Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

martes, 29 de noviembre de 2016

Auctóritas

     No hay duda: estamos perdidos. Si hasta cuatro cardenales conservadores han hecho público su desafío al Pontífice mediante una carta en la que le acusan de crear confusión en asuntos clave para la doctrina católica, eso quiere decir, ni más ni menos, que ya no hay escapatoria. No tanto porque alguien cuestione las opiniones papales, atentando incluso contra su infalibilidad, sino porque lo hagan, además públicamente, miembros de su propia cúpula de dirección, no cuatro miserables feligreses de estos páramos nuestros.

     Es una muestra entre muchas del fin de la auctóritas, aquel concepto del Derecho Romano que equivalía en parte al de autoridad aunque en un sentido más noble o moral, un poder no vinculante pero socialmente reconocido y de mucho peso, del que gozaban entonces los juristas o los senadores, cuyas recomendaciones nadie desobedecía. También el preceptor poseía esa cualidad sobre sus discípulos, y de ahí precisamente deriva el llamado “argumento de autoridad”, es decir, una referencia que otorga veracidad y valor a nuestros argumentos.

     Pero una mal entendida democratización del saber y del poder ha acabado enterrando este concepto, quién sabe si para siempre, bajo el pretexto, faltaría más, de que todos somos iguales. No hay voz que se respete hoy en cátedras o estrados ni consideración que se otorgue a nada que no sea fama o espectáculo pasajeros. Sólo, en todo caso, se alude al pueblo, esa abstracción indeterminada, como supremo animador y justificante de nuestras propuestas políticas o sociales.

     De manera que, arruinado en gran parte el crédito de la profesión política, orillada la impronta de la actividad intelectual y sepultada la guía de las humanidades, a nadie debe extrañar que la tal abstracción idealizada destine su voto a las propuestas más estrambóticas, que se entretenga en nostalgias con cantantes grasientos o que se entregue directamente al botellón en los parques. Como dijo el sabio, a falta de auctóritas, nada como la orgía y el desenfreno.

Publicado en La Nueva Crónica, 29 noviembre 2016

viernes, 25 de noviembre de 2016

Discurso sin método

     Un absurdo no menor de esta edad, que algunos llaman de la información y del conocimiento, es el desdén por la que es sin duda principal herramienta de esas dos acciones: el lenguaje verbal. Y, de ser así, como veremos, bien podría decirse entonces que vivimos en la edad del pensamiento relajado, por no decir ausente.

     Al describir la penuria del discurso político actual, el académico Salvador Gutiérrez Ordóñez explica que “cuanta mayor riqueza léxica se posee, mayor es la parcelación conceptual. Y, sin embargo, cada vez se usan menos palabras para describir el mundo”. Es decir, discursos más pobres en consonancias con análisis más pobres, ya sea porque no dan más de sí los oradores, ya sea porque el código acaba acomodándose a una audiencia educada sin otras aspiraciones declaradas o reconocibles. En cuyo caso, sin importar quién sea el pecador, esta inexistencia de método nos sitúa ante individuos lamentablemente ligeros de equipaje mental. De hecho, basta atender al neurólogo Pablo Irimia para saber que “el pensamiento profundo y meditado genera nuevas conexiones neuronales” e inferir, en consecuencia, que a menor pensamiento, menor carga de neuronas y más necedad así en el discurrir como en el argumentar. ¿Por qué, según nos cuenta el pensador Boris Groys, en Estados Unidos se considera ahora que es bueno pensar una media hora al día si no fuera por los estudios que han demostrado que se trata de una actividad que, siempre que no se abuse, genera unos procesos químicos provechosos para la buena salud? En suma, pensar y hablar como expresión de vigor o de atrofia.

     Pero la patología, no lo ignoremos, es casi sistémica. El lenguaje y el pensamiento políticos están a la vanguardia del deterioro, sin duda, por ser los más evidentes y los que mayor pedagogía debieran ejercer, aunque otras dos expresiones más que generalizadas pugnan con fuerza por el protagonismo en la carrera de la displicencia: el regreso de los ideogramas y la revolución informativa digital.

