Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

martes, 27 de diciembre de 2016

Mercado de trabajo

     En el crepúsculo del año se mezclan resúmenes, síntesis y demás compendios de cuanto hubo en el periodo que concluye y merece reseña. Con cierto retraso, pues las estadísticas se cocinan lentas, también nosotros podemos compartir ahora algunas conclusiones sobre salarios, prestaciones por desempleo y pensiones en las fuentes tributarias del año 2015.

     El primer dato general es la pérdida de peso de las rentas derivadas del trabajo en nuestra economía, especialmente desde la aprobación de la última reforma laboral, a causa de la pérdida de empleo y de la merma salarial.

     Sin embargo, en León se produjo el pasado año un incremento del 1’1% en el número de personas asalariadas y una subida del 0’6% del salario medio que se situó en 17.817 euros. Cabe resaltar que fue en nuestra provincia, de toda la Comunidad Autónoma, donde más creció la brecha salarial entre hombres y mujeres en esos meses. También que fue el sector de los servicios sociales el que asalarió a un mayor número de personas y que, en lo relativo a ingresos, el porcentaje mayor del total corresponde a las que cobran menos de la mitad del salario mínimo.

     Acerca de las prestaciones por desempleo, sabemos que se redujo un 9’35% la cifra de quienes las reciben en la provincia y que su cantidad media anual fue de 3.339 euros, también con notables diferencias entre hombres y mujeres.

Y conocemos que durante 2015 el número de pensionistas en la provincia fue 145.588 (frente a 170.619 asalariadas), cuyos ingresos se situaron sobre todo entre 0’5 y 1’5 del salario mínimo interprofesional.

A la vista de los datos y teniendo en cuenta que el PIB creció ese año en torno al 3%, resulta evidente, como decíamos al principio, que su repercusión en las rentas del trabajo es muy escasa y que lo hace en mayor medida en factores como el excedente bruto de explotación, donde se incluyen las rentas salariales y de profesionales autónomos. Son nuevas señales de la desigualdad creciente, así en lo cercano como en el tono general del país.

Publicado en La Nueva Crónica, 27 diciembre 2016

martes, 20 de diciembre de 2016

La buena muerte

     “Dainos, Señor, buena muerte…”. Con esta invocación penitente recorre las calles de la ciudad de León la procesión vespertina del Domingo de Ramos, conocida popularmente como el Dainos. Sin discutir su relevancia como rito, es ésta una expresión más, católica aquí, de un deseo humano que no conoce tiempo ni fe. Aunque no todos los tiempos ni todas las fes sean iguales y mucho menos en la era babélica que nos ha tocado en suerte.

     Lo destacado hoy es el negocio y la feroz competencia a que obliga el mercado. Cierto es que hubo siempre y en todo rincón un interés digamos sobrenatural en manejar el asunto y hacer de él fundamento de creencias y confesiones como herramienta para el dominio de voluntades. Nada nuevo, pues. Sin embargo, lo innovador ahora es el choque casi violento entre la senda eterna y la puramente terrenal, entre el más allá y el más acá como manifestaciones de una misma fatalidad, hasta el punto de que la confusión penetra uno y otro ámbito sin mayores rubores y con total concupiscencia. Así como se produce, no sólo en el trance de la muerte, una exaltación de lo sagrado, crece en paralelo la elevación de lo profano en el peor de sus sentidos: el mercantil. Y en este campo la muerte, inagotable siempre, feroz y estremecedora como ninguna otra acción humana, deriva en un recurso más que apetecible para los mercaderes que rigen nuestros destinos.

     Aunque no es el hecho funerario en sí lo destacable, que en cualquier caso es un gran bocado, puesto que al cabo todos moriremos y todos requeriremos esa atención, hoy por hoy tasada en España en 3.500 euros como precio base sin extras. No, lo curioso es el envoltorio que crece entorno y que, sin llegar al éxtasis mejicano, coloniza ese lance con devoción parasitaria. La actualmente séptima temporada de la serie The Walking Dead, las cenizas de Truman Capote vendidas por 40.000 euros y la criogenización de una joven inglesa por sentencia judicial son tres ejemplos ilustres de este fenómeno. A nadie pude extrañar, por tanto, que el Vaticano reaccione a través de su órgano más numantino, la Congregación para la Doctrina de la Fe, y prohíba esparcir las cenizas de los difuntos o conservarlas en casa, amenazando, de incumplirse esta medida, con negar el funeral a los fallecidos. Dicen que esa prohibición pretende evitar cualquier “malentendido panteísta, naturalista o nihilista”.

     En fin, bien está si así evitamos algunas mandangas. Sin embargo, lo que no se evitará, y mucho menos retornando a la ortodoxia tridentina, es la maniobra de despiste que todo este cúmulo de baratijas arroja sobre lo que debiera ser el verdadero y urgente debate en los tiempos poscontemporáneos: el de la buena muerte, es decir, el de las eutanasias. Este sí es un asunto que debiera entretenernos y movilizarnos. Es decir, menos series sobre zombis y más discusión acerca de las fórmulas para huir de la humillación mortal; menos tráfico de escorias y más progresión de las legalidades sobre la materia; menos hielo para el futuro y más calor para el desenlace presente. Con suma sencillez lo expresaba Ramón Sampedro pocos días antes de poner fin a su vida: “Y si ganamos la apuesta de la muerte, / si la esquiva suerte una vez nos mira, / ganaremos el cielo, porque en el infierno / ya hemos pasado toda nuestra vida".

