Desde
la rueda hasta la inteligencia artificial, que se sepa, apenas hay un pequeño
trecho de algo más de 5.000 años. Un lapsus en la historia del ser humano que
expresa no tanto la evolución de su especie como la de sus habilidades para
dominar el entorno. Con ritmos lentos al principio, con ritmos vertiginosos en
la edad actual. Un tránsito con algunos otros hitos trascedentes bien
conocidos: la pólvora, la máquina de vapor, los primeros automatismos,
internet… Si bien se mira, todo más que reciente, todo ello acelerando en los
últimos tramos de la historia, todo como si la deriva nos arrojara a un esprín
alocado sin tiempo para digerir los cambios.
Llegados
a este punto, escritores y académicos disputan entre sí para orientar nuestro
pensamiento. Los primeros escriben con una carga infinita de romanticismo. Los
segundos argumentan con un tono más que apocalíptico. Entre los primeros,
Eduardo Galeano dice: “Las máquinas mandan en las casas, en las fábricas, en las oficinas, en las
plantaciones agrícolas, en las minas y en las calles de las ciudades, donde los
peatones somos molestias que perturban el tráfico. Y las máquinas mandan
también en las guerras, donde matan tanto o más que los guerreros de uniforme”;
y Luis Grau añade: “Tal vez sobren ciertas profesiones, en las que en
apariencia nada se dilucida que sea imprescindible, pero si se asoma uno al
campo, faltan agricultores y tierras labradas; faltan cuidados al monte y
pureza al agua, amparo a los animales, atención a los pequeños pueblos. Y si
observamos la ciudad, otro tanto; patente en vías, instalaciones, servicios,
ordenaciones. Y en la atención a las personas, donde más carencias hay, es
donde las máquinas menos pueden servir”. En el otro lado, sentencia Iñaki
Ortega: “El cambio digital traerá una nueva
estructura social sin clase media”; y remata José Ignacio Torreblanca: “Quien
no tenga capacidad industrial digital será irrelevante económicamente y no
podrá hacer valer sus principios, intereses ni valores. Igual que la espuela,
la pólvora o la máquina de vapor redistribuyeron el poder entre Estados,
estamos ante una nueva revolución industrial, esta vez de carácter digital.
Quien domine esa economía prevalecerá, quien no lo haga sucumbirá”.
Y lo cierto es que,
mientras nos aclaramos, comunes son ya entre nosotros términos y procedimientos
como fabricación aditiva, robótica colaborativa, sistemas ciberfísicos y
realidad aumentada, cloud computing, big data, visión artificial, realidad
virtual, ciberseguridad y otros por el estilo que no llegamos a comprender. Tan
comunes como los problemas que se nos abren en canal: cualificación de
trabajadores y trabajadoras, seguridad, normativa jurídica, investigación,
brecha digital laboral y salarial, etc. Es decir, lo que se conoce ya como Industria 4.0, un auténtico cambio de
paradigma que, como cuentan quienes de ello saben, modificará cómo, qué, quién,
cuándo y dónde se produce.
Quizá esta cuarta
revolución industrial, como otras que le precedieron, nos ha vuelto a pillar
con el paso cambiado y poco podamos hacer ya para ordenarla debidamente. Menos
todavía en un país como el nuestro, donde la OCDE anticipa que se perderá el
12% de los empleos como consecuencia de la automatización. Queda resistir el
tirón, pues, y anticipar el futuro que sabemos que está a la vuelta de la
esquina: la quinta revolución, la de la inteligencia artificial. El reto en ese
caso volverá a ser el del factor humano: reinventarnos para controlar a las
máquinas antes de sucumbir.
Publicado en Tam Tam Press, 21 junio 2016
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