Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

martes, 30 de agosto de 2016

Linces y otras especies

     Por mayo era de 2016 cuando la prensa local se sobresaltó con la noticia: aparece un lince en El Bierzo después de haber desaparecido de la comarca hace 80 años. Cuentan que ese animal hermoso había nacido en Portugal, que fue liberado en los Montes de Toledo y que, después de un periplo ibérico como su propia especie indica, vino a asomarse al vergel berciano, no se sabe bien si para instalarse en él definitivamente o si para continuar su tránsito hacia otros destinos insólitos tras las pisadas de su estirpe errante.

     El caso es que especies seriamente amenazadas o al borde de la extinción renacen de una forma casi extraordinaria. Incluso hay quien relata en los medios que este año hay cachorros de lince para dar y tomar: en los mismos montes toledanos cuatro hembras han criado 14 cachorros, en Portugal hay noticia de otras dos nuevas camadas y en Ciudad Real otra con tres descendientes. Sólo falta que resucite el lince Ramón, el de la canción de Kiko Veneno, para que la algarabía sea total y más que justificada.

     Mas nadie se engañe. No es un fenómeno casual ni el resultado de eso que algunos llaman el equilibrio natural del planeta. Al contrario, nada de esto ocurriría sin las políticas de recuperación que se han llevado a cabo en los últimos tiempos. Quizá tampoco sin un sentido más animalista de la existencia que lentamente se instala entre nosotros y que rechaza los abusos y los zafarranchos con animales en su núcleo. Es decir, política y conciencia bien entendidas o diferentes sin más.

     Son las mismas condiciones que han de cumplirse para que, por ejemplo, otras dos realidades a punto de desaparecer recuperen el aliento imprescindible: cultura y trabajo. También en estos dos casos la depredación ha provocado estragos. También son seres vivos que, a fuerza de acosados, se muestran casi irreconocibles y extraviados. También merecen atención y cuidados singulares para que en esta edad poscontemporánea en la que vivimos no pasen a engrosar el catálogo de lo definitivamente desaparecido. Nadie daba un duro décadas atrás por los linces.

     Quiérese decir que tampoco hubiera apostado por ello el biólogo Anthony Paul Clevenger, el último humano que detectó un rastro de lince, no se sabe de qué tipo, cerca del Bierzo, allá por 1987. Pero él y otros muchos como él han actuado y actúan todavía (él lo continúa haciendo en el Parque Nacional de Baniff en Canadá) para la recuperación de ésta y más especies amenazadas: tigres, osos polares, morsas del Pacífico, pingüinos de Magallanes, tortugas laúd, atunes rojos, gorilas, rinocerontes de Java… Cabe pensar que también son multitudes las que se esfuerzan cotidianamente en el salvamento de la cultura y del trabajo, aquí y mucho más allá de nuestro espacio desprotegido. Y es importante que se sumen a esa masa reivindicadora los principales actores del drama, todos cuantos transitan a diario por los senderos laborales y culturales. Muchos son y diversos los actores y los senderos, pero todos debieran coincidir para ser eficaces en las condiciones arriba citadas: impulso de otras políticas y progreso en las conciencias. Nada ocurrirá sin ello.

     De manera que la peripecia del lince nos permite un guiño de optimismo en medio de la general desazón de nuestros tiempos. Por ello saludamos al felino y lo traemos con todos los honores a estas páginas de cultura y de trabajo. Es su huella berciana la que alimenta nuestras mejores expectativas.
Publicado en Tam Tam Press, 29 septiembre 2016

martes, 23 de agosto de 2016

Trabajo universitario

     Como continuación de la tarea no muy estival de repasar estadísticas que puedan ser de interés, centramos nuestra mirada en la Encuesta de inserción laboral de los titulados universitarios, publicada por el INE el pasado mes de julio con datos correspondientes al año 2014. Las cifras regionales, pues así están recogidas, nos permiten derribar algún falso mito y constatar otras realidades.