     Éste es el reto que, como tantos otros, conducirá a esta edad hacia el porvenir o hacia la regresión. Es decir, hacia el gobierno de lo humano o hacia la perpetuación mitológica de los ritos penitentes en demanda de la buena muerte.
Publicado en Tam Tam Press, 20 diciembre 2016

martes, 13 de diciembre de 2016

Salario mínimo

     Mucho se habla en estas fechas cercanas al fin de año sobre el salario mínimo interprofesional. Todo indica que será elevado en 2017, cuentan que hasta 797’6 euros al mes, una subida aparentemente notable pero insuficiente para acercarnos a lo que establece la Carta Social Europea suscrita por España. Esa declaración, que compromete a los gobiernos firmantes, reconoce que “todos los trabajadores tienen derecho a una remuneración suficiente que les proporcione a ellos y a sus familias un nivel de vida decoroso”. El Consejo de Europa estableció en su momento un umbral al respecto que sigue vigente en la actualidad: un salario neto justo tiene que alcanzar, al menos, el 60% del salario neto medio del país.

     Por ese motivo, entre otros, muchos pensamos que la subida debería llevar el SMI hasta los 800 euros en este primer año de legislatura y hasta los 1.000 al final de la misma. De este modo, no sólo cumpliríamos con la Carta Social, sino que se  recuperaría el poder adquisitivo perdido desde 2010 y colocaríamos a España en el lugar adecuado dentro del entorno europeo que tanto se invoca. Pues sucede que, siendo España la quinta economía de la Unión Europea y la cuarta de la Zona Euro, esa posición no se mantiene en la cuantía del salario mínimo, donde nos situamos en los últimos lugares entre los países que tienen fijada tal retribución por ley.

     Conviene recordar también que el salario mínimo lleva asociados otros beneficios sociales y económicos, tales como la reducción de la brecha salarial entre hombres y mujeres y entre colectivos en riesgo de exclusión, la cohesión del mercado de trabajo y un reparto más equitativo de las rentas, la mejora de la calidad en el trabajo y de la productividad, y, en fin, el impulso del consumo y de la economía. Razones suficientes para fundamentar la demanda de una mayor valoración de ese salario. De paso, nos alejaríamos del nivel preocupante de España en lo referente al riesgo de pobreza y exclusión contenido en la Estrategia Europa 2020.

Publicado en La Nueva Crónica, 13 diciembre 2016

martes, 29 de noviembre de 2016

Auctóritas

     No hay duda: estamos perdidos. Si hasta cuatro cardenales conservadores han hecho público su desafío al Pontífice mediante una carta en la que le acusan de crear confusión en asuntos clave para la doctrina católica, eso quiere decir, ni más ni menos, que ya no hay escapatoria. No tanto porque alguien cuestione las opiniones papales, atentando incluso contra su infalibilidad, sino porque lo hagan, además públicamente, miembros de su propia cúpula de dirección, no cuatro miserables feligreses de estos páramos nuestros.

     Es una muestra entre muchas del fin de la auctóritas, aquel concepto del Derecho Romano que equivalía en parte al de autoridad aunque en un sentido más noble o moral, un poder no vinculante pero socialmente reconocido y de mucho peso, del que gozaban entonces los juristas o los senadores, cuyas recomendaciones nadie desobedecía. También el preceptor poseía esa cualidad sobre sus discípulos, y de ahí precisamente deriva el llamado “argumento de autoridad”, es decir, una referencia que otorga veracidad y valor a nuestros argumentos.

     Pero una mal entendida democratización del saber y del poder ha acabado enterrando este concepto, quién sabe si para siempre, bajo el pretexto, faltaría más, de que todos somos iguales. No hay voz que se respete hoy en cátedras o estrados ni consideración que se otorgue a nada que no sea fama o espectáculo pasajeros. Sólo, en todo caso, se alude al pueblo, esa abstracción indeterminada, como supremo animador y justificante de nuestras propuestas políticas o sociales.

     De manera que, arruinado en gran parte el crédito de la profesión política, orillada la impronta de la actividad intelectual y sepultada la guía de las humanidades, a nadie debe extrañar que la tal abstracción idealizada destine su voto a las propuestas más estrambóticas, que se entretenga en nostalgias con cantantes grasientos o que se entregue directamente al botellón en los parques. Como dijo el sabio, a falta de auctóritas, nada como la orgía y el desenfreno.

Publicado en La Nueva Crónica, 29 noviembre 2016

viernes, 25 de noviembre de 2016

Discurso sin método

     Un absurdo no menor de esta edad, que algunos llaman de la información y del conocimiento, es el desdén por la que es sin duda principal herramienta de esas dos acciones: el lenguaje verbal. Y, de ser así, como veremos, bien podría decirse entonces que vivimos en la edad del pensamiento relajado, por no decir ausente.