     Los primeros, esos emoticones invasivos, a pesar de componer una forma de comunicación global, o quizá por eso mismo, no dicen nada porque no apelan a la razón sino a la emoción. No hay actividad mental en ellos, sólo epidermis; no hay mensaje, sólo chasis; no hay discurso, sólo puerilidad. Y lo segundo ha desembocado, en fin, en auténticos “corrales –más que redes– sociales, donde la muchedumbre pone a prueba algoritmos que reafirman sus previos puntos de vista”, tal y como sentencia el ensayista Ernesto Hernández Busto. No hay crítica ni discernimiento, pues, no hay verdadero conocimiento ni afán de construirlo, sólo reafirmación de los titulares básicos con que los individuos andamos complacidos por la vida. Bien se sabe, lo saben mejor que nadie los poderes y esos think tank puestos de moda por las universidades más conservadoras, que ésa es la actitud contraria a la subversión, porque, en palabras de Juan José Millás, “el joven peligroso es el que se queda un viernes en casa a leer Madame Bovary”.

     No desistamos, sin embargo, y atendamos un poco más a las luces intelectuales que todavía brillan a nuestro alrededor, que haberlas haylas. Por eso, en el mar de citas de este artículo, no puede faltar como remate la voz de la penúltima Premio Nobel de Literatura (quizá la última en realidad para los más ortodoxos), Svetlana Alexievich: Desgraciadamente, las ideas juegan ahora un papel menos importante en nuestras sociedades. Lo que se impone es la parte material, y lo lamento mucho. Necesitamos personalidades capaces de ofrecer al mundo una nueva visión, sistema, filosofía, valores que el mundo sigue necesitando”.
Publicado en Tam Tam Press, 24 noviembre 2016

domingo, 20 de noviembre de 2016

Mirada sobre la emigración

     Hace aproximadamente un mes, con motivo de la entrega de los Premios Princesa de Asturias, Mary Beard, galardonada en el área de Ciencias Sociales, nos enseñó que “no ser capaces de pensar de forma histórica hace que seamos todos ciudadanos empobrecidos”.

     Esta lección, aplicable a la vida en general, es muy útil para enfocar sin prejuicios el fenómeno de los movimientos de población, ya hablemos de personas migrantes, ya lo hagamos de aquellas que persiguen un refugio o un asilo. Pocas diferencias existen entre unas y otras. De este modo, con la perspectiva que aconseja la profesora inglesa, descubriremos de inmediato que todos formamos parte en mayor o menor medida de esos vaivenes humanos. Ni el pintoresco Presidente de los Estados Unidos y su familia se salvan. Al cabo, las migraciones han sido, son y serán un motor de la evolución histórica, por más que se levanten muros, alambradas o leyes inhumanas.

     Basta hacer memoria para descubrir de inmediato nuestro propio rastro en esos ires y venires de gente. Desde un familiar perdido en Hannover allá por los años sesenta hasta un joven ingeniero que conquista ahora los vientos daneses. Por el medio queda nuestra primera visita a Burdeos, en los años 80, y el hallazgo de aquellos bares cercanos a la Gare Saint-Jean, donde servían aceitunas y se jugaba a las cartas, donde los parroquianos eran españoles llegados a aquel destino a causa del hambre, del exilio o de otras huidas. Gentes, supimos en posteriores viajes, que en buena parte procedían de tierras aragonesas donde, años después, Julio Llamazares asentó su novela La lluvia amarilla. Gentes integradas y desintegradas en la sociedad de acogida que generaron vida y construyeron historia por igual a un lado y a otro de las fronteras. Gentes corrientes.

