Blog de Ignacio Fernández

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martes, 24 de junio de 2014

Montand / Gainsbourg / Cometa / Johansen


     Las peripecias del cancionero pueden llegar a ser laberínticas hasta el punto de que resulten irreconocibles los extremos de una cadena. No es sólo que una versión suceda a un original y lo oculte o lo suplante. No: pueden convivir aún en planos diferentes. Pero a veces una versión recrea a otra versión y entonces el salto es mayor. Nos situamos en el terreno de la meta-versión.

     Les feuilles mortes es una canción emblemática en este sentido. Fue compuesta en 1945 mediante la fusión de un texto del poeta francés Jacques Prévert con la música del húngaro Joseph Kosma. Era una chanson muy a la francesa, con ciertos aires de jazz, que inmortalizó otro símbolo de la escena gala, Yves Montand. En apariencia, una de tantas canciones de llorar (“La vida separa a los que se aman, / dulcemente, sin hacer ruido. / Y el mar borra sobre la arena / los pasos de los amantes separados”), pero tan perfecta que acabó creciendo hasta convertirse en mito, tal y como lo demuestran sus 514 versiones firmadas por 140 artistas en otros tantos estilos: Edith Piaf, Iggy Pop, Ute Lemper, Chet Baker, Nat King Cole, etc.

     Hasta que en 1961 el gran transgresor Serge Gainsbourg publicó su tercer disco, «L’étonnant Serge Gainsbourg», y en él incluyó una canción titulada La chanson de Prévert. No se trataba de la versión 515 ni del artista 141. Todo lo contrario, sobre aquella base construyó un nuevo cantable que recogía las influencias del primero y todos sus significados añadidos por el tiempo, por el sentimiento y por la propia fama: “Me gustaría que te acordaras, / esta canción era la tuya, / era tu preferida, creo, / pertenece a Pévert y a Kosma”. Para concluir –no podía ser de otro modo- que, sin importar tiempo ni sentimiento ni fama, “cada vez las hojas muertas / te devuelven a mi recuerdo. / Día tras día, los amores muertos / no terminan de  morir”.

     Y sí, Gainsbourg también triunfó con su meta-versión y tuvo, cómo no, sus propios herederos. Enrique Jiménez, líder que fuera de Los Cardiacos, a quienes tantas otras versiones sublimes debemos, junto a Rafa Hernández, tuvo allá por 1999 una segunda vida en formato dúo bajo el nombre de El Cometa Errante. Hoy por desgracia inencontrable, ellos trasladaron a la lengua castellana, en una versión muy sui generis, el eslabón del transgresor y firmaron una canción que, escuchada en el único hueco donde reside en la red, nos proporciona una melancolía todavía mayor de lo que la letra cuenta. Quizá porque aquel cometa errante mereció sin duda mucha mejor y larga vida.

     El caso es que, para cerrar la historia dignamente y constatar que sigue viva, la última parada la hacemos en la estación de Kevin Johansen, músico multifacético y encantador de audiencias, quien también se fijó en el amigo Gainsbourg para sumar en su disco políglota «Sur o no Sur» (2002) su particular sensación acerca de las mismas hojas muertas. Más cercana a la original, incluso en el idioma, goza no obstante de una desnudez abrasadora.

Publicado en genetikarockradio.com

martes, 17 de junio de 2014

Proveedores y emergencias


     En un reciente encuentro de la nueva directiva del Círculo Empresarial Leonés con el también nuevo Presidente de la Diputación, éste último destacó que la institución provincial no tiene obligaciones pendientes con proveedor alguno y que el pago se está efectuando a 23 días, siete antes de lo que marca la ley. Este dato, desde el punto de vista de Marcos Martínez, hace de la administración provincial una referencia para muchas empresas que cobran puntualmente.

     Esta bien que así sea, nadie lo duda, y algo tiene que ver con ello la gestión de la anterior Presidenta, en cuyos panegíricos tras su fallecimiento se destacaba también este hecho. Mas, respetados los tiempos del respeto, justo es también poner de relieve la cruz de sus políticas y de sus gestiones. Porque, al cabo, los éxitos que se destacaron ocultaban también los fracasos, quizá porque no era el momento.

