Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

martes, 28 de julio de 2015

Mucha menos universidad

     El tamaño de las universidades públicas no sólo se ha reducido por la caída de la matrícula y sus circunstancias, tal y como vimos en la anterior entrega, sino que otros habitantes de los campus también han adelgazado de forma más que notable hasta situar a la institución al borde de la anorexia.

     Desde 2012, las amputaciones de todo tipo se han llevado por delante casi 8.000 empleos en el ámbito universitario, según se recoge en el Boletín Estadístico del Personal al Servicio de las Administraciones Públicas difundido recientemente por el Ministerio de Hacienda. El dato supone una reducción del 5’1% del profesorado y del 4’9% del personal de administración y servicios.

     Dos detalles sobresalen especialmente en ese conjunto menguante. Por un lado, que entre los primeros el descenso es notable por lo que se refiere al colectivo funcionario y no tanto al que se somete a contratación laboral; es decir, que estamos ante otra expresión de la creciente moda de lo temporal y de lo parcial en el mundo del trabajo. Por otro, que la merma del segundo colectivo hace que la universidad española se sitúe muy por debajo de las medias europeas, puesto que por cada miembro del personal de administración y servicios hay 1’8 del personal docente e investigador, mientras que en otros sistemas públicos la relación se aproxima a la unidad.

     Y todo esto permanece tal cual mientras se continua mareando la perdiz electoral en materia de servicios públicos, convertidos ya por el Ministro Montoro en pura propaganda. Se trata, dice, de devolver el esfuerzo que los empleados públicos han hecho en estos años, como si estuviésemos ante una actitud voluntaria por su parte. Porque aquí no se devuelve nada a nadie, nada vuelve en verdad a su estado inicial ni se recuperan sin más las condiciones de partida, al margen del desgaste sufrido así por los individuos como por las instituciones. En el caso que nos ocupa, el de la universidad pública, su dieta no se corrige ni con moscosos ni con dádivas clientelares.

Publicado en La Nueva Crónica, 28 julio 2015

martes, 21 de julio de 2015

8 y 80

     Confundir ocho con ochenta no es poca confusión, aunque sea una equivocación que se lleve mucho en estos tiempos. Tanto que nos indica hasta dónde se extiende la peste verbal o hasta dónde llega la ignorancia o el atrevimiento, que vienen a ser casi semejantes. Porque el dicho en sí remite a una o más cosas que alguien equipara al parecerle como sin importancia, por más que el propio Diccionario Usual de la Academia advierta de que “no deberían ser indiferentes”.

     Así que para más precisión nada como las ciencias. Dice el paleontólogo Marc Furió, y dice bien, que “esta expresión hace referencia a aquellos que no se molestan en discernir entre diferentes órdenes de magnitud, bien sea porque tal aproximación no afecta significativamente al resultado de sus cuentas, bien sea como inevitable resultado de un trastorno de acalculia severa”. Por ejemplo, sin apartarnos de la sombra de Furió, hay quien confunde la Paleontología con la Arqueología.

     El lenguaje y las costumbres políticas, así como todo el entorno comunicativo que nos contagia fácilmente, tienden de por sí a la hipérbole, sobre todo en épocas electorales, lo cual no es más que el principio para desembocar en el tanto da sin mayor rubor. De hecho, hemos asistido a lo largo de los últimos meses a un sinfín de ejemplos que lo atestiguan: las tomas de posesión en municipios y regiones con fórmulas de lo más variopinto, con símbolos religiosos yendo y viniendo, con vestimentas y aderezos más que opinables, con invocaciones pintorescas, con rechazo de bandas e insignias e incluso con ausencias lamentables y nada justificadas. Son sólo formas, es verdad, que en nada cuestionan los contenidos, pero también deberíamos reconocer que en muchas expresiones, como sucede en la poesía, somos pura forma. No nos extrañe, pues, todo el guirigay por los pitos al himno, a Casillas, a Piqué, a lo que sea… Ni los escándalos por unos tuits estúpidos y otras demostraciones de virginidad junto a la obsesión por el delito en el caso de los biempensantes. Ni, por supuesto, el atrevimiento de quien se declara dispuesta a incumplir la ley y aplica una didáctica más que peligrosa. Ni, en fin, que el Presidente boliviano le regale al Papa un crucifijo con forma de hoz y martillo. Todo vale, da igual ocho que ochenta, porque a la postre dos tópicos lo explican y justifican todo: las líneas rojas y los cheques en blanco. A ese juego de colores y poco más se limita habitualmente el discurso político.

