Blog de Ignacio Fernández

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lunes, 15 de agosto de 2016

Gatos o liebres

     Gatos y liebres se confunden desde antiguo en la literatura gastronómica de acuerdo con la necesidad o con el engaño. Se confunden y son confundidos, tal es su semejanza una vez desollados los bichos y más aún en adobo. Incluso cuentan que no hay forma de distinguirlos si se preparan con arroz.

     Lo cierto es que este trueque culinario nos ha acompañado a lo largo de la historia, desde que era muestra de picardía en hosterías y ventas hasta que se convirtió en recurso contra el hambre en tiempos de posguerra. Así hasta aterrizar en el vocabulario popular como un dicho que significa engaño, en particular cuando se da algo muy diferente a lo solicitado o prometido, normalmente de bastante peor condición. Y el resultado final de todo ese guiso, tamizado por las costumbres y los vicios de la tribu, es que en la actualidad se llevan los gatos mucho más que las liebres, tal y como corresponde a una época sucedánea.

     La diferencia, no obstante, reside hoy en que, junto a la picardía y a la necesidad, se añaden a las causas de la mentira numerosas otras fuentes que hacen de la adulteración moneda común se mire donde se mire. Sobre la picardía, llamada hoy directamente corrupción, poco hay que explicar. Tampoco sobre la necesidad que obliga al embuste, llamado hoy economía sumergida o informal. De todo ello soportamos un cansino discurrir en la vida cotidiana y en las noticias corrientes.

     Pero en otro orden de cosas, la mayor estafa que nos han vendido y con la que nos han engañado sutilmente durante las décadas de la llamada modernidad es la presumida movilidad social e igualdad de oportunidades. No existe tal conquista, sino puro simulacro. Sépase, mediante un ejemplo histórico y ligeramente alejado para no herir susceptibilidades, que las familias más ricas de la ciudad de Florencia son ahora las mismas que hace seiscientos años, según lo atestigua un estudio de dos investigadores del Banco de Italia titulado “¿Cuál es tu apellido? La movilidad intergeneracional en los últimos seis siglos”. Pues bien, según esto, cabe preguntarse, por si alguien lo quisiera investigar, qué ocurre en nuestro país, y una mínima observación nos mostraría que quienes ocupan hoy el poder, salvo advenedizos, son los descendientes de las mismas familias que nos gobernaron en la etapa no democrática anterior, así en lo político como en lo económico. Quizá en ello resida también, se nos ocurre, alguna explicación sobre por qué la derecha española sólo sabe gobernar con mayoría férrea y se hace acreedora del desprecio de aquellos que ella misma menosprecia: lo lleva en los genes.

     En otros términos mucho más próximos, genéticos y propensos al fraude son así mismo los males endémicos del mercado laboral español, siempre caracterizado, independientemente de que haya crisis o no, por altas tasas de desempleo, excesiva temporalidad, brechas de desigualdad y notable siniestralidad laboral. Estos males no pasarán, salvo que se produzca una revolución en el modelo que no se espera. De hecho, se han acentuado aún más con la crisis y tienden a la perennidad. De tal manera que, cuando hablamos del trabajo, es muy conveniente saber lo que es gato y lo que es liebre, y no vender magnitudes desnudas como si todo fuera lo mismo. Una buena Ministra de Empleo debería explicar estos pormenores para, acto seguido, poder actuar sobre ellos en lugar de ignorarlos con retóricas ufanas. Lo mismo que debería advertirnos de que un nuevo gato salvaje nos acecha: la digitalización. De ello se derivarán, se derivan ya, nuevos desempleos y nuevos empleos insospechados, exigencias de formación a la que no alcanzarán nuestros parados y paradas sin cualificación, jornadas laborales anywhere y anytime, sociedades bipolares que distancien todavía más el talento de los llamados commodities y, en fin, novedosos conceptos de empleados y empleadores.

     Nunca fue tan necesario, pues, a pesar de lo que se lleva, distinguir entre gatos y liebres. En esta materia última y en tantas otras, sobre todo en un mundo donde predomina la mojama y la conserva y donde muchos medios, desde los tradicionales hasta la internet toda, resultan tan útiles en la cazuela como el arroz. Observen el entorno inmediato y pregúntense qué fue el golpe de estado en Turquía, ¿lepórido o felino?; qué los pokemon o el cielo que nos tienen prometido; qué fueron las armas de destrucción masiva o qué tipo de animal se esconde tras el montaje comercial de los Juegos Olímpicos; si son gatos o liebres los cortejos de gobierno, los bazares chinos o el último modelo puesto en el mercado por la firma Volkswagen. En fin, lo decía doña María Zambrano: “el corazón del hombre necesita creer algo y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer”.
Publicado en Diario de León, 14 agosto 2016

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