Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 23 de octubre de 2014

Brotes, raíces y plantas carnívoras


     Entre tantas inquietudes y desasosiegos, dos pronósticos pueden darse por cumplidos: hay brotes y hay raíces. Poco importan los adjetivos que les adjudicaron ni si las raíces son verdes y los brotes vigorosos o a la inversa. Lo único extraño del proceso es que llegasen primero los brotes y luego las raíces, pero nadie puede discutir que están ahí y han venido para quedarse. Gracias a ello y por si todavía hubiese dudas, hemos de convenir también que los decires de Elena Salgado y de Mariano Rajoy no sólo son consecuentes sino complementarios y que, en suma, responden a un mismo proyecto de sociedad.

     Hablamos de una sociedad poscontemporánea que poco tendrá que ver con la que vivimos en los mejores momentos del siglo pasado. España es, de hecho, un modelo de esa involución, pero también la vieja Europa, que por algo la nombró así el muy ilustrado George W. Bush. Si pensamos, por ejemplo, que las predicciones de la OCDE incluso algunas veces se cumplen, habremos de tener en cuenta que esa organización prevé que en 2050 Europa no pintará gran cosa en el concierto internacional, ni en lo económico ni en lo político. ¿Cuál será el lugar, pues, de aquel país que según el Presidente Zapatero jugaba en la Champions? ¿Habrá Champions? Sobre cómo llegaremos a esa decrepitud tienen mucho que ver algunas decisiones que se andan cocinando a oscuras, sobre las que conviene hacer luz. Me refiero a la negociación del Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y los Estados Unidos (TTIP en inglés), algo así como el siguiente eslabón en el florecimiento salvaje: después de brotes y raíces, llegará el esplendor de las plantas carnívoras.

     Esto del Tratado parece un asunto del más allá, que no debiera tener incidencia directa sobre nuestro ser cotidiano y minúsculo en el contexto global. Pero no es así. Porque de confirmarse los objetivos con que trabajan los negociadores, vuelven a estar en riesgo algunas bases que creíamos sólidas en nuestro modo de vida: los derechos laborales (los que van quedando, que no es poca cosa frente a lo que se avecina), la protección ambiental y la seguridad alimentaria, los servicios públicos e incluso la soberanía democrática, ya de por sí bastante mancillada a lo largo de los últimos años y de los últimos gobiernos. Es, en suma, la barra libre para las grandes transnacionales.

     Mas no nos pongamos fatalistas, que es lo peor que podemos hacer en tal coyuntura. Los tratados de comercio no son en sí un mal. Los pueblos siempre han comerciado entre ellos, al menos cuando no se han hecho la guerra. Y bien está, por tanto, gobernar una materia por lo general bastante desordenada y falta de equilibrios. Ahora bien, para que su formalización fuese en beneficio de las personas y no de los poderes oscuros, desde el punto de vista sindical habría que reclamar varias condiciones que no están hoy por hoy en las agendas y respetar los siguientes principios y normas: la transparencia ante todo; los principales convenios de la OIT; las leyes y normas nacionales y regionales de la Unión Europea que protegen los derechos de los trabajadores, en particular las referidas a seguridad y salud en el trabajo; las normas que promueven la seguridad energética y la protección del medio ambiente; la exclusión de los servicios públicos y bienes comunes de las disposiciones del Tratado; el establecimiento de procedimientos contra el fraude y la elusión fiscal; y la participación en el seguimiento y control por parte de los interlocutores sociales y otras organizaciones representativas de la sociedad civil. Es decir, existen mimbres para hacer un buen caldero. Lo que no está claro es que exista voluntad política para obrar de esa forma.

     De tal manera que, ante los enunciados anteriores, no estamos ante un asunto menor, ni mucho menos. Y que tendrá su repercusión sin duda en lo local, pues no es asunto sólo de despachos. Sin ir más lejos, atendiendo a algunas potencialidades productivas de nuestro territorio, la agricultura sufrirá, lo harán las redes de manufactura y comercialización agroalimentaria y lo hará así mismo el espacio  natural todo, sometido a las reglas de la depredación sin barreras. Merece la pena, por tanto, que los ciudadanos de esta provincia le echen una ojeada al contenido del Tratado, lo que se sabe de él, y actúen en consecuencia. Será el único modo de evitar que brotes, raíces y demás plantas carnívoras conviertan nuestras vidas en una auténtica selva.

Publicado en Diario de León, 22 octubre 2014

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