudulentos, que ése es otro cantar.

     Tal es el panorama sobre el que, dicen, pretende actuar la próxima reforma fiscal del Gobierno, sobre la cual sólo conocemos algunas sugerencias de expertos. Se sigan o no, lo que sí está declarado es que no hay otro objetivo que el equilibrio, para lo cual se bajarán unos impuestos y se proclamarán sus beneficios mientras que se subirán otros y se pretenderá que pasen desapercibidos. Pero el resultado será similar al descrito más arriba, si no peor. Y las desigualdades seguirán creciendo.

     A nadie le extrañe, pues, que la OCDE diga que, durante la crisis, al 10% más rico las cosas le han ido mejor que al 10% más pobre.

Publicado en La Nueva Crónica, 25 marzo 2014

viernes, 21 de marzo de 2014

Entrevista en "El Filandón"

Entrevista realizada en el programa "El Filandón" de TVCyL 8
el día 21 de marzo de 2014

Entre 'selfies' y gritos


     La prolongación de la adolescencia es otro de los peajes del progreso tecnológico. Ya venía de antes, es verdad, sobre todo desde que en el cine triunfó el consumo familiar y la televisión nos adocenó un poco a todos. Pero el consumo individual de los nuevos medios y su proyección en las redes ha consagrado el fenómeno en todo su esplendor. Las selfies, las auto-fotos, son la culminación de todo ello y parece que nadie escapa ya de esa moda exhibicionista y pueril. Es el colmo del onanismo tecnológico: ya no sólo tecleo a solas, no sólo juego conmigo mismo, no sólo espío en soledad, ahora también me retrato y me luzco, a solas o con otros, da igual.

     Y todo sin decir ni pío. Es natural: el masturbador o se habla a sí mismo o permanece en silencio. Como si sobrasen todas las palabras, la imagen se convierte en autosuficiente; incluso el formato es mudo, pero dice bastante. Cumpliendo el dicho, da la impresión de que por fin la imagen ha superado en mil veces el valor de la palabra. ¿O tal vez no?

     En una charla radiofónica, el profesor y académico Salvador Gutiérrez Ordóñez hablaba sobre esto y concluía que la solución de esa disputa no es tan sencilla. Reconociendo el poder de la imagen, venía a concluir que en ocasiones su saturación nos hace tan insensibles que ni provoca reacciones. Por el contrario, nos conmueve mucho más un soneto de Quevedo que todas las fotografías juntas de la guerra de Siria, sobre todo si cuando nos las sirven es a la hora del telediario, es decir, a la hora de la comida o de la cena, como suele ser habitual. Ya le habíamos escuchado en otras ocasiones este comentario, y también (creo que fue él, pero no estoy del todo seguro) que las palabras en ciertas ocasiones se muestran impotentes para expresar la magnitud de lo que queremos comunicar. En esos casos, mejor que cualquier discurso, incluso mejor que cualquier poema dramático, se impone el grito, la blasfemia o el rugido. Podríamos decir que en tales situaciones el significante es el significado. Sin más. Casi como una selfie oral.

Habitación del grito - MUSAC
     A veces el grito es espontáneo y natural, no necesita más explicaciones, y como muestra basten los sonidos del orgasmo o del dolor, tan cercano en el fondo. Pero otras requiere una formalización mayor, un mecanismo intencionado, un impulso que nos conduzca hacia el lado opuesto al silencio. Un ejemplo al alcance en estos días es la propuesta que nos hace Alicia Framis en el MUSAC con su Habitación del grito. Se trata de una arquitectura simple: aquí un gran cajón de madera desnudo, en otras ocasiones una construcción cónica con gran parecido a los tipis indios. No importa, uno entra y grita. Como dice la documentación que lo explica, es una válvula de escape y, a la vez, una fórmula para el reencuentro con uno mismo. Luego, por arte de la impresión en 3D,  esa selfie chillona se convierte en una taza, pero eso ya es lo de menos.