Necrópolis de Pintia (Valladolid)
     Lo volveremos a ver muy pronto puesto que vivimos en campaña electoral permanente. Y habrá materias sobre las que se hablará sin importar una vez más si son Arqueología o Paleontología. El empleo, sin ir más lejos, que con toda seguridad se convertirá en comodín multiusos. Me refiero al empleo de cartón piedra, porque de otro ya no hay. Cuentan las estadísticas oficiales que la provincia leonesa ha conocido en el último año un descenso en las cifras de paro registrado espectaculares, pero nada nuevo se observa a nuestro alrededor que nos confirme adónde ha ido a parar toda esa mano de obra al parecer recuperada para la vida activa, ni una gran instalación industrial, ni una gran obra, ni un proyecto laboral de envergadura. Por eso, ¿qué quiere decir exactamente el Ministro de Guindos cuando afirma que el Gobierno prevé 600.000 nuevos empleos durante este año? Nadie lo dude: estamos ante la consumación del disparate al presentar como sano lo enfermo y como luz el rescoldo de lo que fue. No en vano, España junto a Grecia lideran el empleo parcial por no haber otra opción, lo cual lo explica como nadie el Presidente Rajoy haciendo gala de su maestría en el cálculo: “algunos ciudadanos prefieren trabajar a tiempo parcial porque estos contratos resuelven muchas cosas”. No está mal el arte del simple, sobre todo cuando son casi dos millones de trabajadores en España los que declaran no conseguir de ningún modo un contrato a tiempo completo (un 64’6% de los demandantes de trabajo).

     Ocho u ochenta en el caso del empleo no es sólo cuestión de cifras absolutas. Hace falta a la par entrar en consideraciones más cualitativas porque no debiera valernos cualquier tipo de relación laboral ni cualquier tipo de trabajo. A lo largo de los años de lo que llaman crisis –esa gran estafa- nada se ha hecho en verdad, salvo iniciativas aisladas de muy pequeñas empresas, para cambiar el panorama productivo. La provincia de León es en eso mucho más que elocuente. Por lo tanto, junto a lo parcial hay que tener en cuenta que no hacemos si no repetir el modelo eterno y frágil de escaso valor añadido, que volverá a caer de nuevo al más mínimo vaivén incontrolado de eso que dicen macroeconomía. En suma, no son estampas por las que podamos presumir con la alegría con la que se expresan ciertos responsables políticos de aquí y de allá. A no ser que prevean, y eso sí lo tengan bien calculado, que muy pronto lo del empleo digno y en condiciones se convierta en asunto de estudio no para arqueólogos, sino para paleontólogos, que queda un poco más a desmano en la evolución del ser humano. Tiempo al tiempo.
Publicado en Diario de León, 26 julio 2015

martes, 14 de julio de 2015

Menos universidad

     En tiempos de vacación escolar, oportuno es asomarse al mundo educativo sin la tensión de lo inmediato. Por ejemplo, a la universidad y sus cuitas, como una muestra no cualquiera del cimiento que el país está creando en estos momentos turbio.

