Blog de Ignacio Fernández

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martes, 29 de julio de 2014

Privatizar la enfermedad


     Hace unos años, el filósofo alemán Boris Groys escribía lo siguiente: “el valor fundamental de las sociedades capitalistas es la salud. Si se ve hoy el amor con buenos ojos, y ya no es esa tragedia que contaban los románticos, es porque han comprobado que practicarlo es saludable, que hacer el amor reduce el estrés o cosas por el estilo. También en Estados Unidos se considera que es bueno pensar una media hora al día porque ha habido estudios que han demostrado que se trata de una actividad que, siempre que no se abuse, genera unos procesos químicos que son provechosos para la buena salud. No hay otra opción para disentir que reivindicar la infelicidad, la enfermedad, el fracaso, la ruina”.

     No sé muy bien si lo entendimos acertadamente entonces, pero de lo que no cabe duda es de que hoy cobra un sentido absoluto y fácil de comprender entre nosotros. Superados los procesos iniciales que nos conducen hacia la privatización total de la sanidad, previo descrédito y destrucción del sistema público, hemos llegado al fin a un nuevo estadio en el que se pretende directamente privatizar la enfermedad. El arma para tal propósito son las mutuas y la generosa cesión que el Gobierno les ha hecho en la Ley recién aprobada para que vigilen nuestras dolencias comunes, nuestras altas y bajas, y, en paralelo, supervisen o desautoricen a los profesionales del sistema público. De paso, se cuestiona además, de forma injusta, la capacidad del Instituto Nacional de la Seguridad Social, del Servicio Público de Empleo y de otros medios públicos para gestionar numerosas otras prestaciones. Y, sobre todo, se hace sin profundizar en el control público de dichas entidades, a pesar de los casos de malversación de recursos por parte de algunas mutuas muy señaladas.

     Estos son los nuevos tiempos que los poderes nos diseñan. Nos quieren malsanos a toda costa, no sanos; nos quieren ocupados como sea, no empleados con dignidad; nos quieren de cualquier manera. Nos quieren mal. ¡Viva la enfermedad!

Publicado en La Nueva Crónica, 29 julio 2014

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