Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

martes, 26 de abril de 2016

En vena

     No sabían los componentes del grupo Topo, allá por 1979, que iban a ser unos adelantados a su tiempo. Así lo parece, desde luego, al escuchar ahora una de sus canciones más conocidas: “…Vivir en Vallecas es todo un problema en 1996. / Sobrevivimos a base de drogas que nos da el Ministerio del Bienestar…” Casi cuarenta años después de aquella grabación y veinte respecto a su profecía, una Vallecas global se alumbra en verdad y sus problemas sociales y humanos enseñarán pronto a los gobiernos que nada hay como una buena dosis oficial de droga, la que sea, para combatir los males de una sociedad enferma. Será entonces cuando se admita la necesidad de un ministerio que gestione el monopolio de su adecuada y terapéutica distribución.

     Mientras tanto, asistimos al prólogo de ese proceso irremediable. Su expresión suave son los discursos de gobernantes activos o jubilados en tal sentido, desde José Mujica hasta Felipe González, que arrojan la piedra y esconden la mano cuando proponen la legalización de algunas sustancias prohibidas. A su lado, hay otra manifestación mucho más dura en forma de 200.000 personas muertas por sobredosis en Estados Unidos en el año 2013, el doble de las cifras habidas diez años antes. De manera que el denominador común entre lo soft y lo hard no es otro que el que anunciaban los chicos de Topo.

     La clave de todo es que nada es ya como en los tiempos de aquella canción. Por el contrario, la heroína es hoy cosa de blancos de clase media, jóvenes de entre 15 y 25 años y profesionales entre 30 y 45 años. Un paisaje muy alejado de los barrios marginales y de los excluidos de cualquier tipo. Son los institutos y las universidades norteamericanas los nuevos nichos del consumo, estimulado además, cuentan, por prescripciones médicas previas que generalizan fácilmente el consumo de medicinas con contenidos opiáceos. Y es precisamente de esa comunión entre dolor y medicina de donde nacerá la inquietud de todos los ministerios del bienestar para acabar haciéndose cargo de la carga. No será de la necesidad de combatir el negocio de la droga ni la delincuencia correspondiente, no será tampoco porque alguien comprenda que es preferible la legalización antes que el desmán absoluto, no será del discurso de los prohombres de donde surja esta nueva estrategia. Todo lo contrario. Procederá por un lado del imperio del dolor y del tratamiento prescrito por sus sagrados hechiceros. Y procederá por otro de la inexcusable atención que los estados habrán de prestar a los nuevos consumidores para que sigan siendo productivos.

     Prohibiciones del tabaco y botellones consentidos, fiestas lisérgicas y productos biosaludables, inciensos y orujos conviven en una mezcolanza sin aparente control durante este tránsito hacia el adviento. Algarabía y depresión, índices de suicidio y ferias de abril por doquier, sudor y frío se entretejen en un estallido de confusión previo al orden reglamentado del porvenir. Llegados seremos por esos andurriales hasta el estuario amorfo de la inconsciencia para aceptar alegres el remedio que vendrá. Y en ese preciso instante, por fortuna, no dejará de existir alguien que bucee en el viejo cancionero para encontrar una canción que nos explique ese presente. Se topará con Topo, tal vez, y sonará repetidamente el estribillo de aquel cantable profético: “La televisión funciona siempre, / nos proyecta un mundo irreal, / nos hace olvidar la verdad de las calles. / Bendita televisión, / santa televisión, / querida televisión…”
Publicado en Tam Tam Press, 26 abril 2016

martes, 19 de abril de 2016

De pensiones

     Si turbio era el panorama que examinamos aquí hace quince días relativo a nuestros jóvenes, no lo es menos el de quienes dependen de una pensión o están en trance de hacerlo algún día. Es decir, casi todos. Sobre todo en esta provincia nuestra, la que cuenta en la actualidad con un mayor número de pensionistas en el conjunto de la región y la que de todas ellas ha perdido un mayor número de afiliaciones desde el año 2008, un 15’8% menos. Una variación superior en más de cuatro puntos a la sufrida por el país.