     Pues bien, lo que se descubre con una primera mirada no es alentador. Desde el curso 2011/2012, más de 77.000 chicas y chicos han abandonado la universidad pública o han tenido que renunciar a iniciar estudios universitarios, incapaces de hacer frente al aumento del precio de las matrículas que, desde hace tres años, está mermando el alumnado de los campus públicos de nuestro país. Es lo que se observa en el informe Datos y Cifras del Sistema Universitario Español, presentado recientemente por el Ministerio de Educación, a través del cual se llega también a la conclusión de que la caída de la matriculación únicamente se ha producido en los centros públicos, mientras que en los privados ha seguido creciendo. Ello quiere decir que no existe una supuesta relación entre la evolución de la matrícula y la evolución de la población en edad universitaria, sino que es el castigo de las tasas y la disminución de las becas lo que explica este desigual comportamiento.

     Conviene saber así mismo que en las universidades españolas un alumno paga de media al año 1.257 euros. Una cifra que sólo superan tres de los países europeos del entorno, como se suele decir: Reino Unido, Irlanda e Italia. Esos precios no se compensan, desde luego, con la generosidad de las becas, pues sólo alcanzan entre nosotros al 26% de los matriculados y en una cuantía similar a la de hace 10 años. Esto es, se han depreciado en un 16%.

     En suma, hace unos años, a medida que crecían la universidades en la región, algunos nos preguntábamos cómo se podrían sostener en ese ámbito hasta ocho universidades, cuatro públicas y cuatro privadas. Ahora lo vamos entendiendo: se trata de desertificar lo público para hacer rentable lo privado. Lo vimos antes en otras etapas educativas.

Publicado en La Nueva Crónica, 14 julio 2015

martes, 7 de julio de 2015

Dispersión parcelaria

     Con independencia de cómo se ejecutó y de sus consecuencias finales, que nada de ello viene al caso, la concentración parcelaria perseguía reducir el número de parcelas, pequeñas y dispersas, y con ello los costes derivados de la atención a ese rosario de tierras que caracteriza a los minifundios. A pesar de que obligaba a severas modificaciones del paisaje, el resultado práctico era notable y beneficioso puesto que se trataba sobre todo de una técnica integradora.

     A la inversa, nuestros procesos de análisis, de pensamiento y de acción tienden desde hace unas décadas a la más absoluta dispersión y, por lo tanto, a la desintegración, lo cual es ya a estas alturas una seña identitaria de esta época poscontemporánea. Una seña y, a nuestro juicio, un serio inconveniente para el progreso social entendido como sistema. Es decir, la sociedad poscontemporánea tiende necesariamente al minifundismo y hereda todos sus problemas.

     A la hora de explicarlo, conviene recuperar unas opiniones del escritor y periodista Antoni Puigvert en una reciente entrevista radiofónica: “Ha habido un cambio cultural importante (...) En un momento determinado, que yo sitúo en Europa en mayo del 68, la izquierda abandona la idea de fraternidad y pone el acento en la idea de la libertad, de la libertad individual. Entonces el individualismo es el gran acento en el que la izquierda profundiza y esto tiene unos costes. Yo soy partidario de unos ciertos elementos de comunitarismo, sin los que no veo posible una sociedad que comparta unos determinados valores. Esto la izquierda lo ha abandonado, lo utiliza sólo retóricamente; pero en realidad sus apuestas constantes son a favor del individualismo (...) La izquierda se ha convertido en el conserje del neoliberalismo: tú pones las bases teóricas del acento en el individuo, en la libertad individual, y el sistema recoge la cosecha”. Pues bien, compartimos este origen del pecado, pero le sumamos otro todavía más universal y culturalmente idealizado: el estallido hippie también en la década de los sesenta. Como los sesentayochistas, los jóvenes floridos predicaron la libertad del individuo y en ella se solazaron hasta el extremo. Hasta el extremo de liquidar al colectivo, por mucho que se pusieran de moda las comunas, al cabo más sexuales que otra cosa. De modo que entre los engagés y los pacifistas naif se acabó amasando un pan como unas hostias. El pan se saboreó entonces; las hostias son de ahora.