     Al describir la penuria del discurso político actual, el académico Salvador Gutiérrez Ordóñez explica que “cuanta mayor riqueza léxica se posee, mayor es la parcelación conceptual. Y, sin embargo, cada vez se usan menos palabras para describir el mundo”. Es decir, discursos más pobres en consonancias con análisis más pobres, ya sea porque no dan más de sí los oradores, ya sea porque el código acaba acomodándose a una audiencia educada sin otras aspiraciones declaradas o reconocibles. En cuyo caso, sin importar quién sea el pecador, esta inexistencia de método nos sitúa ante individuos lamentablemente ligeros de equipaje mental. De hecho, basta atender al neurólogo Pablo Irimia para saber que “el pensamiento profundo y meditado genera nuevas conexiones neuronales” e inferir, en consecuencia, que a menor pensamiento, menor carga de neuronas y más necedad así en el discurrir como en el argumentar. ¿Por qué, según nos cuenta el pensador Boris Groys, en Estados Unidos se considera ahora que es bueno pensar una media hora al día si no fuera por los estudios que han demostrado que se trata de una actividad que, siempre que no se abuse, genera unos procesos químicos provechosos para la buena salud? En suma, pensar y hablar como expresión de vigor o de atrofia.

     Pero la patología, no lo ignoremos, es casi sistémica. El lenguaje y el pensamiento políticos están a la vanguardia del deterioro, sin duda, por ser los más evidentes y los que mayor pedagogía debieran ejercer, aunque otras dos expresiones más que generalizadas pugnan con fuerza por el protagonismo en la carrera de la displicencia: el regreso de los ideogramas y la revolución informativa digital.

     Los primeros, esos emoticones invasivos, a pesar de componer una forma de comunicación global, o quizá por eso mismo, no dicen nada porque no apelan a la razón sino a la emoción. No hay actividad mental en ellos, sólo epidermis; no hay mensaje, sólo chasis; no hay discurso, sólo puerilidad. Y lo segundo ha desembocado, en fin, en auténticos “corrales –más que redes– sociales, donde la muchedumbre pone a prueba algoritmos que reafirman sus previos puntos de vista”, tal y como sentencia el ensayista Ernesto Hernández Busto. No hay crítica ni discernimiento, pues, no hay verdadero conocimiento ni afán de construirlo, sólo reafirmación de los titulares básicos con que los individuos andamos complacidos por la vida. Bien se sabe, lo saben mejor que nadie los poderes y esos think tank puestos de moda por las universidades más conservadoras, que ésa es la actitud contraria a la subversión, porque, en palabras de Juan José Millás, “el joven peligroso es el que se queda un viernes en casa a leer Madame Bovary”.

     No desistamos, sin embargo, y atendamos un poco más a las luces intelectuales que todavía brillan a nuestro alrededor, que haberlas haylas. Por eso, en el mar de citas de este artículo, no puede faltar como remate la voz de la penúltima Premio Nobel de Literatura (quizá la última en realidad para los más ortodoxos), Svetlana Alexievich: Desgraciadamente, las ideas juegan ahora un papel menos importante en nuestras sociedades. Lo que se impone es la parte material, y lo lamento mucho. Necesitamos personalidades capaces de ofrecer al mundo una nueva visión, sistema, filosofía, valores que el mundo sigue necesitando”.
Publicado en Tam Tam Press, 24 noviembre 2016

domingo, 20 de noviembre de 2016

Mirada sobre la emigración

     Hace aproximadamente un mes, con motivo de la entrega de los Premios Princesa de Asturias, Mary Beard, galardonada en el área de Ciencias Sociales, nos enseñó que “no ser capaces de pensar de forma histórica hace que seamos todos ciudadanos empobrecidos”.

     Esta lección, aplicable a la vida en general, es muy útil para enfocar sin prejuicios el fenómeno de los movimientos de población, ya hablemos de personas migrantes, ya lo hagamos de aquellas que persiguen un refugio o un asilo. Pocas diferencias existen entre unas y otras. De este modo, con la perspectiva que aconseja la profesora inglesa, descubriremos de inmediato que todos formamos parte en mayor o menor medida de esos vaivenes humanos. Ni el pintoresco Presidente de los Estados Unidos y su familia se salvan. Al cabo, las migraciones han sido, son y serán un motor de la evolución histórica, por más que se levanten muros, alambradas o leyes inhumanas.

     Basta hacer memoria para descubrir de inmediato nuestro propio rastro en esos ires y venires de gente. Desde un familiar perdido en Hannover allá por los años sesenta hasta un joven ingeniero que conquista ahora los vientos daneses. Por el medio queda nuestra primera visita a Burdeos, en los años 80, y el hallazgo de aquellos bares cercanos a la Gare Saint-Jean, donde servían aceitunas y se jugaba a las cartas, donde los parroquianos eran españoles llegados a aquel destino a causa del hambre, del exilio o de otras huidas. Gentes, supimos en posteriores viajes, que en buena parte procedían de tierras aragonesas donde, años después, Julio Llamazares asentó su novela La lluvia amarilla. Gentes integradas y desintegradas en la sociedad de acogida que generaron vida y construyeron historia por igual a un lado y a otro de las fronteras. Gentes corrientes.