     Sobre lo primero, bueno es saber que en nuestras universidades se titulan más personas que las que proporcionalmente corresponden según la demografía. También que no es cierto que la universidad sea una fábrica de desempleados, puesto que su tasa en esa condición es muy inferior a la del desempleo juvenil recogida en la EPA. Además, más de la mitad de los universitarios consiguieron su primer empleo apenas un años después de rematar los estudios. Así mismo es destacable que el 69% de personas tituladas trabajen en actividades cuya cualificación corresponde a estudios universitarios, es decir, que son irreales los comentarios gratuitos respecto a las sobrecualificación de nuestros universitarios. Por último, como tendencia general, también en Castilla y León la proporción de mujeres que estudian y se titulan es superior a la de hombres y mayor aún que la media nacional.

     Por contra, el resto del cuadro no apunta nada bueno. Y en todo, frente a lo antes indicado, son las tituladas las peor paradas. En general, somos una región exportadora de conocimiento, ya que quienes se forman en nuestra comunidad necesitan salir de ella para encontrar trabajo: por cada persona formada en otras universidades que consigue empleo en nuestra geografía, hay 4’1 que tienen que abandonarla. Por otra parte, la proporción de contratos temporales es superior entre nuestros universitarios al dato nacional. Y el máximo exponente de esa precariedad sigue siendo la contratación en prácticas o como becarios. Que, pasados cuatro años desde su titulación, uno de cada ocho titulados lo hagan en esas condiciones no es para sentirse orgullosos.

Publicado en La Nueva Crónica, 23 agosto 2016

lunes, 15 de agosto de 2016

Gatos o liebres

     Gatos y liebres se confunden desde antiguo en la literatura gastronómica de acuerdo con la necesidad o con el engaño. Se confunden y son confundidos, tal es su semejanza una vez desollados los bichos y más aún en adobo. Incluso cuentan que no hay forma de distinguirlos si se preparan con arroz.

     Lo cierto es que este trueque culinario nos ha acompañado a lo largo de la historia, desde que era muestra de picardía en hosterías y ventas hasta que se convirtió en recurso contra el hambre en tiempos de posguerra. Así hasta aterrizar en el vocabulario popular como un dicho que significa engaño, en particular cuando se da algo muy diferente a lo solicitado o prometido, normalmente de bastante peor condición. Y el resultado final de todo ese guiso, tamizado por las costumbres y los vicios de la tribu, es que en la actualidad se llevan los gatos mucho más que las liebres, tal y como corresponde a una época sucedánea.

     La diferencia, no obstante, reside hoy en que, junto a la picardía y a la necesidad, se añaden a las causas de la mentira numerosas otras fuentes que hacen de la adulteración moneda común se mire donde se mire. Sobre la picardía, llamada hoy directamente corrupción, poco hay que explicar. Tampoco sobre la necesidad que obliga al embuste, llamado hoy economía sumergida o informal. De todo ello soportamos un cansino discurrir en la vida cotidiana y en las noticias corrientes.

     Pero en otro orden de cosas, la mayor estafa que nos han vendido y con la que nos han engañado sutilmente durante las décadas de la llamada modernidad es la presumida movilidad social e igualdad de oportunidades. No existe tal conquista, sino puro simulacro. Sépase, mediante un ejemplo histórico y ligeramente alejado para no herir susceptibilidades, que las familias más ricas de la ciudad de Florencia son ahora las mismas que hace seiscientos años, según lo atestigua un estudio de dos investigadores del Banco de Italia titulado “¿Cuál es tu apellido? La movilidad intergeneracional en los últimos seis siglos”. Pues bien, según esto, cabe preguntarse, por si alguien lo quisiera investigar, qué ocurre en nuestro país, y una mínima observación nos mostraría que quienes ocupan hoy el poder, salvo advenedizos, son los descendientes de las mismas familias que nos gobernaron en la etapa no democrática anterior, así en lo político como en lo económico. Quizá en ello resida también, se nos ocurre, alguna explicación sobre por qué la derecha española sólo sabe gobernar con mayoría férrea y se hace acreedora del desprecio de aquellos que ella misma menosprecia: lo lleva en los genes.

