Blog de Ignacio Fernández

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martes, 19 de mayo de 2015

Las razones del náufrago


     La tragedia del náufrago es inabarcable. Tanto que nos es imposible situarnos en su lugar. Poco importa que el espacio por el que deambula sin rumbo sea un desierto o un océano. Su relato conmueve, pero no contagia; nadie quiere para sí esa historia desoladora. Y asusta hasta tal extremo que su supervivencia nos parece mucho más que heroica, casi admirable, a pesar de que no la comprendamos. Nuestro único deseo es que no nos alcance una fatalidad semejante.

     Sin embargo, todo naufragio y su posterior peripecia tienen también una lógica aplastante. El náufrago siente miedo, ésa es su principal emoción. Cuando consigue acostumbrarse a ella, le sucede la nostalgia por la que era su vida corriente y piensa que podrá recuperarla. Luego, ocurren episodios de ansiedad, crisis de pánico y retahílas de maldiciones. No acepta lo que le ha ocurrido precisamente a él, pero sabe que no tiene otro remedio que resistir. El horizonte es siempre el mismo, como una prisión sin muros y sin límites. En él busca señales que no llegan. La desesperación día a día es creciente, nada hay nuevo en el paisaje. Aunque recuerda cómo llegó allí, esa memoria se desvanece con facilidad ante el infortunio y la adversidad irremediable. El náufrago sabe, además, que sus fuerzas son las que son y que llegará un momento en que acabarán por abandonarle. Ésta es una condena más que se suma a la del entorno. El agotamiento.

     En ese preciso instante es cuando sobreviene la irrealidad del espejismo. Tiene una explicación física, cuentan, pero es la necesidad del desamparado la que la alienta. No deja de ser una ilusión óptica, nos decimos, y no entendemos cómo el náufrago cree ver oasis o islas donde sólo hay arena y agua salada. El caso es que a él no le quedan ni reservas ni argumentos racionales. Ya sólo cree lo que quiere creer. Entonces, con las pocas fuerzas que le quedan y sus muchas ilusiones, se levanta ceremonioso, se acerca a la urna, toma inocente la papeleta y vota solemnemente. Como procede.

Publicado en La Nueva Crónica, 19 mayo 2015

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