Blog de Ignacio Fernández

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sábado, 7 de junio de 2014

El rábano y las hojas


     Sea por ser estos unos tiempos de desconcierto, sea sencillamente por la desidia general, rábanos y hojas son objeto de confusión reiterada, en ocasiones no sin intención, y me atrevería a decir que en el marasmo lo que triunfan son las hojas. Mal negocio porque, como bien sabemos, las hojas son muy vistosas pero no se comen; en cambio, el rábano es la raíz, está oculto bajo tierra, pero es lo nutritivo. Y así quienes confunden lo uno con lo otro no es extraño que desemboquen en indigestión.

     Es fenómeno muy común, como digo, así en las modestas capillas como en los más elevados altares. De modo que bastarán algunos ejemplos para explicarlo y un corolario final para que la crítica se muestre constructiva, tal y como enseñan las buenas costumbres.

     En el follaje se perdió, y de ahí algunos resultados y algunas abstenciones, el debate previo a las elecciones europeas, enredado en el machismo de unos y en la inquebrantable fe femenina de otros, lo cual, siendo asunto relevante, no deja de ser salirse por la tangente. Extraviarse en el enramado es la respuesta que el Gobierno y sus sucursales dieron a la manifestación del 6 de abril en León, es decir, frente a la reivindicación global de las infraestructuras ferroviarias que clamaron unos, responden otros con el escaparate de que un AVE menguado llegará, dicen, para mayo de 2015. Distraerse en el verdor es lo que hacen algunos electos al confesar que se conforman con un sueldo europarlamentario de 1.900 euros, cuando de hecho cobrarán lo que todos y con ello harán lo que estimen conveniente, como cualquiera, cederlo a su partido, gastarlo en pipas o donarlo a la ciencia en cómodas porciones. Y, en fin, nadie como Joan Rosell, líder de nuestro empresariado, para demostrar maestría en el noble arte de esconderse en la fronda cuando propone, conspicuo él, que los padres rebajen derechos laborales a favor de leves mejoras en los de sus hijos.

     Son ejemplos, como hemos apuntado, pero bastante ilustrativos de por donde nos andamos, porque, desde luego, no se agota con ellos el catálogo. Cabe preguntarse, pues, si esta amplia confusión, además de lo que en sí misma encierra, es demagogia, es ignorancia o es cinismo. Esto es, si se detiene en la mera enunciación o si forma parte de un comportamiento social, en cuyo caso, estaríamos más bien ante un mal mayor, una especie de enfermedad no diagnosticada y, claro está, no tratada. La conclusión es que así lo parece si atendemos a la normalización y extensión de estos vicios verbales y no verbales.

     Adonde queremos llegar por tanto es a señalar una necesidad más de cambio, cuando tantos y en tantas materias se reclaman, en este caso el que se refiere al uso torcido del lenguaje, que en realidad no es más que el uso torcido del pensamiento. Estos juegos tan políticos, en los que todos caemos, no son permisibles en nadie, pero menos aún en quienes debieran ejercer una pedagogía sana. Traigamos a colación una muestra más absolutamente palmaria. ¿Por qué, mes a mes, trimestre a trimestre, nos perdemos en las hojas de las cifras de desempleo y no reconocemos de una vez por todas que el rábano del paro excesivo ha llegado a convertirse en nuestro país en algo estructural? ¿Por qué no reconocer que tardaremos diez, quince años o más, si todo nos es favorable, en recuperar niveles de empleo medianamente dignos? ¿Por qué, a partir de ese reconocimiento y con la comunión de la ciudadanía, no se trabaja en estrategias a medio y largo plazo que permitan, sí, aventurar luces al final del largo túnel mientras se potencia mecanismos de protección social para aguantar tanta oscuridad?

     Largo me lo fiáis, se dirá, no son esos los ritmos de la política ni los vértigos a los que nos han acostumbrado. Ahora parece que lo más urgente, volviendo sobre las hojas, es decidir sobre monarquía o república, sobre Cataluña o España, sobre primarias o secundarias; pero ninguna de esas disyuntivas, aun importantes, solucionará nuestras problemas de fondo. Porque lo que necesitamos sobre todo son rábanos para alimentarnos y no pasar hambre. Se trata, como decíamos al principio, de ir a la raíz del asunto que es donde realmente se esconden o nos esconden los nutrientes.


Publicado en Diario de León, 9 junio 2014

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