     En otros términos mucho más próximos, genéticos y propensos al fraude son así mismo los males endémicos del mercado laboral español, siempre caracterizado, independientemente de que haya crisis o no, por altas tasas de desempleo, excesiva temporalidad, brechas de desigualdad y notable siniestralidad laboral. Estos males no pasarán, salvo que se produzca una revolución en el modelo que no se espera. De hecho, se han acentuado aún más con la crisis y tienden a la perennidad. De tal manera que, cuando hablamos del trabajo, es muy conveniente saber lo que es gato y lo que es liebre, y no vender magnitudes desnudas como si todo fuera lo mismo. Una buena Ministra de Empleo debería explicar estos pormenores para, acto seguido, poder actuar sobre ellos en lugar de ignorarlos con retóricas ufanas. Lo mismo que debería advertirnos de que un nuevo gato salvaje nos acecha: la digitalización. De ello se derivarán, se derivan ya, nuevos desempleos y nuevos empleos insospechados, exigencias de formación a la que no alcanzarán nuestros parados y paradas sin cualificación, jornadas laborales anywhere y anytime, sociedades bipolares que distancien todavía más el talento de los llamados commodities y, en fin, novedosos conceptos de empleados y empleadores.

     Nunca fue tan necesario, pues, a pesar de lo que se lleva, distinguir entre gatos y liebres. En esta materia última y en tantas otras, sobre todo en un mundo donde predomina la mojama y la conserva y donde muchos medios, desde los tradicionales hasta la internet toda, resultan tan útiles en la cazuela como el arroz. Observen el entorno inmediato y pregúntense qué fue el golpe de estado en Turquía, ¿lepórido o felino?; qué los pokemon o el cielo que nos tienen prometido; qué fueron las armas de destrucción masiva o qué tipo de animal se esconde tras el montaje comercial de los Juegos Olímpicos; si son gatos o liebres los cortejos de gobierno, los bazares chinos o el último modelo puesto en el mercado por la firma Volkswagen. En fin, lo decía doña María Zambrano: “el corazón del hombre necesita creer algo y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer”.
Publicado en Diario de León, 14 agosto 2016

martes, 9 de agosto de 2016

Empresas

     Obligados por el drama, examinamos regularmente la evolución del desempleo buscando alguna salida del pozo o una señal verdadera para un nuevo mapa laboral. Sin embargo, no hacemos lo mismo con las empresas, o no de forma tan generalizada, a pesar de que en ellas, y en el impulso público, reside buena parte de lo que son o hayan de ser nuestros trabajos. De modo que, analizados hace quince días algunos aspectos del empleo público, podemos fijar ahora nuestra atención en el Directorio Central de Empresas, publicación reciente del Instituto Nacional de Estadística con datos referidos a enero de 2016.

     Una ligera ojeada permite descubrir que, de existir, la recuperación empresarial en la provincia leonesa es casi imperceptible, con apenas un crecimiento del 0’1% respecto al año anterior. También es muy relevante saber que más de la mitad de nuestras empresas no tienen asalariados. Que sólo 19 de las 31.427 totales tienen una magnitud notable, es decir, que superan las 200 personas empleadas. Y que, naturalmente, vistas las cifras anteriores, su condición jurídica mayoritaria es la de simples personas físicas (un 50’3%), seguida de las sociedades de responsabilidad limitada (un 35’6%). Sólo un 5’5% son sociedades anónimas.

     En suma, un tejido empresarial más bien débil, como casi todo lo nuestro, y sin perspectivas de cambio a corto plazo. En muchos casos un bocado tentador para otras empresas de fuera y de más envergadura que pretendan limitar la competencia: así ocurrió con Elmar, por ejemplo, y así esta sucediendo con Manantiales de León. Porque la competitividad puede nacernos de la innovación, y también hay ejemplos muy notables de ello, pero se necesita tamaño en todos los sentidos, no sólo para conquistar mercados nacionales e internacionales, sino y sobre todo para generar empleo y riqueza, que al cabo es lo que esta provincia depauperada necesita. Máxime cuando todo indica que el sector público, por causa del déficit, está llamado de nuevo a otra dosis de ajustes.

Publicado en La Nueva Crónica, 9 julio 2016