     No se trata de caer en la depresión a la que pueden conducirnos las opiniones más pesimistas, que auguran, no sin cierta razón, el agotamiento de las reservas de la Seguridad Social para dentro de tres años o el colapso completo del sistema, tanto en su vertiente pública como en el de las aportaciones privadas vía planes de pensiones. No, no se trata de llegar a tal extremo, pero es cierto que hay señales alarmantes sobre el asunto. No sólo en lo que respecta a la disminución de cotizantes, cuya evolución favorable en el último año no se expresa con un ritmo suficiente para contrarrestar las pérdidas a corto plazo, sino y sobre todo por lo que se refiere a los ingresos que la caja recibe. En este sentido es más que revelador lo ocurrido durante el año 2015: mientras que la afiliación creció en España un 3%, la recaudación lo hizo sólo en un 1% (y menos todavía en Castilla y León).

     Evidentemente esto es así por las contrataciones que se imponen en estos tiempos, temporales y parciales de un modo más que generalizado, y por las alegres bonificaciones que el Gobierno ha hecho para financiar el empleo ridículo con cargo a la merma de ingresos en la Seguridad Social. Lo cual quiere decir que, aparte de otras acciones posibles en las que no entramos, solo con la derogación de buena parte de las reformas laborales padecidas en estos años bastaría para modificar esta situación en un sentido más favorable. Al menos en lo que hace a los ingresos del sistema, que no es poco.

Publicado en La Nueva Crónica, 19 abril 2016

martes, 12 de abril de 2016

Lengua e imperio

     Cuando se visita la localidad leonesa de Valencia de Don Juan, es fácil reconocer en ella los rasgos típicos de una mediana población rural, con cierto afán industrial y comercial y que ejerce, además, como cabecera de comarca. Entre ellos, a nadie extraña, mientras pasea por sus calles, toparse con carteles y letreros del siguiente tipo: “Now Academy”, “Paradise Home”, “Outlet. Restos de stock”… Tampoco sorprenderá, claro, observar cómo, a orillas del Esla, algún aficionado a eso del running se detiene para enviar un whatsapp o un tuit, justo antes de abrevar en un bar de la zona, donde los parroquianos escuchan e incluso tararean estribillos como estos: “Don't call my name, / Don't call my name, Alejandro / I'm not your babe, / I'm not your babe, Fernando” o “Rama la din don / Rama lama din din don / Rama lama lama lama lama din don”. En fin, rasgos típicos, decimos, de una población rural leonesa a estas alturas de la historia.

     Sin embargo, su Alcalde, y por si fuera poco también Presidente de la Diputación Provincial, se mostró molesto hace unas semanas cuando visitó el Senado español, adonde había acudido para asistir a un debate sobre diputaciones. Tanto es así que a su regreso declaró: “Cada uno habla el idioma que le da la gana”. Y acto seguido calificó las intervenciones de los senadores como “bochornosas y lamentables”, pues le pareció “vergonzoso” que se utilizaran las distintas lenguas oficiales del Estado en una cámara que, por otra parte, califican como territorial.

     En fin, aparte de la evidencia cotidiana de que hay lenguas bien vistas y lenguas mal vistas, lo que el citado Alcalde nos enseñan es que son muchos todavía los que valoran la realidad en clave imperial, nacionalista se dice ahora, como si continuásemos instalados en aquellos siglos gloriosos que llevaron a Antonio Nebrija a escribir en el prólogo de su Gramática de la Lengua Castellana: "que siempre la lengua fue compañera del Imperio, y de tal manera lo siguió, que juntamente comenzaron, crecieron y florecieron, y después junta va a ser la caída de entrambos". Esto último es especialmente importante: el batacazo de la lengua, no tanto porque malamente conviva con otras lenguas romances o no en esta península, sino porque otro imperio y otra lengua acompañándole han acabado imponiendo su norma y su costumbre con total naturalidad, tal y como se puede apreciar con sólo pasear por el municipio que gobierna este señor tan lingüísticamente indignado.