     Reconocer esa condición, junto a la dimensión temporal, es otro soporte imprescindible para el pensamiento bien orientado. Es ese punto de vista el que nos permitirá luchar contra las leyendas y los convencionalismos que anidan en la sociedad actual y que son el germen, debidamente alimentado por ideologías ultraconservadoras, de toda la discriminación, de todo el racismo y de toda la mala baba que nos envenena. Cierto es que el trabajo, como ocurrió en su momento con los parroquianos de la ciudad de Burdeos, debería convertirse en el principal elemento para la integración y la convivencia. Mas en estos tiempos, donde ése es un bien escaso y maltratado, no deberíamos equivocarnos y ver en el otro tanto a un competidor como a un aliado frente al verdadero y común adversario: las doctrinas que olvidan a las personas para consagrarse a las estadísticas y a los beneficios.

     Por otro lado, contra la creencia interesada que busca engrandecer los recelos, bueno es saber la verdadera magnitud de los números en la provincia leonesa: sólo el 3’99% de su población es de origen extranjero. No puede ser, por tanto, cifra tan ligera la raíz de nuestros males, sino otro tipo de amputaciones presupuestarias y mentales.
Publicado en El Día de León, 20 noviembre 2016

martes, 15 de noviembre de 2016

Jamon y tapas

     Cuesta pensar que Elena Santonja, recientemente fallecida, sea la responsable de todo ese olor a cocina que nos envuelve. Pero es verdad: con ella empezó todo, aunque no todo sea igual a lo que ella inició. Cuando en los años ochenta el programa Con las manos en la masa inauguraba en televisión la retahíla de emisiones dedicadas a la temática culinaria, difícil era sospechar lo que vendría después. Ni siquiera lo habría imaginado Manuel Vázquez Motalbán, que también por aquel entonces introducía recetas y otras delicatessen en las novelas protagonizadas por el detective Carvalho. Ni una ni otro pudieron aventurar el aluvión posterior ni, desde luego, sospechar por dónde se iba a pervertir el producto.

     Todos éramos una pandilla de ingenuos en aquella década movida, así que no fue extraño comulgar con un nuevo género que introducía las entrevistas entre fogones o que acentuaba el tono literario, casi epicúreo, en el hecho común de alimentarse. Y no es que cualquier tiempo pasado sea mejor ni que la nostalgia nos enferme, pero lo cierto es que también aquel modelo original, como casi todo en esta nueva edad, acaba convirtiéndose en basura. Como la propia comida. No deja de ser paradójico que en unos tiempos donde se afirma que nuestra alimentación degenera y que aumenta el número de personas al borde del hambre, sean programas de este tipo los que ocupen el horario estelar hasta en la televisión pública. O que protagonicen las primeras páginas de los diarios locales o regionales, tal y como ocurrió hace unos días con las noticias de cabecera en algunos de ellos: dos concursos, uno para cortadores de jamón y otro para las tapas y los pinchos. Vanidad de vanidades.

     Mas, en fin, nada escapa de la putrefacción, ya sea el arte de cocinar en versión televisada, ya sea la presidencia de los Estados Unidos en versión cruda. Lo mejor será pensar que entre lo podrido, además de anidar ratas, crecen hongos comestibles, suculentos incluso, y beneficiosos para la medicina y la industria.

Publicado en La Nueva Crónica, 15 noviembre 2016

domingo, 6 de noviembre de 2016

De difuntos

Pues sí, antes de que las calabazas cayeran sobre nuestras cabezas para banalizarlo todo y antes incluso de que esa fiesta ñoña sepultara otras tradiciones asociadas al Día de Difuntos, noviembre y los muertos ya existían. Antes, decimos, de que la fiesta anglosajona pervirtiera todos los significados, cementerios y crisantemos, buñuelos de viento y huesos de santo, castañas, hongos y hojas secas se disputaban el protagonismo simbólico de este mes ceniciento. Aunque, a nuestro modo de ver, el culmen de la borrachera difunta lo encarnaban las representaciones del Don Juan: durante décadas, llegadas estas fechas, los teatros suspendían sus programaciones para dar cabida al texto de Zorrilla y, rara vez, al de Tirso de Molina. Incluso la televisión pública, la única televisión entonces, hacía lo propio en su parrilla. Poco queda de todo ello, si bien el culto a los muertos continua entre nosotros tan vivo como siempre.