     Reconocer esa condición, junto a la dimensión temporal, es otro soporte imprescindible para el pensamiento bien orientado. Es ese punto de vista el que nos permitirá luchar contra las leyendas y los convencionalismos que anidan en la sociedad actual y que son el germen, debidamente alimentado por ideologías ultraconservadoras, de toda la discriminación, de todo el racismo y de toda la mala baba que nos envenena. Cierto es que el trabajo, como ocurrió en su momento con los parroquianos de la ciudad de Burdeos, debería convertirse en el principal elemento para la integración y la convivencia. Mas en estos tiempos, donde ése es un bien escaso y maltratado, no deberíamos equivocarnos y ver en el otro tanto a un competidor como a un aliado frente al verdadero y común adversario: las doctrinas que olvidan a las personas para consagrarse a las estadísticas y a los beneficios.

     Por otro lado, contra la creencia interesada que busca engrandecer los recelos, bueno es saber la verdadera magnitud de los números en la provincia leonesa: sólo el 3’99% de su población es de origen extranjero. No puede ser, por tanto, cifra tan ligera la raíz de nuestros males, sino otro tipo de amputaciones presupuestarias y mentales.
Publicado en El Día de León, 20 noviembre 2016

martes, 15 de noviembre de 2016

Jamon y tapas

     Cuesta pensar que Elena Santonja, recientemente fallecida, sea la responsable de todo ese olor a cocina que nos envuelve. Pero es verdad: con ella empezó todo, aunque no todo sea igual a lo que ella inició. Cuando en los años ochenta el programa Con las manos en la masa inauguraba en televisión la retahíla de emisiones dedicadas a la temática culinaria, difícil era sospechar lo que vendría después. Ni siquiera lo habría imaginado Manuel Vázquez Motalbán, que también por aquel entonces introducía recetas y otras delicatessen en las novelas protagonizadas por el detective Carvalho. Ni una ni otro pudieron aventurar el aluvión posterior ni, desde luego, sospechar por dónde se iba a pervertir el producto.

     Todos éramos una pandilla de ingenuos en aquella década movida, así que no fue extraño comulgar con un nuevo género que introducía las entrevistas entre fogones o que acentuaba el tono literario, casi epicúreo, en el hecho común de alimentarse. Y no es que cualquier tiempo pasado sea mejor ni que la nostalgia nos enferme, pero lo cierto es que también aquel modelo original, como casi todo en esta nueva edad, acaba convirtiéndose en basura. Como la propia comida. No deja de ser paradójico que en unos tiempos donde se afirma que nuestra alimentación degenera y que aumenta el número de personas al borde del hambre, sean programas de este tipo los que ocupen el horario estelar hasta en la televisión pública. O que protagonicen las primeras páginas de los diarios locales o regionales, tal y como ocurrió hace unos días con las noticias de cabecera en algunos de ellos: dos concursos, uno para cortadores de jamón y otro para las tapas y los pinchos. Vanidad de vanidades.

     Mas, en fin, nada escapa de la putrefacción, ya sea el arte de cocinar en versión televisada, ya sea la presidencia de los Estados Unidos en versión cruda. Lo mejor será pensar que entre lo podrido, además de anidar ratas, crecen hongos comestibles, suculentos incluso, y beneficiosos para la medicina y la industria.

Publicado en La Nueva Crónica, 15 noviembre 2016

domingo, 6 de noviembre de 2016

De difuntos

Pues sí, antes de que las calabazas cayeran sobre nuestras cabezas para banalizarlo todo y antes incluso de que esa fiesta ñoña sepultara otras tradiciones asociadas al Día de Difuntos, noviembre y los muertos ya existían. Antes, decimos, de que la fiesta anglosajona pervirtiera todos los significados, cementerios y crisantemos, buñuelos de viento y huesos de santo, castañas, hongos y hojas secas se disputaban el protagonismo simbólico de este mes ceniciento. Aunque, a nuestro modo de ver, el culmen de la borrachera difunta lo encarnaban las representaciones del Don Juan: durante décadas, llegadas estas fechas, los teatros suspendían sus programaciones para dar cabida al texto de Zorrilla y, rara vez, al de Tirso de Molina. Incluso la televisión pública, la única televisión entonces, hacía lo propio en su parrilla. Poco queda de todo ello, si bien el culto a los muertos continua entre nosotros tan vivo como siempre.

A nadie puede extrañar que la muerte, natural o violenta, sea junto al amor el asunto por excelencia en la literatura y en muchas otras artes. A tal fin, la mitología griega creó las Moiras; la romana, las Parcas; y la nórdica, las Normas. Luego, en la Edad Media, llegaron las Danzas de la Muerte, y después Jorge Manrique y los sonetos estremecedores de Quevedo, y los muertos de Joyce, y la reflexión sobre el suicidio según Albert Camus o las voces de los fantasmas en la imaginería de Juan Rulfo. Inabarcable repertorio.