     El caso es que esta edad poscontemporánea, aparentemente tan compleja, se expresa a través de los mecanismos más sencillos. Que éste es un tiempo de gritos nadie lo duda, y sus decibelios crecerán con la confusión hasta convertirse en un aullido universal de esperanza o de rabia. Y que éste es también un tiempo de modelos adolescentes tampoco está en cuestión. Por lo menos Van Gogh dominaba las técnicas de la pintura para hacerse un autorretrato. Ahora basta con apretar un botón y poner cara de idiota.
Publicado en Tam Tam Press, 21 marzo 2014

lunes, 17 de marzo de 2014

Armstrong / Ramone


     Una canción acaba convertida en estándar cuando supera los límites de lo clásico y su popularidad es tal que se somete a múltiples y variopintas interpretaciones. Llegados a ese punto, no es fácil reconocer el original porque, al cabo, sus virtudes son tales que viven en casi todas sus recreaciones, por más que los estilos y los años abran abismos por el medio.

     Louis Armstrong, icono de la negritud trompetera y vocal, grabó What a Wonderful World en 1967. Después de una carrera que se había iniciado nada menos que en 1923, alcanzaba su último éxito comercial con esta canción destinada a alimentar el optimismo a la manera yanqui y solapar así otras turbulencias de aquella sociedad: “Los colores del arco iris, tan bonitos en el cielo, / también están en las caras de la gente que pasa. / Veo amigos estrechando sus manos, diciendo: ¿cómo te va? / Realmente ellos dicen: Te quiero. / Y pienso para mi mismo: ¡qué mundo tan maravilloso!”. Al parecer, no había guerra en Vietnam ni un tal Luther King iba a ser asesinado unos meses después.

     De cualquier modo, la canción creció, superó el fallecimiento del propio Armstrong, se integró en bandas sonoras de películas y de series televisivas, y alcanzó la altura de estándar a medida que iba siendo personalizada por otros intérpretes: Engelbert Humperdinck, Natalie Cole, Tony Bennett… e incluso Rod Stewart cuando a Rod le dio por ponerse mayor y pretencioso. En fin, toda una nómina de cantantes poderosos de los de pajarita al cuello y dentadura reluciente.

     Pero, ¡oh, cielos!, todo un sacrilegio se produjo en el firmamento musical cuando el bueno de Joey Ramone, al borde del colapso final, grabó el disco «Don’t worry about me», que vería la luz unos meses después de su desaparición, y en él se incluía una vez más, aunque no una vez cualquiera como las precedentes, What a Wonderful World, en este caso vestida con vaqueros y gafas oscuras.

     Como era de esperar Joey le metió velocidad y descaro, más todavía si tenemos en cuenta la difícil conjunción entre el texto pueril y el currículum punk-rock del neoyorkino. Había cofundado los Ramones en 1974 y en esa banda había resistido hasta su disolución en 1996; luego continuó como solista hasta que un linfoma lo devoró en 2001. Pero ahí estaba él, al borde de todos los precipicios en aquellos años últimos de vida, haciendo un guiño final a la historia de la música, tal y como había ocurrido con otros hitos del punk, que también transgredieron canciones clásicas, himnos nacionales o lo que se les pusiera por delante. Se puede pensar igualmente que ese regate lo era también para con todo su entorno, un testamento sarcástico que no sabe uno si tomarlo en serio o echarse a reír por no llorar.

     En fin, estos viajes de lo clásico a lo vanguardista tienen así mismo billete para el trayecto inverso. Recorreremos en el próximo episodio el camino que va de la vanguardia al clasicismo, un itinerario bastante más arriesgado e infrecuente.

Publicado en genetikarockradio.com, 20 marzo 2014

martes, 11 de marzo de 2014

¡Mucha policía!


     Cualquier observador medianamente atento habrá advertido que en los últimos tiempos las policías, en todas sus variantes y cuerpos, se han hecho más que omnipresentes entre nosotros, así en lo material como en lo mediático. En unas ocasiones por errores graves de su dirección política, como en la tragedia de Ceuta; en otras por abusos propios, como muy de vez en cuando sucede con los mozos de escuadra; otras más porque está de moda relatar sus hazañas en technicolor, como es habitual y exagerado en los telediarios; y, en fin, otras todavía haciéndose notar por orden gubernativa hasta en las más pacíficas concentraciones populares. En suma, nada mejor para generar inseguridad que la promoción de la seguridad.

     Porque lo más razonable para las policías es que pasen desapercibidas, como si de árbitros de fútbol se tratase: cuanto más protagonismo adquieren, peor es el juego y más cuestionable el resultado.

