Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 28 de mayo de 2015

Adivina, adivinanza


     “Tiempos accidentados éstos donde hasta el clima cambia y el interés del préstamos es menos que cero”. Son palabras de Vicente Verdú, sobre quien volveremos, que convienen mejor que ningún otro lema para introducir esta ansiedad por saber qué será de nosotros.

     El juego de las adivinanzas no es nuevo, desde luego. Ya anteriormente en esta serie nos entretuvimos con algunos signos mágicos al respecto. Pero lo que atrae nuestra atención ahora es la vertiente académica u oficial del fenómeno, que enseguida tiene eco en los medios de comunicación y así hasta el delirio. No ocurrió tal hace décadas, corría el año 1970 y la globalidad era sólo un horizonte, cuando el Departamento de Estado de los Estados Unidos se propuso adelantarse al siglo XXI, para adelantarnos a todos de paso, y encargó un estudio acerca de cómo sería el mundo en el tránsito secular. No acertaron del todo sus sabios, francamente, y se dejaron por el camino predicciones como la oveja Dolly, el poderío de Nokia en los primeros tiempos del móvil o el imperio del PC. También la ciencia ficción ha cometido algún que otro lapsus en su anticipación: baste señalar los errores publicitarios en la película Blade Runner, donde se daba por hecha la pervivencia en Los Ángeles de 2019 de marcas como Atari o Pan Am, la primera en franca recesión y la segunda desaparecida.

     Es natural, pues, que en el albor de esta edad convulsa nos preguntemos por cómo seremos o nos serán. Y a ello se dedican severos informes y otros anticipadores de mercados con afán de pioneros, conscientes de que quien dé primero dará dos veces. Lo mismo que el público en general aguarda impaciente, entre la zozobra, una senda por la que transitar no se sabe bien hacia dónde. Así hemos sabido que la Fundación Bill y Melinda Gates [http://www.gatesfoundation.org/es] ha publicado su Carta Anual, en la que ha querido en esta ocasión avanzar cómo será la vida de los habitantes de los países pobres del planeta dentro de quince años, una vez superada la frontera de los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos para esos tres lustros. Pues bien, según ellos esa situación mejorará como nunca antes: las muertes infantiles se reducirán a la mitad, se erradicarán más enfermedades que nunca y África tendrá capacidad para alimentarse a sí misma. Sin embargo, de forma simultánea, el Instituto para el Futuro de la Humanidad y la Fundación Retos Globales han publicado otro informe, cuyo título es 12 riesgos para la civilización humana [http://globalchallenges.org/publications/globalrisks/about-the-project/], donde se enumera un listado de eventos que podrían acabar con la civilización e incluso con la propia existencia del ser humano, desde el cambio climático o la guerra nuclear hasta el lado oscuro de las tecnologías emergentes. En fin, todo entre la filantropía y la catástrofe, como se puede observar y era de prever.

     El caso es que seguimos sin tenerlo claro una vez más. Ni lo mágico ni lo académico nos proporcionan seguridad; al contrario, parecen más bien condenarnos a un acto de fe entre unas y otras perspectivas. Y todo eso sin entrar en cuestiones de índole cultural como las que inquietan a esta ventana. También en eso reina el barullo y la incertidumbre. Tanto y tanta que el gurú Verdú –ahora lo recuperamos- concluye: “Ni apocalípticos ni integrados puros. En el mapa de la historia cultural conviven ríos cristalinos con aguas emponzoñadas. De modo que ¿cómo sentenciar hoy, con el paradigma herrumbroso de ayer, lo que es nocivo?”. Pues eso.
Publicado en Tam Tam Press, 1 junio 2015

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