Pero cabe preguntarse por la música y la muerte, por cómo ha recogido el cancionero tema tan humano como mal casado con lo comercial, y en ello indaga este capítulo de Moderato Cantábile. Dejaremos a un lado toda la copiosa producción clásica y nos limitaremos a dejarnos acompañar por la las canciones que son nuestra razón de ser. Y de morir. Y, entre ellas, una hay por encima de todas que nos mata suavemente a través de las notas y de la voz de Roberta Flack, Killing me softly with his song [https://www.youtube.com/watch?v=yd__DR377Ks]: “Removiendo mi dolor con sus dedos, / cantando mi vida con sus palabras, / matándome suavemente con su canción”.

Esa misma suavidad envenenada de Roberta la encontramos también en el diálogo que entabla Charly García con una muerte a la que tutea, interroga y se atreve incluso a invitar ingenuamente a su cama, como si no fuese más bien al contrario; es Canción para mi muerte [https://www.youtube.com/watch?v=njgGMPw7XmQ] una expresión de naturalidad no exenta, claro, de cierto sentido fatal. No nos descubre nada nuevo, aunque, acostumbrados a la violencia, casi provoca envida tanta dulzura. Un tono absolutamente opuesto al muy hiriente por el que se pasea Abd Al Malik en su canción Mourir à 30 ans [https://www.youtube.com/watch?v=GTl39ZD_QwI], una larga enumeración de lo cotidiano que se cercena en el año 30 de la vida: “Un día este 14 de marzo tengo 30 años. / Pero lo que sé todos los días es que en el jardín, / aunque las flores son múltiples, / el agua es una”. ¿Qué hay más terrible entonces que una muerte a media vida? Quizá la convicción de que es fácil y cotidiano morir con 30 años en los suburbios de una gran ciudad.

Eso sí, no hay muerte más violenta que la muerte ejecutada por sentencia. Nos detenemos en un texto escrito por Chico Sánchez Ferlosio a mediados de los setenta, con motivo de las ejecuciones del anarquista Salvador Puig Anctich y del apátrida polaco Heinz Chez. Ejecución pública es el título [https://www.youtube.com/watch?v=TVihGYHGB8s] y el garrote vil el instrumento, que funcionó por última vez en España el 2 de marzo de 1974. Un testimonio dramático el de Chicho que contrasta con la visión irónica de Javier Krahe en La hoguera [https://www.youtube.com/watch?v=D965xqPtcJg] a propósito de algunas otras herramientas de muerte. Porque, al cabo, no hay mejor antídoto contra la tragedia que esa fina ironía, el humor sutil o incluso el sarcasmo más bruto. De esa forma, para Siniestro Total los mejores artilugios para cargarse a un mentecato no son otros que los zapatos de claqué, las mallas de ballet, los discos afilados o la colección de casetes, tal y como entonan en Bailaré sobre tu tumba [https://www.youtube.com/watch?v=UwS-coeTRaE]. Lo mismo que nada hay, desde luego, como Los velorios de antaño [https://www.youtube.com/watch?v=224m_8hyQWE], con sus anises y sus cafeses, según cuentan Claudina y Alberto Gambino versionando a Georges Brassens. Y nada como la ingenuidad naif de Vainica Doble a la hora de describir Un metro cuadrado [https://www.youtube.com/watch?v=rCkcEQ6WgcQ] donde descansar definitivamente. Siempre y cuando no le toquen a uno al lado los protagonistas del canto de Los Sirex en Que se mueran los feos [https://www.youtube.com/watch?v=7APX4lKfeZk].

Y el amor. ¡Ah, la muerte y el amor! Esa pareja en apariencia antitética y, sin embargo, tan estrechamente ligada en numerosas expresiones del cancionero. Desde Morir de amor [https://www.youtube.com/watch?v=Ig_bHx9y-xw] que entona un Miguel Bosé siempre más sentimental que mortal, hasta Moriría por vos [https://www.youtube.com/watch?v=7vstPwvmqGI] que declara el dúo Amaral en un éxtasis amatorio sin límites. Si bien la altura máxima en esa melopea de opuestos nos la ofrece, a nuestro modo de ver y escuchar, Francis Cabrel en Je l’aime à mourir, pura lírica asesina [https://www.youtube.com/watch?v=XHVqKqmbhFA].


Así que, llegando al final, que es tanto como decir a la muerte de este capítulo, volvemos a la solemnidad para recuperar una canción de Pablo Guerrero, que posiblemente pueda calificarse como la más hermosa de cuantas han sido escritas para salvarnos de lo insalvable. Si la unimos con la que nos sirvió de apertura, la de Roberta Flack, el bucle se cierra sobre sí mismo y condena al silencio definitivo las muestras de violencia, de dolor, de rebeldía o de sarcasmo que por el medio han sido: Para huir de la muerte [https://www.youtube.com/watch?v=WK5wisqxo-o].

martes, 1 de noviembre de 2016

Agua pública

     Será un asunto que pasará casi desapercibido, pero conviene hacerle eco: el Ayuntamiento de Madrid organiza, los próximos 3 y 4 de noviembre, un Encuentro de Ciudades por el Agua Pública, conjuntamente con la Red Agua Pública, que reunirá a decenas de plataformas, organizaciones sociales, ambientales, sindicales y políticas del Estado español que luchan por la defensa de la gestión pública, sin ánimo de lucro, transparente y participativa de los servicios de abastecimiento y saneamiento.