     No sirvieron de contrapeso ni las doctrinas estructuralistas del pasado siglo ni la disolución de bloques políticos. A la postre, guiadas por un afán individual desbocado, las partes se rebelaron contra el todo y así vinimos a parir la nueva era. Incluso impulsando la razón teórica sobre la razón práctica, que al cabo es lo más inmediato, de tal modo que hemos alcanzado el colmo de la compartimentación y todo se mide o se valora desde la sola óptica de los corralitos: la juventud, las mujeres, los desempleados, los precarios, los funcionarios, los presos, los carceleros, los olímpicos, los paralímpicos, los emigrantes, los pensionistas, los ninis… y así sucesivamente. En fin, llegados a ese punto de nueva dispersión parcelaria, lo que viene a ocurrir es que prevalecerá competencia sobre cooperación, exclusividad sobre comunidad y singular sobre plural. Son maneras de estar, no de vivir, que convienen a los poderes que gobiernan esta época y que tienden a perpetuarse.
Publicado en Tam Tam Press, 7 julio 2015

jueves, 2 de julio de 2015

El mar, la mar

No se trata, no, de una digresión sobre el género gramatical lo que nos da título. Nada más lejos. Es el eco sin más del poeta del Puerto de Santa María que ocupa el umbral de la edición veraniega de Moderato Cantábile [http://tu.tv/videos/el-mar-la-mar-rafael-alberti].

Cap Ferret. La Pointe
Aunque el tópico nos delate, no queda más remedio que asociar lo estival y lo marinero, de ahí la referencia en la cabecera. Porque tal vez exista un sinfín de imágenes ligadas a la vivencia personal del verano (y cada individuo amontonará, no sin razón, todo un álbum de ellas), pero ninguna, me temo, como las que nos llevan al mar, a cualquier mar. Así que, puestos a ponerle música, pocas voces nos parecen tan oportunas como las portuguesas de Teresa Salgueiro, la cantante de Madredeus, en O Mar [https://www.youtube.com/watch?v=tYQbZhWXRwM] y de Dulce Pontes en Cançao do mar [https://www.youtube.com/watch?v=UCyEHhPJSlo], pues en sus melodías habita todavía la memoria de aquellos navegantes primeros con los que aprendimos los misterios y leyendas de ese espacio tan hipnótico como traidor.

En efecto, nunca es el mismo mar el que navegamos ni el que nos mira, porque es él quien nos contempla y no a la inversa, retador siempre, animándonos a surcarlo hasta su horizonte inabarcable, allí desde donde el rayo verde sonríe a los enamorados. Novelesco y poético, ese piélago nos acompaña desde los relatos de aventuras hasta los versos más románticos: recodad a Stevenson, a Melvilla, a Espronceda, recordad la saga de cuantos han militado y militan en La secta del mar [https://www.youtube.com/watch?v=SHQlMWqCgG0]. Pues, al cabo, lo mismo que nos encontramos con voces suaves como bahías, las hay también tronantes como barreras de arrecifes. ¿O no sería esa la categoría de gentes como los Auserón y otros tan pintorescos como Os Resentidos y su Sector Naval [https://www.youtube.com/watch?v=9yuT10kEV04]? ¿No podríamos afirmar también que se trata del estallido de un rompeolas? Pues eso, que si ancho es el mar no menos puede serlo el catálogo de sus intérpretes. Y eso es lo que hemos querido señalar con esta entrada.