     Ahora bien, a pesar de todo ese despliegue policial exagerado, lo que nunca sucede, de lo que nunca hablan los medios de comunicación, es de que estamos ante un colectivo de trabajadores y trabajadoras como otro cualquiera. Al menos como cualquiera del sector público, tan sometido a la tijera y al menosprecio. Es más, no sólo se ocultan sus penurias o sus calamidades, sino que se persigue o se prohíbe toda expresión de queja en su interior y, desde luego, su eco exterior. Esto es notable especialmente en la guardia civil, replegada de nuevo sobre sí misma con todas las bendiciones del Ministro del rosario del Interior. Como mucho, se cita su estrés en las fronteras para distraer la atención sobre la ineptitud de quien da las órdenes.

     No nos será fácil sostener nuestras libertades si aquellos que han de encargarse de defenderlas no las disfrutan en su ejercicio profesional. Esa privación básica acaba generando vicio que, tarde o temprano, se traslada a la práctica laboral. Y así es como, por último, se da lugar a excesos y arbitrariedades que ni se explican ni se asumen.

Publicado en La Nueva Crónica, 11 marzo 2014

viernes, 7 de marzo de 2014

El valor y el precio (del trabajo)


     Con motivo del 75 aniversario del fallecimiento de Antonio Machado, cumplido el pasado mes de febrero, un proverbio no casual se nos hizo presente: “Todo necio confunde valor y precio”.

     Es verdad que esa sentencia mantiene su validez para explicar algunas de nuestras miserias actuales, en particular el suceso de la burbuja inmobiliaria que ha liquidado para muchos años el sector de la construcción y ha arruinado a numerosas personas. Cuestión de necedad o estafa directa, poco importa ya salvo para procesar a los responsables si fuera posible. Lo relevante, para entender en parte lo sucedido, es precisamente la falta de correspondencia entre el valor y el precio. Este binomio explica también muchos otros desvíos mercantiles que, por lo general, benefician a unos pocos y perjudican a gran parte de la población. Y en eso se basa, simplificando, la economía financiera que se ha enseñoreado del mundo actual.

     En suma, el equilibrio entre estos dos términos parece muy aconsejable para la buena marcha de las sociedades y por ese motivo se producen incluso oportunas regulaciones y controles de precios, como debiera ocurrir por ejemplo con los productos de primera necesidad en estos tiempos difíciles para aislarlos de cualquier forma de especulación. El problema nace cuando uno y otro, valor y precio, se hunden irremediablemente y a la par para condenar aquello a lo que están referidos. Eso ocurre en esta época oscura con el trabajo, devaluado y depreciado hasta extremos casi insoportables.

     La raíz de este proceso hay que buscarla bastante atrás, no es asunto sólo de estos días. “Desde 1970 –señala el filósofo Zygmunt Bauman- se ha liberalizado el trabajo, las ventajas de los convenios colectivos desaparecieron y también la solidaridad entre los trabajadores. Ahora solo hay competencia: el compañero es el enemigo en potencia ante el riesgo de un despido". En suma, escasa valoración del trabajo, convertido en selva y en mercado franco, y escasa dignidad vía salarial, al haber apoyado sobre la reducción de sueldos todo los objetivos de productividad y competitividad. Si a todo esto le añadimos el contexto actual de crisis que todo lo justifica, evidentemente el resultado no es otro que el amplísimo desprestigio del factor trabajo, por más que todos disputemos por un empleo, puesto que tenemos la grosera costumbre de comer a diario.

     Pero hay más. Al margen de reformas laborales contraproducentes (1.354.700 empleos se han perdido durante el bienio que lleva vigente la última) y de devaluaciones salariales salvajes sobre todo a partir de 2009, poco o nada ayuda la pedagogía gubernamental a valorar el trabajo. Más bien todo lo contrario. Su énfasis cansino en que los emprendedores nos sacarán de ésta, precedido años atrás por la quimera empresarial al alcance de cualquiera, ha convertido el trabajo asalariado en algo residual dentro del pensamiento colectivo. Esto es lo más grave a nuestro modo de ver, pues es evidente que más fáciles son las fluctuaciones de precios que el valor propiamente dicho de las cosas. Lo primero es economía; lo segundo, sociología. Y si aquella está entregada a sepultar el factor laboral, la segunda lo condena a la más absoluta desconsideración por mucho tiempo. Difícil panorama, pues, cuando hasta el más iletrado en estas materias sabe que sólo a través del impulso generoso de trabajo asalariado acabaremos con males de nuestra sociedad que empiezan a ser pandémicos. Sobre él se apoya no sólo el presente de las personas, sino también su futuro materializado en las pensiones.