     Hace siete años, el municipio de León vivió el proceso inverso al que anima ahora ese encuentro, el de la privatización, y fue entonces el principio del fin del gobierno socialista local, que no necesitó de los dilemas de la abstención para suicidarse. Le bastó en aquella ocasión con comulgar directamente con los principios de naturaleza más neoliberal en lo que se refiere a los servicios públicos y olvidó, entre otras cosas, que Naciones Unidas ha reconocido en reiteradas ocasiones el acceso al agua y al saneamiento como uno de los derechos humanos fundamentales, que debieran protegerse y no convertirse en materia mercantil. Este tipo de olvidos de cuestiones tan básicas se encuentran precisamente en el porqué de la desconexión entre los partidos socialdemócratas y su electorado.

     Lo mismo que continúa sucediendo hoy en día con los tratados internacionales de comercio, que siguen contando con la complicidad socialista europea (y española). La letra de esos acuerdos turbios consagra la libertad de mercado para todo tipo de servicio público, el agua entre ellos, pero también la educación, la sanidad y otros imprescindibles para los pueblos, que debieran ser defendidos al menos con el mismo ardor que ponen las multinacionales en apropiárselos. Es así de elemental y por ello conviene celebrar las iniciativas de los resistentes, tengan éstos la forma de un encuentro como el de los próximos días o la del Parlamento de Valonia. El crédito político se recupera encabezando esas resistencias.

Publicado en La Nueva Crónica, 1 noviembre 2016

martes, 25 de octubre de 2016

De la Geología al universo sonoro

     No hizo falta que todas las agencias meteorológicas del planeta publicaran sus informes para calificar el año 2016 como el más caliente de la historia contenida en sus registros ni que el Boletín sobre los gases de efecto invernadero que publica anualmente la Organización Meteorológica Mundial hable ya de una nueva era de realidad climática. No fue necesario porque, poco antes del chaparrón de anuncios apocalípticos, ya la Geología se había encargado de meter más leña al fuego y confirmarnos, desde la esfera de sus estudios, que la edad poscontemporánea es o será también el principio de una nueva era geológica: el Antropoceno. Aseguran que emisiones de gases, contaminación por plásticos y microplásticos, residuos industriales, acidificación de océanos y pérdida masiva de biodiversidad, todo ello provocado por el ser humano desde mediados del siglo XX, acabarán por hacer reconocible una línea de plutonio en la estratigrafía que dará por cerrado definitivamente el Holoceno.

     Pero esta senda de lo desconocido por la que transitamos, pendiente siempre de tantas verificaciones, es a la vez nueva y vieja. Demasiado vieja tal vez, demasiado terminal. Quienes, conocedores de la irreversibilidad de los cambios y sus consecuencias, optan por una mirada cáustica van todavía mucho más allá de las leyes de la Geología y anuncian, como hace Stephen Hawking, que “la supervivencia de la raza humana dependerá de su capacidad
para encontrar nuevos hogares en
otros lugares del universo, pues el riesgo de que un desastre destruya la Tierra es cada vez mayor”.

     Así que volvemos a girar la mirada hacia ese más allá celestial por donde, en realidad, vagando andamos desde tiempos inmemoriales. La mirada y también el oído, que es lo auténticamente novedoso en esta edad. Si bien los hay que todavía insisten en los viajes a Marte por entre cien y doscientos mil dólares o en los mares de agua bajo la superficie de Europa, el satélite más observado de Júpiter, lo cierto es que las miradas nos la dirigen ahora (todo está teledirigido dentro y fuera de la Tierra) hacia el exoplaneta Próxima b, situado en la zona habitable de su estrella, Próxima Centauri, a solo 4’5 años luz de nosotros. Allí, según ha publicado la revista Nature, puede encontrarse el mundo más parecido al nuestro, aunque, curiosamente, no de allí parece venir el último grito acústico que nos aturde: una señal de radio procedente de una estrella situada a 95 años luz, en la constelación de Hércules, de potencia inexplicable. Cuentan que la señal recibida fue semejante a un beeep, que se prolongó durante unos segundos, y después volvió el silencio. En fin, suficiente, no obstante, para disparar todas las hipótesis en este contexto de nuevas eras geológicas y de repetidas, y más que nuca necesarias, ensoñaciones cósmicas.