     El caso es que la Diputación Provincial no ha tenido la misma sensibilidad con sus proveedores que con las personas necesitadas. El capítulo de ayudas de emergencia que en ella se gestionan ha sido y es todavía un sinsentido. De poco sirvió que el Consejo Provincial del Diálogo Social acordara en 2011 un mejor procedimiento para su concesión y tramitación: el acuerdo nunca superó las paredes del despacho de Isabel Carrasco. De poco sirvió que la Junta aprobase en marzo de 2013 un Decreto que mejoraba los trámites y obligaba a todas las administraciones. De poco ha servido que la Diputación adaptara su ordenanza a ese Decreto, con un retraso de casi un año, en febrero de 2014, pues todavía sigue viva la gestión de ayudas sometidas a la ordenanza prehistórica, que lleva la emergencia a ser atendida después de medio año y con facturas justificativas de por medio.

     Esto es también gestión y es política. El nuevo Presidente de la Diputación tiene en ello ocasión de marcar un estilo diferente al de su predecesora: atender bien a los proveedores, sí, pero igualmente a quienes, en situación desesperada, le demandan ayuda.

Publicado en La Nueva Crónica, 17 junio 2014

sábado, 14 de junio de 2014

En la playa


On the beach [http://www.youtube.com/watch?v=6X0FjlybCqs], la canción de Chris Rea, puede ser el mejor de los prólogos para este capítulo pre-estival de Moderato Cantábile, con el que pretendemos adelantarnos a los meses de vacación, sofoco y asueto que están a la vuelta de la esquina. Como es natural, los itinerarios y los destinos pueden ser tan diversos como las personas que los recorren o los visitan, cada cual tiene sus vicios y sus devociones. Pero más allá de los planes que andemos ya mimando para el próximo verano, lo cierto es que un enclave los supera a todos. Nos referimos a la playa, a las playas, por donde vamos a pasear en compañía del cancionero para diseñar una play-list arenosa y blanda como un helado en la boca.

Las ciudades que miran al mar son ciudades infinitas. Pareciera que tienen límites en sus arrabales y que los cartógrafos han dibujado para ellas un plan de ordenación tan común como otro cualquiera. Pero nos equivocamos, porque desde sus paseos marítimos, desde sus rompeolas, desde sus muelles de pescadores y desde sus arenas nos abraza un horizonte que siempre está mucho más allá de nuestras miradas físicas y sentimentales. Por eso nos gustan las playas urbanas; y entre ellas, sin duda, las de las costas del norte, aunque no hagamos ascos a ninguna otra, como veremos. De las septentrionales, bastante bien conocidas por los habitantes de estos páramos mesetarios, cuatro se nos antojan de comunión obligatoria: Riazor en La Coruña, El Sardinero en Santander, La Concha en San Sebastián y San Lorenzo en Gijón. Precisamente, un cantable de Víctor Manuel tiene parte de su escenario final en ésta última: Eran dos niños [http://www.youtube.com/watch?v=wPYp2kk9LSw&feature=kp]. De las otras, de las que se abren al Mediterráneo para el veraneo de medio pelo y la hibernación más truculenta, también podemos extraer algún detalle. De hecho, las playas masivas tienen su punto, un como encanto abarrotado de estímulos excesivos, de derroches incontrolados, de algarabía ingobernable donde todo es posible, hasta lo humano. Lo bueno, lo mejor de todo es que siempre están abiertas, que no hay temporada, que siempre hay un neón encendido, una taberna inglesa, un hotel con espectáculo de pasodobles, un arroz a banda, un club de alterne, un tiro al aire, un mercadillo de inútil artesanía africana, un puesto de bisutería con una joven lánguida al frente, un niño insoportable, un padre también insoportable, una plaza con luces y caballitos, un dj y una go-go de tercera, una sirenita de plástico… Y todo eso independientemente de que se nombren Terremolinos, San Juan, Salou o Benidorm. Así lo cantaba El Cometa Errante en Benidorm es mi torre de Babel: “Mermelada con jamón, / con Los Chichos, Chrisie Hynde, / Benidorm es guay. / Jubilados de Gijón, / Los Chunguitos, Chrisie Hynde, / Benidorm es guay. / Benidorm… es mi torre de Babel”.