     Aunque otra explicación posible de ese enojo y de otros parecidos en nuestro entorno es el simple desconocimiento: desdeñar las lenguas como herramientas de comunicación y convertirlas en banderas, en fronteras, en armas arrojadizas, en enfermedad o en ofensa. Así sucede de un modo más que habitual y no sólo en las riberas del Esla. Las razones últimas de tal proceder las explica como nadie el filólogo e historiador Francisco Rico: “No sé si en las escuelas se presta la atención adecuada a las lenguas de todas las naciones que conviven en cada una de las regiones españolas. Es diáfano en cambio que el Estado no ha sabido asumir y favorecer su conocimiento. Sería un despropósito que un parlamento no privilegiara el empleo del idioma común. Pero esa evidencia utilitaria no quita que haya muchos otros caminos para promover nuestra multiplicidad lingüística”.

     Ese déficit del Estado resulta más que evidente en la nula pedagogía ejercida por sus representantes, desde muchos miembros de los diferentes gobiernos hasta numerosos presidentes de Diputación o concejales. Convendría que midieran un poco más sus palabras o que se concediesen a sí mismos un mayor grado de educación. Con ello ganaríamos todos en lo que hace al respeto entre diferentes que al cabo son iguales. A continuación, no estaría nada mal favorecer el conocimiento de nuestras lenguas como se hace con otras aparentemente más prestigiadas. Por ejemplo, motivando su estudio más allá de sus contornos naturales, reservando frecuencias en el espacio digital para que todos tengamos acceso a las cadenas autonómicas o animando de un modo decidido el intercambio cultural y lingüístico entre las naciones a las que se refiere Rico. En suma, hacérnoslas familiares. Advertiría entonces el señor Majo y otros como él que la comprensión es relativamente sencilla si se está libre de prejuicios y de afanes imperiales, aunque exija un esfuerzo, como lo exige de hecho todo crecimiento en nuestro saber. Conseguiríamos así que, junto a las canciones de Lady Gaga y de Rocky Sharpe, nuestro vecindario tararee con absoluta naturalidad melodías de Manel, de Gatibu o de Antón Reixa, por ejemplo. Estaríamos entonces ante un acontecimiento verdaderamente revolucionario para la convivencia en este Estado o lo que sea.

Publicado en Diario de León, 10 mayo 2016


martes, 5 de abril de 2016

Divino tesoro

     Idos por fin los aromas del incienso y del orujo que tanto nos han abrumado a final de marzo y superada de paso la quimera del turismo de crucifijo y porrón, bueno es volver a la realidad corriente y moliente que, ésa sí, nunca nos abandona.

     Un repaso comparado de la Encuesta de Población Activa entre 2008 y 2015, los años de la debacle inconclusa, nos descubre el verdadero tufo que respira la provincia. Por ejemplo los más jóvenes de la provincia. Es precisamente en la franja de edad entre 16 y 24 años donde mejor se advierte que hemos perdido el presente y también el futuro. No otra es la consecuencia de un descenso brutal de la población activa joven (trabajando o buscando un empleo activamente) de hasta el 47’5%. Pero es que, además, la pérdida total de población de esas edades (incluidos los estudiantes o los excluidos de todo sistema) ha descendido en conjunto un 19%, con lo que triplicamos la caída habida en el plano nacional.

     Y si nos fijamos en la situación laboral de esos jóvenes activos lo que encontramos tampoco es para echar al vuelo las campanas. Sólo un 55% están ocupados, más de la mitad de ellos con un contrato temporal y, en su mayoría, en el sector servicios, el que reúne los mayores rasgos de precariedad en la contratación. Otras características que conocemos a través de los datos oficiales es que la práctica totalidad es empleo asalariado (el 93%) y que, de éstos, un 36% son contratados a tiempo parcial. Sabemos también que las mujeres se ocupan mayoritariamente en el comercio, mientras que los hombres lo hacen en la hostelería, es decir, sectores sin apenas cualificación.

     Muy dudoso es, pues, que, de acercarse a la provincia leonesa, se le ocurriese a Rubén Darío hablar de la juventud como de un divino tesoro. Ni el adjetivo ni el sustantivo se pueden soportar ante un panorama como el descrito, que, por otra parte, es sólo un pequeño fragmento de nuestra imagen global. Ésa que sólo puede olvidarse mediante notables dosis de incienso y de orujo.

Publicado en La Nueva Crónica, 5 abril 2016