     Mas toda esta inflación de referencias acaba de ser coronada con la edición para fetichistas de los discos dorados que la nave Voyager conduce mucho más allá del Sistema Solar después de casi cuarenta años de travesía: tres vinilos con saludos en cincuenta y cinco idiomas y otros sonidos terrícolas como grillos, pájaros, chimpancés, pisadas, la sirena de un barco, latidos de corazón, viento… y la Música de las Esferas en versión de la pionera de la música electrónica Laurie Siegel. Aunque, si somos totalmente sinceros, para muchos de nosotros la música del universo sigue estando protagonizada por El Danubio azul, de Johann Strauss, con el que Stanley Kubrick vistió su odisea en el espacio.  O, de forma más minoritaria quizá, por la lírica de Elena Soto, que sabe unir como nadie ciencia y poesía: “El firmamento también fue un niño frágil / apenas reconocemos su carita de antaño / en la Gran Nube de Magallanes o en la galaxia de Andrómeda. / Quizá sea consciente de que va hacia el gran desgarramiento / olvidando que en la infancia temió a la energía oscura”.
Publicado en Tam Tam Press, 25 octubre 2016

martes, 18 de octubre de 2016

Tunas y tunos

     Por vigésimo novena vez el siglo XVII retorna esta semana a la ciudad leonesa con sus panderetas y sus mustios clavelitos, como cantaba el dúo Vainica Doble. Otras antigüedades se han paseado y se pasean por esas mismas calles con notable frecuencia: carros engalanados y pendones, mercados romanos y medievales, procesiones y conciertos del impresentable Osborne. Hasta un pasacalles hubo hace unos días heredero de la mejor tradición del Teatro Chino de Manolita Chen. Es sin duda la contribución de la ciudad de León (y de los concejales del ramo) a la modernidad.

     Todo ello, se dirá, para mayor gloria y crecimiento del turismo, la única actividad económica que, al parecer, nos va a sacar de pobres merced a la desinteresada generosidad de la hostelería toda y de las muy ingeniosas administraciones. Y todo eso estaría muy bien, claro, si no fuera porque ese turismo tiene otro rostro tan rancio como lo arriba citado: precariedad laboral, horas extras impagadas y fraude generalizado.

     Cuentan, por ejemplo, que el presente está siendo un año magnífico para el sector gracias sobre todo a los muertos que se producen en otras latitudes y que, en gran medida, se han recuperado los precios (o se han superado incluso) previos a la crisis. No cuentan, en cambio, que ese florecimiento de las cifras no tiene correspondencia en los salarios de los profesionales, que apenas se han incrementado en un 1%; ni en los contratos, que en un 50% lo son a tiempo parcial; ni en la reducción de horas extras, que llegan al 20% y que, en el mejor de casos, se pagan en dinero negro porque en otros ni se pagan.

     Para estas consideraciones, en fin, no hace falta entrar en la altura intelectual de las propuestas que pretenden motivar ese turismo, lo cual nos puede conducir a una depresión de otra índole. Por no mencionar tampoco el impacto cultural sobre los indígenas, que tampoco andan sobrados de estímulos. Tunos y tunas, en todo su esplendor, se confunden en ese empeño y sobrando andan más palabras.

Publicado en La Nueva Crónica, 18 octubre 2016

martes, 4 de octubre de 2016

Pobre desempleo pobre

     Aprendimos en la escuela el valor de la posición de los adjetivos y lo que implica en el significado de nuestra expresión. De este modo, ante una persona en situación de desempleo, no es lo mismo decir pobre desempleada que desempleada pobre. En el primer caso, se impone un sentido compasivo que apunta hacia la caridad y consagra la injusticia de ciertas políticas casi como un sino bíblico. En el segundo, se resalta la objetividad de un hecho y se constata una evidencia sobre la que es posible actuar. También con política.

     Pero las prestaciones por desempleo, se miren como se miren, son cada vez más pobres, como lo son también otros de los llamados pilares del estado social. La situación del mercado laboral desde 2008 ha supuesto un gran aumento del número de personas que ha necesitado recibir estas prestaciones, si bien la evolución del paro de larga duración, junto a las medidas adoptadas por el Gobierno, que han limitado las prestaciones en cantidad y en derecho a su acceso, han supuesto un recorte en el número de personas en desempleo que perciben prestaciones y en la calidad de las mismas.

     Para que nos hagamos una idea, baste decir que en la provincia leonesa había el pasado mes de julio 15.907 beneficiarios, un 11’5% menos que un año atrás, lo cual, evidentemente, no se corresponde con el mismo descenso en el número de personas desempleadas; que sólo un 50’3% de ellas disfrutan de cobertura por su situación frente al 74% que lo hacía en 2009; que para menos de la mitad llega la prestación contributiva, mientras que para el resto es asistencial; y que la cuantía media por persona es de 779 € al mes, mientras que era de 831 € en 2009.

     Recuérdese, pues, a la hora de los adjetivos, que en el año 2012 el sistema de protección por desempleo sufrió unas muy serias modificaciones, que han conllevado recortes importantes en el número de personas beneficiarias, en derechos de prestación, de duración y de cuantías a percibir por ellas. Así se explica en parte la pobreza.

Publicado en La Nueva Crónica, 4 octubre 2016

martes, 27 de septiembre de 2016

La educación como problema

     Todos los discursos acaban dirigiendo su mirada hacia la educación, máxime en un contexto como el actual donde, conscientes de los cambios que se producen o que se anuncian, convenimos que en ella reside buena parte del porvenir. Pero esas sanas intenciones, que en muchos casos no van más allá de lo declarativo, cuando no son las más de las veces directamente incumplidas, ignoran sin embargo que la educación no es tanto un remedio como un verdadero problema a la hora de perpetuar la segregación social. Así lo ha sido a lo largo de los siglos sin que nada se haya resuelto hasta la fecha.