A nadie puede extrañar que la muerte, natural o violenta, sea junto al amor el asunto por excelencia en la literatura y en muchas otras artes. A tal fin, la mitología griega creó las Moiras; la romana, las Parcas; y la nórdica, las Normas. Luego, en la Edad Media, llegaron las Danzas de la Muerte, y después Jorge Manrique y los sonetos estremecedores de Quevedo, y los muertos de Joyce, y la reflexión sobre el suicidio según Albert Camus o las voces de los fantasmas en la imaginería de Juan Rulfo. Inabarcable repertorio.

Pero cabe preguntarse por la música y la muerte, por cómo ha recogido el cancionero tema tan humano como mal casado con lo comercial, y en ello indaga este capítulo de Moderato Cantábile. Dejaremos a un lado toda la copiosa producción clásica y nos limitaremos a dejarnos acompañar por la las canciones que son nuestra razón de ser. Y de morir. Y, entre ellas, una hay por encima de todas que nos mata suavemente a través de las notas y de la voz de Roberta Flack, Killing me softly with his song [https://www.youtube.com/watch?v=yd__DR377Ks]: “Removiendo mi dolor con sus dedos, / cantando mi vida con sus palabras, / matándome suavemente con su canción”.

Esa misma suavidad envenenada de Roberta la encontramos también en el diálogo que entabla Charly García con una muerte a la que tutea, interroga y se atreve incluso a invitar ingenuamente a su cama, como si no fuese más bien al contrario; es Canción para mi muerte [https://www.youtube.com/watch?v=njgGMPw7XmQ] una expresión de naturalidad no exenta, claro, de cierto sentido fatal. No nos descubre nada nuevo, aunque, acostumbrados a la violencia, casi provoca envida tanta dulzura. Un tono absolutamente opuesto al muy hiriente por el que se pasea Abd Al Malik en su canción Mourir à 30 ans [https://www.youtube.com/watch?v=GTl39ZD_QwI], una larga enumeración de lo cotidiano que se cercena en el año 30 de la vida: “Un día este 14 de marzo tengo 30 años. / Pero lo que sé todos los días es que en el jardín, / aunque las flores son múltiples, / el agua es una”. ¿Qué hay más terrible entonces que una muerte a media vida? Quizá la convicción de que es fácil y cotidiano morir con 30 años en los suburbios de una gran ciudad.

Eso sí, no hay muerte más violenta que la muerte ejecutada por sentencia. Nos detenemos en un texto escrito por Chico Sánchez Ferlosio a mediados de los setenta, con motivo de las ejecuciones del anarquista Salvador Puig Anctich y del apátrida polaco Heinz Chez. Ejecución pública es el título [https://www.youtube.com/watch?v=TVihGYHGB8s] y el garrote vil el instrumento, que funcionó por última vez en España el 2 de marzo de 1974. Un testimonio dramático el de Chicho que contrasta con la visión irónica de Javier Krahe en La hoguera [https://www.youtube.com/watch?v=D965xqPtcJg] a propósito de algunas otras herramientas de muerte. Porque, al cabo, no hay mejor antídoto contra la tragedia que esa fina ironía, el humor sutil o incluso el sarcasmo más bruto. De esa forma, para Siniestro Total los mejores artilugios para cargarse a un mentecato no son otros que los zapatos de claqué, las mallas de ballet, los discos afilados o la colección de casetes, tal y como entonan en Bailaré sobre tu tumba [https://www.youtube.com/watch?v=UwS-coeTRaE]. Lo mismo que nada hay, desde luego, como Los velorios de antaño [https://www.youtube.com/watch?v=224m_8hyQWE], con sus anises y sus cafeses, según cuentan Claudina y Alberto Gambino versionando a Georges Brassens. Y nada como la ingenuidad naif de Vainica Doble a la hora de describir Un metro cuadrado [https://www.youtube.com/watch?v=rCkcEQ6WgcQ] donde descansar definitivamente. Siempre y cuando no le toquen a uno al lado los protagonistas del canto de Los Sirex en Que se mueran los feos [https://www.youtube.com/watch?v=7APX4lKfeZk].

