Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

martes, 23 de febrero de 2016

Paisaje

     La última entrega de la Encuesta de Población Activa, la que cierra el año 2015, ha sido muy glorificada por el Gobierno en funciones y vendida como una muestra de sus excelencias. Sin embargo, observada con detenimiento, nos permite descubrir el estado de postración irremisible en que se encuentra la economía regional y, sobre todo, la provincial.

     Se aprecia a través de ella la reducción del número de personas en nuestra comunidad menores de 54 años y el incremento de las mayores de esa edad. Destacan en especial las fuertes reducciones habidas durante esos años de gloria en los tramos de 20 a 24 años, de 35 a 44 y, más todavía, de 25 a 34. Un dato más que preocupante si se tiene en cuenta que estas edades se corresponden con las edades fértiles y, por tanto, tales reducciones tendrán futuras consecuencias negativas.

     Notable es también el puesto de Castilla y León, a la cola de las comunidades autónomas, en cuanto a porcentaje de personas mayores de 16 años que tienen titulación universitaria; algo que choca con la idea generalizada de que la proporción de universitarios es elevada entre nosotros. La explicación no es otra, en parte, que la huida de jóvenes con cualificación hacia el extranjero u otras regiones para buscar oportunidades laborales que el tejido productivo del entorno no les ofrece.

     Por último, más que desoladora nos parece la posición de la provincia leonesa en lo que se refiere a tasa de actividad y de empleo. La primera mide el porcentaje de personas de entre 16 y 64 años que están ocupadas o en desempleo, un ranking que sitúa a León en el último puesto y en el que, junto a Soria y Zamora, es donde las reducciones han sido más intensas en el pasado año. La segunda mide el porcentaje de personas que cuentan con empleo o que trabajan por cuenta propia, y también coloca a la provincia en el puesto más bajo. Para acabar de coronarnos, pensemos que en dichas tasas Castilla y León en conjunto está en todos los casos por debajo de las cifras nacionales.

Publicado en La Nueva Crónica, 23 febrero 2016

miércoles, 17 de febrero de 2016

Los trabajos en el siglo XXI

      Lo que siempre fue un concepto tan elemental como sólido y sus protagonistas, una clase medianamente organizada y sentida, reclaman hoy los plurales y una más fina lexicografía. Lo primero porque la desintegración laboral así lo aconseja y lo segundo porque no vaya a ser que alguien se ofenda. Aun con todo, algunas notas se pueden ir redactando ya acerca del ser de los trabajos y del alma de sus actores en esta nueva edad.

     Al margen de las crisis y de sus trastornos, unos pasajeros y otros no, parece evidente que son numerosos los factores que contribuyen a redefinir la idea clásica del trabajo. Ramón Alós enuncia en su libro El sindicalismo ante un cambio de ciclo seis agentes del cambio, que serán una constante durante los próximos decenios: 1) el paro y la precariedad en el empleo; 2) la noción misma de trabajo; 3) la dispersión y la fragmentación de la producción, a las que se añade la subcontratación; 4) las relaciones triangulares, por las que una persona contratada por una empresa presta sus servicios en otra; 5) la gestión de los recursos humanos, y 6) la globalización y “financiarización” de la economía. Diego Beas en La reinvención de la política añade todavía un número 7) el vertiginoso desarrollo de la informática [y de las tecnologías, podemos matizar nosotros] a lo largo del último medio siglo.

     ¿Quiere esto decir que la selva laboral será el único paisaje que conozcan los poscontemporáneos? No necesariamente. Aunque los factores antes nombrados ya están haciendo efecto sobre los trabajos, otras fuerzas actúan a la vez como contrapeso, entablándose de este modo una nueva dialéctica que está por resolverse. Es en ese otro plato de la balanza donde se coloca la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, adoptada por la ONU el pasado mes de septiembre. Entre sus 17 objetivos incluye el del trabajo decente, al que dedica expresamente el Objetivo 8: “promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos”. Este objetivo global, reforzado por metas específicas relativas a la protección social, la erradicación del trabajo forzoso y del trabajo infantil, el incremento de la productividad, la acción a favor del empleo de los jóvenes, la creación de PYME y el desarrollo de las competencias, es una respuesta precisa a las necesidades económicas y sociales de las personas y de los gobiernos en todo el mundo. Y apunta, frente a lo arriba indicado, otro rostro y otra expresión de los trabajos.