     Sin entrar en sus virtudes, incuestionables se mire como se mire, el hecho educativo, frente a lo que se quiera pensar en un sentido contrario, contribuye como un soporte indispensable y sin igual al mantenimiento eterno de las desigualdades. Ése es el problema. No es extraño, pues, que en las sociedades presentes sea asunto más que recurrente para consolidar ese reinado de la desigualdad en que se han convertido. Pero no fue diferente en otros momentos históricos.

     En realidad, entre Rousseau de un lado y Plauto y Hobbes de otro se ha movido siempre toda la teoría y la práctica educativa. O lo que es lo mismo, entre aquellos que piensan que “el hombre es bueno por naturaleza, que es la sociedad la que lo corrompe” y los que sentencian que “el hombre es un lobo para el hombre”. Pero ni unos ni otros, con planteamientos e intereses evidentemente contrapuestos, han conseguido organizar el mundo de un modo más justo y evitar que la consecuencia última sea la que señala el profesor Julio Mateos: “La educación no ha sido igual para las diferentes clases sociales, siendo fiel reflejo de la lucha y las desigualdades sociales a lo largo de la historia”. Así que si esto ha sido así en el pasado, qué no se estará guisando delante de nuestras narices en estos tiempos de barullo y río revuelto, de desclasamientos y divergencias.

     Otro profesor, en este caso de la Universidad de Roma-La Sapienza, Maurizio Franzini, observa la realidad actual y concluye lo evidente: “En todos los países, la correlación entre la educación de los padres y la de los hijos es muy elevada (lo cual significa que las oportunidades no son iguales para todos) y, además, la educación –lo que los economistas suelen denominar capital humano- garantiza rentas del trabajo más elevadas”.

     Y unos datos más para acabar, que prueban la opinión del filósofo Manuel Sacristán, para quien “la Universidad crea hegemonía, preparando a la sociedad para aceptar la supremacía de unas clases sobre otras”. Quizá por ello, en plena eclosión de las políticas neoliberales, el número de estudiantes sigue bajando en las universidades españolas, especialmente en las públicas, que desde el curso 2011/2012 han perdido más de 101.000 matrículas, y son en cambio las universidades privadas y de la iglesia católica las que han ganado terreno en el número de alumnos y alumnas, incrementando su cuota de mercado en el nivel de máster hasta en un 31’6%. Aunque, naturalmente, también se comprueba el sesgo del privilegio en otros niveles y en otros países: según revela un reciente informe sobre movilidad social publicado por el Gobierno británico, sólo el 7% de niñas y niños británicos asiste a escuelas privadas en Reino Unido; sin embargo, en 2014 en el sector de la banca de inversión, el 34% del personal incorporado en los últimos tres años había estudiado en colegios de pago. Como se ve, el problema de la educación está más vivo que nunca en esta sociedad poscontemporánea.
Publicado en Tam Tam Press, 26 septiembre 2016

martes, 20 de septiembre de 2016

Descarrilamientos

     Los entornos de Brañuelas y de Busdongo fueron escenarios frecuentes en la historia de los descarrilos y destino repetido para aquel “vagón de socorro” en el que viajaban herramientas y obreros encargados de las reparaciones. Lo recordará así, seguramente, la vieja estirpe ferroviaria, a pesar de que ambas localidades hayan acabado descarrilando incluso de los mapas actuales del ferrocarril. Por lo general, los sucesos los protagonizaban interminables trenes de mercancías que erosionaban sin piedad, como aquellos inviernos, unos trazados decimonónicos y unas hechuras más bien endebles.

     No ocurre así hoy. Quizá porque en el último cuarto del siglo pasado se produjo una modernización general del país, pero también porque en las últimas décadas el tráfico de mercancías por ferrocarril ha perdido casi todo su mercado en favor de la carretera. Lo que ocurre hoy, en cambio, es otro tipo de accidentes mucho más dramáticos, porque incorporan víctimas, que suelen achacarse a errores humanos sin tener en cuenta la necesidad de nuevas inversiones que podrían evitarlos. Angrois y O Porriño son los últimos ejemplos.

     Aunque no sólo asistimos a descarrilamientos clásicos. Hay muestras notables de otros incidentes que también provocan descarríos. Sin ir más lejos, lo que se ha salido del carril en la provincia leonesa han sido sus planes ferroviarios todos. Unos por pura desidia política o intereses cruzados, como el polígono de Torneros; otros por simple desprecio o abandono malintencionado, como la integración y consolidación del trazado de vía estrecha; otros más por sorpresivos manantiales que la geología y sus progresos no previeron, como la variante de Pajares; y, en fin, los últimos por no tener en cuenta que hay colectores y otras redes subterráneas previas a la formalización de proyectos, como el soterramiento de la línea de alta velocidad. Pero no sucede nada. Aquí no hay error humano ni caja negra que identifique responsabilidades y ponga en su lugar a los irresponsables.

Publicado en La Nueva Crónica, 20 septiembre 2016