     Aunque este proceso, bien mirado, no puede ser fruto sólo de la necedad; no es posible que no persiga algún objetivo; no hay gentes pensantes dedicadas a ello para resultar tan simples. No, lo más probable es que detrás de todo resida aquello de lo que en verdad no se quiere hablar: el fin del trabajo, según título del sociólogo y economista Jeremy Rifkin. Y éste sí que es un problema más que circunstancial, ligado a un periodo de crisis o de valores confusos. La coincidencia en esta edad de un planeta con recursos muy limitados, una demografía descontrolada, una desigualdad creciente y una tecnología que mejora los procesos productivos sin necesidad de mano de obra, nos presentan una realidad totalmente nueva donde lo de menos casi es el valor y el precio. Sobre esto convendría actuar antes de que se haga de noche.
Publicado en Diario de León, 8 marzo 2014

martes, 4 de marzo de 2014

Stones / Redding / Feliciano / Devo


     Satisfaction, canción legendaria donde las haya, no sería la misma, tal y como la hemos ido conociendo, sin las numerosas recreaciones a que ha dado lugar. De ellas no sólo nos hemos nutrido los oyentes, sino también con toda seguridad los mismos Rolling Stones, que la han hecho crecer con su propio estilo a partir de giros proporcionados por terceros.

     Cuando los Rolling la graban en el verano de 1965 son apenas unos pardillos, con un recorrido corto aunque con bases sólidas. De hecho, fue su primer gran éxito en los Estados Unidos, que es tanto como decir que fue su gran hit internacional, rompiendo para siempre las fronteras del consumo interno británico. Basta verlos en el vídeo para comprender de qué estamos hablamos. Hasta tienen pinta de buenos chicos si tomamos en cuenta sus historias y locuras posteriores. E incluso el blanco y negro acompaña. Bien, el caso es que la canción, si exceptuamos el riff clásico y la bocaza de Jagger, estaba llamada a evolucionar tanto en sonido como en interpretación. Y a eso es a lo que han contribuido los otros.

     Antes que nadie y sobre todo Otis Redding. Grabada muy poquito después del original, desde la orilla soul y con más vientos que cuerdas le contagió una energía de la que carecía aquél y que los Stones fagocitaron de inmediato. Su mérito, además, fue el mérito del genio. Cuenta el guitarrista Steve Cropper que la seleccionaron deprisa y a última hora para completar el disco «Otis blue»: “Él no la conocía, así que fui a por el disco, saqué la letra, los músicos ensayaron un poco y Otis la cantó leyendo del papel”. Evidentemente, esa interpretación nos la acercó casi del todo al resultado final y a Jagger le ayudó a dar saltos y a hacer más gorgoritos.

     Y hemos dicho casi porque no podemos ignorar otras aportaciones menores pero relevantes. La de José Feliciano tiene dos virtudes, a nuestro modo de ver, y por ello la anotamos. Por un lado, la fuerza vocálica tan característica del cantante puertorriqueño, que añade versatilidad y potencia al ritmo matemático del rock & roll; por otro, la simplicidad del acompañamiento, apenas una guitarra junto a los vientos de fondo, lo que nos permite descubrir que bajo ese mismo ritmo se esconde una melodía suficiente por sí sola, con independencia del riff antes citado.

     Y en fin, Devo. Ellos fueron el salto decisivo. Con sus aires new wave y sus propuestas surrealistas, la banda norteamericana hizo de Satisfaction una canción más divertida todavía, mucho más vertiginosa y, desde luego, mucho más arriesgada. Tanto que muchos discuten esta versión por considerarla alocada e irreverente. Pero poco puede importar eso a los Rolling, que también han participado de los mismos calificativos a lo largo de toda su vida. Seguro que también ellos, en alguna gira posterior, han imitado la sugerencia kitsch que les vino de estos lunáticos con sombrero.

Publicado en genetikarockradio.com, 4 marzo 2014