Blog de Ignacio Fernández

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lunes, 17 de marzo de 2014

Armstrong / Ramone


     Una canción acaba convertida en estándar cuando supera los límites de lo clásico y su popularidad es tal que se somete a múltiples y variopintas interpretaciones. Llegados a ese punto, no es fácil reconocer el original porque, al cabo, sus virtudes son tales que viven en casi todas sus recreaciones, por más que los estilos y los años abran abismos por el medio.

     Louis Armstrong, icono de la negritud trompetera y vocal, grabó What a Wonderful World en 1967. Después de una carrera que se había iniciado nada menos que en 1923, alcanzaba su último éxito comercial con esta canción destinada a alimentar el optimismo a la manera yanqui y solapar así otras turbulencias de aquella sociedad: “Los colores del arco iris, tan bonitos en el cielo, / también están en las caras de la gente que pasa. / Veo amigos estrechando sus manos, diciendo: ¿cómo te va? / Realmente ellos dicen: Te quiero. / Y pienso para mi mismo: ¡qué mundo tan maravilloso!”. Al parecer, no había guerra en Vietnam ni un tal Luther King iba a ser asesinado unos meses después.

     De cualquier modo, la canción creció, superó el fallecimiento del propio Armstrong, se integró en bandas sonoras de películas y de series televisivas, y alcanzó la altura de estándar a medida que iba siendo personalizada por otros intérpretes: Engelbert Humperdinck, Natalie Cole, Tony Bennett… e incluso Rod Stewart cuando a Rod le dio por ponerse mayor y pretencioso. En fin, toda una nómina de cantantes poderosos de los de pajarita al cuello y dentadura reluciente.

     Pero, ¡oh, cielos!, todo un sacrilegio se produjo en el firmamento musical cuando el bueno de Joey Ramone, al borde del colapso final, grabó el disco «Don’t worry about me», que vería la luz unos meses después de su desaparición, y en él se incluía una vez más, aunque no una vez cualquiera como las precedentes, What a Wonderful World, en este caso vestida con vaqueros y gafas oscuras.

     Como era de esperar Joey le metió velocidad y descaro, más todavía si tenemos en cuenta la difícil conjunción entre el texto pueril y el currículum punk-rock del neoyorkino. Había cofundado los Ramones en 1974 y en esa banda había resistido hasta su disolución en 1996; luego continuó como solista hasta que un linfoma lo devoró en 2001. Pero ahí estaba él, al borde de todos los precipicios en aquellos años últimos de vida, haciendo un guiño final a la historia de la música, tal y como había ocurrido con otros hitos del punk, que también transgredieron canciones clásicas, himnos nacionales o lo que se les pusiera por delante. Se puede pensar igualmente que ese regate lo era también para con todo su entorno, un testamento sarcástico que no sabe uno si tomarlo en serio o echarse a reír por no llorar.

     En fin, estos viajes de lo clásico a lo vanguardista tienen así mismo billete para el trayecto inverso. Recorreremos en el próximo episodio el camino que va de la vanguardia al clasicismo, un itinerario bastante más arriesgado e infrecuente.

Publicado en genetikarockradio.com, 20 marzo 2014

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