Sea como fuere, quien más quien menos, todos buscamos inútilmente una playa virgen o casi. Los hay que dicen haber encontrado  ese éxtasis que permite aún a los enamorados descubrir el rayo verde cuando al atardecer el sol se hunde en el horizonte de la Cala de Benirás, en la isla de Ibiza. Tal vez sea así o tal vez sea porque unas horas antes del crepúsculo dos o tres individuos han comenzado a tocar sus djembés y otros instrumentos de percusión, y con su ritmo todo acaba en un bum ta bum ta ta ta bum lisérgico, y te marchas en el coche a tomar un increíble cóctel en las tumbonas de Kumaras, acompañado por el sonido del chill out y del mar. En compañía de Afterlife, por ejemplo, y su Dub in ya mind [http://www.youtube.com/watch?v=h8eBzkAFraI], o de cualquier otra melodía incluida en la muy aprovechable serie Café del Mar.

Menos exótica pero igual de contundente en lo sensorial es la Gran Duna de Pyla, una enorme formación de arena natural costera acumulada en el litoral aquitano del golfo de Vizcaya, a la entrada de la bahía de Arcachon. Su cresta es la más alta del continente europeo y se extiende sobre 87 hectáreas de superficie, casi tres kilómetros de costa lineal y hasta 500 metros de bosque del Parque Natural de las Landas de Gascuña, hacia cuyo interior penetra año a año inexorablemente. Y, claro, desde semejante atalaya, tan recomendable, quién va a despreciar las tentaciones cercanas de los pueblitos de Cap Ferret o de la propia ciudad de Arcachon, estación balnearia que fuera para las clases acomodadas del siglo XIX, sus ostras con crepinettes o con foie-gras, crudas, con verduras, calientes, en broquetas, en gratín o rellenas; y un buen vino blanco de Burdeos, naturalmente, dulce, seco o espumoso, mientras suena al fondo una desconocida canción francesa, inolvidable ya para toda la vida: Difference, de Isabelle Mayerau, pongo por caso [http://www.youtube.com/watch?v=mWz5fAOoP3o].

Y, por supuesto, imperecederas, aunque oxidadas por el tiempo y otras erosiones, resultan las playas que fueron mito de juventud o simple ensoñación de una noche de verano. Posiblemente, todavía se paseen por ellas cuerpos desnudos y se celebren misas espontáneas a la luz de una vieja luna, de una guitarra acústica o de una brasa compartida. Posiblemente sigan apareciendo mirones textiles en el acantilado y algún hippie trasnochado a la búsqueda de la identidad perdida. Posiblemente no merezca la pena revisitarlas para que permanezcan inmaculadas en el recuerdo, tal y como quedó sepultada aquella vida libertaria en una vitrina inalcanzable. Posiblemente los surfistas sean hoy los dueños de Xagó, las urbanizaciones pugnen por colonizar el entorno de Torimbia o no quede nadie a quien sacrificar en las Islas Cíes.

Para todos quienes un día se perdieron en ellas o están a punto de hacerlo, he aquí nuestro colofón de canciones como acompañamiento: la muy doctrinal Playa Girón de Silvio Rodríguez [http://www.youtube.com/watch?v=gmOK3NmcDOE], la muy inevitable Cuando calienta el sol de Los Hermanos Rigual [http://www.youtube.com/watch?v=gBpcy0Vnnas], la muy divertida Mari Pili de Ejecutivos Agresivos [http://www.youtube.com/watch?v=3Q6QXpc6op4], la muy delicada Días de playa de Javier Krahe [http://www.youtube.com/watch?v=0DkWZGimCDI] y, en fin, cualquiera de las eternas melodías de los Beach Boys, que por algo eran los chicos de la playa.

Publicado en Revista SABA 4, julio 2014

martes, 10 de junio de 2014

John / Adams


     Pocos repertorios tan generosos como el de Elton John parecen dispuestos a ser ampliamente recreados. Sin embargo, no es así, aunque excepciones hay, como veremos. Son abundantes los dúos y colaboraciones, pero pocos los que se atreven con un material tan personal, tan matizado en cientos de actuaciones, que cualquier versión es un riesgo extremo no al alcance de cualquiera.