Saint Jacut de la Mer
Mas el mar, la mar, es también poesía y es relato. Como decía Carlos Boyero en un artículo magnífico, “no conozco un arranque más hermoso y opiáceo en la historia de la literatura que el de Moby Dick: Llamadme Ismael. Cada vez que me sorprendo con una expresión de tristeza en la boca que va en aumento, cada vez que un húmedo noviembre anida en mi alma, cada vez que me descubro deteniéndome involuntariamente en las tiendas de ataúdes y siguiendo a cualquier funeral y especialmente si la hipocondría me domina de tal forma que me hace falta un sólido principio moral para no salir a la calle y derribar metódicamente los sombreros de los transeúntes, entonces comprendo que es la hora de hacerme a la mar cuanto antes. Este es mi sustituto para la pistola y la bala”. Y añadía después otra serie de nombres imprescindibles para entender cuánto ha dado el mar a la literatura y viceversa: Álvaro Mutis y el personaje emblemático de Maqroll el Gaviero; Joseph Conrad; el propio Stevenson y su Isla del Tesoro; el dibujante Hugo Prat y su Corto Maltés; incluso Patrick O’Brien. En fin, nosotros, que somos un poco más modestos, os proponemos una lectura mucho más lírica: Llegada al mar del poeta José Hierro [https://www.youtube.com/watch?v=ss29hAR-ydA]. Son lecturas todas recomendables para cualquier verano a la orilla de cualquier mar.

Lo mismo que es conveniente acompañarse de canciones para alcanzar la auténtica sensibilidad marina. Si una tuviéramos que elegir en este momento, nos quedaríamos sin duda con Me gustaría darte el mar, del aragonés Joaquín Carbonell [https://www.youtube.com/watch?v=Bs5kKXuyoBQ], precisamente por tratarse de un cantante de tierra adentro. Porque lo habitual es que sean hombres y mujeres del litoral los cantores marineros y él no deja de ser una rara avis, como muchos de nosotros al asomarnos a la orilla. En cambio, lo normal es que un filipino como Luis Eduardo Aute nos grite A por el mar [https://www.youtube.com/watch?v=xGKc5s4dN8U], que un catalán como Lluis LLach nos describa fielmente Tanta llum de mar https://www.youtube.com/watch?v=NS0KdqjnhxE], o que una caboverdiana como Cesaria Évora le cante una morna al Mar azul [https://www.youtube.com/watch?v=kQP6KcZwvUE]. Lo raro es, pues, que un aragonés o un extremeño como Pablo Guerrero se detengan a hablarnos de Los sentidos del mar [https://open.spotify.com/album/3oj1p7HDXe17lM2tB7rCjg]. Pero el mar, está claro, tiene hechizos para todos.

Pointe du Gouin
Incluso un contenedor hay específico para los cantables nacidos del alma y de la experiencia de los propios marinos. Joaquín Sabina nos brindó un acercamiento a ese género en Amo el amor de los marineros [https://www.youtube.com/watch?v=eNSlRMdzIOU]. Antes que él, otro cantante de interior, Luis Pastor, nos ofreció otra muestra más que digna en Canción marinera [https://www.youtube.com/watch?v=OIQMdzXnYBw]. Pero a la postre nada mejor que remontarse a los orígenes para saborear un estilo inconfundible a lo largo y ancho de los siete mares, para lo cual baste aquí un canto de Tonnerre de Brest acerca del puerto de Tacoma [https://www.youtube.com/watch?v=y9Fw0uHxPN4].

En fin, el mar, la mar. Y desde los orígenes a los finales, que es lo que ya toca en estas líneas últimas, démosle una vuelta a la redacción y recuperemos a los poetas, que también vuelven al mar en las postrimerías. Lo hizo Alberti con Si mi voz muriera en tierra [https://www.youtube.com/watch?v=Uq-pIi-FUiM]  y lo hizo José Hierro en Despedida del mar [https://www.youtube.com/watch?v=7S9wjjqKDSw]. Mas como no es nuestro estilo el de la solemnidad, sino el del cancionero y sus vericuetos más comunes, elegiremos, ahora sí, para cerrar este comentario estival y marinero una canción que nos refresque y que nos transporte hacia esos espacios terrenales en medio del mar, las islas, donde caben también un sinnúmero de aventuras y de canciones (comprometemos aquí un episodio a ellas dedicado). Pues eso, que felices veranos y que quedáis en compañía de Augusto Cego cantando al Mar desde su Cabo Verde [https://www.youtube.com/watch?v=hx5QlhRL5XE].

Publicado en Saba 13, julio 2015