Y el amor. ¡Ah, la muerte y el amor! Esa pareja en apariencia antitética y, sin embargo, tan estrechamente ligada en numerosas expresiones del cancionero. Desde Morir de amor [https://www.youtube.com/watch?v=Ig_bHx9y-xw] que entona un Miguel Bosé siempre más sentimental que mortal, hasta Moriría por vos [https://www.youtube.com/watch?v=7vstPwvmqGI] que declara el dúo Amaral en un éxtasis amatorio sin límites. Si bien la altura máxima en esa melopea de opuestos nos la ofrece, a nuestro modo de ver y escuchar, Francis Cabrel en Je l’aime à mourir, pura lírica asesina [https://www.youtube.com/watch?v=XHVqKqmbhFA].


Así que, llegando al final, que es tanto como decir a la muerte de este capítulo, volvemos a la solemnidad para recuperar una canción de Pablo Guerrero, que posiblemente pueda calificarse como la más hermosa de cuantas han sido escritas para salvarnos de lo insalvable. Si la unimos con la que nos sirvió de apertura, la de Roberta Flack, el bucle se cierra sobre sí mismo y condena al silencio definitivo las muestras de violencia, de dolor, de rebeldía o de sarcasmo que por el medio han sido: Para huir de la muerte [https://www.youtube.com/watch?v=WK5wisqxo-o].

martes, 1 de noviembre de 2016

Agua pública

     Será un asunto que pasará casi desapercibido, pero conviene hacerle eco: el Ayuntamiento de Madrid organiza, los próximos 3 y 4 de noviembre, un Encuentro de Ciudades por el Agua Pública, conjuntamente con la Red Agua Pública, que reunirá a decenas de plataformas, organizaciones sociales, ambientales, sindicales y políticas del Estado español que luchan por la defensa de la gestión pública, sin ánimo de lucro, transparente y participativa de los servicios de abastecimiento y saneamiento.

     Hace siete años, el municipio de León vivió el proceso inverso al que anima ahora ese encuentro, el de la privatización, y fue entonces el principio del fin del gobierno socialista local, que no necesitó de los dilemas de la abstención para suicidarse. Le bastó en aquella ocasión con comulgar directamente con los principios de naturaleza más neoliberal en lo que se refiere a los servicios públicos y olvidó, entre otras cosas, que Naciones Unidas ha reconocido en reiteradas ocasiones el acceso al agua y al saneamiento como uno de los derechos humanos fundamentales, que debieran protegerse y no convertirse en materia mercantil. Este tipo de olvidos de cuestiones tan básicas se encuentran precisamente en el porqué de la desconexión entre los partidos socialdemócratas y su electorado.

     Lo mismo que continúa sucediendo hoy en día con los tratados internacionales de comercio, que siguen contando con la complicidad socialista europea (y española). La letra de esos acuerdos turbios consagra la libertad de mercado para todo tipo de servicio público, el agua entre ellos, pero también la educación, la sanidad y otros imprescindibles para los pueblos, que debieran ser defendidos al menos con el mismo ardor que ponen las multinacionales en apropiárselos. Es así de elemental y por ello conviene celebrar las iniciativas de los resistentes, tengan éstos la forma de un encuentro como el de los próximos días o la del Parlamento de Valonia. El crédito político se recupera encabezando esas resistencias.

Publicado en La Nueva Crónica, 1 noviembre 2016