     De hecho, la oferta que hoy figura en cartel, el trabajo de Oleta Adams sobre Don’t let the sun go down on me, apenas se aventura por novedosos senderos o por innovadoras variantes. Podría parecernos incluso una copia directa del original. Pero no es tal, si bien se escucha. El color de la voz, como el de la piel, es a veces un elemento suficiente para romper el molde; y en este caso esos colores, voz y piel fundidas, renuevan los registros de Elton John mucho más allá de los años con que la canción y el artista han crecido y de los cientos de interpretaciones en directo que hoy la red nos permite comparar. ¡Vaya que si merece la pena comparar!

     John venía del éxito definitivo. Su séptimo álbum, «Goodbye Yellow Brick Road», ahora recién restaurado en su 40 aniversario, fue sin duda su disco más popular. Al año siguiente llegó «Caribou», mucho más ligero que su precedente, aunque escondía esta tonada prototípica del cantante inglés: melodías en su punto y textos, de Bernie Taupin, con el sentido exacto de la nostalgia. Ésa fue siempre la receta. Por su parte, Oleta, integrante de esa factoría extraordinaria e inagotable que reúne el soul, el jazz y el gospel, firmó esta versión en el disco del año 1991 «Two Rooms: Celebrating the Songs of Elton John & Bernie Taupin», la excepción de la que hablábamos arriba. Un álbum de tributo, todo él consagrado a la producción de nuestra pareja de referencia, donde, junto a Oleta Adams, participaron Eric Clapton, Rod Stewart o The Who, entre otros. Comercialidades aparte, lo cierto es que el sello de Adams sería suficiente para dejar de lado nuestros prejuicios para con estos productos.

     Es más, otros tributos semejantes y con mejor resultado nos ocuparán en próximas entregas. Por ejemplo, los dedicados a Leonard Cohen, Bob Dylan o John Lennon.  Mientras tanto, para los muy puristas, sirva esta excusa de hoy para volver sobre la reedición comentada antes, la del magistral «Goodbye Yellow Brick Road», “la raíz kármica”, según Taupin, de una exitosa asociación que ya jamás volvería a brillar así.

Publicado en genetikarockradio.com, 10 junio 2014

sábado, 7 de junio de 2014

El rábano y las hojas


     Sea por ser estos unos tiempos de desconcierto, sea sencillamente por la desidia general, rábanos y hojas son objeto de confusión reiterada, en ocasiones no sin intención, y me atrevería a decir que en el marasmo lo que triunfan son las hojas. Mal negocio porque, como bien sabemos, las hojas son muy vistosas pero no se comen; en cambio, el rábano es la raíz, está oculto bajo tierra, pero es lo nutritivo. Y así quienes confunden lo uno con lo otro no es extraño que desemboquen en indigestión.

     Es fenómeno muy común, como digo, así en las modestas capillas como en los más elevados altares. De modo que bastarán algunos ejemplos para explicarlo y un corolario final para que la crítica se muestre constructiva, tal y como enseñan las buenas costumbres.

     En el follaje se perdió, y de ahí algunos resultados y algunas abstenciones, el debate previo a las elecciones europeas, enredado en el machismo de unos y en la inquebrantable fe femenina de otros, lo cual, siendo asunto relevante, no deja de ser salirse por la tangente. Extraviarse en el enramado es la respuesta que el Gobierno y sus sucursales dieron a la manifestación del 6 de abril en León, es decir, frente a la reivindicación global de las infraestructuras ferroviarias que clamaron unos, responden otros con el escaparate de que un AVE menguado llegará, dicen, para mayo de 2015. Distraerse en el verdor es lo que hacen algunos electos al confesar que se conforman con un sueldo europarlamentario de 1.900 euros, cuando de hecho cobrarán lo que todos y con ello harán lo que estimen conveniente, como cualquiera, cederlo a su partido, gastarlo en pipas o donarlo a la ciencia en cómodas porciones. Y, en fin, nadie como Joan Rosell, líder de nuestro empresariado, para demostrar maestría en el noble arte de esconderse en la fronda cuando propone, conspicuo él, que los padres rebajen derechos laborales a favor de leves mejoras en los de sus hijos.