     En esa misma línea, no se debe olvidar tampoco una referencia fundamental, la de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), fundada en 1919 y a punto por tanto de cumplir su primera centuria. En su seno, los 186 estados miembros comparten al menos en la teoría cuatro objetivos estratégicos no discutidos: 1) promover y cumplir las normas y los principios y derechos fundamentales en el trabajo; 2) crear mayores oportunidades para que mujeres y hombres puedan tener empleos e ingresos dignos; 3) mejorar la cobertura y la eficacia de una seguridad social para todos; y 4) fortalecer el “tripartismo” y el diálogo social.

     De momento, los dos polos que pugnan por el futuro laboral no están equilibrados. La situación actual inclina más bien la balanza hacia el lado oscuro: el 46% de los empleos en todo el mundo son de “mala calidad”, unos 1.500 millones de personas lo padecen, y el desempleo alcanza ya a otros 197 millones. No estamos como para sentarnos en un queso y comer de otro.
Publicado en Tam Tam Press, 16 febrero 2016

martes, 9 de febrero de 2016

Zarrapastrosos

     Zarrapastrosa, dice Víctor García de la Concha, es nuestra manera de usar la lengua hoy en día, y seguramente tenga razón el director del Instituto Cervantes con sólo advertir que apenas si utilizamos 2.000 palabras de las casi 94.000 que tiene la lengua española. Aunque cabe decir que zarrapastroso ha sido casi siempre el trato concedido por los hablantes a sus lenguas, si exceptuamos a filólogos y a otros viciosos de esas humanidades tan improductivas. Todos sabemos al fin y al cabo que las lenguas evolucionan a partir de sus empleos más corrientes y, de hecho, a nadie le debe extrañar que afirmemos que nuestra lengua no es otra que un latín vulgar, bastante vulgar en verdad; más o menos como la lengua catalana o la gallega, que en esto no hay independencias que valgan: todo, me temo, se lo debemos a los lacayos de Cicerón.

     Sin embargo, lo que no dice el sabio es que zarrapastroso es nuestro mundo en general y que la lengua no escapa de esa condición de descuido que todo lo invade. Que hubo y habrá tiempos más elegantes no se duda y que en paralelo también en ellos el uso de la lengua fue y será más pulcro tampoco. Por lo tanto, lo que nos debe inquietar es en realidad todo ese desaliño maleducado que tiende a convertirse en noma y que incluso es reído de un modo impúdico. Zarrapastroso es el modelo que encarna, por ejemplo, Donald Trump con toda su corte y zarrapastrosa es la política de la Unión Europea en materia de refugiados. Zarrapastrosa es la actual legislación laboral y su coro de voces laudatorias, lo mismo que la corrupción toda y sus excusas de baja estofa. Y Zarrapastroso es un país donde uno de sus ídolos más venerados se llama Torrente o que envía al zarrapastroso festival de Eurovisión para representarlo una canción en inglés, que es una lengua germánica vulgar. Todo esto sin atender a la lista de los programas más vistos en televisión, en cuyo caso lo zarrapastroso supondría llevar demasiado lejos la licencia poética, como diría don Mariano Rajoy.

Publicado en La Nueva Crónica, 9 febrero 2016

martes, 2 de febrero de 2016

Herencias

Los artistas
     Ocurrió que en plena bronca por los despidos de quienes han prestado durante años sus servicios telefónicos a lo que fue la Caja local o regional, ni se sabe ya qué fue aquello, es decir, en medio de otro episodio en su progresivo desmantelamiento, llegaron hace días unos severos analistas de la entidad que ha heredado el negocio y nos dijeron que “la economía leonesa quedará rezagada en el escenario de recuperación generalizado”. Y añadieron que “León crecerá este año por debajo de la media autonómica: 2,4% frente al 2,8%. La evolución del empleo evidencia debilidades estructurales y lastra el avance”. Y se quedaron tan anchos.