     Son ejemplos, como hemos apuntado, pero bastante ilustrativos de por donde nos andamos, porque, desde luego, no se agota con ellos el catálogo. Cabe preguntarse, pues, si esta amplia confusión, además de lo que en sí misma encierra, es demagogia, es ignorancia o es cinismo. Esto es, si se detiene en la mera enunciación o si forma parte de un comportamiento social, en cuyo caso, estaríamos más bien ante un mal mayor, una especie de enfermedad no diagnosticada y, claro está, no tratada. La conclusión es que así lo parece si atendemos a la normalización y extensión de estos vicios verbales y no verbales.

     Adonde queremos llegar por tanto es a señalar una necesidad más de cambio, cuando tantos y en tantas materias se reclaman, en este caso el que se refiere al uso torcido del lenguaje, que en realidad no es más que el uso torcido del pensamiento. Estos juegos tan políticos, en los que todos caemos, no son permisibles en nadie, pero menos aún en quienes debieran ejercer una pedagogía sana. Traigamos a colación una muestra más absolutamente palmaria. ¿Por qué, mes a mes, trimestre a trimestre, nos perdemos en las hojas de las cifras de desempleo y no reconocemos de una vez por todas que el rábano del paro excesivo ha llegado a convertirse en nuestro país en algo estructural? ¿Por qué no reconocer que tardaremos diez, quince años o más, si todo nos es favorable, en recuperar niveles de empleo medianamente dignos? ¿Por qué, a partir de ese reconocimiento y con la comunión de la ciudadanía, no se trabaja en estrategias a medio y largo plazo que permitan, sí, aventurar luces al final del largo túnel mientras se potencia mecanismos de protección social para aguantar tanta oscuridad?

     Largo me lo fiáis, se dirá, no son esos los ritmos de la política ni los vértigos a los que nos han acostumbrado. Ahora parece que lo más urgente, volviendo sobre las hojas, es decidir sobre monarquía o república, sobre Cataluña o España, sobre primarias o secundarias; pero ninguna de esas disyuntivas, aun importantes, solucionará nuestras problemas de fondo. Porque lo que necesitamos sobre todo son rábanos para alimentarnos y no pasar hambre. Se trata, como decíamos al principio, de ir a la raíz del asunto que es donde realmente se esconden o nos esconden los nutrientes.


Publicado en Diario de León, 9 junio 2014

martes, 3 de junio de 2014

Votos líquidos


     Todo tiende a su ser en nuestra sociedad líquida. Desde que el filósofo polaco Zygmunt Bauman acuñase este término para referirse a nuestra identidad flexible y versátil, todas las piezas que la integran proceden a converger y acomodarse a tal ser. Incluso el voto democrático apunta también a la licuefacción, tal y como hemos comprobado recientemente.

     La flexibilidad, sometida a lógicas circunstanciales, ha explicado durante décadas el fluir hacia uno u otro lado y la determinación de las mayorías. Hasta cuatro absolutas se han sucedido con los años, la última bien viva en la actualidad. Además, lógicas más borrosas nos permitirán interpretar otros comportamientos electorales más o menos pintorescos que en la historia han sido: desde la ascensión a eurodiputado del señor de la abeja hasta la irrupción en el Congreso de aquel blavero de las naranjas al que imita ahora González Pons. Incluso en la última convocatoria, por más que sorprendente, razones de variada gama aclaran el porqué del éxito de los jóvenes profesores de Ciencias Políticas. En suma, hay un ir y venir democrático más o menos previsible, a pesar de su progresiva tendencia a la disolución.

     Pero la liquidez absoluta nos ahoga cuando el arco de opciones se demuestra insuficiente y el resultado triunfante se llama abstención. 39 candidaturas de todo signo y pelaje, más la opción nula y blanca, fueron incapaces de promover una disposición activa hacia el voto, hasta el punto de que más de la mitad de ciudadanos y ciudadanas decidieron situarse al margen de los hechos. Les da igual su resultado. Se dirá que es rebeldía o desafecto, frustración o desencanto. Tal vez haya de todo un poco, pero lo que expresa esa masa derretida es así mismo la naturaleza líquida de su comportamiento político. A su alcance está como individuos, y en el debe de todos como sociedad, el que su siguiente paso sea convertirse al estado sólido o gaseoso. Es una decisión capital, en la que está en juego el ser o no ser suyo y del conjunto.

Publicado en La Nueva Crónica, 3 junio 2014