     Estos individuos, embajadores ya digo de la firma heredera, incluso han publicado un estudio, pues al parecer se dedican a eso, donde recogen este tipo de originales profecías, aunque seguramente ignoren, dada su alarma repentina, que la provincia de León agoniza desde hace años y que la dichosa crisis no ha hecho más que acentuar sus males; que, de hecho, hemos perdido ya la cuenta de trimestres en que esta provincia figura en la cola del total nacional en lo que hace a la tasa de actividad; que su sangría poblacional la ha colocado al borde del colapso y ése no es asunto de ahora mismo; y que, por rematar el cuadro, la pérdida de poder adquisitivo vía salarios ha sido notable en el último lustro, muy por encima de esas otras medias que ellos miden para llegar a conclusiones tan novedosas. Y van y se hacen una foto con el Rector de la Universidad, lo que ya es osadía de los unos y torpeza del otro.

     Naturalmente, nada dicen estos vasallos de los ilustres herederos acerca del papel que a la Caja y a sus enterradores les corresponde en este duelo provincial. Nada hay del daño causado a esta entidad y a otras como ella, aquella banca semi-pública que hoy se echa de menos, debido a la estrategia general contra todo lo público que encontró en los tiempos de crisis el terreno abonado para la gran liquidación. Cierto es que hubo pecados internos que era necesario purgar, pero cierto es también, aunque apenas se diga, que ha sido al cabo la banca privada la agraciada por dicha purga al beneficiarse con esa suculenta tajada del negocio. Por eso, cuando tanto se ha hablado y se hablará tanto de herencias recibidas, bueno es no ignorar a estos disimulados herederos del ahorro popular y de la naturaleza social de aquellas cajas definitivamente pasada a mejor vida. No hay ya obligaciones ni sociales ni populares. Sólo lucro e interés.

     Desde esa posición es fácil hacer previsiones a favor de obra. Eufóricas previsiones incluso, como las de los ilustres estudiosos antes citados u otros intérpretes de encuestas de población activa. A nadie extrañe que continúen con su márketing de optimismo y nos hablen de “recuperación generalizada”. Ellos no necesitan leer los recientes informes de la OIT sobre la tendencia laboral en 2016, que anuncian un panorama global aterrador; tampoco los de Intermón relativos a la enorme y creciente desigualdad; ni siquiera los del Banco de España relativos a la escasa disposición de metálico por parte de las familias, la cifra menor en el pasado mes de septiembre desde 2005. Del mismo modo que tampoco tienen que atender a otro tipo de herencias con las que cargamos los débiles a nuestras espaldas. ¿Para qué esa perspectiva social en sus análisis?

     Obvian de esta manera que junto a la evolución negativa del empleo los débiles sufren también otros dolores que afectan al reparto secundario de la renta, los que se derivan de destruir lo público en beneficio del negocio privado; tal y como ha sucedido no sólo en lo que aquí tratamos, sino y sobre todo en sanidad y educación: casi 10.000 millones se han perdido en gasto sanitario y 7.300 en el educativo entre 2009 y 2013, según los últimos datos confirmados. Los grandes servicios públicos y las prestaciones sociales —las de desempleo a la cabeza— pagan las consecuencias de los recortes, en un proceso aún no terminado de involución del estado social, de jibarización de lo público.

     Modificar el sentido de esta herencia recibida no será fácil. Otras políticas serán necesarias para permitir, sí, el equilibrio en las cuentas públicas pero de forma más pausada y que, necesariamente, habrán de pasar por modificar los objetivos y ampliar los plazos de la consolidación fiscal del Programa de Estabilidad 2015/2018, por incrementar los ingresos y no reducir más el gasto público en porcentaje del PIB, y por impulsar una reforma fiscal que aumente la suficiencia y la equidad del sistema. Todo esto en términos generales, porque lo que también es evidente es que esta provincia requerirá además otro tipo de impulsos complementarios, sin los cuales es difícil pensar en otro futuro diferente a la emigración y al definitivo agotamiento.

Publicado en Diario de León, 3 febrero 2016